lunes, 15 de julio de 2013

Albert Camus: del absurdo a la rebelión

           


              El mito de Sísifo (1942) es uno de los ensayos más significativos del escritor argelino Albert Camus (1912 – 1960). En él explica la filosofía del absurdo como una exigencia del despertar en la cual el hombre cuestiona el sentido de la vida. El mito de Sísifo, El extranjero (1942), y El malentendido (1944) son parte de una determinada fase de pensamiento en la que la atención está volcada hacia el absurdo, así lo escribió Camus en sus Cuadernos: “Sísifo terminado. Los tres Absurdos están acabados. Comienzo de la libertad” (Suances; 2004, 192). Inmanentes al absurdo son la evasión, la pasión y la libertad. Mas una de las respuestas ante el absurdo, cuando el mundo ya es más bien terrible, es la rebelión, tema con el que cierra esta etapa y se encamina hacia nuevas reflexiones en cuanto a esta consecuencia.

Camus logró ejemplificar mediante la literatura esta peculiar sensación de «absurdo» y «rebelión» y cómo el hombre llega a ellas. Si bien La Peste no pertenece a lo que Iuri Lotman designó como el «tríptico absurdo» existen aún en esta obra rasgos y personajes que siguen reafirmando las ideas en torno al absurdo que el escritor dejara muy en claro en El mito de Sísifo. Por ejemplo, la figura del extranjero, del alienado, le sirvió como vía para demostrar un estado en el que el hombre experimenta un “despertar” y al mismo tiempo una “espesura” ante un mundo que le parece totalmente irracional, figura crucial que aparece tanto en El extranjero, como en La peste.

En El mito de Sísifo, Camus reflexiona fundamentalmente sobre el dilema del valor de la vida y afirma que el único problema filosófico serio es el del suicidio, es decir, si la vida vale la pena o no de ser vivida. El autor dice que la gente se suicida porque se da cuenta de que vivir no vale la pena, que la existencia exige la realización de ciertos gestos y que cuando uno decide morir es porque ha reconocido que dichos gestos son ridículos y que el sufrimiento es inútil. Bajo estas circunstancias el hombre ya no puede hallar una explicación a su existencia, se siente extranjero, un ser que no tiene ni recuerdos de patria, ni esperanza de tierra prometida. Esta sensación es justamente la del absurdo, algo que no se puede explicar o palpar de manera objetiva, pero que vive en el hombre y en su inteligencia. Lo absurdo es fundamentalmente una rebelión de la carne, un darse cuenta de que el mundo es «espeso» y «extraño». Este absurdo es un malestar, una náusea, una inquietud del hombre ante el hombre mismo. Entre todas las definiciones que el autor ofreció para la idea del absurdo, la más iluminadora acaso sea la que percibe que lo absurdo “nace por el contraste entre el deseo de racionalidad humano  y el silencio irrazonable del mundo.” (Suances; 2004, 189). Cabe señalar que el autor se refiere constantemente a la noción de confrontación, de un choque y también de una paradoja. El hombre al entender el absurdo está siendo testigo de una iluminación a la que le sigue la decisión de permanecer en la sombra, en palabras de Camus “la lucidez frente a la existencia y la evasión fuera de la luz” (Camus; 1999, 15). La absurdidad nace de una comparación entre una acción y el mundo que la supera, entre un estado de hecho y cierta realidad. Lo absurdo no está en el mundo ni en el hombre sino en su presencia en común. Para Camus es muy importante la conciencia de la lucha, no tanto la del equilibrio; dice que “el hombre absurdo, por el contrario, no procede a esa nivelación. Reconoce la lucha, no desprecia en absoluto la razón y admita lo irracional” (Camus; 1999, 53). La aceptación no es sinónimo de estatismo, el absurdo no es negar que existe la razón, sino aceptar que también existe lo irracional y que la misma inteligencia permite al hombre darse cuenta de lo que nunca podrá llegar jamás a comprender.

Camus parte de un sistema donde desde el principio existe la «no significación» del mundo, para luego encontrarle un nuevo sentido y una profundidad. Lo absurdo es “el divorcio entre el espíritu que se desea y el mundo que decepciona, mi nostalgia de unidad, el universo disperso y la contradicción que los encadena” (Camus; 1999, 67). El siguiente paso es aceptar el «espesor», darse cuenta y ligarse por siempre a él. Mas lo que importa al autor es explorar no al absurdo como resultado sino partir de éste como inicio y resolver las consecuencias o los caminos a los que el absurdo como punto de partida puede dirigir. En sus novelas, así como en su obra ensayística, Camus discute conceptos tales como el suicidio, la rebelión, la libertad, la evasión, la esperanza, la pasión, pero sobre todo y con todas las posibilidades, una actitud que afirma la vida y que en últimas instancias conduce a la rebeldía.

