jueves, 28 de noviembre de 2013

El dolor es una araña dentro de mí



Edgar Allan Poe se drogaba con todo lo que podía, tenía sueños de opio en los que visualizaba sus más grandes creaciones, mas su arte no era sólo producto de la alucinación. Poe, en sobriedad, cuando apenas durante el viaje había esbozado lo que sería un cuento, se reponía para redactar de manera perfecta y tranquila, gracias a la razón, todo aquello que había visto en el sueño.

Puedo decir que ya estoy sobria, en un estado de sobriedad asqueroso después de haberme enfrentado, una vez más, al desencanto y a la tristeza. Ya puedo escribir, aunque el dolor no se haya ido. Pienso que eso, el dolor, es como una araña pequeñita que vive dentro de mí, que ha estado ahí desde siempre y sólo de vez en cuando se alborota y comienza a recorrerme, yo y mi araña viva, de ojos puros y totalmente ignorante de lo que causa. Ahora puedo escribir y hablar un poco. El amor ha sido muy difícil para mí, no tengo otra manera de ponerlo, he tratado de cambiar mis formas, de buscar otras cosas, a otras personas, pero siempre regreso a la misma situación en la que yo doy y no recibo nada. Hace tiempo había llegado a la conclusión de que estaba mejor no recibir nada de nadie y que tener una relación de libertades y cero complicaciones era saludable y yo estaba bien. Pero me engañé, sí esperaba algo de él, esperaba que no cambiara, esperaba, de una forma estúpida, un poco de eternidad. Sabía que él no podía amarme como yo lo hubiera querido, pero aún así me amaba y me era suficiente, de alguna manera me compré la idea de que esa era “su manera de amar” y no se me ocurrió pensar que fuera solo “su manera de amarme a mí” ni que pudiera, en verdad, amar a otra persona de una forma en que nunca me amó a mí. Me compré una idea tonta, sin fundamentos, llegué a ella sin argumentos válidos y pasó lo que tenía que pasar: se enamoró de otra como nunca lo hizo de mí, decidió hacer con otra lo que nunca quiso hacer conmigo.

No se lo reprocho, estas cosas pasan (que me pasan muy seguido, sí, sin duda), no lo odio pero deseo, si acaso es momento de ponerse a desear, deseo que todo esto hubiera pasado antes, que aquella otra hubiera aparecido antes, para poner fin, desde entonces, a algo que estaba condenado a fracasar, ojalá hubiésemos sido más sabios con nuestro tiempo, yo me malgasté con mis esperanzas. Ojalá él hubiera sido menos comodino, menos egoísta; ojalá yo hubiera sido menos paciente, menos cordial. Pero lo hecho ahí está. Ya es demasiado tarde. Una vez más me regreso al punto de partida, en el que establezco que no quiero tener tratos con la eternidad y ruego por ser lo suficientemente fuerte para no querer buscarla en nadie más, con ninguna de sus formas. Lo leo como un mantra y espero lograrlo; está probado que soy capaz de resistir las decepciones y que, como Villaurrutia afirmó tener la muerte dentro de sí, yo tengo el dolor en mí, pero eso no significa que guste de removerlo y de que me aceche.

He aceptado, después de otro fracaso, que el amor correspondido no es para mí. Repito, entonces me dejé llevar por la idea de que él me quería, a su manera, y que era suficiente. Antes yo había dejado a alguien porque su manera de querer no me era suficiente y no quería abandonar otra vez, por la misma razón. Igual todo salió mal. Quizá es mi condena, que nadie jamás pueda darme lo que quiero y entonces yo sólo tendré que decidir si quedarme con las sobras y seguirme comprando ideas involuntariamente, o quedarme sola. No puedo dejar de nombrar el poema de Borges, “El amenazado” y sobre todo los primeros versos: “Es el amor, tendré que ocultarme o que huir. / Crecen los muros de su cárcel como en un sueño atroz”. Así veo el amor y lamento mucho haberlo querido ver de otra manera, en algún otro momento.

Claro que sé que hay cosas más importantes que el amor (ahora más bien, veo al dolor como el eterno compañero) y no estaría tan clavada en este hecho de no ser por la evidencia trascendental: “él puede y quiere amar, sólo decidió no amarme a mí” y peor “le tomó sólo semanas hacerlo”  y yo, después de intentarlo por años, no logré nada, eso es un fracaso personal que con nada se salva, un dolor que, a través de mi araña, estará rondándome todo el cuerpo hasta siempre. Es verdad que hace unos 4 o 5 años pasé por algo igual y es verdad también que uno cambia y pone las expectativas en otras cosas y emprende nuevos proyectos y conoce más personas y todo eso ayuda, pero no puede negarse el dolor, ese dolorcito manso e inocente. Y ¿qué hacer? Yo ya no quiero hacer nada con esto, sólo dejarlo ir, poco a poco. Sólo escribiré, en medida de lo posible, luchando hasta el cansancio para quedarme vacía por completo, sin esperanza alguna, asumiendo que el mundo no tiene sentido y buscando el coraje para seguir viviendo, no hay más. Pienso también en eso de “no cometer los mismos errores”, pero también sé que se haga lo que se haga, bien, mal, echándole ganas o no, nunca va a ser suficiente, el esfuerzo no es suficiente, nada es suficiente y como leí por ahí, en los artículos de Alejandro Páez: “Detrás de la amistad, el amor, el esfuerzo, el trabajo, el alcohol, la dedicación y todo lo que nos da felicidad por un instante, descansa el dolor.” Y sí, mi dolor es como una araña invisible y pequeñita, condenada a jamás abandonarme.


