martes, 15 de diciembre de 2015

Elegía


1. Luces

Ciudad de México,
anuncios, estructuras neón a la distancia.
Destellos que abren el silencio y la penumbra,
ciudad cómplice y enemiga, avistada desde el cuarto piso de un hotel miserable.

(Vodka tonic.
Agua.
Cigarrillos.
Almohadas viejas.
Sábanas roídas.)

No hay lugar para los sueños.
La ilusión de lo eterno ha sido confinada a algunos metros cuadrados.
Silencio.
Tu mano apenas me roza pero insistes en que nos quedemos,
que guardemos otro poco ese momento antes de que exista otra persona que no pueda hacernos seguir en el secreto.
Tu mano no puede tocarme al caminar por la calle
pero sí a través de escaleras viejas,
o dentro de un elevador ruidoso,
cómplice de tantas pequeñas confesiones en silencio.
Tu mano puede solamente deslizarse suave a través de las ropas y entre los lugares más oscuros y distantes.

(Cerrar cortinas.
Terminar el acto.
Servir otro trago.
Abrir la ventana.
Fumar.)

Sé que hubo una vez un pacto, tuvo que haberlo.
Quizá lo juramos bajo estrellas demasiado pálidas,
en una cercanía muy liviana;
por algo no pareció en serio,
todo estaba turbio
y, sin embargo, sucedió;
no nos dijimos nada y cada uno entendió lo que quiso,
eso que se entiende con un beso y también lo que se calla,
que puede ser todo o nada,
un pacto que nunca salió de cuatro paredes que gestaban el secreto
y otros espacios escondidos, clausurados,
estancias y nichos perdidos en el anonimato,
en una cantina o en otros tantos cuartos de la misma anatomía.

2. El cisma

Nunca supe en qué noche de todas esas apareció el amor.
Las distancias y los saludos forzados venían anunciando su llegada,
pero no su gracia conmigo,
su permanencia en los dos.
Ese amor que nunca vino a visitarnos a ambos
para consagrar aquello que dicen que se consagra,
ese halo de luz que jamás apareció en ninguno de nuestros besos

(¿se podrán contar los besos como se quieren contar las tristezas, se podrá compensar la idea de felicidad con el llanto escurriéndose hacia adentro?),

no, en ninguno de nuestros besos, ni en las frases ni en las esperas.
El amor apareció para que decidieras partir,
allá lejos, a un lugar tan familiar como asqueroso,
a existir a través de nuestros (¿nuestros?) sueños.
Desaparecer
en medio de la niebla de una melodía
que nunca escuchamos juntos,
en un deseo: “I won’t share you”.

3. En el jardín del dolor

Llevo varios meses durmiendo en este cuarto,
en este departamento alquilado para dos,
en este cuarto nuevo, sin más secretos ni sombras,
que compartimos un par de noches que prometieron la eternidad,
noches en las que ya habías roto el lazo, aunque yo seguía sin saberlo
(saber nos llaga el alma, nos puebla las noches de invierno).

Pienso en sembrar un jardín con los recuerdos,
para que crezca un árbol monstruoso que asfixie el cuarto,
la estancia,
todo lo que pueda, conmigo adentro.
Pienso en los que mueren, en saber renunciar.
La no renuncia implica la convivencia constante con un cierto tipo de dolor que se va sembrando y cuidando,
como un fruto que alimenta y que es lo único que otorga esa pizca de eternidad.
Así sería mi árbol,
mi jardín del dolor.

Duelen las cosas que ya no están:

(Canciones: Leonard Cohen a la madrugada, Philip Glass y “Please let me get what I want this time”.
Lugares: Tepoztlán al amanecer, sentarse afuera de las aulas, las calles del centro, Morelia nunca visitada, Guanajuato y tu sitio en la cama.
Palabras, muchas palabras: Hegel, Heidegger, Wittgenstein, Barthes, Pessoa, Vargas Llosa y Camus)

Las otras cosas:
los soliloquios antes de dormir,
la forma de preparar los tragos,
tu olor, tus ojos, tus manos,
todo lo que era ya una extensión de ti.

Sigo firme realizando el ritual de pensarte, sembrando las semillas que tienen el nombre de algún recuerdo.
Sigo ejecutando la fuga de la realidad para no pensar, para no ser.
Siembro mi jardín.

4. Recuerdos nuevos

No pedía mucho. Solo quería la eternidad.

Supe que no sería protagonista de ningún romance,
que el secreto era el único destino.

Acepté.
Entendí, desde aquel día,
con los ojos clavados en las vigas viejas de aquella construcción,
que no habría nunca amor.
Pero permanecí.
Y día con día se me fueron llenando los bríos de moho,
pero pude quedarme a intentar.
Acepté que no habría más.
No acepté que eso también acabaría.
La eternidad: sólo eso.
El mundo se vino abajo.
Me quedé.
Fue muy tarde para saber que algunas palabras hermosas no serían capaces de sostener un universo.

Ahora voy a crear recuerdos nuevos,
aunque no olvide que el desamor refleja la insuficiencia,
aunque el dolor impida la fabricación de otras realidades,
aunque el fracaso se recuerde a cada respiro —respiración seca, de sal, de polvo—
como un esfuerzo muy grande para mantenerme a flote.

La renuncia es la verdadera corona,
pero no todos somos capaces de liderar ese reino.
Mi biografía es la del intento que fracasa, y la del dolor, no la de la muerte.

Debo olvidar que existe ese mundo,
hablar sobre ese dolor que tiene que mantenerse a flote
porque si se hunde se transforma en una penumbra con dientes.
Mi fracaso es la realidad: ser todo lo dispensable,
Lo que sigue permaneciendo.
quemándose, desperdiciado,
ardiendo incansable sobre sus propios restos.


Music on: Mumford & sons - Hopeless wanderer
Quote: "Sólo la oscuridad escruta la demencia." María Baranda
Reading: Un hervidero de pájaros marinos - María Baranda 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Torneo de Poesía. Segundo lugar, feliz




Participé en el Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero sin tener grandes expectativas. Pero desde el inicio me fue bien. Fue una experiencia muy interesante y creo que se le puede sacar mucho jugo a la consigna de entender "la poesía como un deporte intelectual". La gente a la que le platicaba del torneo como que no captaba el concepto y sí es cierto que son dos cosas que no suelen ir juntas (la poesía y la lucha libre o el box), pero prefiero pensarlo como en una metáfora bien lograda que resulta en un evento que privilegia la propuesta estética y al mismo tiempo pugna por llevarla fuera de los escenarios comunes.