En La Peste (1947) el autor se ocupa de crear un ambiente que se corresponde con la idea de que el absurdo está al principio, la atmósfera, así como la ciudad de Orán responden a paisajes cuya sordidez y estatismo llevan a sus habitantes a la aburrición y a actuar a través de hábitos y costumbre. La aridez insalvable y la absurdidad, aunque no explicada como tal, se presenta desde las primeras páginas cuando el narrador apunta que: “hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que existe otra cosa” (Camus; 2012, 10). Mas en Orán no sucede esto, la costumbre impera en la ciudad, un lugar en el cual no hay manera de buscar otra cosa sino el mismo páramo siempre.

Por otro lado, en El extranjero, Camus demuestra que el mundo es irracional y la vida gratuita. Lo “absurdo” no se explicita como tal en este volumen, sino que se demuestra a través de acciones y pensamientos de los personajes. Desde las primeras páginas el autor presenta a Meursault como un protagonista que está consciente de la absurdidad de toda la existencia, un hombre que además entiende lo absurdo no solamente como lo contradictorio sino como un rasgo de lo arbitrario. Así, la vida de Meursault no parece tener sentido alguno: “Antihéroe indolente, no camina hacia una meta, sólo vive ciega y automáticamente, repitiendo los gestos, los pensamientos, las sensaciones” (Suances; 2004, 185). Su vida es azarosa, así la entiende él, y este azar se manifiesta en las decisiones que toma, por ejemplo, al matar al árabe o al casarse con María, decisiones hechas bajo el convencimiento de que ejecutar una acción u otra da lo mismo.

Camus no pudo haber elegido mejor y más paradójico título que El extranjero, Meursault que se afirma a sí mismo como un ser igual a todos, “como todo el mundo” (Camus; 1994, 99), es la persona más alienada y sólo a veces es consciente de su estado de alienación. Como todo el mundo ama a su madre, como todo el mundo sigue la corriente en las acciones cotidianas de la sociedad, y, sin embargo, tanto sus pensamientos como actitudes están deslindados de la sociedad a la que pertenece, por ejemplo, asesinar al árabe sin la consciencia de la fatalidad, no arrepentirse de su crimen, no sentir verdadero pesar ni por el crimen ni por no haber llorado en el funeral de su madre.

En La peste, Camus trabaja a otro personaje extranjero: Rambert, otro ser alienado quien, contrario a Meursault, no cree pertenecer al resto de la sociedad aunque de hecho sí lo hace. El narrador dice sobre Rambert que: “la base de su argumentación consistía siempre en decir que él era extraño a la ciudad y que, por lo tanto, su caso debía ser especialmente examinado” (Camus; 2012, 91). Rambert al igual que algunos de los otros personajes pasan por un proceso en el que cambian sus maneras de ser, al principio tiene esperanza y hace lo posible por escapar; al principio lucha en contra de su condición de extranjero, busca una salvación, una puerta de salida, como lo hiciera en su momento Meursault, pero al final, el absurdo de la existencia les pueden más, Camus hace de sus personajes diversas versiones de los héroes absurdos: Rambert al igual que Meursault tienen un poco de esperanza, pero paulatinamente se van deslindando de ella y al final ninguno de los dos se esfuerza por encontrar la puerta de salida sino que se quedan viviendo en la misma situación. Meursault acepta su muerte, acepta que no es libre, que morirá y renuncia a la esperanza, Rambert es también un prisionero del cerco instalado a causa de la peste, aunque es tarde cuando cae en cuenta de esto. El narrador escribe que algunos habitantes de Orán, “como Rambert, llegaron incluso a imaginar que seguían siendo hombre libres”. (Camus; 2012, 140)

Como es evidente, en ambas novelas, Camus también pone en tela de juicio el concepto de libertad. Mario Vargas Llosa escribió sobre El extranjero que “como otras buenas novelas, se adelantó a su época, anticipando la deprimente imagen de un hombre al que la libertad que ejercita no lo engrandece moral o culturalmente; más bien, lo desespiritualiza y priva de solidaridad, de entusiasmo, de ambición” (Vargas; 2002, 211). De modo que la libertad, tan exaltada en las sociedades occidentales es presentada precisamente como la causa de la condena. La libertad en este libro también es una cosa absurda, contradictoria y sin sentido; Meursault era libre, en su libertad mató a un hombre y terminó condenado. Los habitantes de Orán, en teoría son libres, pero la realidad es que viven en un encarcelamiento forzoso a causa de factores que no pueden controlar. Meursault, encerrado y condenado, reflexiona sobre los límites y las consecuencias de su libertad propia. Aunado a la libertad, añade el concepto de evasión, Meursault se pregunta si acaso existe la posibilidad de escapar del engranaje social, quiere saber si lo inevitable, en este caso su muerte, puede tener otra salida. Esta reflexión es importante pues trata de subvertir el cauce de lo absurdo inevitable; Meursault dentro de la celda se pone a pensar en los condenados a muerte que por alguna causa habían logrado escapar de su condena, mas su pensamiento sigue teniendo al azar como un factor clave “de que en su precipitación irresistible, el azar y la posibilidad, por una vez, al menos, habían cambiado alguna cosa” (Camus; 1994, 156). Este tema lo abordó durante una conversación con el guardia jefe de la prisión quien le explica que la razón por la que están todos aquellos en la cárcel es para privarlos de la libertad pero que, sin embargo, a pesar de dicho castigo, los presos “concluyen por satisfacerse por sí mismos” (Camus; 1994, 113).

