sábado, 27 de enero de 2007

La otra realidad, también ignorada

El mundo es lo que es, así de simple. La realidad, de manera filosófica, existencial, social ( y varios etcéteras más)puede ser interpretada y reinterpretada un millón de veces, pero ¿qué hay del concepto físico de la realidad, de la percepción neta y definitiva de ésta de manera tangible?
Para discutir un poco lo anterior me remito de nuevo a Platón o quizá debiera alejarme más, pero para el punto que concierne en este momento, Platón es el ejemplo que mejor sirve dado que nos han enseñado que la filosofía nació en Grecia y por tanto me debo remitir a esas fuentes "primigenias".
El mundo de occidente tiene una terrible obsesión por conocer la realidad en su totalidad y es una obsesión antiquísima pero que apesar del paso del tiempo no ha podido satisfacerce ni explicarse pues la realidad resulta invariablemente incognoscible.
Lo cierto es que no se puede llegar a una conclusión única sobre la realidad, algo que explique lo que ésta es de forma inamovible o universal. Y es que lo que occidente se ha negado a ver es precisamente que la realidad no es cognoscible por el ser humano, que quizá tenemos alguna limitación física para conocerla (como los perros que sólo ven en blanco y negro) o tal vez es sólo un concepto muy grande para el lenguaje y la razón humana.
Pienso que la cuestión aquí viene del deseo humano, puramente humano, por conocerlo todo y explicarlo todo y esto, me parece, se lo debemos en gran medida a las bases sentadas por Grecia y Roma porque el pensamiento de todo occidente aún se basa en eso.
Existe una soberbia humana por conocer que no desparece y es que el pensamiento se dirige aún a buscar y conocer más y todavía más y por esto es que el hombre se ha perdido un poco en el asunto de conocer y conocer, porque se ha negado a otras posibilidades.
Mi idea es que la realidad es incognoscible, tan presente y tan ausente, tan escalofriante quizá, por incomprensible. Pero este es un problema más que nada de occidente; en oriente, por ejemplo, una parte de la filosofía explica que la realidad en sí no es posible de conocer y con esta simple idea se han olvidado de muchos problemas que el hombre occidental aún tiene y que, al parecer, seguirá teniendo si no cambia su visión sobre su existencia.
Conocer ha sido siempre la meta y quizá en ocasiones, ésta no nos lleve a nada, pero la sed de conocimiento no sabe dónde parar, porque el hombre no quiere reconocer que hay cosas que no puede controlar o entender en su totalidad.
El asunto es en sí mucho más complejo y con más profundidad... Pero la conclusión me parece aún buena: que es necesario cambiar de obsesiones y aceptar lo incognoscible como algo natural y quien sabe, tal vez así se pueda dar un giro total a la filosofía occidental dominante.

sábado, 20 de enero de 2007

La realidad... tan ignorada

Vivimos en un mundo absurdo, verdaderamente absurdo y cegado, en una sociedad condicionada e ignorante de su propia condición. Debemos cubrir una serie de reglas sociales y atenernos a ciertos códigos tanto civiles como morales.

La vida se reduce a simples reglas: haz lo que todos hacen (no lo que quieres hacer) y sé lo que todos esperan de ti (no lo que quieres ser), esto para existir dentro de la esfera sin salirse ni un centímetro, de lo contrario voltearán a verte como el bicho raro entre la fauna uniforme y encontrarán el detalle que te hace diferente. Cásate, ten hijos, cree en Dios, ve a la universidad (simples ejemplos), vive en el mundo y sé como el mundo, en pocas palabras, mimetízate con el ambiente y no pienses, sobre todo no pienses.

Así es esto, y lo peor del caso es que estamos ya tan condicionados a que las cosas deben de ser de esa forma, que incluso no pensamos que existe la posibilidad de no hacerlas de ese modo. Pero es posible... y para demostrarlo me remito a una pregunta que aunque no lo parezca de entrada, viene mucho al caso: ¿qué preferirías, si te preguntaran: tener la razón o ser feliz? La pregunta (a mi modo de ver) remite a la realidad de alguien que ha descubierto un mundo aparte al que todos ven pero que no pueden hacer que los otros lo vean, de esta forma, la persona tiene la razón pero los demás lo ignoran y curiosamente el grupo de los "demás" es más feliz porque ignora que hay un mundo fuera del que se le ha enseñado.