Con todo lo dicho, apenas he podido esbozar lo que siento. Aún en sobriedad existen cosas que no pueden salir con facilidad, palabras que no se pueden decir.  Samuel Taylor Coleridge igualmente tuvo un sueño visionario antes de escribir “Kubla Kahn”; con la distancia necesaria en comparaciones, puedo decir que él supo, como yo sé ahora, que luego de la visión, el viaje y el sueño alucinante, el traslado de esa experiencia a palabras que todos conozcan es un mero intento condenado al fracaso, la palabra nunca podría ser capaz de expresar todo lo que vio ni cómo lo vio ni mucho menos cómo lo sintió, pero valía la pena hacer el intento. Yo he hecho el intento para salvación personal, no soy visionaria, ni vate, ni siquiera poeta, no cambiaré las masas a partir de mi aprendizaje, pero creo firmemente, como Clarice Lispector que “hay que hablar porque hablar salva” y además porque no soy partidaria del olvido, porque si escribo ahora será más fácil recordar mañana y podré seguir adelante a pesar de los fracasos inminentes; así lo canta Leonard Cohen “there is a crack in everything, that’s how the light gets in”.

Music on: Leonard Cohen - The partisan
Quote: "Festejemos porque el lodo sabe a rosas para los que aman" Alejandro Páez Varela
Reading: Kitchen - Banana Yoshimoto

jueves, 14 de noviembre de 2013

Páginas verdaderas

Eduardo: 2 de octubre
Tenía que verte porque tenías que darme el vestuario que no entregaste desde que dejaste de ir a ensayar. Llegaste una hora tarde y mientras te esperaba en metro Hidalgo, leía "Abril rojo" de Santiago Roncagliolo. Estaba mentalmente predispuesta a que me fueras indiferente, o quizá no, quizá aún vivía en mí una pizca de esperanza para que todo se reconstruyera. Te acompañé a Ciudad Azteca y en el camino leíste la carta que te escribí, una de las mejores que haya escrito en toda mi vida. Me costaba trabajo recordar la última vez que te había escrito, ya hacía años de eso, fue un día que te acompañé a Iztapalapa a ver unas clases de ballet con Andrés. Esta carta era por mucho más sincera y más triste; sus líneas retumbaban en mi cabeza, esas líneas creadas apenas la noche anterior.
Cuando estaba contigo pensé en Antonio; estaba anclada en una nube de alegría; creía demasiado en él y en todas aquellas cosas que la gente dice que pueden ser posibles. Me preguntaste por él aunque siempre preguntas sin la verdadera intención de saber porque te importe en realidad. Leíste mi carta y por supuesto, tu respuesta fue nula, nada de acción ni de palabras, seguiste hablando de Estephany, a la que te acompañé a ver, tontamente, con tal de estar un poco más de tiempo contigo.
Era la 1:35 cuanto tomé el metro de regreso; llegué a Chabacano a ver a Erick a las 2:15; bien sabía que iba a llegar tarde por estar contigo y aún así no te importó. No exageres, llegas en 15 minutos, dijiste. Erick me esperó, estaba sentado en el andén con dirección a Tasqueña; me preguntó cómo estaba, yo negué la verdad una vez más y en cambio le dije que bien; mi placebo fue hablarle de Antonio, le enseñé las fotos y también le dije que estaba segura de que él era el indicado. Sí, amiga, me dijo, verás que sí; por la forma en que me lo dices, se nota que sí lo es.
Hasta que llegué a mi casa me di cuenta, Eduardo, que hoy cumpliste un año con tu novia, ¿por qué me pediste que te acompañara? ¿por qué me hiciste ver cómo la llenabas de abrazos? Creo que soy sólo yo la que se engaña. Sin embargo esperaba en pausa, por que algo cambiara.