Después de cuatro sesiones a las que califiqué felizmente, el sábado pasado se efectuaron la semifinal y la final. Felizmente, también, gané el segundo lugar. Y me siento muy satisfecha al respecto. La poesía es algo que me apasiona, y agradezco la oportunidad de haber podido entrar al torneo, porque me sirvió como un recordatorio de lo que en realidad me gusta hacer y me ha ayudado a regresar a escribir y a leer más. Agradezco también poder conocido gente que anda igual de clavada en la onda poética y se la vive organizando cosas para su promoción, creación y difusión.


En las distintas fases leí poemas tanto publicados como inéditos, al releer lo que escribí hace años me reencontré con una parte de mí que sé que justifica lo que ha venido después, que traza una línea que no es recta y que abre hacia otras posibilidades, pero que es fuerte y comprometida con cierta estética.

Asimismo, fue interesante la adrenalina de subirse a un ring y leer; también darme cuenta de que mi palabra era la palabra, que yo soy, finalmente, mi palabra. Y de ahí en adelante, lo que sea.

En fin, dejo un link de uno de los poemas, leído en la final, aquí: https://www.youtube.com/watch?v=-D8f6bZoIxM


Music on: Jorge Drexler -  Me haces bien
Quote: "Era hermoso morir frente a la angustia" María Baranda
Reading: La señora Dalloway - Virginia Woolf

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Domesticar la muerte


El día se ha vuelto ceniza
y lloran cuerpos desgastados de la tierra hecha añicos.

Las manos sangran de vacío,
el tiempo sufre sus propios pasos.

He palpado mi propia vida en la herida abierta.

¿De qué manera aguanto el espesor del mundo?
¿Cómo no me exilio hacia mi propia muerte
y dejo de regar lamentos a esta tierra ajena, inasequible?

El futuro se desliza, tímido,
entre las fauces de la nada.

He cosido mis propios lamentos en el árbol más grande, 
sus hojas, lentamente, florecen.

He dejado a la deriva tus recuerdos,
han vuelto con las plumas de algunos pájaros sobrevivientes,
bañados en una luz que ciega los ojos.

¿Cómo pacto con la muerte para dejar de nombrarte?
¿Cómo hago que tu memoria no alumbre sólo mi desastre?

Destruir el sol no será suficiente.

Hemos conocido un fuego que ya no abrasa,
nos hemos quedado en pausa con las manos abiertas, 
y la mirada atenta a la maquinaria del caos. 

No supimos de adiós a tiempo.

Ni las larvas del olvido saben de fallecimiento.
Crecen.
Brillan a través de un halo de sangre disecada.
Domestican la muerte.

Music on: All your sisters - Mazzy Star
Quote: "I would prefer not to" - Herman Melville
Reading: Memorias de Adriano - Marguerite Yourcenar

lunes, 19 de octubre de 2015

Adversario en el Cuadrilátero

Últimamente me batean muy seguido en todo lo que a literatura se refiere. La historia con el Fonca es ya muy sonada, años intentando y nada... En los últimos meses he mandado textos a diversos lados, sin que nada pegara, pero entre tantos envíos, uno de ellos pegó. De modo que me seleccionaron para participar en la eliminatoria del Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero 2015 y ayer leí, con mucho entusiasmo y, lejos de toda expectativa personal, con muchos aplausos del público y calificaciones altísimas del jurado. Aquí el cartel del evento:


Siempre me he considerado una persona de bajo perfil. Creo que desde niña he sido así, es decir, me gusta un poco el escándalo y hacer cosas nuevas siempre, pero no me encanta ser el centro de atención; en realidad me siento mucho más cómoda cuando paso medio desapercibida. Pero el caso es que ayer pasó todo lo contrario. Necesitaría del testimonio de otras personas para ser más objetiva, quizá, pero el caso es que me sentí como otra persona que no era yo misma; era toda yo y el poema, toda la pasión concentrada en segundos... Y eso que lo único que hice fue leer.

De acuerdo con las reglas, había que leer tres poemas, pero imagino que por lo largo que se estaba haciendo el evento y por la cantidad de poetas inscritos, al final sólo fue necesario leer un poema (o quizá entendí mal las reglas desde el principio, me suele pasar). Yo no estaba segura de cuál leer, tengo tantos y entre esos tantos hay muchos que me gustan mucho... Finalmente elegí un poema de Quién vive, el cual tiene su historia personal, por supuesto, pero sobre todo, su rabia personal.

El poema es el siguiente (y perdón por la fea foto, pero me pareció mostrarlo en la manera en que se ve, tan lindo él, publicado):


El Quién vive lo escribí hace ya varios años. Este poema, calculo, lo escribí por ahí del 2009 o 2010. Recuerdo que entonces estaba, como solía estar, enamorada de la persona equivocada, era un chico que jamás me hizo nada malo, sólo no se interesó en mí. Y como yo siempre he sido muy intensa escribí ese poema... Ahora que si lo pienso no es un poema de desamor, o mejor dicho, no es sólo un poema de desamor sino de desencanto global. Y de furia, de reto, de desazón generalizada y de un grito. Creo que cuando leí lo grité un poco, como una sentencia, como una rebeldía y un deseo de escapar, sin poder hacerlo.

La siguiente etapa del torneo será el 31 de octubre en el Centro Cultural José Martí, a partir de las 13:00 horas; acabo de ver los puntajes y resultó que tuve el más alto de todos. Eso significa que para lo que sigue debo concentrarme en poemas muy fuertes, así, como gritones y apasionados. A ver qué tal.

Y por cierto, retomando algo del poema ganador, la idea de estar iluminando nuestros pasos con luces de estrellas muertas me parece muy acertada, creo que así somos: nos creemos muy grandes cuando, en realidad, pasa seguido que nos llegue la luz de una estrella que dejó de existir hace muchísimos años. Vaya, me parece una excelente metáfora de la vida.

