viernes, 25 de junio de 2010

despertares trémulos

amanezco entre la hierba y recorro un páramo interior mientras el sol termina de pulverizar el sueño. el sueño es un rescoldo de algo que perdí hace tanto que no recuerdo. el recuerdo es un insecto enajenado que habita silencioso entre mis dedos y mis años.

un día más entre despertares trémulos
se va ciñiendo a mi cintura desierta
caigo
me desvanezco

camino sobre un laberinto de color aunque mi alma se tiñe de negro a causa de la oquedad. la oquedad no es sólamente un abismo de forma sino una isla que de pronto se convierte en un fantasma vestido de melancolía. la melancolía repta alrededor de mis pies y de vez en cuando alcanza mi cabeza.

respiro
exploto al grito de la eternidad que me regresa al vacío
desnuda entre la hierba, no supe cuándo perdí la conciencia y de paso, la compañía
estoy en una isla donde el tiempo ha quedado fuera
espero a que la ausencia se vaya a navegar por otras islas
mientras ahuyento a los buitres famélicos que pierden sus plumas y aguardan mi desceso

a veces también duermo con diminutos granos de arena acomodados en la piel. la piel se ha ido confundiendo con la forma de los huesos. los huesos van mermando, cada vez más pequeños junto a los grandes árboles. los árboles no son tan grandes, tambén se están rompiendo.


Music on: We won't need legs to stand - Sufjan Stevens
Quote: "Haces mal en ilusionarte, yo estoy lejos, tanto que me da asco" Julio Cortázar
Reading: La isla de las breves ausencias - Francisco Hernández

jueves, 17 de junio de 2010

un sueño

esta noche me visitaste en mis sueños
estabas dando vuelta por la esquina de una calle sin nombre; 
ni en el mundo onírico estuvimos juntos, qué triste no controlar tu voz o tus manos en ese paisaje donde al menos compartimos el espacio
todo es tan absurdo
hace unos días sostuvimos una de esas charlas por internet que hace años nos salían bien
"... está escribiendo" no dejaba de aparecer en la simpática ventana bajo la mirada que se vaciaba en tu foto.
qué distintas palabras
ya no te puedo hablar como antes, el silencio me ofusca
me río en un "jajaja" que escribo sin sentirlo
cuando me platicas esta cosa y la otra
de pronto empiezas a esribir monosílabos y los argumentos se me acaban, se me va la palabra que te haga dejar de contestar así, me pierdo, te pierdo;
pero bueno, hemos estado perdidos el uno del otro desde hace mucho mucho tiempo
espero sanar
completamente
pronto
me cuentas que estás  bien, con mucho trabajo,
no me dices, eso sí, que tienes novia y que van bien,
me pregunto si sabes que me rompiste la esperanza y el corazón
sí, así mismo, roto, aunque parezca un cliché agotado.
no he vuelto a amar
¿te importa saberlo?
me deshago constantemente cada que apareces por casualidad en tu roja forma virtual y tus mensajes futboleros
nada importa
sino seguir adelante
pero es difícil cuando te tengo cerca y nada de lo que me rodea me basta porque no te contiene
sé que no hay esperanza y de todos modos... 
sí, de todos modos, consigo que no deje de dolerme
esta noche espero no verte entre mis sueños
y si te veo, deseo quedarme muda para no llamarte desesperadamente
tengo que voltear al otro lado donde vive una inmensa nada que me abruma pero que no te contiene 
sobreviviré un momento más
así
poco a poco
hasta sanar...
o hasta la muerte



Music on: Fidelity - Regina Spektor
Quote: "Quién si yo clamara me escucharía entre los ángeles"
Reading: Gritar es cosa de mudos - Francisco Hernández

domingo, 13 de junio de 2010

Elegía


Se descompuso el tiempo,
se pudrió su manzana en el armario,
las aguas del mundo se entregaron al caos,
de amarillo vistieron las ramas
dueñas del césped amargo de tus lienzos.

Mi cuerpo
es cadáver de enredos.

De mis ojos azarosos, marco de tinieblas
fluye el Estigio rapaz antiguo;
en murmullo se forma el tic tac de mis venas.

El armario se desviste a través del pálido infinito:
es un ruido sordo,
mi reloj descompuesto.


