martes, 27 de diciembre de 2016

Querido Santa Claus:


Antes que nada, disculpa que te diga la siguiente verdad: siempre le he hecho cartas a los Reyes Magos. No es que tuviera algo en tu contra, querido, pero mi mamá nunca me inculcó la fe en el señor que anunciaba la Coca Cola. Y la fe la he perdido, en general, con el paso de los años.

Pero cuando uno tiene deseos da igual a quién se los pida, querido Santa Claus, los mitos encierran un carisma inigualable y el receptáculo se ajusta a la persona y su realidad individual. Así pues. Lo que deseo en este momento es lo que creo que necesito o no necesito, según sea el caso, pocas cosas, concretas, ambiciosas:

Primero que nada, querido Santa Claus, quiero resignación, sí, de esa que te dicen que debes tener cuando las cosas te salen mal, frase muy recurrente cuando se te muere alguien, pero también aplicable a cuando trabajas muy duro para lograr algo y fracasas, cuando intentas muchas veces y descubres que por más que trates no eres suficiente. Resignación, sí, para no enloquecer ni deprimirse; resignación, querido Santa Claus, porque no hay manera de luchar contra la corriente sin morir de agotamiento.

Después quiero valor, en grandes dosis, porque necesito despertar todos los días en este mundo que se cae a pedazos y poder responder como aquel Sísifo en la montaña, con alegría y felicidad plena frente a una condena eterna; responder, querido Santa Claus, que estoy bien a pesar del castigo, a pesar de que nado en el fango cuando lo que espero es volar sobre las estrellas, responder que todo está bien y que sí soy feliz.

Y quiero amor, querido Santa Claus, porque uno debe tener algo hermoso que te destruya y al mismo tiempo te haga renacer, porque es siempre sorprendente y te hace romper límites impensados, porque estoy convencida de que es mucho más de lo que dicen que es, y que, aunque no alcance y no sea más grande que mil cosas, encuentra la manera de hacer girar la existencia entera, hacia rumbos desconocidos. Y eso siempre es necesario.

Y al final, querido Santa Claus, quiero vida, porque sin ella no se hace nada; y además quiero ser capaz de vivir pensando profundamente sin azotarme por la pequeñez de mi ser en el mundo, para así poder siempre abrazar la vida sin pensar en la muerte. Y no, por si te lo preguntabas, no quiero muerte, sobre todo no muerte, querido Santa Claus, no quiero que venga a rondar con la certeza gélida de su presencia irremediable, la quiero lejos, lejos para pensar que el tiempo presente es hoy y es bueno y que, mientras haya vida, hay posibilidad, a pesar de todo.

Querido Santa Claus, hasta ahí mis deseos. Disculpa la retahíla, entiendo que no podemos establecer convenios más allá de esta ocasión especial, mas es mi plan escribirte de nuevo el siguiente año y aseguro estar deseando cosas diferentes, porque nada me basta, querido, siempre falta algo, todo es insuficiente. 

Music on: Not even jail - Interpol
Quote: "El futuro es de quien lo ve como presente". Mauricio Montiel Figueras
Reading: Los niños están locos - Héctor Manjarrez

viernes, 23 de diciembre de 2016

Yo hubiera hecho lo mismo


Leyendo a José Emilio Pacheco, di con un poema titulado "La mayoría de edad", y me hizo pensar en ese momento en que me dejaron, más bien en los muchos momentos en que me han dejado. El poema dice así:

La mayoría de edad
no se alcanza por fecha de nacimiento
ni consta en los archivos oficiales.
Nos graduamos de adultos nada más
cuando alguien nos deja.
En plena juventud llega de pronto
el sabor de la muerte.

No vengo a azotarme porque me dejaron ya que, aunque sí es terrible en muchos niveles, creo muy importante recalcar el otro lado: siempre somos víctimas. Es decir, siempre vamos a herir a alguien, a dejar a alguien, por el simple hecho de que queremos estar bien y hacer lo que creemos que nos hará felices.

La última vez que me dejaron fue hace tres años. Por ridículo que suene, aún me duele, y todavía puedo llorarlo y sufrirlo con gran facilidad; me duele no haber sido suficiente, me duele sobre todo, que me dejaron por otra persona que era todo lo que yo no era y que sí era suficiente y más.

No sé si haya un adjetivo para lo que sigue, pues yo nunca he dejado a alguien por alguien más. En mis relaciones amorosas es usual que me dejen por alguien más. He escuchado de personas maravillosas que se convierten en verdugos tremendos. Gente que viviendo un matrimonio tranquilo y en paz logran dejarlo todo por otra persona porque esa persona sencillamente les cambia la vida y consideran pertinente arriesgarlo todo por intentar (¿amor? bueno, supongo que es amor) y lograr.

Sí creo que la mayoría de edad se alcanza cuando te dejan, ahí toda la razón, querido José Emilio, porque terminas devastado y sabes que el mundo sigue su curso pero te sientes en pausa, como un intruso; porque no puedes dejar de hacer el resto de las cosas que normalmente haces y que necesitas hacer, pero todo se siente distinto, vacío, pesado, enrarecido, y sólo deseas despertar de una pesadilla terrible en la cual no sabes en qué momento te metiste ni qué hiciste para joderlo todo y estar ahí. Y nada, eres tú, insuficiente y triste, mirando a la persona que amas amando a otra, haciendo todo lo que no hizo contigo con otra y te mueres un poquito cada vez que lo reflexionas o lo atestiguas. Ni modo: la madurez no es bonita.

Y como amo la paz y la tranquilidad, deseo profundamente que nunca me pase a mí (no hablo ya de ser la víctima porque eso, de tantas veces que me ha pasado, es algo que, aunque no se haga costumbre, al menos sé las etapas y los desenlaces); me refiero a ser el verdugo. No quiero que llegue alguien a mi vida que prometa cambiarla y darme todo lo que creo que no tengo y necesito, no quiero que nadie me entregue castillos y estrellas y me haga pensar que puedo echarlo todo por la borda, sin más consideraciones. No quiero ser el verdugo que ejecute el alma de quien me ama y me da todo lo que es, no quiero.

Pero ¿lo haría? Mucho he pensado en esa última vez que me dejaron, he pensado en él y he visto un poco de su vida a la debida distancia de las redes sociales (tan cerca, tan lejos); veo que es feliz y que haberme dejado no fue un capricho, sino algo que tenía que hacer para estar bien. A veces pienso que fue la decisión correcta, incluso pienso que, de hallarme en la misma situación yo hubiera hecho lo mismo, y no hubiera tenido consideración por la víctima; al final uno hace lo que tiene que hacer para estar bien, aunque eso implique lastimar a la gente como daño colateral (y estaría bueno que él leyera esto, en la misma distancia que nos da internet pero que de alguna manera nos mantiene en contacto). Así es la vida. ¿Lo hubiera hecho? Sí, seguramente también lo hubiera hecho.

Y es normal, pasa todo el tiempo... Pero ya estuve del otro lado y, en verdad, no quisiera hacerlo.

Music on: Nancy from now on - Father John Misty
Quote: "Escribes porque somos puertas / mal cerradas delante del vacío". Jeremías Marquines
Reading: Los niños están locos - Héctor Manjarrez