David: 25 de octubre
Generaste un cambio imperceptible en mí y no lo supiste en ese momento. Yo misma tampoco lo supe. Sucedió como esas veces en las que se cree o se intuye secretamente que algo extraordinario ocurrirá, se siente en el aire y en los huesos una sutil diferencia, una sensación sin palabras, como un brillo inusitado en los ojos de esa persona que pronto cambiará la perspectiva de las cosas sin que lo sepa siquiera. Fue sólo una intuición quizá, eso que vi en tus ojos mientras caminábamos al metro y hablábamos de Sabines.
Hacía mucho tiempo que Eduardo no iba a ensayar con nosotros. Tú apenas lo conocías y bien sé que no te caía nada bien. Ese día llegó para entregar unas cosas. Yo no lo vi inmediatamente. Estaba concentrada intentando lograr que las secuencias en mi cabeza se ligaran con mis pies. Traías puesto tu pants azul de la Nacional y tus botines blancos, los que están rotos en el costado. Mayra me sacó de concentración porque Eduardo me estaba buscando a mí precisamente para darme sus cosas. Fui con él y vi en sus ojos un abismo terrible poblado por esa tristeza que siempre lo caracteriza. También encontré una ausencia inmensa y un desprecio inagotable desbordándose en su ser; traía jeans, los tenis cafés que más le gustan y una camisa azul a rayas. Me dio el traje de Negritos en una bolsa de plástico y lo hizo sin siquiera verme. Le di la espalda; regresé al ensayo y no quise darle importancia, pero para entonces había perdido por completo la secuencia que estabas enseñando. Dejé de intentar y observé que me mirabas y que había algo en tus ojos también, pero no pude pensar más allá, ni descifrarte.
De regreso al metro tomabas una Bonafina grande que habías salido a comprar a la mitad del ensayo, platicamos sobre el Soundtrack de nuestras vidas, sobre esa música verdaderamente clásica, acompañante incondicional. Fue la primera vez que hablamos sobre el instante y el olvido y sobre "Eternal sunshine of the spotless mind." Después fuimos al cajero, afuera del metro Hidalgo, había conflicto en reforma, para variar, me acompañaste a tomar el camión y desde ahí te vi regresar al metro.
Probablemente no te acuerdes de todo esto, David. Entiendo que no es muy circunstancial, pero así es la forma en que empezó todo, con simpleza, en ese día en que no sucedieron muchas cosas pero en que sucediste tú, simple y espontáneo como siempre. Ese día quise ver futuro en tu camiseta de Bob Marley y tu arete en la oreja izquierda. Mi conflicto con el futuro era muy fuerte, David, me hizo sentirme pesada también, pero por un momento, un instante de magia, pensé que de hecho podríamos tener un futuro tú y yo.

Antonio: 4 de noviembre
Hoy pasaron muchas cosas. Regresé a casa deseando escuchar tu voz; dije que te amaba y no respondiste. No sé qué contestar, no sé si de verdad lo sientes, dijiste con desgano. Pudiste haber muerto y sólo después de un rato fue que lo asimilé; parecía obra un destino más grande que todos nosotros, como si una mano celestial hiciera a alguien decirte que ya terminaba tu servicio en Reforma y que tenías que presentarte en la oficina de Masaryk desde hoy.
Hablé contigo a las 8:13 y cuando contesté, antes que cualquier cosa, dijiste: Estoy bien. Escuchábamos a The Fiery Furnaces en el auto, Christian, Angy y yo, mientras un tráfico infernal nos atrapaba en Homero, no llegamos a tiempo al Vive Cuervo, no alcanzamos boletos, la taquilla había cerrado y en el tráfico pensaba en ti, sin saber realmente si me llamarías.
También vi a Eduardo en la tarde, estaba triste y su tristeza aún pudo conmoverme, a pesar de todo. Pasaron muchas cosas hoy: Barack Obama sería anunciado presidente de Estados Unidos en la noche, hoy, cuando más tarde varias cosas serían otras. Camilo Mouriño ya estaría muerto para entonces y nosotros igual de distanciados sin que ese Estoy bien en tus labios me hubiera significado nada cuando lo escuché.
Comí con Eduardo en el restaurante que está atrás de la escuela, también pedimos café: un capuchino frappé adornado con crema batida, chispas de chocolate. Eduardo seguía mal, sus ojos me recordaban algo que quizá había dejado en algunos de mis sueños y que no recordaba que habían sido inspirados por ellos.
Estuviste en mi mente más de una vez y no había forma de que lo supieras; Eduardo me contó que, de nuevo, tenía problemas con su novia. Mientras hablábamos me preguntó por ti, si tenía novio, pues. Yo dije sí, aún le dije que sí y después recordé que el domingo anterior, eso que teníamos yo lo había terminado de la manera más tonta y más cobarde, porque soy muy egoísta también.
Eduardo me contó las novedades de su vida, como siempre lo hace, y me di cuenta de cuán iguales éramos él y yo, siempre dudando de nuestras propias aseveraciones, siempre pensando en que el otro nos estaba engañando, no sabiendo cuán molestas podían ser nuestras dudas, apenas entendiendo que los dos nos hundíamos alimentando ideas falsas en nuestras cabezas. Somos muy iguales, igual de tristes, igual de oscuros.
Christian y Angy fueron a buscarme a las 6:10; Angy me preguntó por qué no había llegado a la clase. Es que estaba con Eduardo, le contesté y de paso se lo presenté, es que él me había pedido que no entrara a clase, que teníamos que hablar. Nos subimos al coche y dejamos a Eduardo en el metro, al despedirme me abrazó con fuerza y me dijo que olía muy rico, me sonrió y no entendí qué buscaba con esa sonrisa. Luego, después de mirarnos por unos segundos, lo besé con lentitud en la mejilla y él correspondió el beso desinteresadamente.
Me acordé de ti justo antes de que me llamaras. ¿Bien por qué? me preguntó Christian, y entonces tú dijiste del avión estrellado en el edificio de Reforma. De regreso del Vive Cuervo llevamos a Angy a una clase de yoga cerca de la embajada de Estados Unidos. Hablamos sobre Cortázar y Rayuela. Me imaginé siendo La Maga y que tú eras Horacio Oliveira, pensé que me estabas buscando eternamente sólo para recordarme que aún existías.
Luego de dejar a Angy, Christian me llevó al metro Hidalgo. De camino a casa, en el radio que tenían sintonizado en el camión, se anunciaban las noticias: Barack Obama estaba a punto de ganar, las votaciones aún no terminaban en California ni en Missouri, los saldos de los muertos del avionazo en Montes Urales estaban saliendo. Luego pensé por primera vez de manera conciente en la gran casualidad de que tú no estuvieras ahí, o en el hecho de que realmente no existen casualidades en la vida.
Tal vez para esta hora ya lo sabes; en la mañana te dejé un mensaje en el Messenger diciendo todo lo que te amaba, en la noche dije que tal vez la razón por la que todavía estabas aquí era por mí. No es sólo por ti, dijiste. Y mencionaste también mi nombre, mismo que desde tus labios me resultó demasiado fuerte, demasiado helado, como si se tratara de mí, pero con demasiada verdad. Obvio no, te dije, y después de un silencio agregué: pero eso me gustó para creerlo. Pensé en Edipo y en esos dioses en los que yo no creo pero que tal vez sí te salvaron; y pensé también en la ironía de amar en ti todo eso que repudio en el resto del mundo.
Muchas cosas pasaron hoy. De noche la noticia grande: la victoria definitiva de Obama, los muertos del accidente, el reloj que pasa sin que yo pueda terminar lo que tengo que entregar para mañana en el servicio, Eduardo que regresó a su casa para enfrentar más problemas, Christian que gastó mucha gasolina y se sintió nostálgico cuando puse canciones de Band of Horses en el Ipod… y yo pensando profundamente en ti.