La satisfacción de sí mismos, aún sin gozar de libertad, es una cuestión que a través de Rambert regresa a tratar en La peste, y es una de las cuestiones más importantes dentro de las líneas que toma el absurdo como conclusión. Al final, Camus demuestra que no existe al final una puerta de salida pero que la vida en su absurdidad más absoluta no debe por esto ser odiada y evadida sino abrazada y vivida con alegría. El absurdo niega la libertad eterna pero otorga libertad de acción. Antes del absurdo, el hombre actúa como si fuera libre, tiene metas, esperanzas, luego del absurdo todo se derrumba, la muerte es la única realidad. No hay mañana ni futuro, así que “la muerte y el absurdo son los principios de la única libertad razonable” (Camus; 1999, 79) y con esto “el hombre absurdo vislumbra así un universo ardiente y helado, transparente y limitado, donde nada es posible pero todo está dado” (Camus; 1999, 79). Meursault dice que: “lo que interesa es la posibilidad de evasión, un salto fuera del rito implacable, una loca carrera que ofrece todas las posibilidades de esperanza” (Camus; 1994, 156). En este momento, Camus está a favor de un «salto» que pudiese mover el rumbo inalterable de la existencia. Meursault quiere dar ese salto pero el mismo engranaje social se lo impide. Sin embargo, hacia el final Meursault entiende que el hombre se acostumbra a todo y que la clave es una resignación alegre frente a lo inamovible. Meursault pierde la esperanza, su mundo es totalmente indiferente y saberse cerca de la muerte le da bríos para vivir de nuevo.

Camus reitera en El mito de Sísifo que todos los filósofos existenciales proponen la evasión como salida, lo que llamaría «el salto», más para él la evasión no es la respuesta, lo cual se puede ejemplificar mediante los pensamientos finales de Meursault en donde él reflexiona sobre las puertas de salida y de los condenados que quizá lograron escaparse. Meursault comprende que la verdadera salida está en el renunciamiento a la esperanza. En la ciudad de Orán, los efectos de la peste generan diversos sentimientos en sus habitantes. Al principio, en ellos existe la esperanza de que aquello terminará y que podrán regresar a sus actividades normales, muchos se niegan a pensar en que ya son esclavos y tienen esperanza. Camus en El mito de Sísifo (1942) escribió que: “el pensamiento de un hombre es ante todo su nostalgia” (Camus; 1999, 66); los habitantes de Orán se consuelan con su nostalgia, con sus inútiles recuerdos, se sienten como exiliados y extranjeros, “el sufrimiento profundo que experimentaban era el de todos los prisioneros y el de todos los exiliados, el sufrimiento de vivir con un recuerdo inútil. Ese pasado mismo en el que pensaban sólo tenía el sabor de la nostalgia” (Camus; 2012, 64).

Es comprensible, dice Camus, que el hombre ante la consciencia del absurdo vuelque su existencia hacia diferentes cosas que lo alejen de esta consciencia y así «saltan» hacia un mundo a su medida. Este salto supone la posibilidad de lo eterno, enemigo a la inmediatez y finitud propia del sentimiento y realidad del absurdo. Camus luego de establecer la imposibilidad de conocimiento total propone que a pesar de ello y a pesar de todo debe mantener la apuesta por lo absurdo, es decir, no efectuar ese salto. Meursault es el personaje absurdo por excelencia, renuncia a la esperanza, es indiferente y ha entendido el engranaje absurdo de la vida, mas no se suicida, vive en él y responde a él en todos los sentidos. El problema con Meursault es que vive en un mundo en donde el resto de la gente ha dado saltos hacia asuntos morales, hacia la sociedad correcta, hacia las normas y reglas de la religión, en fin, hacia una serie de cosas que les permiten saltar, evadirse y evitar el absurdo. Como Meursault no salta, sino que es fiel a sí mismo y aprehende la absurdidad del mundo, es condenado por ser un extranjero, un hombre que no tiene patria ni consciencia de futuro. Consecuentemente, otra consideración fundamental para el hombre absurdo es la conciencia de que no existe el mañana, a saber, que la inmediatez es fundamental para la concepción de la existencia. A Meursault sólo le ocupa el presente. Camus establece que el hombre absurdo no contempla la idea del mañana; no vive sino en el presente, en la inmediatez. Esta falta de proyección a futuro convierte a Meursault en un hombre extraño al mundo, “se siente extranjero  en un mundo privado de luces e ilusiones, pues no percibe más que incoherencia. No es de ningún lugar, ni tiene proyectos de futuro, sólo le preocupa el presente. Entonces, cuando el mundo no es más que un paisaje desconocido, cuando el corazón no encuentra apoyos en un universo cerrado, se experimenta lo absurdo y uno se convierte en extranjero” (Camus; 2004, 186).

