martes, 27 de marzo de 2007

A propósito del aborto

Mucho se ha levantado la polémica sobre la aprobación y legalización de esta práctica. Yo, como siempre, tengo mi opinión y me temo que no es la más popular.

Yo estoy completamente a favor, y honestamente, no veo por qué alguien no habría de estarlo. La Iglesia, el mayor adversario, es tan retrógrado en tantas otras cuestiones que es de esperarse que se oponga, y sus argumentos empiezan a ser retrógrados desde que no han aceptado los métodos de anticoncepción que bien sirven para evitar llegar al aborto.

Independientemente de eso, y pensando desde la perspectiva de que el ser humano es una plaga, no tengo más que aprobar la idea del aborto, no sólo porque el hombre sea un ser que pobla la tierra a lo estúpido, sino que viviendo en sociedad (inevitablemente) un niño siempre demanda mucha atención, tiempo e inversión económica, cosa que algunos países o algunas clases sociales no son capaces de proporcionar; México es uno de ellos.

El aborto es una buena idea. Johnathan Swift, en el siglo XVIII escribió un ensayo que proponía un método para eliminar la pobreza en Irlanda, este consistía en que los recién nacidos de las mujeres pobres fueran muertos y cocinados para que así se alimentaran muchas familias. Así, la pobreza, sin duda, disminuiría.

Una causa de la pobreza, aunque no la única ni la más importante, es la cantidad de hijos que la gente tiene, un hijo más, es una boca más que alimentar y a estas alturas, en la civilización del siglo XXI, es mejor considerar el aborto que el canibalismo.

Un aborto no es un asesinato, como muchos creen, ya que, antes de los tres meses, apenas el feto es una serie de células en formación. Abortar es mejor que permitir la vida en un mundo que no la necesita.

Aún peor; el aborto toca terrenos que van más allá de la posible vida de las células en crecimiento en cuestión; las futuras madres deciden no abortar no tanto por el feto, sino por ellas, por el "qué dirán" si aborta y por la satisfacción que se crean de saber que serán madres, al ver al hijo como una extensión de ellas, una posibilidad de hacer en un hijo lo que ellas nunca pudieron ser.

Es mejor legalizar el aborto y quitarnos de la cabeza las moralinas y los sentimentalismos y así ver las cosas de manera objetiva. No es un asesinato, es una solución necesaria para ayudar a evitar la sobrepoblación. Aparte, la legalización de esta práctica permite más seguridad a las mujeres que, convencidas de no querer un hijo, pero temerosas de métodos insalubres, deciden no abortar por miedo a perder su vida en algún lugar ilegal y sucio. Personalmente, no me preocupa la pérdida de otras vidas, pero al menos la legalización les dará una seguridad más fuerte a esas mujeres y les podrá ayudar a decidir.

jueves, 22 de marzo de 2007

Ya era tiempo

“Estoy muy cansado, no vengas temprano...” pensó en decirle simplemente “no quiero verte”, pero la sutileza resultaba necesaria pues no tenía ánimo de pelear. ¿Si la quería? ¿si la amaba? Esas eran preguntas que pocas veces hacía pues en ocasiones temía amarla demasiado... Así que colgó con un enojo inexplicable, seguro de que ella había sentido su hostilidad y no sólo eso sino que, conociéndola, imaginó que quizá, inevitablemente, vendría a verlo al día siguiente, sin importar lo que él pidiera. “Me conoce demasiado bien”, pensó con la resignación inherente a su situación con ella. Luego cerró los ojos un momento y sintió una vez más, como lo había sentido en las últimas noches, la pesadez desconocida de la vida misma.

La noche había trascurrido lenta y sus sueños estuvieron llenos de unos ojos azules que no lo dejaron descansar, un abrazo, un beso y después nada. Despertó un par de veces con una sed inexplicable y cada vez la veía más tangible, más suave, como si se encontrara junto a él. Le llegó de repente, tal vez con el sopor y la desesperación, una sensación que le pareció única e inevitable, así como larga y nostálgica. La piel se le erizó rápidamente y supo con una certeza fría que aquello era tal vez la misma respiración de la muerte que ahora se fundía con el aliento propio. Le aterró la presencia de lo inevitable aunque también intuyó confusamente que él mismo era factor decisivo en el juego de la existencia.

