jueves, 21 de junio de 2007

¿Te acuerdas?

“¿Te acuerdas? Este amanecer dorado cuando llegaste conmigo, ¿no te acuerdas? ¿quieres que yo te lo recuerde? Curiosamente pude presenciar todo antes de que llegaras; no te esperaba, pero dime, ¿en verdad no te acuerdas? Yo te lo recordaré... ¿Recuerdas la noche estrellada cuando comenzaste con esto? Sé que te acordarás...

Hubo una suave brisa marina que llegó a tus ojos y encendió tus recuerdos. Lágrimas abundantes mojaron tus dos luceros al ver el espectáculo de la gente que pasaba con gracia riendo, hablando, fundiendo sus pasos en un compás armónico e improvisado, ¿recuerdas?

Cerraste la ventana, no querías seguir viendo a la gente que parecía ser tan feliz como tú no lo eras, apagaste la luz y te tendiste en tu cama viendo hacia el techo aún con los ojos mojados, desviaste un poco la cara y te encontraste con una de las hermosísimas y ahora utópicas fotos de tu ángel, ser de carne y hueso que se había convertido en tu vida y que te había dejado, que según tú, ya no te amaba; y te dolió aún más. Dejaste que tu alma se vaciara en el agua que no cesaba de escurrir hacia la almohada.

Apenas anochecía ¿recuerdas? Mas para ti el viento perfumado y las estrellas titilantes no traían sino imágenes malditas que tu mente no aniquilaba. Entonces cerraste los ojos y quisiste dormir, pero dormir tampoco significaba alivio; lo cierto era que te dolía el pasado y lo que éste le hacía a tu presente, ya no contemplabas el futuro ¿para qué? Todavía no eras capaz de desprenderte de tus sentimientos y eso no era malo, pues no tenías por qué deshacerte de lo que en esencia te pertenecía, pero estabas tan triste que sentías que tu tristeza te llenaba toda, que si acaso había espacio en ti era para más dolor, soledad y desesperanza. Llorabas por la misma causa, por el apego doloroso a tu ángel que te había lastimado, apego que tachabas como no correspondido, y te dolía, te volvía loca, ¿verdad?

Pensabas si acaso habría valido la pena y la respuesta era tan ambigua como el resto de tu vida, vaga, fría, inconclusa ahora sin ese amor. En esa pequeña habitación tan cerca de la playa las paredes se convirtieron en barrotes irrompibles, la soledad era tan amarga, tan trágica y tan insoportable, demasiado para ti.

Quisiste prender la luz, mirar hacia fuera para encontrar rostros nuevos que te hicieran olvidar tu tristeza, mas era un engaño pues sabías que tu ángel aparecería en cada faz, en cada risa, nada lograría alejarlo de tu mente, de tu corazón, de tu vida ¿ya te vas acordando? Y claro, te dolía mucho, te sigue doliendo.

Te metiste en las cobijas y trataste de ahogar tu llanto una vez más sin conseguirlo. Rogaste y esperaste que el alba retirara de tus ojos el rocío y removiera el carmesí de tus heridas. Mas no lograste dormir; cada risa, cada rayo de luz, cada palabra, cada parpadeo traían el recuerdo del amor que te había dejado y al que necesitabas tanto. La falacia del mundo te confundía. Creías amar pero el desencanto te hacía trizas, el rostro de la realidad era pavoroso y tus ojos sencillamente no soportaban la luz reveladora de la verdad tan desnuda.

Era verano, pero temblabas de frío, de angustia, de dolor. Y sabías que estabas viva y eso te molestaba tanto; la conciencia de la vida era tu sufrimiento más grande. Abrazabas tus piernas contra tu pecho, sentías el ritmo alocado de tu corazón y dentro de tu conciencia se gestaba el pensamiento más melancólico: querías morir.

Te preguntaste por qué estabas tan triste, por qué tu piel se helaba con cada respiro, por qué es que necesitabas ser amada para ser feliz. Silencio, el hórrido silencio de no poder encontrar tus respuestas. Estabas perdida y sabías que habías hallado muchas cosas, muchas verdades, pero no sabías qué hacer con ellas.

Te dormiste después de un par de horas de llanto y confusión, tus ojos estaban pegajosos y los sentías pequeños, ¿te acuerdas qué pasó después? Sí, seguro recuerdas haber despertado después de un brevísimo sueño. Maldijiste el café que habías tomado con abuso y aceptaste que quizá lo habías tomado por masoquismo pues sabes bien que no te deja dormir.