Antonio: 11 de diciembre
Qué sencillas se hacen ahora las cosas, con una cuenta de Messenger y un espacio en Hi5. Esos son los motivos y razones de nuestras verdades, y eso es, honestamente, terrible. Estuve hablando con Violeta, me dijo tantísimas cosas que en verdad no podría reproducir con fidelidad. El caso es que, como siempre, tú no estás, te estás convirtiendo en un fantasma que a pesar de ser etéreo, lastima insoportablemente.
Pero a pesar del dolor, Antonio, hace poco seguía escribiendo de ti, rehusándome a que fueras sino un recuerdo. Hoy ya no lo eres, apenas puedo decir que te conozco y que no significas absolutamente nada en mi vida. Violeta me pidió que guardara la conversación, quizá para poderte confrontar de alguna forma, pero lo cierto es que el amor que te tiene es más grande que todo y no importa cuántas cosas le dije o le pude haber dicho, sus ojos no ven sino la perfección detrás de tu abrazo y tus palabras. Así que guardé la conversación, pero desde este día no la he abierto de nuevo. Violeta, su presencia me duele también aunque esté igual de lejos que tú, porque ahora su nombre va ligado al tuyo, porque esta noche me enteré del engaño y fue como si mi vida se sumergiera en un halo de oscuridad y silencio en donde la redención no sería jamás permitida.
Hoy estaba esperándote otra vez. Era tarde. Sabía que no llegarías, pero te esperaba, Antonio, como te he esperado mucho tiempo, como se siente esperar a Godoy, esperar la esperanza misma. Esperar cuando menos una llamada, un mensaje. Pero después de que Violeta me lo dijo todo, la decepción, la forma en que me negaste ante ella, supe que ya no podía creerte más.
Llegaste como una aparición, hablamos los tres, si es que se puede decir “hablar” al hecho de compartir algunas líneas por internet. Y dijiste no te amo, nunca te amé. Desperté pavorosamente de un sueño que pensé que era compartido. La noche se me hizo eterna; te soñé repetidas veces en varios momentos ya imposibles, falsos, quiméricos. Era un día caótico para mí. Llegué a mi casa después de asistir a un evento en Bellas Artes y el camión me dejó muy lejos pues los peregrinos fervorosos de la Virgen de Guadalupe estaban tapizando, literalmente, todas las calles aledañas a mi casa. Regresé a la computadora, sólo para encontrarme con esa bienvenida. Hoy lo sufro, pero mañana me entregaré al equilibrio y desaparecerás.