Asimismo, el narrador de La Peste insiste en que la actitud que adoptan sus habitantes no es la de una simple resignación por carecer de futuro sino una certeza y un consentimiento gracias al cual “sin memoria y sin esperanza, vivían instalados en el presente” (Camus; 2012, 153). La ciudad de Orán también asume que no tienen un futuro: “había que esperar todavía. Pero a fuerza de esperar se acaba por no esperar nada, y nuestra ciudad entera llegó a vivir sin porvenir” (Camus; 2004, 214). Al igual que Meursault, los habitantes de Orán se van alejando de la esperanza: “no había sitio en el corazón de nadie más que para una vieja y tibia esperanza, esa esperanza que impide a los hombres abandonarse a la muerte y que no es más que obstinación de vivir” (Camus; 2004, 216). Pero tiempo después algunos, como Cottard y Rambert logran renunciar a la esperanza, y viven. La falta de esperanza y la consciencia de que nada está claro son características de este despertar con el absurdo. Cabe mencionar que Camus critica en su ensayo, a los racionalistas y su tendencia a explicarlo todo y prefiere partir de los postulados de los filósofos irracionales que no necesitan el conocimiento absoluto del mundo. El hombre absurdo es aquel que no necesita que le expliquen más, el hombre absurdo se contenta con lo que sabe, con lo que conoce. El “amor fati” del que habla Nietzsche en Ecce homo resuena por ser un antecedente para el pensamiento de Camus, pues es la actitud perfecta que el hombre debe adoptar frente a un mundo en eterno devenir al que hay que decirle siempre que sí:

Mi fórmula para la grandeza en el hombre es el amor “fati”; no querer tener nada de diverso de lo que se tiene, nada antes, nada después, nada por toda la eternidad. No sólo se debe soportar lo necesario y no esconderlo –todo idealismo es mentira frente a lo necesario-, sino “amarlo”. (Suances; 2004, 76).

Ahora es preciso retornar al concepto principal que abre El mito de Sísifo, es decir, el del suicidio, tal como lo explicita Camus en la primera página del ensayo: “el tema de este ensayo es justamente la relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es una solución para el absurdo” (Camus; 1994, 16). Sin embargo, es el hecho de que no es posible escapar del absurdo el verdadero motor del ensayo. Camus nota el error frecuente del hombre, quien por diversas causas, cree que negarle un sentido a la vida conduce necesariamente a declarar que ésta no vale la pena de ser vivida, sin embargo, sucede que en la negación de dicha premisa radica la fuerza de la actitud vital frente al absurdo, a saber, que la absurdidad de la vida no requiere forzosamente escapar de ella.

Dentro del ambiente de enfermedad y plaga de La peste, existe un personaje que enarbola la actitud que Camus describe como la ideal para el hombre absurdo frente a la vida, éste es el suicida Cottard, cuya visión de la vida evoluciona desde su primer intento fallido de matarse. Este personaje enarbola el proceso que Camus describe en El mito de Sísifo en tanto que luego de fracasar en el suicidio se convierte en el héroe absurdo, el hombre que acepta y que es feliz en la irracionalidad y absurdo, que puede estar alegre en la cárcel y en la condena. De acuerdo a los apuntes de Tarrou, Cottard es un hombre satisfecho: “él está amenazado como los otros pero justamente lo está con los otros. Y además cree seriamente, estoy seguro de ello, que no puede ser alcanzado por la peste. Se apoya sobre la idea, que no es tan tonta como parece, de que un hombre que es presa de una gran enfermedad o de una profunda angustia queda por ello mismo  a salvo de todas las otras angustias o enfermedades” (Camus; 2012, 162). De manera que Cottard, en su forma de pensar, afirma que una vez logrando la aceptación de la absurdidad, el hombre puede dejar de estar afectado por ella. Camus es consecuente con la noción de que su ensayo “considera a lo absurdo, tomado hasta ahora como conclusión, como un punto de partida” (Camus; 1999; 11). Asimismo, Cottard tiene su manera de explicar este sentimiento que está desde el inicio y que no es una consecuencia: “la condena es un principio, no es un fin. Mientras que la peste… ¿Quiere usted saber mi opinión? Son desgraciados porque no se despreocupan” (Camus; 2012, 165).