Abriste la ventana, pediste perdón a la luna, viste la calle desierta y las luces apagadas en casi todos lados. Ya no llorabas, tus ojos se habían secado y eso era más doloroso pues considerabas que era una tragedia no tener más lágrimas que derramar. Más tristeza ante la desgracia de no poder humedecer tus ojos.

¿Te acuerdas? Eras valiente para muchas cosas, sin embargo no pudiste con el desencanto ni con la realidad, confundiste el amor con tu necesidad de tener a tu ángel contigo y no entendiste que jamás fue de tu propiedad. Quisiste despertar al sueño de la razón y tomaste tu vida en tus manos convencida de que te pertenecía ¿te acuerdas?

Un grito suave y tranquilizador escapó de tus labios, un río escarlata con olor a acero recorrió tu pecho, tu vientre, tus piernas. Tu conciencia abandonó tu materialidad. ¿te acuerdas? El sol comenzó a alumbrar tu cuerpo inerte, parecía que el alba sí había podido acabar con tus problemas.

¿Te preguntas por qué no te acuerdas? Los que llegan como tú has llegado se olvidan de lo que han hecho, pero yo se los recuerdo. Aunque, creo que tú sí lo recuerdas, que lo estás recordando ahora mismo. No tengo un plan perfecto, sin embargo sé muchas cosas y sé que te acuerdas y que entiendes. ¿Escuchas? Puedes escuchar; tu ángel está llamando a tu puerta, regresó a decirte que te ama, que sabe que te ha hecho llorar, busca otra oportunidad para amarte. ¿Lo escuchas? No, ya no estás ahí para escuchar sus palabras ¿Ahora sí te acuerdas? ¿Verdad? Así es, el arrepentimiento hace que se acuerden.”

jueves, 14 de junio de 2007

Soñar tus besos, el cuarto, la escalera
y la sombra dormida de tus manos heladas
la almohada en que descansa tu cabello
y la luna que guarda tu reflejo.

Morir…
Saber que cada que abandonas el lecho se cierne la oscuridad en mis ojos
con cada paso que das que me condena
y ese balanceo antiguo de tus huellas calladas que se hunden en la alfombra como dagas en mi pecho.

Porque es la muerte la que dejas al camino
y es la palabra trunca que digo, ahogada y que tú no oyes

Un murmullo, un amor, un silencio

Y regreso a soñar tus manos
sin la distancia tan corta y tan larga que nos aleja

Es la muerte, la muerte la que nos lleva a no dejarnos,
a amar en nosotros la silueta de lo posible
desear tu voz que me hable al oído
y la prosa de tus caderas
el deseo mismo de desearte, tu cuerpo y el mío entrelazados
Soñar, sólo soñar la muerte, tal vez querer la muerte y completar el vacío

Un murmullo, un amor, un silencio

Y luego entender que uno a otro regresamos para consumar el beso que no podemos dar a otros, que somos náufragos y solitarios y por eso
nuestras manos regresan a tocarse tristes, temblorosas, heladas
porque no es el amor sino la terrible muerte la que nos junta los ojos siempre,
una vez más y más todavía

El destino, un murmullo, un amor un silencio.

domingo, 10 de junio de 2007

Páginas Verdaderas

“Toda mi lucha fraudulenta procedía de
no querer asumir la promesa que
se cumple: yo no quería la realidad.”
Clarice Lispector.

En medio de una noche tan pura y tan eternamente triste escribo unas líneas para mi amado, mi único y el único, para decirle, entre otros detalles, que el amor no es más fuerte ni más fundamental que todo lo que hay en la vida, pero que, sin embargo, es lo más importante para mí.

Siento que mi piel se eriza a cada palabra que escribo y entiendo que cada trazo me acerca más al descubrimiento de la realidad, una realidad que extrañamente conozco pero que no quiero y por lo tanto, a la búsqueda de una alternativa, de otra verdad.

Termino de escribir y lo tengo enfrente, me mira con la indiferencia que ya muy bien conozco, bebe plácidamente el té que le acabo de hacer, me pregunta qué escribo, quizá sólo por cortesía o tal vez por verdadero interés, ¿cómo saberlo? Lo amo pero ya he dejado de conocerlo. Se termina su té, hasta la última gota, me dice que está mareado, yo sonrío levemente sin creerle del todo y me acerco. Quiero que lea lo que he escrito.