Music on: Wonderwall - Oasis
Quote: "No podía morir porque aguardaba". Rosario Castellanos
Reading: Memorias de Adriano - Marguerite Yourcenar

jueves, 3 de septiembre de 2015

La duda



La duda, siempre. Aún no entiendo qué fue lo que estuvo mal, ni cómo podría haberlo salvado, reconstruido. Esta soy yo creyendo que puedo empezar otra vez. Mas existieron los límites, existió ese instante en que la sensatez me obligó a retirarme de la batalla, ya con demasiadas heridas pero con deseos de seguir viviendo aunque tuviera que ser en otra parte, lejos de ese reino precioso lleno de éxtasis igual que de venenos. Nada que haga es suficiente, pero lo olvido. El amor, sobre todo, no es suficiente, pero lo descreo. Esperé el tiempo exacto para ir a encontrarlo, a recuperarlo. Esta soy yo intentando de nueva cuenta. Lo miré a los ojos y hasta entonces lo supe. Su mirada no coincidía con la mía, nunca lo hizo. Apenas le importó mi presencia, no detuvo su andar, permaneció, indiferente. Me marché otra vez. La duda germinaba, supe que tendría que aprender a vivir con ella. Esta soy yo diciendo adiós. No fue necesario contarle nada. La derrota es muda.

Music on: My chemical romance - I don't love you
Quote: "El hombre desea aproximarse a la meta, pero cuando llega, no se siente satisfecho". Fiódor Dostoievski
Reading: Conjunto vacío - Verónica Gerber

martes, 1 de septiembre de 2015

El amor es hambre: es el sentimiento más voraz



Ana Clavel nació en la ciudad de México en 1961. Es escritora; maestra en letras latinoamericanas por la UNAM y autora de los libros de cuentos: Fuera de escena (1984), Amorosos de atar (1992), Paraísos trémulos (2002), y del volumen de cuentos reunidos Amor y otros suicidios (2012), Premio Nacional de Cuento “Gilberto Owen” 1991; además de varias novelas como Los deseos y su sombra (2000) y Cuerpo náufrago (2005).

Con El amor es hambre, su última novela, Ana Clavel se sumerge en los terrenos del placer y la tentación, de aquello que estimula el deseo y que se halla en cosas no tan convencionales; así como de los posibles orígenes de esa búsqueda de lo prohibido y la más primitiva tentación de que es objeto todo ser humano. Escribe, por ejemplo: “Lo prohibido tiene dedos, tacto. Por eso nos ‘tienta’. ¿No es tentar, la tentación, una metáfora en sí misma y perfecta?”. Y es que el deseo muchas veces no queda satisfecho y se requiere explorar otras formas, andar otros caminos.

Ana Clavel ha trabajado el tema del deseo en otras novelas igualmente logradas; baste mencionar El dibujante de sombras (2009) y Las violetas son flores del deseo (2007), con la que obtuvo el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional. En El amor es hambre regresa a explorar algunos de los tópicos que ya caracteriza su literatura: la búsqueda, el cuestionamiento del yo, el placer. En esta novela vuelve a tomar el tema de las flores como esa especie que generalmente se ve a la distancia pero cuya sensualidad es muy parecida a la nuestra y se atreve a jugar con sus texturas, otorgando al lector nuevas perspectivas sensibles de la naturaleza.

La protagonista del libro se llama Artemisa; la novela cuenta su historia a la par de su curiosidad por las texturas y las sensaciones. Ella, desde muy niña, tuvo conciencia de sí misma como un ser de búsqueda constante, de experimentación y sobre todo de placer. Aunque muy pequeña queda huérfana, nunca olvida esas primeras experiencias del deseo al lado de sus padres, cuando los observó hacer el amor, y ellos, en lugar de refugiarse en el pudor e impedirle el espectáculo, la integraron al acto.

Con el paso del tiempo, la niña sigue adelante con su exploración; encuentra en el regazo de su tutor una ventana más para el placer y descubre un deseo callado, pero mutuo, que se gesta con fuerza en ambos, sin importar la brecha generacional.

Cabe mencionar que Ana Clavel sostiene su creación literaria con una fuerte investigación sobre los temas que maneja, lo cual sobresale en diferentes partes de la narrativa. En El amor es hambre menciona la historia de caperucita roja en una suerte de intertextualidad que lleva a pensar en el posible paralelismo entre Artemisa y caperucita. La autora retoma una de las concepciones más antiguas de este cuento, ubicado en la época de Luis XIV, en donde el lobo invita a la niña a consumir la carne y sangre de la abuela destazada. Esta versión pertenecía a un grupo de relatos que buscaban sembrar miedo en los niños para prevenir el trato con desconocidos. En la novela de Clavel, se subvierte sutilmente esta escena, pues Artemisa, sin llegar al canibalismo estricto y declarado, es una persona que busca constantemente maneras de experimentar con la carne.

Consecuencia de estas inquietudes, abre un restaurante llamado Corazón de lobo en el que da rienda a esta búsqueda a través de la comida. Lo culinario se mezcla de nueva cuenta con el deseo y con el placer. El corazón se convierte en un símbolo que sostiene buena parte de la trama, en tanto que es, por un lado, el centro vital que rige al cuerpo, indispensable para la supervivencia, y, por otro, un platillo poco común e incluso codiciado por su exoticidad.

Artemisa nos enseña también que el amor no es necesariamente tierno, sino que contiene un lado salvaje que busca, y que requiere, sobre todo, la saciedad. El amor es, literalmente, hambre: amar es devorar. Así lo escribió Rosario Castellanos: “Desconfía del que ama: tiene hambre, no quiere más que devorar”. Y Artemisa, plenamente consciente de que uno de los primeros conocimientos que tiene el ser humano es el del hambre, el primer instinto que busca saciarse y satisfacerse, ve en el amor una suerte de necesidad que debe llegar a la satisfacción.

El libro lleva al lector través de diversas sensaciones, con un hambre voraz dispuesta a probar las múltiples posibilidades que ofrece la naturaleza misma; desde la comida como la conocemos convencionalmente, hasta algunos platillos que trasgreden las convenciones; desde el amor como entrega hasta el deseo exacerbado de búsqueda y placer, como saciedad de hambre.

Music on: Outsiders - Franz Ferdinand
Quote: "La ausencia era eso. Un lugar que uno conoce y recuerda de memoria, como si fuera una foto, donde uno falta". Ricardo Piglia
Reading: Las ciudades invisibles - Italo Calvino

miércoles, 19 de agosto de 2015

La vida como un mandala


Llevo meses dándole vuelta al asunto de la renuncia y la perseverancia. Miento, llevo más que meses, años, verdaderos años pensando en si las decisiones tomadas fueron las correctas, renunciando, o si en su lugar debí haber seguido adelante, explotando las posibilidades hasta que de plano ya no se pudiera más, ¿hubiera podido saber cuándo no se podía ya más?