David: 28 de febrero
Eres diferente a todo lo que conozco, quise decirte, pero no pude, tuve miedo de quererte demasiado, ya habíamos tenido muchos atropellos y no quería condenarlo todo sin remedio, una vez más.
Disfrutamos de un encuentro carnal sencillo y placentero. De pronto, en mi fragmentada memoria, soy capaz de encontrar recuerdos totalmente cruciales, como si en un texto escrito en un sólo tipo de letra, pudiera resaltar involuntariamente esos momentos, esos párrafos que se encienden en negritas grandes y cursivas exclamatorias o algo así. Eso mismo me lo dijiste tú y agregaste que esa madrugada había sido una de las mejores de toda tu vida. ¿Te puedo creer? Aún lo pregunto. Yo también te quiero, David, en este momento eres mi caos, lo fuiste desde que te miré y en tus movimientos supe que había algo extraordinariamente diferente. Estaba flotando, David, pensando incansablemente en ti.
Quiero que esta sensación jamás termine aunque sepa que, honestamente, no se puede aspirar a la eternidad ni a prolongar ese instante hermoso en el que me dices que me quieres. Creo que acaso hay pocos momentos en los que uno quisiera detener el tiempo. Igual que Joel y Clementine en el lago congelado, así deseo que nos quedemos siempre. Fue más que maravilloso, un episodio en el que no quiero dejar de estar nunca, sé que aunque todo termine y se consuma en las arenas del tiempo, no quiero olvidar jamás todo esto.
Eran las 11 en mi fiesta de cumpleaños y juré que no aparecerías. Pero lo hiciste y el aire cambió de tono desde ese segundo en que entraste. Supe que no debía idealizar, que el sueño es uno de los peores vicios a los que el ser humano puede entregarse. Hoy no pensé en Eduardo, sino porque mencionaste su nombre y te dije que estaba enojada con él y que ni siquiera le había dicho de la fiesta, ni a él ni a su Estephany.
Alguien más me preguntó por Antonio y él me importó aún menos. Hoy todo era sobre ti y sobre tus besos, sobre la posibilidad, David, porque a pesar de que no lo sabes, me ofreciste una posibilidad y yo quise creer aunque también supiera que en la credibilidad estaba perdiendo también muchas cosas.
Mis diarios tienen tu nombre, lo tienen desde hace unas semanas. Te encuentro doblemente interesante por tu personalidad tan completa, tus expresiones, tu ir y venir, tu andar mágico y ligero, tu caos y tu locura, tan parecida a la mía pero más abierta. Hoy muchas de las cosas que hago están porque tú las inspiras.

Eduardo: 30 de marzo
Claro que pienso en ti, Eduardo, no se me olvidan nuestros encuentros, nuestros disgustos que, a pesar de todo, siempre terminaban bien. Tal vez es sólo algo que yo quiero creer por absurda y tonta que soy. Mas una parte de mí sabe que había algo de real en todo aquello, algo real que no es malo y que no duele, a pesar de todo, Eduardo, contigo siento que todo puede reconstruirse, a pesar de todo y eso me da miedo.
Hoy dijiste que nos diéramos una oportunidad y yo me reí para mis adentros. Es demasiado tarde, te dije. No sé si eres mi amigo, Eduardo, o qué es lo que eres. Te quiero a pesar de tus ausencias y tu tonta inmadurez. Tus ojos, son tus ojos tristes los que aún me llaman al deseo por buscarte y estar contigo aunque sepa también que no habrá nada más. No sé si entiendas que todo el tiempo en que te quise tú no hiciste ni el menor intento por buscarme, y que este cuento es tan trillado que me asquea verme en una situación tan pueril, y también porque descaradamente decidiste que ya no querías seguir intentando conmigo y te fuiste con Estephany y yo, más tonta todavía, aún así te ayudé a que fueras feliz con ella.
Quise decirte que ya era demasiado tarde, en verdad, te lo quise decir más de una vez, pero mis palabras me resultaban ya innecesarias. Ese día aún me dijiste que Estephany y tú ya no continuarían. Me pediste que cerrara mi ciclo. Dijiste también que tú cerrarías el ciclo de tu amor abortado con ella y que sólo así podríamos tú y yo darnos una oportunidad. Me pediste, mientras me tomabas de la mano, que cerrara mi ciclo con David pues ahí no había esperanza de nada más. Quise creerte y una parte de mí lo hizo. Esa misma noche le escribí a David para decirle todas esas cosas que ya no tendría oportunidad de decirle, pero después tú me enviaste un mensaje al día siguiente diciendo que habías visto a Estephany y que la besaste de nuevo. ¿De qué sirvió entonces todo? ¿De qué sirvió que hoy me besaste también? ¿De qué sirvió que tomaras mis manos y me dieras tu discurso sobre la importancia de pensar en un nosotros?
La verdad es que ese día -porque los días contigo siempre se tornan en algo pesado-, regresé a mi casa con una enorme esperanza. La vida es muy irónica y va poniendo trampas a cual más se camina sobre ella. Después de escribirle a David y cerrarlo todo, él me contestó, me escribió que me quería. Y ya sabes lo que pasó, Eduardo, porque es lo mismo contigo, con esas palabras me reconstruí de nuevo y esperé y anhelé y en adelante quise buscarlo más y más.