Así, se resumía su reflexión entrañable en el fin de una existencia que él no se sentía capaz terminar. Cierto que su orgullo le decía constantemente que siempre fue dueño de su vida y que quizá podría burlar a la muerte, pero ¿cómo? O más bien ¿acaso quería burlarla o más bien adelantarse a ella?

Se levantó de su cama al dar las siete en el reloj de pared. Minutos después tocaron la puerta.
Ahí estaba ella... tenía llaves pero no quiso usarlas; imposible que las hubiera olvidado, eso jamás sucedía. Él abrió. Se encontraba hermosa y tibia como siempre, con la sonrisa enigmática y el aroma dulce que siempre la acompañaba. ¿cómo logra oler tan delicioso todos los días y a todas horas? Esa era una trivialidad encantadoramente misteriosa. Usaba los guantes rojos que tanto le gustaban, hacía frío afuera y resultaba contradictorio que mantuviera cubiertas sus manos y su cuello, pero no sus pantorrillas.

Entró con un decoro inexplicable, con sencillez, con magia y él recordó de nuevo por qué la amaba tanto, por la historia, por el tiempo y el pasado, por su voz y su cabello, por sus ojos y su encanto.

“Sé que no querías verme anoche” dijo con calma, “tampoco hoy, lo sospecho, pero no me importa, yo sí quería verte a ti.”

Y se quitó los guantes y se soltó el cabello. Ella siempre tan igual, tan segura para unas cosas, tan sincera para otras y tan piadosa, --tan humana-- para un millar más. Había un suave rubor en sus mejillas, no porque estuviera arrepentida o apenada, sino porque estaba segura de algo, de un hecho tan inevitable y tan fuerte que hizo que la sangre llegara ahí, el mismo hecho que haría --segundos después--, brotar un par de lágrimas que se esconderían en sus pestañas.

Sin más, volvió la cara a él y habló: “Sé que quieres pedirme algo y que no te atreves, que tienes el mismo miedo que tengo yo, ese miedo que proviene de no sé dónde, que tal vez no es miedo sino conocimiento pero que no se va nunca y que sólo te engaña fingiendo que desaparece, que no has dormido bien, ¡mira tus ojos!, que nos conocemos mucho y muy bien, que sabías incluso que a pesar de lo que dijeras, vendría a verte.”

Él alzó la vista sorprendido de la exactitud de sus palabras, consternado por la certeza, por el hecho que la tenía impaciente y nerviosa, el mismo hecho que él ya sabía y que ciertamente, no se atrevía a pedir pero que tenía que suceder con ella, por ella, gracias a ella. “¿Qué más sabes? Ya que dices saberlo todo” dijo con la voz que pretendía sonar segura y firme.

“Sé que ya es tiempo...” dijo y se secó esas lágrimas con el índice.

“¿Cómo sabes?” inquirió él aún sabiendo que ella siempre supo que era el momento, que de hecho se había tardado unos días en darse cuenta.

“Por tu voz que temblaba anoche, porque pensabas en ello cuando me colgaste, porque no estabas cansado sino que no querías hablarme porque yo ya sabía, porque te engañas y te aferras a lo que sabes que se ha terminado, porque tienes un miedo diferente, igual que yo”.

“¿Miedo?” Respondió con la voz ahogada en la certidumbre.

“Sí... eso que jamás pensaste tener, pero ahora yo no puedo tener miedo porque te amo demasiado y porque no hay nada más que hacer.”

Él calló y como siempre, ella entendió en su silencio las palabras que cruzaban el umbral de su mente y supo que era tiempo de actuar.

Y ella pensó fríamente en que en sus manos estaba lo que los hombres suelen llamar destino, pensó también en que su mirada estaría dolorosamente clavada en él en los siguientes minutos, en el hombre más bello que existiera jamás, en el más amado y más perfecto, en el único que había entendido el significado de la vida y por eso tenía que renunciar a la misma; pensó en que ella misma lo entendía, o trataba de hacerlo, que ahora la vida le era tan grande y él se había hecho tan pequeño; pero también pensó en que ella le amaba como a nadie y que por esto y por llegar a entenderlo tenía que completar lo que él no podría hacer.