Sé que renunciar es sano. La gente lo dice, incluso. Si estás en una relación dañina con alguien, te enseñan que debes irte y soltar. Si sufres, te aconsejan que te alejes. Pero ¿no se han puesto a pensar que quizá el sufrimiento es un medio y no un fin? Yo sufro por prácticamente todo, tanto por la renuncia como por la perseverancia, por todo. Y sobre todo porque nunca sé el momento ideal en que debo seguir o dejar de intentar. No sé si ciertas cosas valen la pena a pesar del sufrimiento, no sé si ese sufrimiento servirá o si es mejor alejarse por completo. Sufrí en mi tesis, ¿lo correcto hubiera sido dejar de sufrir y no hacerla? Creo que no es tan sencillo. Como sea no termino conforme, si renuncio me la vivo pensando que no debí renunciar; si continúo, no dejo de imaginar el dejarlo.

Los monjes tibetanos hacen mandalas con granos de arena de color, los delinean y forman con todo detalle y precisión. Su labor es ardua, la hacen con esmero, con minuciosidad. Una vez que los terminan proceden a deshacerlos, así, en toda su perfección. Esto nos enseña que todos los esfuerzos son vanos, que los logros son efímeros y sobre todo, que hay que aprender a vivir con ello, porque la vida es así.

Suelo predicar que lo mejor en la existencia es no tener arrepentimientos; pero eso es una falacia enorme. Hay ciertos eventos en mi vida -y en la de todos, seguramente- que son cruciales para marcar direcciones y acontecimientos futuros en el recorrido vital de todo mundo. Y esos eventos son tan significativos que prácticamente aseguran el que le sigue de la forma en que le sigue. Yo suelo pensar en la posibilidad de cambiar esa pequeña decisión, que en ese momento fue insignificante pero hizo que mi vida se dirigiera hacia un rumbo muy concreto.

Estoy segura de que si no hubiera dejado de bailar a los 12 años no me hubiera convertido en una adolescente obesa (y una adulta obesa, como lo soy ahora). Estoy segura de que si no hubiera ido a estudiar a Guanajuato mi vida ahora sería muy distinta, por un montón de razones. Pero uno decide así como se van presentando las cosas, y uno no debería tener tanto conflicto al respecto. Debería pensar todas mis decisiones como monje tibetano y dejar de clavarme tanto. Pero me resulta imposible.

Tengo arrepentimientos. Vivo pensando en la posibilidad alterna. Qué sería ahora de mí si en lugar de salir chillando del gimnasio hace cinco años, para nunca regresar, hubiera continuado, qué tal si en lugar de correr dos semanas en el parque de Santiago, lo hubiera hecho por cinco meses, cómo sería mi vida si hubiera entrado al Colmex a hacer un doctorado, cómo saber si hubiera sido más o menos miserable de lo que fui en la maestría. Creo que hay decisiones que pesan más que otras, y quizá la gente normal no piensa tanto en la alternativa, pero yo suelo hacerlo frecuentemente.

La vida entera es de disyuntivas, lo sé. No hay planes perfectos, ¿existen las decisiones correctas, acaso? Si no me preocupara tanto, podría obviar muchas disyuntivas o elegir algo así sin tanto drama; se me complica. Las decisiones son importantes. Y en muchos casos ni siquiera las tiene que hacer uno, sino que las circunstancias se encargan de ello. Hace muchos años me dijeron esto, que me parece muy sabio: "Elegir algo es renunciar a lo demás". Días después esa persona no me eligió a mí para ser su compañera de vida, me renunció con la mano en la cintura, diciendo "no eres tú, soy yo"; ese tipo de decisiones marcan nuestras vidas, lo que él eligió marcó la mía, en ese momento no tuve siquiera la oportunidad de renunciar a las cosas, él dejó que las cosas me renunciaran primero. Y aunque lo sé y lo entiendo perfecto, no dejo de pensar en la alternativa, cómo sería yo ahora, si él me hubiera elegido a mí.

También está el tema de elegir algo para lo que no sirves... pero esa ya es harina de otro costal. Suficiente tengo por el momento con el drama de elegir; por ejemplo, he elegido que quiero ser escritora, pero el plan no me ha salido como lo diseñé en mi cabeza (así pasa siempre, supongo, pero me azoto). Eso y cómo saber en qué momento cambiar de decisión, elegir otra cosa para dejar de esperar frutos de plantas estériles. No dejo de pensar en qué tal que debí renunciar a esto y a persistir en esto otro, ¿estaría mejor? Y nunca saberlo.

Insisto, conviene pensar la vida como algo tan intrascendente que elegir una u otra cosa no sea punto de conflicto, entender que cualquier lado de la moneda es igual de efímero. ¿Por qué me cuesta entender eso? Algunas cosas me hacen una gran claudicadora y otras una necia ejemplar, cómo voy a saber si estoy tomando la actitud correcta ante las cosas correctas, ¿existen las cosas correctas? Es mejor pensar la vida como un mandala que uno hace y que uno mismo debe destruir. Y acostumbrarse a que así es el asunto.

En fin, por el momento sólo debo decidir si seguir yendo a la terrible clase de acondicionamiento físico o no sé qué diablos, que me hace sufrir y chillar a la mitad, viendo cómo al profesor le importa un carajo, y perseverar en espera de un bien mayor; o bien, renunciar, renunciar como renuncio a cosas que quizá son importantes. No sé.

Music on: Matisyahu - For you
Quote: "Desconfía del que ama: tiene hambre, no quiere más que devorar". Rosario Castellanos 
Reading: El amor es hambre - Ana Clavel

miércoles, 15 de julio de 2015

Los muertos


Tengo una atracción especial con la muerte, estoy segura de que pienso a los muertos de una manera distinta de los demás. Me acuerdo perfecto de las personas que quise y que ahora ya no existen, como todos; pero creo que mi relación con ellos es un poco distinta.

Esta mañana revisé los recuerdos que, amablemente, Facebook ha diseñado para que los usuarios revisen exactamente qué publicaron o les publicaron hace un año o dos, o tres. No siempre lo reviso (ya tengo Timehop para eso, pienso, aunque Timehop no permite ver lo que otros han puesto en la biografía propia, sino sólo lo que uno ha puesto), entonces lo revisé y apareció una publicación de un muerto. Sí, cuando estaba vivo. De inmediato entré a la página de ese muerto y resulta que no sólo seguía activa, sino que estaba llena de publicaciones de gente que le escribe como si el muerto pudiera leer todo eso, publicaciones recientes.

