martes, 1 de enero de 2013

Elegía



Para empezar, poner play aquí, ahora:


Hoy quiero escribir algo un poco más personal, porque es un año nuevo y uno se deja contagiar con la idea de que hay que cerrar ciclos y que uno tiene que empezar el año bien y quién sabe qué más. Voy a hacerlo porque creo que de vez en cuando tengo que aterrizar y porque necesito hablar, porque como leí por ahí alguna vez, hablar salva. Me encamino hacia una escritura sobre algo más atrevido y cómo no, más dolido pero al mismo tiempo más mío y por lo tanto más desnudo, más auténtico, creo. Siga las instrucciones, tenga un poco de paciencia, para mí ha sido terapéutico esto de decir a todos y a nadie, pero también ha sido artístico.

El sonido de lo  perdido tiene muchas formas, muchas vetas, muchos colores. Sí, el sonido también tiene color y densidad porque mis recuerdos están impregnados de música, piezas que pueden ser el inicio y el fin de un viaje que fue tan intenso y feliz como ahora es todo lo contrario, una cárcel, un deseo por olvidar, un cencerro que cada que se mueve arrastra toneladas de recuerdos hasta la garganta y me asfixian, una vela prendida cuya cera cae inerme sobre mi piel sin que se acabe, sin que se pueda apagar jamás.

Sus recuerdos ahora tienen el color extraño de lo que ya no existe. Me pregunto frecuentemente si acaso mis recuerdos y sus recuerdos siguen siendo los mismos. Me siento como un hueco del que él se deshizo y ahora está llenando con alguien más, aunque él diga que no. Así es, ahora él hace con otra persona las cosas que solía hacer conmigo, y me echa en cara que me fui, que un día me iré para siempre y que él ha tenido que seguir con su vida. Nada de eso es cierto, porque aunque me fui no me fui realmente y aquí empieza el ciclo interminable de la no comprensión, el cual desemboca en el dolor y regresa a la no comprensión y así.

Hace ya tiempo que me había dado a la tarea de escribir en torno a los recuerdos y a ese peculiar color del cual se tiñen, de las canciones que los acompañan, mismas que forman el soundtrack de nuestras vidas poco a poco, sin que nos demos cuenta. Así, sin darnos cuenta nos vamos llenando de cosas y lo cierto es que toda la música de este post ingenuo y catártico se corresponde con recuerdos específicos. Qué más quisiera yo poderme deshacer de lo que la música ha generado, me siento como Alexander DeLarge ante el horror provocado a través de las bellísimas composiciones de Beethoven, uno tampoco regresa a la música después de que ésta ya vivió con uno las experiencias y luego de que ésta ya no es música solamente. Y una vez más me ha ganado la ingenuidad, el hecho de creer que nada de esto me pasaría con él, que recordar nuestra música no sería jamás doloroso. Ingenuidad, lo mismo, dolor, falta de entendimiento, incompletitud. 

Voy a hablar también de un rencor, más que solamente de un dolor; voy a hablar de una catarsis y una transformación, de un simulacro y de un renacimiento a fuerza de enterrar recuerdos y de crear un mundo alterno, personal, para no enloquecer. Empezaré como se debe, con una especie de preludio. No podría enumerar todas las cosas y todas las experiencias, los sonidos, los olfatos, las comidas, los llantos, en fin, todas esas cosas que conforman la vida, no podría encerrarlas jamás en una entrada, ni en un baúl, ni en la bodega más grande del mundo, porque todas aquellas cosas son ya parte de mí. Pero esto es un intento por exorcizar, no por olvidar, una parte de mi vida que terminó y a la cual quiero ponerle un certero punto final para no regresar. He tenido que fabricarme un engaño, una vez más, porque la realidad es demasiado pesada y no puede salvarse, porque siento que no puedo seguir viviendo en la misma realidad. Este es el preludio y al mismo tiempo es la llave que lo cerrará todo, una muestra sonora de algunas cosas que él representa o simboliza o participa o genera, da igual, (aquí usted le pone play al cuadrote de abajo).