Tomó sus manos frías y temblorosas, imaginando que quizá las cosas no tendrían que ser así, sufriendo un poco por la realidad y el conocimiento, sintiendo el corazón a punto de salir de su cuerpo, sintiendo un par de lágrimas correr libremente por su rostro. Lo besó una última vez entendiendo de nuevo, pensando, sólo pensando y ya no sintiendo... tal vez sólo odiando que el conocimiento de la vida a que él había llegado no le permitiera terminarla por sí mismo. Cerró los ojos y lo soltó.

Y ella sacó el revolver convencida igual que él de que esa era la única opción porque la vida era ahora más grande que ambos, pues él era viejo (no tan viejo para algunas cosas pero sí para lo que él deseaba) y ella tenía ya el corazón roto, sin posibilidad de amar más, sin posibilidad de creer en el amor, sabiendo demasiado y por lo tanto, con la muerte como única opción.
Dos disparos, ambos certeros, el segundo para no dejar ninguna duda del éxito. La gran mancha carmesí se extendió por la habitación. Después de una hora ella se puso de nuevo sus guantes y salió. Afuera el sol de la mañana brillaba con toda su intensidad, pocas nubes y algo de viento; sería un día hermoso.

jueves, 15 de marzo de 2007

El Quijote, una historia triste

Después de cuatrocientos años de publicado El Quijote, es evidente la vigencia de la obra y su aplicación a situaciones más modernas; los hombres que leen el Quijote se sienten identificados con él, ya sea que hablemos de gente del siglo XVII como del actual; pero ¿por qué sucede esto? ¿acaso Cervantes vivió en una época tan similar a la nuestra? ¿es posible pensar que el Siglo de Oro español es, de cierta forma, tan triste como nuestro siglo? El Quijote muestra una visión triste de la realidad, misma que resulta equiparable a la realidad en sí que vivimos en este momento.

España, para finales del siglo XVI y principios del XVII no estaba en sus mejores épocas; en 1600 hubo una elevación de precios exorbitante, principalmente en el trigo; asimismo, la mayor parte de la población española está sufriendo los estragos de la peste. Hay escasez de mano de obra, lo cual desemboca en pobreza y hambre. El estado se encuentra muy endeudado; hubo varios levantamiento moriscos así como la expulsión de aproximadamente unos 500000 sin los cuales, la economía sufrió un desequilibrio. En fin, es este el panorama en que se desarrolla la novela del Quijote, aquí es donde Cervantes, a través del efecto oratorio del Quijote, imprime el trasfondo histórico de la sociedad en que vive.

Muchos han querido ver a Miguel de Cervantes reflejado en el rostro y acciones del Quijote. Tenemos a un hidalgo viejo, como de unos cincuenta años, que se apasiona tanto con los libros de caballerías que decide armarse caballero y vivir una vida en la que pueda llevar a cabo aventuras de gloria y de peligro como las que leía en sus libros. Don Quijote pierde la cabeza, por así decirlo, se olvida de quien es en realidad y se compromete solemne aunque tal vez ignoradamente con esta imagen del caballero andante que su mente ha logrado crear.
Y por supuesto, ¿qué sería de un caballero andante sin su fiel escudero, su corcel y su eterna enamorada? Don Quijote sabe que no puede prescindir de ninguna de estas cosas y, por lo tanto, comienza la búsqueda de aquellas personas que lo completarán como un auténtico caballero andante.

El Quijote surgió, ante todo, con el designio de combatir la boga de los libros de caballerías, burlándose de ellos mediante sátiras y críticas a la sociedad. El tema central del Quijote es el contraste entre imaginación y realidad, entre los libros y el mundo. La sociedad española estaba cansada de libros de caballería; el Quijote es una manifestación literaria burlona que parodia la moda de ese momento y, por lo tanto, la satiriza para enfatizar que ese tipo de literatura ya ha caducado. Sin embargo, existe un trasfondo más profundo en el por qué del surgimiento de este tipo de obra y también en el por qué de su aceptación tan animosa y rápida.

El personaje del Quijote toma los cánones antiguos de los caballeros andantes, como ya se mencionó: el escudero fiel, el corcel valiente, la enamorada hermosa e idealizada, a veces hasta inalcanzable. Pero estos personajes distan mucho de ser lo que deberían de acuerdo a los libros de caballería; Sancho no es más que un vecino de Don Quijote, un hombre definido como “hombre de bien (…) pero de muy poca sal en la mollera,” Rocinante no es para nada un corcel fuerte y brioso, al contrario, es un caballo blancuzco y débil; Dulcinea, en realidad es tan sólo una imagen mental. Estos personajes, siendo lo contrario totalmente imprimen aún más sátira a la novela, pues enfatizan el hecho de que ese mundo de caballeros y damas hermosísimas no existe. Aún con esto, el motivo principal de la obra no es ése.

