sábado, 20 de octubre de 2012

Otra vez el amor.


"No se ilusione: Amar es dirigir, en medio de un campo de batalla, 
un coro dulce que canta a la derrota." Alejandro Páez Varela.


A punta de observación, y de regresar a leer a mis poetas preferidos, los que hablan del amor y no lo ensalzan hacia la eternidad, pude anclar de nuevo los pies a la tierra. Y es que me encanta volar. Olvido los errores y suelo hacer de cuenta que después de una palabra linda habrá una eternidad. Y lloro todavía porque la realidad es real, porque no se puede rescatar amor en una fotografía tomada hace meses o en una palabra dicha hace todavía más.

Es la misma historia. Mi problema es que tengo una muy caprichosa memoria selectiva. Pero afortunadamente llega un punto, raro y difícil de encapsular, en el que uno puede verlo todo desde otra perspectiva.

Ya estoy cansada de los mismos altibajos de siempre, de sentirme alegre y hasta arriba de la montaña rusa para inmediatamente después llorar por una carencia estúpida que me desmorona hasta niveles inverosímiles. A veces sólo quisiera que las mentiras fueran ciertas, quisiera tener una bonita relación de pareja, estable, única, entregada, eterna; pero esas cosas no existen. En mi experiencia, la gente anhela cosas que no existen porque cree que las ha visto en otro lado, porque hay quienes lo aparentan a la perfección: parejitas que han estado juntas por años y que según indica la cosa, nunca han tenido ninguna dificultad. No soy tan idiota, sé que no es cierto, pero la apariencia y el bendito mundo del simulacro es a veces mucho más grande que la realidad. Y yo me compro lo que sea, de manera impulsiva en varias ocasiones. Entonces vuelo y quiero todo eso, la cursilería que con el tiempo se convierte en más cursilería, las palabras que creo siguen trascendiendo a través del tiempo. O yo qué sé… las tonterías se manifiestan de muchas formas.

Pero a veces también logro ser realista. Me hago declaraciones categóricas como que: “todas las cosas hermosas que hace sentir el amor son tan efímeras que no valen la pena frente a las cosas terribles y dolorosas que el desamor desata”; y entonces me convenzo a punta de muchísima voluntad de que el amor de pareja (lo que sea que eso signifique) no es, viendo el panorama completo, algo tan emocionante ni tan indispensable ni tan lindo. Me repito a mí misma, como un mantra, que el amor es a mí lo que cualquier droga es para un drogadicto en recuperación, una sustancia que hace sentir bien a ratos pero que al final destruye. Me repito entonces que lo bueno que le pueda hallar al amor nunca es más que lo malo y que dado que soy una romántica irremediable, una compradora compulsiva de ilusiones, mejor me saldrá alejarme de él, así como buen drogadicto en terapia al que le dicen que debe alejarse de las sustancias para que pueda conservar su vida.

Y es bien difícil. Pero tengo varios mantras guardados en forma de poemas que escribe la gente que sí sabe escribir, sobre haber sido destrozada por la consecuencia. Tales cosas me funcionan como el ejercicio espiritual de San Ignacio de Loyola, es decir, imaginarse en el infierno, recurrir a la consecuencia maligna y desgraciada con el objeto de permanecer en el lado del bien.

Y siempre es bueno preguntarse: ¿Quién va a querer estar sufriendo gratis? ¿Por qué habría yo de necesitar legitimarme a través de una persona? ¿Por qué tendría yo que reconstruir mi vida después de que el amor, sea mucho o poco, se acabe y todas las cosas ligadas a ese amor, cosas que existían antes de él, ahora me duelan por la consecuencia?

No, basta de todo eso. Voy a dedicarme a mí. Regaré mis plantas y conservaré lindo mi jardín (metáfora, claro) en lugar de esperar que otros me regalen las flores. Iré a hacer cosas yo sola, sin ligarles elementos exteriores más importantes que yo misma. Tomaré lo mejor de la gente que me rodea, de la que aún puedo aprender cosas, disfrutar, pasarla bien, pero sin dejar de ser yo. Porque es una verdad universal que cuando uno ama se entrega, va dando y dando, con la creencia falsa de que mientras da también gana, sin darse cuenta de que pierde; uno cede cosas mínimas al principio, hasta que después de un tiempo considerable ve cómo ya ha empeñado sus noches, sus fines de semana, sus lugares especiales, sus actividades, sus cosas, sus pensamientos, etc.

Así es como es. Y no hay que culpar a nadie, creo que ni siquiera me debo culpar a mí misma. Agradezco haberme dado cuenta, agradezco mucho a la persona más desagradable e inteligente que conozco, el haberme enseñado (sin querer, a base del ejemplo), cómo no deben de hacerse las cosas, cómo no debe uno tirarse a la vereda a sufrir y quebrarse el seso por estas cosas raras. Agradezco que indirectamente me haya demostrado cómo es esto, para que yo lo viera después con más claridad. Y como Borges, una vez más, le huyo al amor, por miedo a que me destroce (y no me avergüenza el miedo, que es, como dijera Hobbes, la única pasión de la vida). Ahora sólo ruego ser lo suficientemente fuerte como para no ceder otra vez ante los encantos que aparenta, ante las palabras hermosas sobre las cuales dan ganas de erigir monumentos, ante los mensajes o las llamadas que parecen haberse hecho para sostener el mundo entero, ante tantas y tantas cosas más.