Esta misma pregunta, curiosamente, se remonta a un mito platónico de antaño, el de la Caverna, donde se representa, de una manera más primitiva, a un hombre que ha descubierto algo más allá de la cueva a la que todos sus iguales han estado confinados; el hombre los trata de convencer de que hay un mundo afuera, en la luz, pero jamás es escuchado y al contrario, es condenado.

La existencia actual no dista mucho del dilema platónico en realidad. Sin embargo, es posible evadir la condena, tener la razón y también alcanzar la felicidad. El hombre que se da cuenta de su verdadera condición entiende que no hay necesidad de cambiar a los otros, que de todos modos se niegan a ver otras posibilidades, por lo tanto, no se tiene que sufrir por hacerlos abrir los ojos y esta superioridad nueva (me gusta llamarla así) proporciona al hombre inteligente un grado de conocimiento y superioridad imborrable sobre sus congéneres, porque es ahora un hombre seguro de tener la razón y tan inteligente que puede manipular a los otros a voluntad y así evitar la condenación al desenvolverse en su mismo mundo, el hombre inteligente puede hacerlos creer que se mimetiza con ellos, controlarlos, entenderlos, burlarse de su pequeñez y finalmente ser feliz.

El Conde de Lautréamont en sus Cantos de Maldoror, entre otras cosas, demuestra precisamente lo anterior y enfoca la "rareza" a un plano de hegemonía que trae incontables posibilidades, todo a través de pensar y conocer, de atreverse a ver más allá de lo establecido y encontrar la verdadera naturaleza del hombre en todo su potencial, al grado que se vuelve inhumano (en cuanto que lo humano no parece llenar las expectativas) y se vuelve simplemente un ser superior.

De esa forma, se vive en el mundo con la felicidad del conocimiento y la totalidad de la razón...

martes, 16 de enero de 2007

En la vida ¿o la muerte? (cuento, o algo así))


“La muerte toma siempre la forma
de la alcoba que nos contiene.”
Xavier Villaurrutia

Abres la puerta de tu casa y ahí está ella de nuevo, te mira, te analiza, tú no la quieres ver, tú no la quieres, no la conoces, no la entiendes, pero sabes que sin embargo, ella ahí está siempre sin que tú puedas evitarla.
En las noches, con esa mirada te pone a sudar, tan cerca, tan lejos, un espíritu, un sueño, ella tan extraña, tan distante, pero tan tuya. La quieres tocar y no puedes, te huye diplomáticamente, pero nunca te deja de ver.
El espejo te descubre, un hombre cansado de la vida pero aferrado a ella, siempre tomas en tus manos el rosario que tu esposa te dejara al irse, lo agarras con fuerza, sólo recorres las cuentas con los dedos, porque no quieres rezar, porque rezar no te sirve de nada. Ves tus ojos tristes, sientes tu corazón que late con hastío, y tu frente que suda frío.
Ahí, en la esquina del espejo hay otra cosa, como una forma indefinida, junto a tu reflejo está el de ella, convergen tu sombra y la suya, está enredada a tu cuerpo como los amantes que se retuercen en el lecho. Ella es tú, ella es todo lo que tienes, tu aroma, tus pensamientos, tu dolor, todo es ella, tus pasos cansados, tu respiración ingenua, tus manos aferradas al rosario inútil, todo, el sentido de la vida.
Regresas al cuarto las veces que quieres regresar y sales cada que lo deseas, vas a la calle, a llenarte del mundo que no te conoce, de la monotonía; pero siempre es lo mismo, ya sea adentro o afuera, la gélida brisa, la piel húmeda, el sofocamiento, ahí están los dos siempre, irremediablemente, piensas que tal vez eternamente.
Duermes con una mezcla de miedo y de resignación. Despiertas de nuevo con la luz de la mañana que te indica que una vez más has sobrevivido a la noche, que ella te dejó vivir un día más, unas horas más. Sales, haces una rutina que imita lo que te atreves a llamar vida, regresas luego al cuarto, a mirarle y no mirarla, a tenerla y odiarla.
Una noche, un calor extraño te despierta, te levantas y no la ves, la buscas, ¿por qué? no lo sabes, no te importa; es la costumbre quizá, pero no está, el cuarto no está frío tampoco, no sientes su mirada ni ves su sombra reflejada en el tocador por la luz de la luna, no estás sudando. La buscas otra vez. No sabes bien qué quieres encontrar pues no sabes lo que ella es, sólo lo intuyes, porque nunca se ha dejado tocar, sólo se ha dejado sentir; sales del cuarto con el rosario en la mano, piensas, caminas, no la encuentras y regresas confundido.
Ahí, entre las arrugas de la cama, bajo las sábanas, crees ver un cuerpo, pero no lo reconoces. Entonces te acercas más porque piensas que es ella, la que duerme a veces contigo, la que te respira al oído, la que nunca te deja. Pero no es ella, levantas la sábana y ves unas manos grandes que se aferran a un rosario, unos ojos cansados sin poder dormir, eres tú, ella ha no te ha dejado, sólo te ha llevado consigo sin que te dieras cuenta, durante la noche, al fin; ahora, sólo te deja contemplar lo que no eres, lo que ella al fin ha reclamado como suyo.
Sonríes, no eres nada, nunca fuiste nada.