Antonio: 12 de abril
¿Por qué estás buscándome? Quizás tenga mucho que decirte, pero nada de lo que emane de mi boca importará; asimismo, Antonio, sé que no tiene valor lo que sea que tú estés diciendo. La decepción fue demasiado grande y he muerto levemente, levemente todavía, aunque lo hubiera deseado pesadamente.
No puedes escucharme y por eso lo grito con más fuerza; no te amo, ya me es imposible, te ame tanto que morí de sufrimiento, porque sólo una pasión tan grande es capaz de deshacer el alma de esta manera. Estoy renaciendo para no conocer ni odio ni amor y simplemente disfrutar. Por eso te dije que no te amaba y que tampoco sentía ni la más mínima cantidad de odio; sí, cometí un error al hacerme presente, Antonio, pero necesitaba decirte que no estaba dispuesta a morirme simbólicamente por el dolor que me causó tu nombre, nunca más.
Hoy fui a casa de tu prima, me pintó las uñas; desayunamos hot cakes de manera nostálgica, pues eso no lo hacíamos sino cuando íbamos en la secundaria; también me tomó unas fotos con el talento inherente que tiene para tal actividad. En la noche las pasé a la computadora. David se conectó y le conté, entre otras cosas, eso. Hoy me tomé unas fotos lindas, escribí y una a una las fui pasando por la imagen del Messenger. David me dijo que me veía muy bien e incluso me dijo que él también sabía sacar fotos y que me podía tomar unas con su cámara. Yo dije que sí, con la oscura conciencia de que sus palabras seguramente no se trasladarían a los hechos.
No te pienso, Antonio, sino de pronto, ya ni siquiera como parte de un recuerdo, sino como una tarjeta postal a la que uno voltea de vez en cuando y no significa nada, porque es la imagen de un lugar no visitado aún y que no tiene ningún interés. Te pensé sólo cuando David me dijo que le gustaría un lugar muy iluminado para tomar las fotos y yo recordé el hotel al que fui contigo, el único que conozco por aquí; entonces, sólo entonces pensé en ti. Y fue totalmente intrascendente.
Sé que me piensas, Antonio, y no me puede importar menos. Verte es como ver otra cara más entre la multitud que no me remite a nada. Podría decirte esto muchas veces pero aún siento que no necesito gastar nada de mí para buscarte de nuevo y que me escuches. Te estás desvaneciendo, gracias a la decepción. Y de la decepción sólo se puede salir renovado, con una indiferencia pegada a cada uno de los poros de la piel y con un deseo enorme por dejar de sufrir la vida y simplemente vivirla.

David: 25 de abril
Esta noche recibí una llamada tuya, totalmente imprevista. La influenza nos dejó encerrados en casa. Como si se tratara de un apocalipsis, la histeria colectiva ganaba adeptos, a ti te habían invitado a una fiesta y yo también tenía planes, un amigo me quería llevar a un bar a escuchar tocar a su primo, pero la influenza y el sentido común, nos confinó a encerrarnos en nuestras casas.
Estaba leyendo a Elena Poniatowska: El tren pasa primero, un libro que me regalaron desde Navidad y que no había podido leer. También escuchaba a Ray Charles en mi ipod, entonces me llamaste. Eran como las 11 de la noche y no colgamos sino hasta las dos. La verdad es que quería decirte demasiadas cosas, David, decirte que tu nombre estaba descentrando mi ser y que tu presencia, aún a distancia hacía que mis manos sudaran y mi corazón enloqueciera, quería decirte también que adoraba tu caos en particular y que el caos siempre ha sido para mí, esa partitura sobre la que se escribe la realidad. Pero tenía muchísimo miedo de que no se concretara, una vez más, la felicidad. Tampoco quería hacerte partícipe de mis traumas, temía que huyeras como todos o que, peor aún, te quedaras anclado dolorosamente como el hórrido cuervo, posado tranquilamente sobre el busto de Palas con la consigna de no alzar el vuelo nunca más.
Fui a la sala para hablarte con más libertad, mientras bebía un poco del vino que estaba en el refrigerador y disfrutaba la plática contigo, como si de verdad estuvieras cerca de mí. Sé que jamás me otorgaste la promesa de nada y eso, de alguna forma me hace feliz, de una forma imprevista y rara.
Hablamos de ti más que de mí, me gusta escucharte, me gusta que no dejas que existan silencios entre una palabra y la otra y que el silencio sólo a veces proferido no es sino la antelación para otra de tus reflexiones. Me dijiste cosas que no sabía y por ellas, lejos de dejar de quererte, me interesé más en ti.
Escuchabas reggae: Bob Marley, Jackie Mittoo y Cultura Profética; al otro lado del auricular no se distinguía, pero pensaste que sí, y ya no quise decirte lo contrario. Detrás de algunos mensajes cifrados me dijiste: Vámonos; yo callé y luego con más ímpetu dijiste otra vez: Vámonos, dejemos todo, después de que termine mis exámenes, vámonos, a donde sea, no importa… Vámonos. Y yo dije simplemente Sí.
También me pediste que nos viéramos por Messenger al día siguiente, en la noche, pero no llegaste nunca. Qué curioso, una sola acción desencadena una serie de reacciones indecisas y tristes. Hoy sé que debo escapar, David, debo hacerlo constantemente, debo dejar de refugiarme en palabras y en deseos que no se cumplen. No quiero seguir buscando porque sé que concluiré que no sólo te quiero sino que te amo también. Tengo que desaparecer, tengo que dejar de abrir puertas que se cierran invariablemente de la misma manera. No quiero que me duelas tú también.
Decidí hacerme liviana. Después de leer a Kundera y su Insoportable levedad del ser, me quise pensar como sin peso, y supe que ese momento era el momento de desaparecer. Ya no quería la posibilidad y tampoco una vida sin promesas, no quería nada, sino lo imposible: deseaba huir contigo, pero también sabía que una vida de dolor no es algo que yo pueda soportar y que tú eres caos y el caos no lleva a nada y que pese a todo, yo necesito un asidero para sobrevivir. Pensé en Eduardo una vez más, aún no me queda claro el por qué.
Y aunque quise huir no lo hice en ese momento. Fui a la cama pensando en ti de nuevo, pensando en la posibilidad que no me prometiste pero que yo misma me forjé y decidí creer, pensando en si habría de verdad algún encuentro futuro que hiciera que el mundo se abriera en luminosidad, que me arrancara de la soledad.