Mientras miro hacia la calle al lugar exacto en que sé que todos los días aparece para tomar el microbús, escribo. Eso no es lo que importa, me digo, no importa que se pare ahí y lo vea y se vaya, (algún día lo veré, lo sé); lo que importa es que yo lo veo y él no me ve y que así como no me ve ahora estará sin verme el resto del tiempo, y yo lo mismo haré, porque así pasa cuando dos personas que se conocen demasiado bien tienen que alejarse para siempre, tienen que hacer de cuenta que no existen, o que existieron en una especie de veta extraña robada al resto del tiempo, un tiempo que no es el del día a día sino uno que ha sido encapsulado en un secreto que duele y no desaparece.

Siga usted las instrucciones y escúcheme como si usted fuera él, escuche mi rencor, mi dolor y mis charcos de vacíos que tratan de reconstruirse a través de palabras que se quedan en los ojos de nadie. Sígame en la travesía del recuerdo, no quiera sermonearme, acaso trate de entenderme, aunque sé que es muy difícil entender una elegía a los vivos, un deseo de que el vivo no sea más un vivo. Es complicado, pero sígame.

Las elegías se escriben, según la tradición, cuando se lamenta cualquier cosa, las hay elegías funerales, que son las que contienen esos cantos y versos de duelo por la muerte lamentable de algún ser importante. Esta elegía es, de una manera extraña, las dos cosas, me lamento por algo y lo sufro y al mismo tiempo le escribo a un ser ido, o no necesariamente, o algo así, para el caso. Decidí escribir esta elegía porque al final, todo esto se trata de un muerto, un muerto que aún no lo está pero cuya presencia sin presencia es igualmente lamentable.

A veces la gente que vive tan cerca, a tan pocos pasos de uno está más muerta que aquella a la que uno tiene viviendo al otro lado del mundo, por temporadas o no, y que de cualquier modo siempre está más cerca. A veces pienso que existen otro tipo de muertos, unos que no están bajo tierra, que uno puede verlos como traga cerebros auténticos y que son muy latosos porque están presentes en su particular forma de no estar. Esos muertos son como sombras de lo que eran cuando vivos, si se les puede designar en tales categorías; son personas que ya no son las que eran entonces, que cambian y seguirán cambiando y cuyos pensamientos que alguna vez estuvieron en una persona ahora están en otra, en otras cosas, hacia otros destinos y con otras formas. Yo escribo ahora a uno de esos muertos, una elegía por todo el tiempo compartido y el pesar de tenerlo que enterrar simbólicamente. Escribo por alguien que me expulsó de su vida, a resumidas cuentas, con todas las palabras rebuscadas que se puedan tratar de enunciar.

Cómo enterrar a uno de estos muertos, la pregunta se suspende sin respuesta posible. Hace varios años yo amé tanto y era tan incapaz de alejarme de ese hombre que no me amaba, que lo único que deseaba era que se muriera, así, auténtica y sinceramente. Deseaba que un día amaneciera muerto y así yo pudiera sentirme bien por fin. Que estuviera muerto y que fuera la muerte lo que me lo hubiese quitado del camino, muerto para decir "si no me amó es porque la vida no le dio el tiempo suficiente" o alguna cosa así. Entiendo el sentimiento pero en esta ocasión la cosa es un poco distinta, es lidiar con alguien a quien no le deseo realmente la muerte, pero que para mí lo está y lo estará en lo que me queda de vida.

Después del preludio, tan musical y armónico, tan lleno de recuerdos lindos (porque esa es de sus canciones favoritas, yo nomás hago el homenaje silente) está el desenlace que se enmarca en una sinfonía carente de allegros, una pieza casi eterna plagada de tonalidades oscuras y vibraciones solemnes pero rencorosas. En este estado uno entiende el deseo de que las cosas sean otra cosa y más que eso, deseo de que el recuerdo ya no exista. Uno quisiera seguir siendo sin esa sombra pesada de la gente que muere y no muere porque sigue presente. De los fantasmitas que acechan en la vida y en la virtualidad de la web gracias a los malditos amigos en común (aquí usted le vuelve a picar en el play al cuadro que sigue, pues si me salieron bien las cuentas, el anterior ya se terminó).