Music on: Haven't met you yet - Michael Bublé
Quote:"El tiempo, eso que yo conozco como tiempo, se mide con tu ausencia" Fco. Hernández
Reading: Soledad al cubo - Francisco Hernández

viernes, 4 de junio de 2010

Amparo Dávila: De "Muerte en el bosque" y "Un boleto para cualquier parte". O de cómo huir desesperadamente


La sustancia fue el humo, o el sueño,
la niebla que se vuelve irrealidad”
DÁVILA, Tiempo destrozado

Amparo Dávila nace en Zacatecas en 1928. Su producción literaria es breve pero de calidad, llena de ingenio y buen manejo de lenguaje y creación de atmósferas. Sus libros más importantes, dentro del campo de la narrativa son: Tiempo destrozado (1964), Música concreta (1959), y Árboles petrificados (1977), obra con la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia ese mismo año. Su cuentística suele enmarcarse dentro de lo que se denomina literatura fantástica, género que Dávila utiliza para trabajar el misterio, el suspenso y lo desconocido en conjunto con detalles totalmente realistas en escenarios cotidianos.
A pesar de la entereza de sus producciones, Dávila aún no ha sido reconocida por la crítica y tampoco es mencionada frecuentemente en estudios o antologías; Emmanuel Carballo en su libro Protagonistas de la literatura mexicana sólo menciona a Dávila para decir, como dato sin importancia, que estuvo casada con Pedro Coronel, amigo de Juan Rulfo[1] pero jamás habla de su oficio de escritora. Asimismo, en Historia de la literatura hispanoamericana sólo se dice que Dávila es reconocida por sus relatos “de rasgos kafkianos y cortazarianos que han sido recopilados en Muerte en el bosque (1985).”[2]
En realidad Dávila es una escritora cuidadosa y multifacética que trabaja sus cuentos bajo distintas formas y desde perspectivas diversas. En términos generales, los temas que aparecen en la narrativa de Amparo Dávila son la enajenación mental, el peligro, la muerte, el miedo y lo siniestro; la mayoría de estos temas giran en torno a personajes femeninos.[3] Esta afirmación no es del todo cierta pues, aunque sí abundan esos temas, Dávila también explora, y de manera magistral, la perspectiva de la voz masculina.
Estos temas, de inicio, se inscriben en escenarios comunes con personajes en apariencia comunes también pero que poco a poco se desenvuelven hacia otras cosas y bien pueden llegar al límite de las sensaciones y envolver al lector en una atmósfera de incertidumbre tanto frente a lo fantástico como frente a lo cotidiano que en ocasiones lleva directo a la locura.
Muchas veces, para sus personajes, nada de lo que les rodea les parece mejor que sus sueños y entonces su imaginación crea un mundo alterno en el que existen otros destinos regidos por otras leyes; también son personajes que generalmente se presentan como estáticos, estancados en una realidad que desprecian pero de la que no pueden escapar, sus inquietudes se manifiestan mediante el flujo de conciencia que demuestra la insatisfacción y el deseo de alcanzar la soledad.
En Muerte en el bosque, volumen que aparece como recopilación de sus volúmenes anteriores, Dávila trabaja un tema recurrente en dos de sus cuentos cuya temática gira en torno a la huída constante y desesperada hacia algo desconocido. Se trata de “Muerte en el bosque” y “Un boleto para cualquier parte” en los que, primero que nada, es de importancia destacar que a diferencia de la mayoría de los demás cuentos contenidos en este volumen, no se concentra en personajes femeninos en ninguna de sus formas principales sino que, al contrario, el narrador se enfoca a un personaje masculino y con esto descubre las inquietudes que éste presenta tanto en su interior como en su proyección hacia la sociedad, al tiempo que el lector se familiariza con la gran ansiedad y desesperación que permean las historias.
Carlos Rojas Urrutia escribe que los motivos en la literatura de Amparo Dávila son la angustia, la ausencia, la desilusión, la esperanza de encontrar en el futuro un escape que nunca llega.[4] La huída constante se afirma como tema también y se presenta como una sensación crucial y necesaria para asegurar la supervivencia aunque esta no se vislumbre de manera concreta.
“Un boleto para ninguna parte” es un cuento que narra la vida de un personaje sin otro nombre que el de Señor X, un mote tan impersonal que indica la necesaria compenetración de cualquier lector hacia el personaje en cuestión. Es alguien que huye de la monotonía de la vida y más que eso, de las reglas sociales a las que se debe ceñir forzosamente, como son la obligación de casarse y la presión de la familia para que tenga la vida correcta dentro del plano cultural y social propio de ese México desde el que escribe Dávila, a principios de la segunda mitad del siglo XX.
El Señor X no quiere la responsabilidad y presenta una sensación muy parecida a la enfermedad cada que recuerda el peso de su obligación y de lo que se supone que debe hacer en su vida. Para describir el estado de ánimo del personaje, Dávila utiliza frases como: “las piernas se le estaban entumeciendo”[5] “ya no disponía de libertad”[6] “necesitaba estar solo, pensar,”[7] que denotan gran frustración emocional reflejada también en estados físicos.