La conversación entre Don Quijote y Sancho forma el eje continuo de la obra, en torno al cual puede ir cambiando todo, incluso la perspectiva y la consistencia de los planos de la realidad. Este tema, primordial en el Quijote, responde a las inquietudes y dudas del Barroco; hay que recordar que el Barroco es un momento lleno de cambios culturales e ideológicos muy fuertes, esto genera dudas en la gente así como inseguridades. Uno de los tópicos de la literatura barroca manifiesta claramente esta clase de incertidumbres existenciales: resulta difícil determinar qué es lo real y qué es lo ficticio en este mundo que está cambiando y que se encuentra prácticamente de cabeza; la sociedad española tiene pensamientos muy pesimistas, los estragos del Barroco hacen pensar a la gente que han vivido en un sueño y que ahora es tiempo del despertar, del desengaño cruel en el que los hombres se enfrentarán a la cruda realidad de la existencia. El Quijote se mueve constantemente en los planos de realidad y ficción debido a esta incertidumbre barroca. Cervantes la resuelve, de alguna forma, con la introducción de Cide Hamete Benengeli: “Con esta imaginación, de di priesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamente Benengel,i” con cuyas apariciones se puede resolver alguna inconsecuencia dentro de las condiciones del relato o las inverosimilitudes psicológicas.

Don Quijote se hace armar caballero en lo que él cree que es un castillo, que es una posada en realidad, por mano del señor del castillo, que no es más que el posadero. Las imaginaciones del Quijote son enormes, abismales, de hecho; estas incoherencias pueden ser consideradas como simples manifestaciones de un loco que raya en lo patético de su misma locura llevada al extremo pues no es capaz de ver el mundo como en realidad es. Sin embargo, también es posible considerar al Quijote como un hombre determinado cuyos ideales son tan firmes que no permitirá que nadie se los arrebate, sin importar cuánto trabajo le cueste. El mérito de la figura del Quijote se identifica más con esta segunda afirmación. Si bien es cierto que el lector sabe que el Quijote está loco de remate pues en verdad se cree sus propias historias con una convicción tremenda, también siente un poco de envidia por su ánimo de intentar cosas y querer lograrlas a cualquier costo.

Al ver a Don Quijote acercarse a los molinos de viento, el lector bien sabe que algo malo le sucederá, el lector hace empatía con las aventuras del Quijote y su forma de ser, sus aberraciones incluso, y es posible que, como lector, sienta lástima y pena por este loco, por esta persona totalmente desubicada de su realidad y engañada por las invenciones que él tiene como verdades universales; sin embargo, el lector que busca entender a este personaje tan complejo, después de un tiempo piensa ¿acaso es tan aberrado? ¿acaso no podemos todos nosotros escapar de nuestra horrible realidad?

Y es que todas las aventuras del Quijote, así como los atrevimientos que tiene por estar engañado por su ideal de caballero andante, le traen consecuencias funestas; termina herido, pierde la mayoría de sus peleas, pierde los dientes. Pero todo lo que pasa vale la pena para él, todo lo que hace es porque su convicción es tan grande que debe seguir con las leyes de los caballeros andantes, sin importar nada. Las consecuencias de su comportamiento totalmente desfasado de la realidad no son siquiera apreciadas por él pues no tiene conciencia de que lo que esté haciendo sea incorrecto.

Hay una gran multiplicación de los planos imaginativos, lo cual hace que se disuelva la realidad, como si estuviese reflejada entre muchos espejos. Cervantes, en todos los momentos y puntos de que le parece deseable, introduce el problema de la historia y la ficción, la verdad y la mentira, la verosimilitud e inverosimilitud. A la falta de sentido de la realidad que sufre Don Quijote corresponde la falta de solidez que le circunda; en el orden de la relación humana, todas las personas que entran en contacto con él se portan como locas de remate, justo como él, algunas veces para burlarse, otras para seguirle la corriente, pero es importante cómo siempre le siguen el juego. Finalmente, el posadero que lo arma caballero, le sigue la corriente aún cuando sabe que en realidad, Don Quijote no es un caballero andante: “Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden.”