viernes, 12 de enero de 2007

Los Reyes y los Dioses

Cuando era niña, a mí como a millones otros, me contaron la terrible historia de los Reyes Magos, (si, es terrible, ahora verán por qué); se trataba de unos misteriosos seres de Oriente que traían regalos a los niños. Claro, uno es tan inocente que se cree todo (o casi), y todo para que luego llegue la desilusión terrible cuando la realidad se torna evidente y uno acepta que no hubo nunca tales Reyes hacedores de regalitos.

Estando en estas fechas en las que se recuerda a los Magos y sus ridículos juguetes, me pongo a reflexionar un poco sobre la naturaleza de esta creencia; parto por un comercial de televisión en el que me llama la atención la forma de ver la existencia de los Magos y lo que conlleva; Está una niña que le dice a su mamá que ya se ha enterado de que su papá es Santa Claus (si, el panzón que también trae regalos mágicamente). Lo curioso del comercial (y que es lo que más molestia me provoca) es que la mamá, al ver que en realidad la niña no ha descubierto la naturaleza del engaño sino que a su forma sigue creyendo que existe el mágico Santa Claus, no hace nada por sacarla del error en que ella misma la ha puesto, sino que sigue adelante con el engaño. Y el comercial, de cuya publicidad no especificaré, cierra con la frase "Vivir es increíble" (para nada de acuerdo con lo que anuncia, a mi modo de ver).

El caso es que los Reyes y el Sr. Claus alimentan la misma idea absurda y prescindible que consiste en engañar a los niños de una forma estúpida; claro, el adulto se cree mucho porque piensa que debe preservar la "ilusión", pero están equivocados pues desde niños, todos deberíamos saber que no hay tal cosa como los Reyes y los mismos adultos se deberían sentir avergonzador por llenar a sus hijos de ideas idiotas.

Yo dejé de creer en los Reyes Magos cuando tenía como nueve años y dejé de creer en Dios aproximadamente a los dieciocho; actualmente, si me preguntan, el cuento de los Reyes y el de Dios son la misma cosa, una para que se la crean los niños y otra para los adultos, porque en esta sociedad sin-sentido existe la idea de que se tiene que depositar la fe de uno mismo en cosas inexistentes y tontas.

Sólo hay que ponerse a pensar un poco... los niños no son tan tontos en realidad, es el adulto enfermo de esta existencia vacía el que deposita ideales que el ser humano no necesita de por sí.

Pensemos, no engañemos a los niños, porque sólo les otorgamos la ilusión que eventualmente tendrán que perder porque el mundo real no admite sueños en seres misteriosos creadores de regalos y no sé, mi apuesta es que si desde niños de cortan las creencias absurdas, eventualmente la sociedad dejará de aceptar enagenados inseguros que siguen creyendo en Dios. Pensemos, y pensando el teatro de la ilusión se viene abajo, indiscutiblemente. Lástima que eso de pensar no es una actividad preferida por el grueso de la sociedad y lástima que unas simples palabras no puedan cambiar al mundo.