Este personaje está viviendo una vida que no quiere pero tampoco se manifiesta para hacer algo en contra de su condición; sabe que debe pedir un aumento a su jefe porque se va a casar, sabe también que ese matrimonio es más una obligación que un gusto, sabe que no soporta a su suegra y que odia ir a cenar a su casa. A lo largo del relato, los temas agobiantes se potencializan y entonces, cuando el hombre parece estar al borde de la desesperación es que aparece la salida maravillosa a sus problemas, misma que se resume en salir a la estación de trenes y comprar un boleto para cualquier parte.
Sin embargo, hay que mencionar que el proceso para llegar a tal decisión es crucial para entender el relato y ver cómo es que la fuerza de la imaginación es más fuerte que toda la realidad. El señor X recibe un recado de su sirvienta quien le dice que hay un hombre que lo ha estado buscando varias veces y que necesita hablar con él. La presencia de ese hombre misterioso “un señor muy serio, alto y flaco, vestido de oscuro”[8], cuya procedencia o propósito nunca es revelado al lector, es el motor de la locura del señor X quien, al escuchar que lo buscan comienza a imaginarse una serie de posibilidades que, si bien no son absurdas, tampoco son justificación para que salga huyendo por la ventana de su casa.
Dávila demuestra, mediante la imaginación exagerada de su personaje que la desesperación ante la rutina y la responsabilidad es tal que cualquier otra cosa imaginada que tenga la potencialidad de salvarlo puede resultar lo suficientemente buena como para tomarla. Después de imaginar las posibilidades por las que el hombre lo está buscando, decide que la mejor opción para salvarse es, efectivamente, huir de la manera más irracional posible (aunque por supuesto, para el personaje no parece de ninguna manera irracional) y refugiarse en cualquier lugar del mundo en donde no se le pueda encontrar nunca: “Allí se quedaría esperando hasta el último día del mundo. Él iría lejos. Donde no pudiera encontrarlo y decirle nada.”[9] En principio, el señor X parece estar huyendo solamente del hombre misterioso, sin embargo, es bastante sugerente el hecho de que en realidad el hombre está huyendo de todo lo demás, de la suegra, del matrimonio, del trabajo, de su vida actual que aborrece y le pesa. Dávila presenta así algo que se acerca bastante a la locura pues el personaje se imagina muchas cosas terribles que lo asustan; se imagina que el hombre le dice: “le suplico, señor X, que tenga usted resignación y valor. Su madre se encuentra moribunda y no hay manera de salvarla…”[10] o bien “tengo una orden de arresto contra usted, señor X, por desfalco…”[11]; todas estas son sólo posibles argumentos sin aparente base real y sin embargo, el señor X se queda con ellos como si fueran ciertos lejos de aventurarse a asumir la realidad y averiguar qué es lo que el  hombre misterioso va a decirle.
Así, en la desesperación absoluta, el hombre prefiere huir de todo, sin saber ni de qué ni hacia dónde se va a dirigir, pues esto tiene que ser mejor que la realidad. Y es esa tesis la que en realidad sustenta todo el relato. Dávila nos plantea un personaje con un estado de conciencia tan alterado que imagina cosas horribles que para él justifican su huída desesperada, tanto así, que resulta más importante el mismo hecho de huir que cualquier cosa con la que se pueda encontrar después. Así, él cree que ya ha eludido la realidad pero lo cierto es que ha comenzado a vivir en otra de la cual ya nosotros, como lectores, no tenemos noticia.
En “Muerte en el bosque” el tema de la huída tiene varias cosas en común con lo que se presentan en “Un boleto para cualquier parte,” en el sentido de que ambas son voces masculinas que tratan de eludir la responsabilidad y que huyen a lugares extraños, desconocidos, hasta tétricos gracias a las posibilidades que su imaginación recrea.
En este cuento aparece un hombre del cual no tenemos noticia de cómo se llama, es más, la misma autora hace que nos refiramos a él simplemente como “el hombre.”  Se trata de alguien que vive su vida con un constante cansancio, casi como autómata: “delataba cansancio, una fatiga de siempre. Llevaba el cigarrillo constantemente entre los labios como si formara parte de ellos”[12] es un hombre al que todo le da igual y que está harto de la vida.
La acción principal de este cuento surge cuando el hombre encuentra un anuncio en la calle que ofrece un departamento en renta; entonces el hombre, después de dudar y dejar a un lado el cansancio, se dirige a ver el departamento para decidir si se muda ahí junto con su familia. Esta acción, que si bien es el motor de todo el cuento, al final resulta intrascendente pues funciona sólo como un pretexto para que el lector se entere de las sensaciones, frustraciones y tristezas del protagonista con respecto a su situación familiar y social.
Poco a poco y a través de monólogos internos en que el hombre recrea las palabras de su mujer, es que sabemos que se trata de un matrimonio que ya no funciona, donde la mujer acumula cosas inútiles en la casa, se queja de sus hijos y de que nunca le alcanza el dinero; también vemos el hastío del hombre que ya no recuerda por qué se ha enamorado de esa mujer ni por qué es que sigue viviendo con ella o por qué no se atreve a hacer algo para cambiar su vida. Y en estas quejas se llena el ambiente de nostalgia: “Y ésta era aquella muchacha esbelta, con sus blusas siempre almidonadas y sus faldas de mascota que él iba a esperar todas las tardes a la salida de la oficina;”[13] y se vislumbra la realidad de que nada es como uno quiere que sea. Junto a la nostalgia se repite el cansancio, la tristeza y el enojo del hombre pues se sabe participante de una relación sofocante que a nadie gusta.