La distinción que busco enfatizar entre la ficción y la realidad no se centra tanto en la obra literaria pues creo que en ésta es muy evidente. El Quijote presenta una separación de estos planos con un toque más existencialista que refleja el carácter de la época y es importante por la vigencia que este tipo de situaciones tienen en el mundo actual.

El hecho de que el posadero le siga la corriente al Quijote al hacerlo caballero, o sencillamente, que Sancho lo siga en todas sus aventuras a pesar de saber que Don Quijote no es ningún caballero, refleja un deseo por abrazar y apreciar una vida de fantasía sobre la verdadera. Don Quijote, entonces, no es el único loco en la novela, sino que todos los demás lo son. Esto quizá responda un poco al ideal barroco de ver que todo tiempo pasado resultó mejor y que el tiempo presente no puede ofrecer las bellezas de épocas anteriores.

Sancho no busca desengañar al Quijote, parece que todos en la novela se han puesto de acuerdo para hacer del engaño una máscara perfecta frente a una realidad no tan placentera.

La novela no es, entonces, una simple burla; es un anhelo conciente de lo que una sociedad entera ha perdido. Cervantes, como el autor, se refleja en sus personajes principales, ahí está en Don Quijote y su continua tergiversación de la realidad, ahí está con Sancho y su escéptica semiaprobación del quijotismo. Cervantes es el artista que busca cambiar la realidad. Don Quijote no vive una ficción irracional, lo cual resulta admirable, él vive una obra de arte, imita una obra de arte, ¡qué mejor escape de la realidad!

Es triste este retorno a la realidad y es inevitable. Don Quijote es admirable por su convicción, en realidad, es digno de un poco de envidia, aunque ¿se le envidia porque logra convencerse plenamente con una fantasía? O ¿acaso sentimos pena por él debido a su locura? ¿o simplemente amamos su ignorancia y locura? Y es que él vive en la fantasía pero es más feliz de esa manera. Esto prueba que el conocimiento, a veces, trae tristezas y decepciones. Ciertamente, el engaño de Don Quijote no puede ser eterno pero es válida la felicidad ilusoria y efímera, contraria a una realidad siempre triste y malencarada.

El final de la historia es muy triste, de hecho, la historia misma lo es, aunque con tintes satíricos y cómicos, resulta extremadamente triste y melancólica; nos deja ver cuán decepcionante es la realidad, por lo tanto, orilla a los hombres a refugiarse en ilusiones efímeras y consecuentemente dolorosas, si la ilusión no dura, la felicidad tampoco. Y la tristeza es aún peor porque sabemos que Don Quijote no es un hombre malo, tan sólo peca melancólicamente de soñador, y le suceden muchas desgracias debido a que el mundo real es malvado.

Teniendo ya la visión quijotesca y melancólica, es posible abrir la pregunta ¿podemos en verdad renunciar al mundo real? Quizá nos falta la locura de Don Quijote, pero creo que sí tenemos la humanidad y realismo de Sancho, que muchos de los personajes que aparecen en la novela no son sólo simples figuras de ficción, al contrario, son el reflejo de seres humanos con pensamientos y sentimientos tangibles y verdaderos.

Don Quijote es admirable; está loco, sí, y busca una justificación ignorada a su propia locura. Él ha creado un mundo y va a vivir ese mundo aunque no sea real. Aunque, ¿por cuánto tiempo? La realidad siempre pesa más que la fantasía, sin importar que muchos más sigan el mismo juego que el Quijote ha creado. Entonces, la realidad cae fuertemente y ¿valió la pena escapar de ella, aunque fuera por un rato? El desenlace triste de la historia ofrece una respuesta negativa, porque no es posible escapar a la realidad pues ésta lo comprende todo, hasta a nosotros mismos aunque no lo queramos de esa manera.

lunes, 5 de marzo de 2007

Darwin y la selección natural

La teoría de la evolución, a mi parecer, es algo indudable y evidente, a pesar de que aún millones de seres humanos se nieguen a aceptarla y sigan creyendo que la creación de la vida es pura y únicamente de origen divino. El proceso de seleción natural es igualmente evidente y la ciencia lo ha comprobado a través del tiempo en la evolución de diversas especies animales y vegetales.