David: 15 de  mayo
Por fin hicimos la tan platicada sesión de fotos. Estuvimos bien, pero éramos otros, apenas podías abrazarme, sentí que tus besos contenían un halo de tristeza indescriptible. Ese día todo cambió, y sigue cambiando, pasa como siempre, fui feliz y luego todo se empezó a nublar de manera crónica e inevitable. Nunca más mencionaste el hecho de que te querías ir. Después de ese día te costaba mucho trabajo decir que me querías. Yo te quiero, David, te quiero igual que antes y hasta más y otra vez me pregunto, ¿qué hubo de mal en mí o en nosotros, qué parte de mí está descompuesta?
En el momento de despedirme de ti supe que algo se había roto, que no nos volveríamos a ver, que bajo la lluvia estaba creciendo una enorme distancia aún a pesar de que nuestras manos seguían entrelazadas.
¿Te he perdido ya? Regreso a pensar que no prometiste nada, eso no lo olvido, también sé que tal vez no tuvimos un buen comienzo. Poco a poco me estoy resignando a que te he perdido, a que todo siempre tiene que terminar de la misma manera, pero me resulta complicado porque mientras más pasa el tiempo también te quiero más y más quiero estar a tu lado y crear instantes que se guardarán en la memoria y que, con suerte, no me dolerán cuando los recuerde. Te estoy perdiendo.

Eduardo: 27 de mayo
Ya estoy armando lo de mi compañía, te invito para que bailemos ahí. Eso me escribiste en un mensaje desde el teléfono de tu mamá. No puedo decirte que sí, por salud mental. Claro que extraño bailar y verte hacerlo, claro que me encantaría ver cómo ya eres el director y das clases y estás haciendo eso que siempre quisiste después de todo el trabajo que te costó en Amalia Hernández. Pero te diré que no, Eduardo, te diré que no puedo porque estoy trabajando los fines de semana y porque no quiero quedarte mal, pero en realidad lo haré por el lugar en donde estás haciendo todo, cerca de casa de Estephany y con ella como una de tus bailarinas principales. ¿Qué tengo yo que hacer ahí? No, no podría, Eduardo, porque las cosas serían igual de tortuosas, porque eres mi gran debilidad y no necesito rendirme ante tus encantos, ¿para qué?

Antonio: 11 de junio
No se me olvida que hoy es tu cumpleaños. Estamos lejos. No te odio, me repito constantemente que no te odio, sólo odio ver cómo puedes amar a alguien que no soy yo y cómo en ese momento en que te creía para mí pude pensar que era tan feliz. Sé que seguro hice algo mal pero no sé qué fue. De llegar a retomar la plática contigo quisiera contarte que he ido a la escuela, como siempre, me he enamorado otra vez aunque las historias siempre sean igual de tristes. Lo pienso como un recuerdo que se va borrando conforme pasa el silencio de mi voz. Te he visto en fotos, he recibido un par de mensajes tuyos, quiero contestar, enviarte una solicitud de amigo de facebook, pero me he detenido, sé que debo detenerme, a pesar de que el recuerdo me mate y sólo me recuerde cuán diferentes eran las cosas hace apenas un año.

David: 25 de junio
Dijiste que escoger algo era renunciar a lo demás. No lo dijiste por mí, no soy tan importante. ¿Yo? Sólo te puedo decir que ya no estoy escogiendo nada. Una vez escogí, escogí estar contigo, pero ¿qué puedo hacer cuando tú has escogido otra cosa? Supongo que tienes razón, lo supongo porque aún no lo sé, pero afirmarlo de esa forma me ayuda a sobrevivir. Me hundo en el pasado, en el recuerdo. En este instante me es imposible salir del ostracismo. No espero que lo entiendas. Es como si hubiera puesto pausa a mi existencia, y aún en esta suspensión pudiera ver cómo el resto del mundo camina sin parar. La única que no se mueve soy yo. Puedo ver cómo te mueves tú también, lejos. Y es frustrante no poder fluir a la par de nada, ni de mi propio ritmo.
No te culpo. No hay verdaderos mártires sino lo que uno mismo se construye y se cree, no soy una mártir, sólo erré al creer que tú y yo existíamos en el mismo espacio y pensábamos la misma cosa. Qué estupidez, lo sé, ¿cómo he de pedirle a otro, a cualquiera, que se meta en mis pensamientos y que, encima, los comparta? Me dejé llevar por un instante disfrazado de eternidad, me perdí en ese día glorioso que pasamos juntos, y nunca vi que después de eso ya no habría más. Nunca hay más, al menos no para mí. Algunos no estamos destinados al amor. Eso lo pienso una y otra vez como una especie de placebo que me aleja un rato de la inevitable verdad.
Mañana. Mañana es una palabra que no comprende el tiempo de ninguna forma. Mañana puede ser dentro de dos semanas, o dentro de un mes o un año, es lo que menos importa ahora. la vida es suficientemente tortuosa como para querer otorgarle un lugar específico al sufrimiento, sabiendo que en eso también se fracasará. Pero mañana, mañana sabré que puedo salir de aquí, que puedo dejar de derretirme, que el movimiento existirá, que fluiré. Pero también sabré que te seguiré adorando desde la distancia, que te veré pasar e intuiré tu forma del otro lado de las cerraduras y que todo esto, todo este dolor, igual que el paso del tiempo, es algo totalmente inevitable.
Dijiste que escoger algo era renunciar a lo demás. Todavía no sé si puedo escoger algo, cualquier cosa, y que esa cosa, no te contenga a ti.