El hombre pregunta por el departamento y mientras espera a la mujer que le dará el número telefónico del dueño del mismo, empieza a imaginar una serie de cosas que parecen ser muy atractivas pero que en verdad son irracionales. En la azotea del edificio, el hombre dirige la vista hacia el bosque e imagina lo maravilloso que sería huir hacia él, mimetizarse con los árboles, o mejor aún, formar parte de ellos, ser uno de ellos y así olvidar las responsabilidades y los problemas que le causa su familia, su trabajo, su vida en general.
El hombre se sumerge en ese mundo alterno donde la imaginación, irremediablemente, toma el lugar de la realidad, al punto que piensa que los objetos cobran vida: “siempre la sensación de que un día aquel mundo de objetos se animaría y se echaría sobre el”[14] y que debe hacer algo al respecto, algo por huir a la asfixia de saber que la vida al lado de su mujer es una tortura.
La mejor solución que se le ocurre al hombre, que en su imaginación ya no puede aguantar más el peso de la existencia, es huir, huir para siempre y de todo aunque la huida no sea del todo satisfactoria o certera. Huir es la única manera de librarse de todos sus tormentos. El hombre desea irse de lo que conoce hasta el momento “descansando de aquella fatiga de toda su vida, de los tranvías, de las calles llenas de gente y de ruido, de la prisa, de los relojes, de su mujer, de la horrible vivienda, de los niños…”[15]
La solución es escapar hacia el bosque en donde puede escucharse a sí mismo y tener tranquilidad; sin embargo, lo interesante de la decisión de huir es que eventualmente, aún antes de escapar, el hombre sabe que quizá el bosque no le otorgará otra cosa sino la muerte y, aún así, decide tomarla, después de imaginar una vida tranquila como árbol, comienza a ver la parte oscura de eso y dice que padecerá también de esa forma: “morir de angustia al oír las hachas de los leñadores, cada vez más cerca, más, más, más… sentir el cuerpo mutilado y la sangre escurriendo a chorros.”[16] El hombre se da cuenta de que si se convierte en árbol también ha de morir, quizá incinerado, lastimado y muy triste, y no sólo eso sino que sus hijos no lo reconocerán a través de esa nueva forma; pero decide morir así de todos modos y desde la azotea, donde el hombre imagina todas estas posibilidades, la voz de la mujer que lo acompaña lo llama pero él aún aletargado en el sueño se va corriendo, no escucha nada: “el hombre no la oía, o ya no le importaba oírla y seguía bajando las escaleras como si lo estuvieran persiguiendo”[17] y corre y se adentra en el bosque con la desesperación de un verdadero esquizofrénico que no ve en la vida otra cosa que no sean peligros, acusaciones, reproches, acechos.
En estos dos cuentos Dávila plantea atmósferas verdaderamente angustiosas plagadas de un halo de inconformidad de esa imposibilidad de lograr un cambio benéfico en la vida. Las maneras de huir de los personajes de ambos cuentos son las resultantes de una alteración del juicio tan potenciada que los llevan a hacer cosas desesperantes e irracionales. Si el señor X se sale por la ventana, huyendo para salvarse; el protagonista de “Muerte en el bosque” apresura el paso sin escuchar nada, dejando el sombrero en las escaleras, todo por querer huir de algo que los persigue y no sólo eso sino que creen, en sus imaginaciones, que sus actos no son irracionales sino que con eso están escapando por fin de ese algo que los oprime, que los persigue y que no los deja ser. Buscan una salida, quizá sólo una manera de estar un rato en soledad.
En el final de ambos cuentos, Dávila nos enseña que es sólo la muerte la que puede hacer que las situaciones cambien, que es el bosque y su destino cruel, su muerte, lo único que salva de la vida; que es huir hacia cualquier parte, en otra realidad, la única forma de resistirse al paso monótono y condenatorio que es la vida.
El motor de estar asfixiado en esta vida inicia por presiones sociales, por responsabilidades que se supone han de cumplirse y de las cuales, en la realidad, es imposible eludir. Así, la mezcla entre lo fantástico y lo real aparece un poco en la salida alterna en la imaginación de estos dos personajes angustiados quienes se refugian en otros mundos los cuales, a su forma de ver, pueden ser mejores; Dávila propone que la única solución para huir de la vida y de la realidad es escapar hacia otras, o bien, entregarse un poco a la locura, lo cual es casi lo mismo.
Finalmente Dávila demuestra que escapar es lo fundamental y es la única manera de resistir la existencia, aunque sea incierto el futuro al tomar esta decisión, huir es el primer paso, claro, de acuerdo a la mente alterada de los personajes. Y sin embargo, Dávila de a entender también que todos podemos ser estos personajes, todo estamos cansados de la vida y de repetir la misma rutina siempre, que todos nos sentimos hartos de todo y que a veces, lo único que quisiéramos es correr, abrir una ventana, bajar unas escaleras y simplemente desaparecer La impersonalidad que Dávila le otorga a sus personajes son signos de que todos los hombres de la tierra pueden huir a morir al bosque y pedir un boleto para cualquier parte.