Darwin hablaba de la adaptación de las especies, de los cambios forzosos que estas deberían hacer para lograr la total supervivencia o, de lo contrario, la extinción. Los seres humanos también entran dentro de esta categoría, ya que, vistos como especies animales y sin la distinción obligatoria de la inteligencia, en muchos aspectos seguimos siendo sólo una especie animal que busca alimentarse y sobrevivir en esta tierra.

El avance tecnológico y científico ha hecho que la vida del hombre se torne más fácil, actualmente ya no necesita valerse tanto de su fuerza física, a veces ni mental; el progreso nos ha ahorrado demasiados esfuerzos, y no exagero al decir demasiados, pues en relaidad ha sido una cosa abusiva, aunque la mayoría de nosotros no lo note.

De ser por la seleción natural, la humanidad no sería tan abundante sobre la tierra, y para esto, pongo un ejemplo sencillísimo; de no ser por la medicina y sus avances, la esperanza de vida sería menor y así la población no sería tan grande. La medicina ha probado que podemos curarnos con facilidad y ésto puede representar un beneficio, sí, siempre y cuando el humano tenga conciencia de cuándo terminar. Pero, desgraciadamente, esta última característica, esta conciencia de los límites, que no sé exactamente cómo denominar, no es algo que distinga al hombre; la sed de más y más, de preservar la vida, por ejemplo, ya sea por causas científicas o el primitivo miedo a la muerte lo llevan a prolongarla, una vida que la selección natural ya hubiera terminado en el momento adecuado.

La inteligencia del hombre es grande, cierto, pero su miedo y sus inherentes apreciaciones morales lo llevan a dejar de razonar y a aferrarse a su existencia con el sólo afán de perdurar de una manera u otra y de ser condecendientes con los defectos o las deficiencias de algunos miembros de la especie.

Un enfermo terminal, por decir algo, ya hubiera muerto a causa de su condición física de no ser por la medicina que lo ha logrado mantener con vida que no es sino un instrumento falso para que la permanencia se cumpla ilusamente.

Darwin no estaba equivocado, las especies se deben adaptar a su entorno y si no lo hacen están condenadas a la muerte, sin remedio. Los seres humanos se creen los grandes descubridores pues han logrado burlar a la muerte en varias ocasiones, pero lo cierto es que se han valido a veces de instrumentos que merman su condición de seres vivos y que tan sólo estancan el desarrollo de la especie y la condenan a la dependencia.

La eutanasia, por ejemplo, ya en este grado en que la vida se quiere preservar a toda costa, no es sino una forma de dejar que la naturaleza haga lo suyo, terminar la vida cuando ésta ya no es digna de servir; pero los retrógrados preceptos morales de la cual la humanidad se jacta de poseer, han cegado el destino primordial de la ciencia.

Con lo anterior no quiero decir que la medicina sea mala o que los avances tecnológicos nos estén llevando netamente a la desgracia, sólo busco puntualizar que la humanidad debe aprender cuándo detenerse, olvidar su moralina y permitir que la naturaleza, cuan sabia es, haga lo que le corresponde.

También, si la natualeza se equivoca, lo que se debería hacer es dejarla corregir sus errores; un organismo defectuoso dentro de cualquier especie, no es capaz de seguir al resto de la manada y provoca un daño a la misma, por lo tanto, la naturaleza misma se encarga de desaparecerlo. El ser humano, por el contrario, busca dentro de su moral y su civilización, la forma de no menospreciarlos e incluirlos en su sociedad.

Si el lector no ha terminado de entender la idea, cuando hablo de organismos defectuosos, me refiero a algún trastorno mental o defecto físico; la naturaleza y el instinto animal hacen a un lado a estos defectuosos para seguir adelante, no se dedican a hacer programas de beneficiencia que retardan el progreso.

Lo anterior, aunque algunos tacharán de fascista o nazi, no lo es, es sólo la defensa de la selección natural, de demostraar que la evolución es evidente y posible, siempre que se sigan las leyes de la natualeza en todas las especies.

Hagamos caso a Darwin y dejemos de hacer el ridículo, ya se ha demostrado en inumerables ocasiones que la naturaleza sabe lo que hace y que no podemos competir contra ella.