Desde hace años me he preguntado qué pasa con las cuentas de Facebook de los muertos. Es evidente que quedan abiertas, por ahí leí en algún lugar que existe una suerte de cláusula en la cual los amigos o familiares pueden dar la notificación a la administración de Facebook (tipo como si se tratara de avisar por spam) y que se puede hacer algo. Pero sé de muertos que siguen con su cuenta activa. Y sé de gente que sigue escribiendo mensajes en el muro de esas cuentas activas y esa acción me resulta verdaderamente escalofriante, además de incomprensible.

Entiendo que hay gente que quiere seguir hablando con sus muertos. Sé que de vez en cuando los vivos van a las tumbas y hablan, no sé por qué, supongo que los hace sentir mejor, menos lejos, menos arrepentidos. Yo nunca he hablado con mis muertos. Los lamento, me duelen, me enoja que estén muertos, incluso, pero no les hablo. De vez en cuanto suceden cosas y me digo que hubiera sido bonito que tal o cual muerto estuviera vivo para verlo, para compartirlo, pero jamás he tratado de entablar un diálogo, tampoco he rezado, desde hace muchos años no pido nada a dios, porque sé que estoy más tranquila pensando que no existe y que las cosas las tengo que hacer bien yo, por mí, sola, no por ayuda divina que le reste valor a mis logros.

Siempre he pensado que la gente que habla con sus muertos es gente muy sola, gente a la que le hizo falta completar algo, o bien, que cree en mundos más allá de la muerte y en una presencia postmortem que pueda ayudar de alguna forma. Y creo que la gente que escribe en Facebook a los muertos está peor porque hace pública su inutilidad y sus carencias.

También he pensado si acaso la muerte no ha significado suficiente para mí, yo, que soy tan nostálgica y tan atada a las cosas y a las personas que se van. ¿Debería sentirme miserable cada que recuerdo a aquellos que se fueron? Sí entristezco, pero no busco contento en hablarles. Recuerdo a los muertos con nostalgia, y creo que es normal desear que no se hayan ido, pero no hago nada por mantenerlos aquí, tampoco espero encontrarlos en una vida después de esta vida, yo no creo en eso. Si acaso me enojo cuando la gente dice que “dios se los llevó porque era su voluntad” o que “son misteriosas las maneras de obrar de la divinidad”. La muerte es algo que todos desconocemos. Lo que pasa después de ella está vedado, ignorado. Lo único que hay son pataditas de ahogado que la gente da para sentirse menos sola. Creo que escribir en el muro de un muerto es, precisamente, una patada de ahogado que, por ser pública, apela a mayor solemnidad, pero  no la logra.

¿Qué sentirán esos que siguen buscando la comunicación? ¿Qué sentirán esos que buscan la respuesta por Facebook, escribiendo a alguien que saben que no contestará? Son personas con una evidente incapacidad de cortar, con una esperanza vana. ¿O hay algo más en eso? ¿Hay alguna magia que no puedo aprender? Yo sólo consigo ver un deseo de alumbrar cenizas, de justificarse absurdamente. Ellos no escuchan, ¿para qué habría que hablarles, escribirles?

Los muertos están lejos, quién sabe dónde, y no nos escuchan. Supongo que a cada persona le funciona algo específico. A mí no me funciona hablarles, no pierdo mi tiempo. Puedo hablar mucho de ellos pero no con ellos. Me parece mejor dejarlos a un lado, cortar. Y mientras, seguir viviendo, sabiendo que la vida sigue sin ellos. 

Music on: Keep on walking - Passenger
Quote: "Cada hombre lleva su propio desierto civilizado, la isla de sí mismo en la que ha naufragado." Henry Miller
Reading: Hombres sin mujeres - Haruki Murakami

viernes, 26 de junio de 2015

Santiago, tres años después



Hace tres años llegué a Santiago de Chile, en la misión de completar la maestría mediante un intercambio académico. Muchas cosas buenas salieron de ese viaje. Hoy, en perspectiva, la situación se ve distinta; no menos buena, por supuesto, pero sí distinta.

Estando allá llegué a pensar que debería hacer una suerte de diario de viaje, pero, por la misma emoción del viaje, me dediqué a descubrir y disfrutar y poco a escribir. Caminé como nunca antes lo había hecho, recorrí buena parte de Santiago a pie y conocí sus bellos alrededores en la medida en que me fue posible.

Los viajes siempre te cambian, te hacen ver cosas en las que, en tu lugar de origen, quizá no reparas. En un viaje hay un constante descubrimiento, tienes la sensación de estar en tal o cual lugar y la angustia de no poderlo abarcar en su totalidad; avanzas y crees que has dejado algo importantísimo detrás, quieres regresar y, al regreso, descubres cosas distintas. Conoces gente, escuchas su manera de pensar, eres diferente.

Al regresar, me quedé con la sensación de haber vivido en pocos meses lo que no había vivido en años. Y todo gracias al hermoso pretexto de la vida académica. Al final, la experiencia más satisfactoria que me dejó el estudio de la maestría, fue la posibilidad de viajar auspiciada con la beca del Conacyt. Como siempre he pensado que para lo que sirvo es para estudiar, a pesar de los baches y la depresión, hice lo que tenía que hacer para terminar la maestría, mal, sin honores, después de semanas de estar hundida en una auténtica depresión, finalmente lo hice bien.

Y sé que si en el futuro me embarco a hacer un doctorado, será por las razones equivocadas, tal y como lo hice cuando me embarqué a iniciar la maestría. Me refiero a que puedo asegurar que un doctorado es, para mí, una vía de escape de la rutina que me tiene atrapada en la actualidad, en mi encierro de 10 a 11 horas en una oficina. Pero quisiera poder repetir la aventura de otra experiencia de viaje, por todo lo que implicó, pues hasta la literatura se lee distinta estando en otro lugar, mirando otro cielo, sintiendo otro sol.

No es tan grave, pues. También he aprendido que hacer las cosas, aunque sea por las razones equivocadas, representa un gran crecimiento personal, en muchos sentidos. Sé que uno puede cometer un error y luego enmendarlo para no cometerlo de nuevo, pero la vida nos llena de posibilidades infinitas para cometer un error distinto a cada paso que damos. Y no por tener esa certeza debemos dejar de hacer las cosas, mucho menos quedarnos en el encierro ni tratar nuevas posibilidades.