La cosa pasó así; que yo creí que después de que el amor es una mierda y que uno sufre el desamor por décadas, había una manera de realizarse en una relación sana y feliz que sólo fuera amistosa, para nada sexual ni sensual ni ninguna de esas complicaciones o complejidades de las que disfrutan los seres humanos. Pensé que no había nada más auténtico y eterno que una amistad sincera. Entonces lo dejé entrar más y más y más. Esto me duele, ya sé, por mi mismo problema con la eternidad y mi incapacidad natural de controlar cosas que suceden fuera de mí y mi necedad de creer que a pesar de las evidencias, puedo hacerlo. Tengo un dolor tan inexplicable que creo que no es dolor nada más. Un vacío tan irreparable que sólo puedo pensarlo como un muerto, sólo así puedo lograr que no me duela. Porque esto se ha tornado tan absurdo. El rencor me invade, el enojo, la decepción, el sentir que todo lo que uno construye a lo largo del tiempo, sin darse cuenta, entregándose sin más a las cosas como se van dando y como se van presentando, dando más y más sin darse cuenta de lo mucho que se da y luego… nada, caerse. Experimentar la no presencia del otro, sin una razón que se pueda comprender con sencillez.

Y no entender. Ese es el otro gran problema. No entender su manera de pensar, que él no entienda la mía y en el camino se pierden los años de confidencialidad. Parece que tenía que ser así, aunque yo no lo entienda. Aunque el no entender me esté volviendo loca. No entender, por ejemplo, por qué me dice que siempre seré parte de su vida y que no es sin mí. Pero que de todos modos me ignora y me aleja; no entender  por qué paulatinamente la distancia fue creándose hasta ser tan grande que duplicó todas las maneras de racionalizarla, tan grande que el dolor se pierde en ella y sólo queda algo más profundo, un desasosiego, una incertidumbre y un desconocimiento pues uno no sabe en qué momento el dolor dejó de ser dolor para transformarse en un monstruo rencoroso, triste y enojado.

Me hace falta ser sincera… hablar aunque no entienda, decir lo mucho que me desconcierta, lo mucho que lloro cada que leo las conversaciones recientes por facebook, lo mucho que me duele la pérdida. Por eso le escribo esto (y téngame paciencia que tengo que cambiar de enunciación): Ahora que no estás me siento peor que si hubiera terminado una relación de pareja de esas que duran más de 10 años, en donde se conocen tan bien que se completan las frases, tan bien que saben exactamente qué le gusta comer al otro, que saben del otro todo lo que se puede saber y un poco más de lo que no se puede saber. No me di cuenta pero yo estaba en una de esas relaciones quitándole la cosa sexual que todo lo complica. Pensé que sólo así sería posible aspirar a la eternidad.

Es una tortura tener que encontrar al muerto simbólico en todas las cosas que soy ahora, cómo borrar a la persona que soy y que me gusta, pues es tanto el acumulamiento de experiencias y de aprendizajes que no puedo hacer de cuenta que no existe. Cómo exorcizar a la persona que ya no está aquí cerca. Pues no hallo otra manera que a través de la elegía y de la acción. En el mundo del simulacro uno pretende cosas que no son, todos fingimos que somos lo que no somos, que tenemos lo que no tenemos. Mi simulacro personal consiste en enterrarlo, en hacer de cuenta que ya no existe, en verlo en la calle y hacer de cuenta que no lo conozco, pensar que aquel hombre que me cambió la vida y que tanto contribuyó a hacer de mí lo que soy ya ha muerto y que si acaso lo hallo en la calle entraré en la simulación, haré de cuenta que es un perfecto desconocido, alguien que todos los días a eso de las 8 de la mañana se para en la esquina de mi casa a tomar el camión que lo lleva al trabajo. Un extraño, un fantasma acaso. Porque aquel que yo conozco, en lo que a mí respecta, existió, me cambió, y de pronto murió. 

Ya se me irá curando el dolor, el rencor, el desprecio, y todas las cosas feas que siento ahora, ya se me irán secando las lágrimas en tanto me dé a la tarea de borrar y de esconder sus cosas y sus recuerdos tan profundo como pueda. El mundo, entendámoslo, ni se detiene ni se acaba por una sola persona y más nos conviene seguir la vida y no amargarse demasiado por lo ido. Escribo una elegía, un lamento encapsulado, al que ya no quiero regresar.


Music on: Ludus - Arvo Pärt
Quote: "El arte es esa Ítaca de verde eternidad, no de prodigios" J.L. Borges
Reading: La esquina es mi corazón - Pedro Lemebel

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