Cottard está afirmando una manera de vivir en la cual se acepta la vida tal cual es. Él es el ejemplo de que el suicidio no es la consecuencia del absurdo. Es un hombre que luego de haber intentado el suicidio apuesta por la afirmación de la vida. Camus afirma que “no hay espectáculo más hermoso para un hombre sin anteojeras que el de la inteligencia enfrentada a una realidad que la supera” (Camus; 1999. 73). El sentimiento de Cottard también se corresponde con la crítica al racionalismo y a un mundo del que el hombre exige tener conocimiento total. Uno de los más importantes críticos al racionalismo fue Friedrich Nietzsche quien otorgó una primacía a los instintos y a la voluntad por encima de la racionalidad y el deseo de conocer. Nietzsche está a favor de la aceptación de un mundo cuyas certezas no podemos entender: “Se ha negado lo irracional, lo arbitrario, lo contingente, como si fuera la causa de múltiples daños físicos” (Suances; 2004, 38-39). En El mito de Sísifo, Camus afirma que el conocimiento total de las cosas que nos rodean es imposible, y que el hombre debe aceptar dicha situación tal como es. Antes mencioné que el hombre absurdo se contenta sólo con lo que sabe y nada más y que esta actitud es alegre: “el punto central de esta alegría es la infinita afirmación de las cosas sin pensarlas, sin racionalizarlas, envueltas como están en la casualidad” (Suances; 2004, 66). El discurso de Camus se apoya en filósofos del irracionalismo, como Heidegger, Nietszche y Kierkegaard, cuyos postulados estaban cimentados en la pasión, la voluntad y los impulsos. A Camus no le interesa seguir peleando en contra de la racionalidad, sabe que el ser humano parte de una imposibilidad de conocimiento y propone un estado no de ascesis sino de aceptación ante este hecho, es decir, no niega la razón, pero afirma que con la razón y a través de la inteligencia se debe concluir que el mundo es en sí absurdo, que no se lo puede conocer y que el hombre está rodeado de elementos irracionales: “este mundo en sí no es racional, es cuanto se puede decir. Pero lo que es absurdo es la confrontación de esa irracionalidad con el deseo profundo de claridad cuya llamada resuena en lo más hondo del hombre” (Camus; 1999, 24).

El hombre absurdo, además, se exige a sí mismo vivir solamente con lo que sabe y se arregla con lo que es, el hombre absurdo quiere saber si es posible vivir sin apelación. Camus propone que la vida se vivirá mejor cuanto menos sentido tenga ésta, el absurdo no es una negación, es un vivir iluminado por la consciencia: “vivir es hacer que viva el absurdo” (Camus; 1999, 72). No porque la vida sea absurda hay que renunciar a ella. La conclusión más importante para Camus dentro de su percepción del absurdo es que no se le debe dar la espalda, que aunque la vida no valga la pena de ser vivida, tiene que vivirse, el hombre tiene que ser rebelde ante el determinismo y aún más importante, tiene que ser feliz:

Al contrario de Eurídice, lo absurdo sólo muere cuando se le da la espalda. Por eso una de las pocas posiciones filosóficas coherentes es la rebelión. Esta es un enfrentamiento perpetuo del hombre con su propia oscuridad. Es exigencia de una posible transparencia. Pone el mundo en tela de juicio en cada uno de sus segundos. Así como el peligro proporciona al hombre la insustituible ocasión de asirla, también la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la experiencia. Es esa presencia constante del hombre ante sí mismo. No es aspiración, carece de esperanza. Esta rebelión no es sino la seguridad de un destino aplastante, sin la resignación que debería acompañarla (Camus; 1999, 72-73)

Si Camus ha elegido a Sísifo como el héroe perfecto para ejemplificar el absurdo de la existencia, no es sólo por haberse tratado de un ser tan rebelde que en múltiples ocasiones se atrevió a retar y burlar a los dioses. El regreso al mito fue por la trascendencia de los mitos y porque “Camus considera que la sabiduría antigua trágica coincidía con el heroísmo contemporáneo” (Suances; 2004, 190). Esta consideración está inspirada en los postulados de Nietzsche tratados en El origen de la tragedia donde explica la importancia de algunos héroes al ser rebeldes absurdos que se creen dueños de su destino, así como en La voluntad de poder, en donde explica que la afirmación sin condiciones de la voluntad de poder está basada en la noción de querer vivir. Nietzsche se instala en la afirmación vital a partir de sus conclusiones con respecto a la tragedia griega, en donde la lucha y la aceptación del dolor no desdicen la vida sino que la afirman:

La tragedia se da en Grecia cuando ésta acepta el dolor no sólo sin desdecir por ello la vida, sino afirmándola por eso mismo. La tragedia no es algo que provoque el terror y la compasión; en ese caso debilitaría, desorganizaría; sería un proceso de disolución, de decadencia, algo peligroso para la vida. No; la emoción trágica consiste en la embriaguez de vivir la vida a pesar de la lucha que éste lleva consigo. La emoción trágica es más bien un tónico que lanza a la vida tomando el dolor y las dificultades como estímulo (Suances; 2004, 20)

Los griegos entendieron que algo de loable había en la rebeldía ante el destino y que el hecho de ir en contra de los dioses significaba más bien una actitud de embriaguez de la vida. Sísifo, tal como lo presenta Camus, es el héroe que lucha y se rebela sabiendo que su castigo es inevitable y como sea es feliz. El mismo Camus expresa que Sísifo es, en esos instantes en que se sabe en una actividad inamovible es dueño de su destino y su rebelión consiste en ser feliz. El hombre absurdo “seguro de su libertad a plazo, de su rebelión sin futuro y de su conciencia perecedera prosigue su aventura en el tiempo de su vida” (Camus; 1999, 89). Todo es infecundo, no hay futuro, el único pensamiento no engañoso es un pensamiento estéril. Lejos de sufrirlo, tal como Nietzsche en El origen de la tragedia Camus entiende que lo absurdo no siempre es angustia: “hay una felicidad metafísica en sostener la absurdidad del mundo” (Camus; 1999, 123).