Santiago me dejó experiencias que valieron mucho la pena. Los paisajes, la gente, las largas caminatas a través de sus calles con parques. En Santiago supe que tenía que aprender a andar en una bicicleta, pues ahí fue donde vi cómo la gente era muy feliz en las calles llegando a todos lados en su bici. Sobre todo aprendí a estar sola, a salir de las depresiones de mirar afuera de la ventana y encontrar el cielo gris, sola. Aprendí a leer de otras maneras, a sentir de otras maneras. Y años después de haber iniciado esa experiencia, sé que soy distinta gracias a ello. Hace unos días enviaron de la universidad un cuestionario para los estudiantes que habían tenido alguna experiencia internacional; pidieron que describiéramos, en una palabra, lo que había significado la estancia en el extranjero. Yo puse “crecimiento”, y sé que es totalmente insuficiente y superficial, pero no hallé otra; me refería al crecimiento del ser, sí, pero también al crecimiento del mundo; porque parece que el mundo se acrecienta conforme uno lo va descubriendo, el mundo, decía Ernst Cassirer, existe porque se le nombra; yo creo que también existe porque se le ve, porque se le conoce, el mundo crece al saberse mirado por ojos que no lo habían visto nunca. Y a la par, uno crece con cada paso que da en terrenos desconocidos.

Tres años después, reconozco más y agradezco doblemente. Creo que siempre uno se puede volver más sensible ante las cosas que ya se fueron, ante el tiempo que redime y genera esa extraña noción de su existencia. Tres años de ser más yo, de entenderme más yo, de crecerme, de saberme.

Music on: Settler - Balmorhea
Quote: "La dinamita contiene toda la felicidad destruible que no se encuentra en el corazón del hombre". Henry Miller
Reading: Hombres sin mujeres - Haruki Murakami

jueves, 4 de junio de 2015

Nostalgia deliberada



Tengo una serie de recuerdos reservados para momentos muy específicos. Hay gente que espera una ocasión especial para abrir un vino, igualmente especial; hay gente que cocina algo fuera de lo normal para celebrar un día. A mí me es suficiente con vagar hacia atrás en los recuerdos para rescatar ese instante ido, para deliberadamente entrar en el reino de la nostalgia. Quizá debería decir, más concretamente, que también, igual que él, lo estoy haciendo mi nostalgia deliberada.

Es muy extraño el proceso del alejamiento. Es incomprensible. Uno cree que ha llegado al límite, que por fin ha dicho basta. Pero tal parece que el regreso es inamovible, por paradójico que eso suene. Y me he dado cuenta de que no estoy loca, pues no sólo me sucede a mí. Hace unos días, por ejemplo, supe que a él también le sucede. Y no es que se trate de amor. Parece que él le sigue dando vueltas al asunto del amor, de lo que pudo ser, de lo que no fue, de lo que nos perdimos. Y yo sigo sin entender por qué hace eso, cuando yo me ofrecí entera y sólo recibí su desprecio.

El caso es, en verdad, absurdo. No he hablado con él, pero de alguna manera, seguimos hablando. Ya no quiero hacerlo. Ya no quiero, en verdad, escribir más sobre estas nostalgias deliberadas, ya no quiero aumentar la tentación de autodestruirme. Porque estar con él es eso, la destrucción inminente, el dolor, las lágrimas y los insultos. No quiero andar otra vez ese camino; sin embargo, hay un lazo que no consigo romper. Y él tampoco.

Ya no pretendo hacer de estas palabras una suerte de declaración o un escrito con la intencionalidad de que llegue a sus oídos (aunque sé que llegará). Pero quería, de cualquier modo, decir, pues no existe entre los dos otra manera de acercarnos, de saber lo poco que el uno del otro podemos saber.

He dejado de creer en segundas oportunidades, no puedo darme esos deslices, en especial no con él. Podría pensar que sería muy complicado apartarme de la ilusión de que, de alguna manera milagrosa, todo puede funcionar y reconstruirse, sobre todo considerando mi tendencia a la tragedia (¿no es eso acaso la tragedia, retar un destino ya conocido, esperando que sea diferente?), mas he logrado sentirme bien en el equilibrio. No pienso acercarme al desequilibrio. He entendido las despedidas, he entendido que muchas veces lo mejor es ponerle punto final a las cosas y huir, aunque después uno quede como un cobarde (aunque eso de la cobardía esté muy malentendido). Sólo elegí ser feliz.

Él acaba de escribir que la vida es una serie de recuerdos musicales (palabras más, palabras menos). Y tiene toda la razón. Este “que tenga razón es punto de conflicto”. Cuando coincide mi pensamiento con el suyo tiendo a pensar en la posibilidad de algo nuevo, pero sé que también existe lo otro, lo que no vale la pena rescatar, eso que si merece unos minutos en el pensamiento, es para reforzar la certeza de que no hay ninguna razón suficiente para regresar ahí.

Es un engaño hermoso, pensar que podemos funcionar. El regreso debe ser, para mi propio bien, algo menos frecuente. La escritura debe ser, menos para esa visita nostálgica y más para el futuro, para las cosas que apenas van a ser. Con mi escritura él sabe que lo pienso, pero también sabe que no pretendo hacer nada por saber de él. Quiero que este ritual de escribirnos porque sabemos que es lo único que nos mantiene, desaparezca también, poco a poco. Él vive en mi memoria —y esto es bien triste— como algo a lo que no hay que volver, algo que es una nostalgia deliberada, pero que ya no quiero que lo sea; tampoco quiero que el retorno sea un gusto, quiero dejar de hacerlo.




Music on: Brenninsteinn - Sugur Rós
Quote: "Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better". Samuel Beckett
Reading: Una pesadilla con aire acondicionado - Henry Miller

jueves, 21 de mayo de 2015

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Un año después

Los momentos cruciales no tienen fecha, no se les puede encasillar. Las cosas más extrañas, aquellas que cambian la vida, llegan cuando menos se esperan, rompiendo todos los planes y todas las expectativas. Aprendizaje, así se llama. Y también agradecimiento, muy importante. En su momento uno no lo sabe, pero eventualmente las piezas van cayendo en su lugar.

Hace un año se realizó la presentación de mi primer libro de narrativa, en el cual hay mucho de mí, muchos años de trabajo y de descubrimiento tanto personal como literario. Pensé que quizá tenía que encontrar una manera de celebrarlo. Y sí, esta entrada es una manera de hacerlo.