Y seguir.



Music on: Brahms - Symphony 3
Quote: "El amor es un tabique en la iglesia de los perdidos" A. Páez Varela
Reading: El placer del texto -  Roland Barthes

martes, 16 de octubre de 2012

Einsamkeit



En los  momentos más difíciles, a veces los más determinantes, es que uno se da cuenta de cuán solo se encuentra y de lo poco que le sirven las palabras para sentirse mejor. Escribió Bretón: “una aberración monstruosa hace creer a los hombres que el lenguaje ha nacido para facilitar sus relaciones mutuas” y tiene toda la razón. A veces uno no puede comunicar a través del lenguaje y aunque pudiera, siempre existe esa finísima soledad que nos separa tanto de los otros, pero tanto y al mismo tiempo tan imperceptiblemente que es difícil aprehender la magnitud de la separación, el peso de la distancia. Estamos solos, la soledad resulta a veces ineludible, parte de la metáfora muerta de que ésta se convierte en la única compañía.

Me he dado cuenta de obviedades, cosas que no había querido ver o siquiera reparar en ellas. La gente se va muriendo y al menos en mi familia no es que lleguen nuevas personas a suplir a los muertos. No soy tan vieja y ya he enterrado a varios familiares cercanos (sé de cierto que gente de mi edad no ha visto siquiera un cadáver); y resulta que nos vamos haciendo menos porque contrario a lo que he visto que sucede en otras familias, donde existe esa idea de que la gente joven va y se casa y tiene hijos (o al menos va y tiene hijos) y así la familia sigue creciendo, o sea, aunque el abuelo se muera hay el nieto que seguirá en la procreación alegre. Pero en mi familia no pasa así. La gente se muere, los jóvenes somos pocos y no nos reproducimos, ni siquiera tenemos una buena relación entre nosotros.

Hablaba al principio del lenguaje porque es necesario y porque por tantas cosas que puedo traer guardadas no me es posible realmente comunicarlas. De hecho, más allá de la posibilidad, siento que no es algo que quiera compartir así como así con la gente porque la gente tiene sus ocupaciones y siempre carece de tiempo para escuchar o servir de consuelo. Incluso me da un poco de vergüenza robar algunos minutos de su tiempo a causa de mis tonterías. A veces pienso en contratarme a un psicólogo que me escuche los traumas, al fin que para eso están, pero no, el dinero es preciado como para gastarlo en tonterías así. Entonces escribo, porque es lo único que me sale bien (y llorar en silencio, don que no todos dominan) y porque escribir es un placer hedonista y gratuito, quizá el único que se puede satisfacer en soledad.

Y regreso a la soledad. Creo que es tiempo de irme acostumbrando. La familia decrece, los pilares se tambalean, ya nada se conserva como era, a pesar de los esfuerzos por que así sea. Del amor de pareja, que tanto me puede obsesionar, no es tiempo de hablar pues está estático, inexistente, no correspondido, y ahora estoy sin hallar quién cumpla mis expectativas y sin deseos de seguir torturándome al respecto. Mas bien regreso a esa soledad mansa que ahora sé estará conmigo el resto de mi vida, del lado de lo familiar, de aquéllo que en la escuela nos enseñan como la base de toda sociedad y el principio de todo contacto humano. Sé que estaré asistiendo a más funerales que a bodas o a fiestas de cumpleaños, así es en mi familia, una sociedad de viejos que no han hecho lazos tan fuertes con lo que se suele llamar la “familia política” o “de segundos grados”. No me quejo, en realidad he aprendido a estar bien con lo que soy y lo que tengo; sólo comparto la impresión, el hecho de que uno no se da cuenta de cosas evidentes, que uno da por sentado algunas cosas sin reparar realmente en ellas. Y es sólo que me hace falta acostumbrarme a ese estado de soledad irremediable al que voy a pertenecer. Nada más.

¿Qué hacer? yo lo soluciono de la manera más simple, ponerme a escribir, en parte como terapia performativa y porque de algo ayuda decir sin decir, voltear hacia adentro del alma y dejar salir un poco porque aun ese poco es tremendo y dejarlo al ojo público y extraño ayuda bastante, porque así aliento el voyeurismo de lo que escribo, porque lo que escribo es parte de lo que soy y de esta manera puedo continuar sin haber olvidado lo que he sido en tal o cual momento. Ah, y porque la escritura es una manera de ahuyentar un poco la soledad, o al menos engañarme con ideas (yo, la eterna consumidora de ilusiones). Así la vida.


Music on: Einsemkeit -  Lacrimosa
Quote: "sueño con nuevas armonías, un arte de las palabras, más sutil y más franco, sin retórica, y que no intenta probar nada" André Gide.
Reading: Días tranquilos en Clichy - Henry Miller