Eduardo: 22 de diciembre
Ya no me sorprende esto, Eduardo, que después de semanas sin saber de ti de pronto aparezcas diciéndome que de nuevo estás a punto del colapso emocional porque Estephany y tú ya no hablan y están mal. Aquí estoy para escucharte, lo sabes, aunque el alma se me taladre al ver que a pesar de lo mal que estás con ella no se te acaba ni el amor ni la necedad. No importa lo que yo te diga, te he repetido hasta el cansancio que la dejes y dejes de sufrir tú, pero me doy cuenta que sólo necesitas a alguien que te escuche, no a alguien que te aconseje.
Para colmo terminas diciéndome que nos veamos, que hace mucho que no estamos juntos. Te he dicho que no y veo que no me has creído. Insistes y poco a poco me va dejando de importar. Ya no estaré contigo nunca más, Eduardo, aunque sigas siendo una de mis debilidades. Nunca estamos en el mismo plano, no me amas ni me amarás nunca, sé que momentáneamente estarás pensando en mí, pero de nuevo todo regresará a ella y mi ilusión se quedaría volando, rodeándote, llenándome de ti y de esas cosas que nunca serán. Es mejor así. Te he dicho las cosas pero no creo que hayas entendido completamente. Quizá el tiempo lo haga todo más claro, cuando nos veamos menos y nos entendamos más.

David: 27 de diciembre
Me hablaste de tu novia, casi directamente. En todo este tiempo no lo habías hecho, no mencionaste nada, quién sabe por qué, fue suficiente que aquel día de mi exposición de poesía visual me hayas dicho que no cuando quise besarte, pero me lo hiciste saber de manera indirecta a través de sutiles comentarios en Hi5 o Facebook. Es un poco patético si lo pienso con detenimiento. Te he escrito una última vez diciendo que estoy feliz por ti y tu chica. No, no te he mentido, no tengo rencores de ninguna clase, ¿para qué amargarme más? Yo he repetido que te quiero, porque eso no cambia, pero tú eres incapaz de decírmelo. Hasta cierto punto, lo entiendo, poco a poco me fui convirtiendo en una persona difícil de tratar, intento ponerme en tu posición, pienso de manera positiva y me digo que en realidad no quisiste lastimarme, pero ya sencillamente no me quieres más y eso es difícil de lidiar porque yo sigo ahí con las mismas palabras de siempre.
Todo pasa David, igual pasará esto. Los recuerdos duelen, pero el dolor ya es parte de mí y en realidad, bajo esos términos ya no lastima. Estas últimas palabras que te digo serán un punto final en nuestra extraña relación de altos y bajos. Estoy segura de que no volveremos a vernos, es más, estoy segura de que estando los dos conectados en Messenger con nuestro respectivo halo verde de total disponibilidad, no habremos de hablarnos, yo no lo haré y tú, por supuesto, mucho menos.
Estará bien así, David. En verdad.

Antonio: 31 de diciembre
A veces no termino de entender muchas cosas. Pienso que ya no necesito entenderlas y que debo dejar que todo se vaya consumiendo poco a poco. Tampoco tengo demasiado que decirte, pero a pesar de eso quiero creer que quizá una palabra me hará saber qué fue lo que sucedió y cómo fue que entendí todo de una manera tan incorrecta. De decirte, te diría que recibí el mensaje donde hablabas de tu mamá y que sí, también me llegó aquel otro deseándome cosas buenas para el año por iniciar. No los contesté porque no necesito tenerte en mi vida.
Tampoco puedo desearte nada, ni bueno ni malo, pues es como hablar a un desconocido con el que nunca he compartido nada, ni siquiera la casualidad de un encuentro. Tomaré este día en que has escrito como un nuevo punto de partida y para eso que la gente hace al cerrar ciclos y dejar de mirar atrás. Soy otra, nada que ver con aquella que te amó hasta el delirio. De eso, seguramente, ya te has dado cuenta.


Music on: Meo suo i eyrum - Sigur Rós
Quote: "La mejor cura para el amor es todavía la antigua medicina de siempre: el amor correspondido." Friedrich Nietzsche
Reading: El origen de la tragedia - Friedrich Nietzsche