Hace un año, también, durante de la presentación de dicho libro, esperaba ansiosa la aparición de alguien que, según yo, era importante. Con el tiempo, es verdad, uno se da cuenta de lo relativo de las cosas. Grandes cantidades de tiempo pueden ser insignificantes así como un instante puede ser decisivo. Esa persona ya no es importante. Las circunstancias nos llevaron a alejarnos y dentro de mi aprendizaje también entendí que uno solo no puede gobernar la voluntad de dos.

Hace un año, por cierto, tampoco tenía en mente todo lo que tengo ahora, no podía siquiera imaginarlo: una pareja que me ama sin condiciones, un familiar menos, otro libro ya listo para probar suerte con las editoriales, un trabajo diferente, una bicicleta y el amor por andar en ella por horas, nuevas amistades, más poesía, más proyectos todos los días.

Así pues, no es posible ponerle fecha al cambio, de nada sirve creer que los ciclos van a cerrarse siempre el día 31 de diciembre, porque los ciclos se cierran cuando se tienen que cerrar, de una manera, a veces, incontrolable. Hoy escribo para conmemorar ese hermoso día de la presentación de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, con uno de los textos que ahí aparecen, el más personal, el más escalofriante:



Funeral

No lo conozco señor, pero imagino que está aquí por la misma pena que nosotras. Tenga un cigarro, yo no fumaba ya, pero hoy he empezado: A mi mamá le dijeron, días antes de morir que podía comer lo que quisiera, tomar y fumar si se le antojaba, yo creo que con esto me voy a morir pronto, así que qué más da, voy a fumar porque me gusta. Cuando nos dijeron eso, el doctor ya sabía que no iba a durar mucho tiempo y yo, yo tampoco puedo saber si voy a durar. Tome, le ofrezco uno. Le voy a contar lo que pasó.
Antes que nada, gracias a Dios que fuimos las dos, qué bueno que así fue, se le tiene que agradecer a Dios, eso nos enseñaron, porque son misteriosos sus caminos y sólo él sabe lo que hace. Pero ¿sabe qué? Yo ya no lo creo, así que olvídelo, no le doy gracias a Dios por nada, ¿cómo puede uno agradecer esas cosas? Aunque bueno, la verdad es que si no hubiéramos ido las dos, con una sola todo hubiera sido más difícil, se necesitaba que una fuera manejando hasta el sur y la otra sacara rápido la silla de ruedas y abriera la puerta del carro. Era necesario que yo, por ejemplo, cargara a mamá hacia afuera y la sentara con mucho cuidado porque ya estaba muy débil y de moverse poquísimo se cansaba. Era necesario que mi hermana cuidara de traerle la jícara por si quería vomitar y le recogiera el cabello de la cara si lo hacía.
Llegamos a esa clínica privada que no era una clínica sino un consultorio de gastroenterología avanzada. La llevamos ahí porque mi hermana, la mayor, dijo que era un lugar muy bueno. Ya se imaginará usted, que alguien le dijo que otro alguien había dicho que ahí la tratarían excelente. Y así, como si fuera una sentencia, accedimos a llevarla pues a esas alturas cualquier opción era buena, cualquier resquicio de esperanza parecía darnos la solución, parecía quebrarnos la incertidumbre y alumbrarnos de nuevo el día.
Y la llevamos por razones absurdas, pues no teníamos otras en qué apoyarnos, por fe, decían mis hermanas, porque la chica había dicho que “tenía un presentimiento” y que sentía “en lo más adentro de su ser” que nuestra mamá no tenía nada de lo que los otros doctores habían dicho, que si después de meses en el hospital no había pasado nada era porque no estaba tan grave, que seguro algo podían hacer. Ay, la niñita, la niñita de cuarenta años con el corazón ingenuo de un infante que cree en los reyes magos nos dejó convencer, creímos que la habían dado de alta en lugar de aceptar que la habían regresado a la casa para que se muriera con nosotras y para que no ocupara una cama más en el hospital.
Eran ya medidas desesperadas, ¿sabe? pero a veces uno no puede decir ciertas cosas en voz alta, era una certeza que oscuramente todas conocíamos pero hacíamos de cuenta como si fuera otra cosa, estábamos instaladas en el mundo del simulacro, haciendo como si una cosa, aunque se tratara de otra. Yo, por ejemplo, hacía de cuenta que mi mamá no me había dicho, días antes de que la trajéramos a la casa: “Ya sé que me voy a morir”, hacía de cuenta que tal frase de angustia y verdad nunca se había pronunciado, que como yo era la única que la había escuchado podía hacerla desaparecer. Medidas desesperadas, ciertamente, aunque me atrevería a decir que más que eso eran intentos fútiles y bien sabidos como fracasos. Durante el tiempo de agonía de mi mamá optamos por yerbas y medicinas homeopáticas, buscamos medicinas alternativas con batidos y masajes. Pero ella todo lo vomitaba, así sólo fuese agua, su cuerpo lo expulsaba trasformado en una sustancia apestosa y verde, a veces negra, con apariencia a petróleo y separada por la baba pestilente. Hacía menos de un año la habían operado del intestino y le sacaron casi la mitad del órgano petrificado, bloqueado y  convertido en una bola rígida. El doctor que la operó, un guapo y joven profesionista con clínica propia, dijo que por eso no dejaba de vomitar, que después de eso estaría bien. Le creímos, pensábamos que mamá ya estaría bien. Y sí, estuvo bien unos meses pero luego el vómito regresó y cada vez era más constante. Ese doctor de pronto dejó de responder las llamadas. Mi hermana hablaba constantemente usando ya distintos nombres y frases“¿Se encuentra el doctor Gabriel?”, “Quisiera hablar con el doctor Gabriel”, “Estoy hablando para comunicarme de urgencia con el doctor Gabriel”. Pero nada, jamás pudo hablar con él y cuando acaso la secretaria contestaba, decía que no había tiempo para programar una cita. Nos desesperamos todavía más. Nos faltaba el dinero, ya sabe usted cómo es esto aquí, había que irse a formar tempranísimo para sacar una ficha y con suerte obtener una cita para el mes siguiente. Si uno llega a urgencias y lo ven con una anciana que apenas se mueve, menos atención ponen. Así es aquí.