Él ha llegado a la mitad de mis palabras y ya veo una leve inquietud, él nunca se agita ni se toma las cosas en serio, tal vez porque no cree lo que lee, quizá lo cree todo y sólo aparente lo contrario, como siempre. Me mira y parece confuso, yo sonrío de nuevo. Él termina el texto, trata de levantarse pero no lo logra, casi cae y parece que llora, ¿será cierto? ¿o sólo mi propia exaltación es la que me hace ver lágrimas en sus ojos hermosos? Él se desploma con mi texto en las manos. Ha terminado.

¿Qué decían mis palabras? ¿Acaso ellas lo pusieron así? En parte, sólo en parte.

Querido mío...
Yo no sé por qué te amo tanto. Y este amor para nada se compara con lo que tú dices sentir por mí. Tus palabras no son suficientes si sólo eres capaz de decírmelas a mí. Me es difícil creer tus “te amos” cuando sé que no me son exclusivos y que no los puedes decir abiertamente. Y no importa nada, ¿cierto? Porque tú eres el hombre más feliz del mundo, que no te afecta nada de lo que pase a tu alrededor...
Me gusta imaginar a veces, que estás muerto, para percibir que la muerte es lo que me separa de ti y no tu falta de voluntad para verme. Quisiera matarte y verás que pronto lo haré, lo haré para no llorar más porque no quieres estar aquí.
Si vieras ahora cómo llora mi alma porque a veces me amas y a veces me odias, me aborreces, no me quieres ver ni saber nada de mí. Y yo ciertamente te amo y nadie en el mundo te amará como te amo aquí y ahora y por el resto de mi vida. Yo sé que las palabras se las lleva el viento pero quiero perdurar en ti y eso parece ser tan difícil.
Yo sé también que la vida no está hecha para que uno espere algo de ella, tampoco de una persona. Sin embargo, la misma humanidad nos orilla a esperar cosas, estupideces a veces y uno por lo general no se da cuenta de lo que quiere recibir e inconscientemente lo espera. Tal vez tú no, porque tú no te preocupas por nada ni por nadie, porque eres diferente a todo lo que existe, pero yo no y sé que siempre esperaré cosas de ti, quizá por mi humanidad, tal vez por mi estupidez; y que sólo matándote podré dejar de esperar algo porque sólo así no estarás para que te mire, cierto, pero tampoco para que me lastimes. Y te amaré sin esperar que me ames pues de ningún modo será posible y tal vez así pueda ser feliz.
Así que ya me cansé. Por eso la idea de matarte es ya una realidad; ahora te mato, por eso y porque te amo y no puedo tenerte para mí. Te mato porque no puedo vivir contigo cerca y porque al final, soy más egoísta que tú y prefiero tu muerte a la mía, porque la vida tiene más oportunidades para mí, porque yo las merezco y merezco algo mejor, porque esta es la única salida.
Sólo así ya no dirás “te amos” vacíos y no habrá nadie que los escuche y que con ellos caiga rendida a tus pies...

Yo salgo de la habitación y hay una brisa nocturna que me resulta suave y fría, en mi rostro se dibuja una sonrisa.

viernes, 1 de junio de 2007

Y el pasado...

Si uno pudiera saber algo más acerca de su pasado, o sobre su presente... Si quizá, de alguna manera, el pasado, ya conocido, se nos abriera en el presente con la posibilidad de cambio, ¿tomaríamos otro camino?
Porque siempre está la disyuntiva, la forma de preguntar, el deseo mismo de interrogar y pensar en otras posibilidades, sin embargo, de conocer las posibilidades, creo que muchas veces, las decisiones serían las mismas.
Nos pesa el pasado, cierto, pero también es cierto que no somos lo que somos sin ese pasado y sin esa decisión mal o bien tomada, quén puede saber si es o no bueno, ultimadamente.
Pensar en pisibilidades absurdas, por supuesto, no lleva a nada, a ningún provecho futuro ni presente, pero siempre resulta interesante preguntarse un poco. Porque somos tan solo la suma de hechos intrascendentes que uno mismo le otorga trascendencia. Somos nada, básicamente pero aún el deseo de conocer otra posibilidad nos carcome a cada rato y siempre está la forma de pensar distinta. Esto no es para nada inconformidad, sólo simple curiosidad, un proyecto de pesar en cosas alternativas... qué tal alterativas es bastante dudoso pues finalmente es la misma persona que decide.
Quizá a veces uno dice Sí, quiero regresar y cambiar algo, pero al mismo tiempo sabe que tal vez es arriesgar demasiado lo que se tiene y por eso no se quiera cambiar. A veces es sólo que las cosas están bien así como están. Aunque el pasado pese, muchas veces es mejor conservarlo como está... ¿o no?