Ahora bien, la rebeldía que Camus trabaja posteriormente en otras de sus obras, tales como Calígula (1944) y El hombre rebelde (1955) se deslinda de la aceptación neta del absurdo y se encamina hacia la acción. Con este tipo de rebelión, Camus no ve al hombre sólo como individuo sino que lo considera como parte de la colectividad y preocupado por ella. En La peste, la compasión y simpatía de los personajes muestran que sólo la rebelión concilia al ser humano con su destino. “Mientras que Meursault y Calígula, como Sísifo, habían cedido a la suerte que les había tocado, el doctor Rieux se apiada de los que sufren y comprende que no puede aislarse” (Suances; 2004, 193). De modo que la característica de la rebelión radica en una protesta por el espectáculo de la sinrazón y en una actitud que engendra acciones. Así pues, la consecuencia por la que tanto se preocupó Camus en El mito de Sísifo está en la rebelión y una de sus manifestaciones, la que más le importa al filósofo, radica en la creación artística.

No es casualidad que tanto Nietzsche como Camus llegaran a la conclusión de que la rebeldía tiene una de sus mejores salidas en el arte. “El artista actúa como testigo de su época, proyectando para los tiempos venideros, reparando y modificando la realidad, por medio de la creación. Creando, se puede dar unidad a lo disperso. En definitiva, más allá del nihilismo, considera que es posible un pensamiento y una acción que sin pretender resolverlo todo, permita hacer frente a la realidad de modo creador” (Suances; 2004, 195). En el fondo, a pesar de las desolaciones, nihilismos y desesperanzas, es verdad que se funda, para el pensamiento de Camus, una solución en la acción en la rebeldía y en el arte que se convierte en un sinónimo de la voluntad de vivir, en el medio que afirma al hombre y que reitera que el pensamiento existencialista de Camus no es pesimista y que acaso no está tan separado del humanismo sartreano que encuentra su salida en las acciones que harán trascender al hombre.

La salida, que no es el salto, pero sí la consecuencia feliz de una vida absurda está en el arte. Nietzsche afirma que tenemos el arte para no morir de la verdad. Dentro de un mundo que no es totalmente comprensible y bajo su idea de que la voluntad de verdad es enfermiza, propone una vida a favor de la creación, de la voluntad y de la «no verdad»: “vivir por tanto, es inventar, crear, o sea, construir un sentido en nuestro trato con los hechos. El nuevo honor es se creadores” (Suances; 2004, 70). Para Camus crear es vivir dos veces, la obra es en sí un fenómeno del absurdo ya que en ella están todas las confrontaciones del pensamiento enredado en lo absurdo. La obra absurda exige a un artista consciente de sus límites. El arte es una respuesta para la absurdidad del mundo pues “si el mundo fuera claro no existiría le arte” (Camus; 1999, 129); el arte absurdo ilustra tanto el divorcio como la rebelión, es tanto un ejercicio de desapego como de pasión en donde arde la inutilidad de la vida del hombre.

El artista absurdo trabaja y crea para nada y lo sabe, pero también sabe que el artista “debe dar al vacío sus colores” (Camus; 1999, 147). La creación artística es “la rebelión tenaz contra su condición, la perseverancia en un esfuerzo condenado estéril” (Camus; 1999, 149). La creación absurda es rebelde, libre y diversa. Por esta actitud de rebelión y libertad a Camus le interesa sobremanera la figura de Sísifo, pues se trata de un héroe rebelde cuyas acciones están condenadas a la repetición eterna y cuyo castigo no va a terminarse jamás; sin embargo, Sísifo es el héroe que como Meursault, hace suya la condena y dentro de ella logra alegrarse. A Camus le interesa particularmente Sísifo en el momento en que regresa hacia abajo, ese instante es el de la conciencia, cuando es más fuerte que su roca. Al respecto, Camus encuentra en el pensamiento de Tarrou, una demostración del absurdo más pleno en el momento del descenso. Tarrou piensa así: “la primera mitad de la vida de un hombre era una ascensión y la otra mitad un descenso; que en el descenso los días del hombre ya no le pertenecían, porque le podían ser arrebatados en cualquier momento, que por lo tanto no podía hacer nada con ellos y que lo mejor era, justamente, no hacer nada” (Camus; 2012, 101). Mas Sísifo es el más dichoso justo en el momento en que desciende, porque entonces es dueño de su roca, consciente y feliz con su destino. Camus propone justamente que ese descenso puede ser dichoso, que lo absurdo y la felicidad pueden ir de la mano, “la felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. El error consistiría en decir que la felicidad nace forzosamente del conocimiento de lo absurdo. A veces ocurre que el sentimiento de lo absurdo nace de la felicidad” (Camus; 1999, 159). Y aquí Camus regresa a ejemplificar a través de los héroes griegos, por ejemplo Edipo: “juzgo que todo está bien, dice Edipo, y esa frase es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del hombre. Enseña que no todo está agotado, no ha sido agotado” (Camus; 1999, 159).