Así que estábamos ya ahí a punto de ver a ese nuevo doctor, un consultorio elegante y limpio, radiante, pero con todo, sin que inspirara confianza, ya sabrá usted, que no se necesita ser tan inteligente para saber cuando un lugar tiene esa buena espina o no. Esperamos casi una hora y mi mamá palidecía, hablaba menos, de apenas balbucear una frase se sentía cansada, su piel estaba amarilla, sus ojos ya no lo veían a uno. ¿Sabe? Ese día, por la mañana, antes de que yo me fuera a trabajar, se despidió de mí y sus ojos ya no me encontraron. Al entrar al consultorio la vi con pesadez, ahora era un hueso viajante, orgullosa madre de tres mujeres que antaño echara a andar un negocio y diera de comer a todas, sin más ayuda que sus ventas, sus tejidos y sus costuras, ahora reducida a nada.
Apenas dejamos la sala de espera para entrar al consultorio, vomitó sangre y luego otra vez esa materia negra, igual como lo había estado haciendo por días. El nuevo médico era un señor bien parecido, con unos zapatos pulcros y un traje gris oscuro debajo de su bata, tenía los ojos pequeños y cafés y un gesto que seguramente podría esbozar una linda sonrisa. Sus manos se veían nerviosas y al mirar la sangre pestilente no pudo más que hacer un irremediable gesto de desolación imposible de ocultar de ninguna forma. Mi madre, entonces, pareció que exhalaba el último aliento, yo lo vi: la vi a ella, transparente, tristísima y frágil dirigir los ojos vidriosos hacia el techo. Me atravesé de súbito entre sus pupilas perdidas y el techo, pero nunca pude recuperarle la mirada, peor que en la mañana, era como si desde ese entonces sus ojos ya estuvieran vacíos y me hubieran traspasado toda, como si ya no sirvieran realmente para ver las cosas de este mundo sino sólo otras cosas más difíciles, profundas, inexplicables.
Minutos después murió. Lo último que dijo, con mucho esfuerzo, fue que estaba muy cansada y quería dormir. El médico le limpió la sangre, fue a tirar los trapos sucios hacia otra puerta pequeña en el fondo del consultorio; mientras, mi mamá parecía quedarse dormida. Cuando el médico regresó ya no pudimos despertarla, fue el cansancio, el sueño eterno, que le llaman.
Ni una lágrima lloró mi hermana en ese momento, y yo, de alguna forma, sentí la confirmación de que haberla llevado a ese lugar no había sido bueno, y supe al acostarla en esa cama de plástico cubierta por papeles azules, que tendríamos que salir de ahí no como habíamos entrado y sentí también un dolor tan profundo, sentí como si todos los latidos del mundo estuvieran resonando en mis oídos sin dejarme pensar en nada más, como si el sudor se me estuviera acumulando en los poros para siempre, me sentí pesada y abstraída del mundo, se me olvidó que tenía que llorar. Mas el destino nos jugó otra carta aún más difícil. ¿Cómo íbamos a sacar al cuerpo tieso de mi mamá? Ya me imaginaba yo que no sería de la manera en que entramos, aunque de hecho, justo así fue. El médico no quería que el resto de sus pacientes en sala de espera supieran del reciente fallecimiento de uno de sus pacientes, de modo que nos pidió que sacáramos el cuerpo, antes del rigor mortis, sentado en la silla de ruedas en la que había llegado, haciendo de cuenta que estaba viva, haciendo de cuenta que no pasaba nada. Entonces me sentí en el mundo de simulacro otra vez, negando cosas ciertas, haciendo de cuenta nada más. El doctor arguyó que se trataba de un problema grande para su reputación, que nadie quería ver cómo entraba un vivo y salía un muerto. En ese instante lo odié, desprecié que le importara más su reputación de médico antes que nosotras. Pero no dije nada. Yo no estaba en mí, era como si otra actuara por mí. No sé de dónde encontré las fuerzas para mirar de frente una vez más y abrir con determinación el consultorio, sin voltear la cabeza al bien parecido doctor.
Sacamos a mi mamá entre mantas, bien sentada y sostenida sobre la silla. Así entramos en el auto, me fui atrás, cuidándola, mientras mi hermana echaba a andar el coche a un ritmo que no podría precisar si fue rápido o lento. Pero seguro que usted conoce lo difícil que es andar en auto a horas pico en una gran ciudad, seguro se imagina el suplicio que seguimos para atravesar la ciudad de sur a norte. El hecho de llevar como acompañante en la parte trasera del auto al muerto, al cuerpo, al que entonces ya no era la persona que habíamos conocido, fue la experiencia que nos acercaba al infierno con la lentitud infame de las llantas, pasando sin pasar, mirando sin mirar, igual que como me miraron sus ojos sobre esa cama de consultorio. Además hacía calor, el olor del cuerpo aumentaba, el aire acondicionado marchaba mal y por nada queríamos abrir los vidrios, qué irían a pensar los vecinos de coche cuando vieran el ya casi puesto rigor mortis, la boca deformándose, el líquido saliéndole lentamente por la nariz, los párpados tiesos a la mitad de las pupilas, la piel seca y amarilla, la terrible quietud.
Al llegar a la casa nos recibía mi hermana pequeña, de inmediato metimos a mamá en su cama, como si ahí hubiese muerto, llamamos a otro doctor, el de familia, adorable viejecito simpático que jamás pudo atinar qué había de malo con mi mamá y prefirió no encargarse de su caso. Quizá pensaba que podría morir en cualquier instante y nunca nos lo dijo. Finalmente él escribió el acta de defunción, adjudicando un paro respiratorio después de una larga crisis de vómitos. Ahí la dejamos un tiempo, nos sentamos junto a ella y vimos cómo se quedaba más tiesa, cómo se le abría la boca cada vez más y cómo nunca pudo cerrar ya bien los párpados.
¿Quiere otro cigarro? Ahora estamos a punto de llevarla al cementerio, esperamos solamente que llegue el transporte. El velorio fue sencillo, vino poca gente, la suficiente. Hay que enterrarla, ella creía que algún día vendría el juicio final y que debería conservar su cuerpo bajo tierra para resucitar. Esas creencias ya no las comparto, pero qué otra cosa puedo hacer. De cualquier modo el destino se burla de uno, por eso mejor conviene no hacerle mucho caso y es preferible creer en la casualidad porque basarnos en la causalidad nos puede volver locos. Hoy por la mañana el Dr. Gabriel habló a la casa, dijo que podía atenderla esta misma tarde.



Music on: Such great hights - The postal service
Quote: "La vida es una larga preparación para algo que jamás sucede." W. B. Yeats
Reading: El mundo es un lugar extraño - Severino Salazar