Bibliografía:
  • Carballo, Emmanuel, Protagonistas de la literatura mexicana, Alfaguara, México, 2005, 697pp.
  • Dávila, Amparo, Muerte en el bosque, FCE, Lecturas Mexicanas, México, 1985, 131pp.
  • Oviedo, José Miguel, Historia de la literatura hispanoamericana 4. De Borges al presente, Alianza Universidad, Madrid, 2004, 491pp.
  • La Jornada Semanal, sábado 31 de diciembre  de 2005, núm. 565, Consultado: 18.05.08 en:   http://www.jornada.unam.mx/2005/12/31/sem-amparo.html
  • Entrevista con Amparo Dávila, Consultado: 18.05.08 en: http://www.literaturainba.com/escritores/entrevista_amparo_davila.htm


[1] Carballo, Emmanuel, Protagonistas de la literatura mexicana, Alfaguara, México, 2005, p. 541.
[2] Oviedo, José Miguel, Historia de la literatura hispanoamericana 4. De Borges al presente, Alianza Universidad, Madrid, 2004, p. 57.
[3] La Jornada Semanal, sábado 31 de diciembre  de 2005, núm. 565, Consultado: 18.05.08 en:   http://www.jornada.unam.mx/2005/12/31/sem-amparo.html
[4]Entrevista con Amparo Dávila, Consultado: 18.05.08 en: http://www.literaturainba.com/escritores/entrevista_amparo_davila.htm
[5] Amparo Dávila, “Un boleto para cualquier parte” Muerte en el bosque, FCE, Lecturas Mexicanas, México, 1985, p. 24.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Dávila, Op. Cit., “Un boleto para cualquier parte”, p. 26.
[9] Ibíd., p. 29.
[10] Ibíd., p. 26.
[11] Ibíd., p. 28.
[12] Amparo Dávila, “Muerte en el bosque”, Muerte en el bosque, FCE, Lecturas Mexicanas, México, 1985, p. 64.
[13] Ibíd., p. 66.
[14] Ibíd., p. 68.
[15]Ibíd., p. 69.
[16] Ídem.
[17] Ibíd., p. 70.

Music on: The hardest part - Coldplay
Quote: "Y en verdad que nunca se retorna porque nunca partimos". Luis Cardoza y Aragón
Reading: La Náusea - J. P. Sartre