Esta felicidad absurda se presentó en Meursault al momento de haber renunciado por completo a todo, justo en el límite, al voltear los ojos al abismo, el hombre puede despojarse de todo y aceptar su vida. Dentro de Orán, el narrador cuenta que en horarios específicos, la ciudad de muestra del despliegue de la más grande pasión por la vida: “todos los días de once a dos, hay un desfile de jóvenes de ambos sexos en los que se puede observar esta pasión por la vida que crece en el seno de las grandes desgracias” (Camus; 2012, 103). Estas manifestaciones tienen lugar justo en medio del desastre. Además, los habitantes de Orán tiene, por lo general, una buena actitud: “en conjunto no eran cobardes, abundaban más las bromas que las lamentaciones y ponían cara de aceptar con buen humor los inconvenientes, evidentemente pasajeros” (Camus; 2012, 69).

Camus se había planteado en El mito de Sísifo si acaso era posible vivir sin apelación, mas lo importante, se da cuenta después, no es vivir lo mejor posible sino lo más posible. De nuevo, no se trata de entregarse al suicidio y renunciar sino de existir en la absurdidad. Hay que ser alegres, no a pesar de que el mundo es irracional, sino porque el mundo es irracional. 

Bibliografía:
Camus, Albert, El mito de Sísifo, Alianza, Madrid, 1999, 179pp.
------------------, El extranjero, Emecé, Buenos Aires, 1994, 175pp.
------------------, La peste, Random House, México, 2012, 255pp
Suances Marcos, et. Al., El Irracionalismo Vol. II, Síntesis, Madrid, 2004, 221pp.

Vargas Llosa, Mario, La verdad de las mentiras, Alfaguara, Madrid, 2002, 414pp.

Music on: Half light 1 - Arcade Fire
Quote: "Toda buena poesía consiste en el espotáneo desbordamiento de intensas emociones"
Reading: El obsceno pájaro de la noche - José Donoso

lunes, 8 de julio de 2013

De la tesis y la depresión

Carezco de muchas cosas, tengo defectos al por mayor, pero toda mi vida he sido una persona responsable y dedicada, por lo general no dejo las cosas a la mitad (a menos que se trate de hacer spinning o correr por el parque todas las mañanas). Toda mi vida fui buena para la escuela, no necesariamente inteligente ni brillante, ni talentosa, pero sí dedicada y con la conciencia de que había que estudiar, que si hacía la tarea me podrían 10 y pasaría el año con honores. Así fue hasta que terminé la especialidad en literatura mexicana del siglo XX, escribí una tesina de 60 cuartillas en menos de 3 meses, sin problemas, con una asesora que nunca dudó de mi capacidad y que en general dio el visto bueno a todo lo que le escribía. Pero entonces, luego de trabajar y darme cuenta que la beca de maestría me pagaría más de lo que me pagaban en mi actual trabajo y de pensar que toda mi vida había sido buena para la escuela, sin pensármelo dos veces hice la prueba y me quedé. Ah, pero no tenía ni idea del suplicio y la pesadilla que eso representaría.

No pienso hablar mal específicamente de la universidad y entiendo que el Conacyt, aunque te haga firmar un contrato en el que te comprometes a ser buen estudiante y cumplir sus requisitos, también te consiente con una beca que más o menos te alcanza para comprarte tus libritos y que además te da la posibilidad de mandarte al extranjero a estudiar/pasear (cosa que hice durante casi 6 meses en Santiago de Chile). La cosa no es Conacyt sino algunas de las normas que para hacer un trabajo académico hay que seguir al pie de la letra. La pretensión que piden al escribir una tesis es que hay que ser original, ya desde ahí estamos fritos porque realmente no se puede ser del todo original y si uno es lo suficientemente osado como para tener una idea descabellada, no es aprobada si no está respaldada por críticos o teóricos literarios. Asimismo, resulta que tener un asesor con el que te entiendas bien es contar la mitad del trabajo hecho, y no entenderse bien en el plano de ser buenísimos amigos, sino en el plano de tener filiaciones similares y que esté convencido de que tu tema vale la pena o, por lo menos, existe.

He estado dando palos de ciego en la investigación casi desde el principio, he llegado a un punto en el que ya no estoy convencida de lo que estoy haciendo, y parece haber sido mi culpa pues, como bien lo apuntó mi asesora, fue hace dos años que ella me dijo que mi autor era otra cosa pero no eso de lo que yo me jactaba estaba impregnado. Ha sido una suerte de montaña rusa, donde a veces lograba dar en el clavo con cosas que coincidentemente le gustaban a mi asesora, y luego, meses después, me regresaba el avance con comentarios que podrían desmotivar a cualquiera.

Y no es sólo el dramita personal de que no me sé expresar o que leo ingenuamente. He leído muchas investigaciones y varios libros en torno a mi tema. Hallé por ahí una tesis de doctorado que plagiaba abiertamente a otros dos estudiosos consagrados, que parafraseaba sin ninguna nota al pie ni ninguna referencia que sugiriera la fuente de sus palabras, ¡de doctorado y con ese error! El trabajo tampoco estaba sostenido estrictamente por el hilo conductor que el señor propuso en el principio y de todos modos estaba bien escrito. La academia tiene el vicio de cuestionar todo lo que uno dice, no sé por qué; pareciera que uno es incapaz de tener conocimiento que no viene de los libros, por ejemplo, en una ocasión, analizando "Río subterráneo" de Inés Arredondo escribí que el agua del río funcionaba para los personajes como una suerte de purificación, semejante a lo que se busca en el rito cristiano a través del bautizo, bajo el entendido de que el agua que se pone en esa ocasión es para limpiar el pecado original. La maestra señaló que de dónde había sacado eso, que habría que poner una referencia bibliográfica para tal afirmación. Y así me he encontrado con que los académicos hacen cuestionamientos de dicha índole, que me hacen pensar que no soy capaz de formular ningún argumento válido si no lo apoyo en algún crítico o teórico consagrado. Además, si cito a alguno de esos maravillosos dioses de la literatura, está perfecto, pero si, nada más por hacer el experimento, parafraseo alguna de sus ideas, sin ponerle comillas, tranquilamente me lo cuestionan y lo tildan de impreciso, inexacto y demás cosas por el estilo.

Entonces ya no sé qué es lo que debo creer. La academia me ha roto el esquema de que la perseverancia y el estudio llevan a buenos resultados; "bienvenida al puto mundo" me dijo hace unas horas una amiga. Y creo ser lo suficientemente fuerte como para levantarme, pero también debo decir que la revisión que me mandó mi asesora me trajo llorando por meses; te destruye ver que eres tan mediocre y tan poco estructurada y tan incongruente y que no sabes escribir (qué importa que hayas tenido experiencia en en la Coordinación Nacional de Literatura y no sólo sirviendo café, ahora resulta que te urge un curso de redacción), esas cosas desmotivan y más lo hacen si eres una persona que ha dedicado ya 10 años de su vida al estudio y promoción literaria, a la investigación, a la escritura, y ya por ocio, a la poesía. Sé que quizá no se pueda entender la magnitud del desencanto. Frente a lo que es ahora mi tesis, con los desmotivantes comentarios de mi asesora, me siento en la depresión, como una madre a la que le mataron al hijo y que de pronto llega alguien que no sabe que se murió y le pregunta cómo está el hijo y ella llora otra vez y siente que se lo han vuelto a matar. Cierto es que recordar es volver a vivir. Y cada que recuerdo el esperpento que es mi tesis, me vuelvo a deprimir.

Me genera mucha incertidumbre y desasosiego el hecho de que hasta antes de entrar a la maestría yo era buena, leía bien y hacía análisis literarios decentes, no me explico cómo de la especialidad a la maestría empeoré tanto. A veces trato de culpar a la asesora o a la academia, y creo que esta última tiene mil fallas, como las que ya mencioné, pero no puedo dejar de pensar que en el fondo la que estuvo viviendo engañada fui yo, que la mediocre y la estúpida, la que no es capaz de leer bien los textos, que no puede conectar sus ideas, que no sabe cuál es la estructura de una tesis, la que ha fallado en sus argumentos y en todo lo posible, he sido yo y solo yo. Y eso, a mi forma de ver, es motivo de depresión.

Sí sé que no hay de otra, que a estas alturas estoy en la obligación de terminar lo que empecé. Desde el segundo semestre de esta pesadilla supe que algo había mal, me solté a llorar sin control frente a mi asesora y duré así días; me di cuenta de que yo no era lo suficientemente buena o brillante o inteligente o lo que sea que fuera necesario para seguir ahí y hacer algo que valiera la pena. Pero sentía, todavía, que tenía que neciar y tenía la convicción de poder hacerlo. Ahora la convicción está por los suelos, la pasión se terminó hace varios meses y sólo sueño con el día en que pueda escribir algo que le parezca bien a mi asesora (ni siquiera a mí), que se ajuste a lo que me pide. Vivo dudosa de mí, de que lo que elegí para el resto de mi vida ha estado equivocado, que esto fue un error fatal.

Ni modo, hay miles de cosas en la vida que se hacen porque se tienen que hacer, no porque se quieran hacer. Pero es una lástima que algo que solía disfrutar se haya convertido en algo que odio, en una cruz que me acecha todos los días con amenaza. Es feo ver que ya odio leer los libros que me gustaban y esa sensación de que sea lo que sea que escriba no será suficiente.

Music on: You don't miss your water - Richard Hawley
Quote: "hay que ser lo suficientemente filósofo para no admitir nada" Friedrich Nietzsche
Reading: El obsceno pájaro de la noche - José Donoso