lunes, 20 de mayo de 2013

El mundo se equivoca


Hace 5 años yo hubiera dicho que mi aspiración era la de un amor apasionado, tan grande que pudiera superar incluso la vida; ahora mi aspiración es a conseguir la indiferencia. A estas alturas ya he sobrepasado la náusea, ya no se trata más de revelaciones. La cosa ahí está, y uno simplemente tiene que decidir si vivirla como es en su verdad absoluta o refugiarse en engaños.

Decidí vivir la verdad, lo evidente, aunque el mundo se empeñara en decirme lo contrario. A veces me llega la sensación de que merezco más, mucha gente lo dice y está convencida de que uno no tiene que conformarse con nada, especialmente en una relación de pareja. Pero a mí no me convencen; al contrario, creo que especialmente en una relación de pareja uno no puede ponerse en una posición en la que exige cosas de otro, en la que uno espera acciones o resultados de algo que uno no mismo puede controlar.

Es verdad que a veces es complicado, porque inevitablemente uno sueña y se olvida de que la cosa no depende sólo de uno; cierto que quisiera que me den cosas, que deseo que cierta persona en particular me dé exactamente las cosas que quiero, espero, necesito. Mas ese deseo es estúpido. Luego de un rato regreso a la tierra y entiendo que el mundo puede equivocarse y que en realidad no necesito de nadie para ser feliz y plena. Así que repito, hay que hacer la cosa simple, no es que rechace la idea de estar con alguien ni de amar a alguien ni de buscar cosas juntos, sólo digo que la cosa no es sólo en blancos y negros y en realidad es bastante sencillo si nos ponemos con la cabeza fría: si uno está con alguien y quiere a alguien es porque lo acepta como es y así lo acompaña y así lo ama, no hay más. Y creo que para evitar las complicaciones uno tiene que cambiar la perspectiva; entender que nada hay más grande que la libertad propia, y que finalmente el inmiscuirse en una relación comprometida es en realidad contentarse con un tipo de resignación, que el amor no es un arrebatador sentimiento pasional ni eterno, sino que a la larga implica una aceptación estoica del otro, uno se resigna a que las cosas no dependen de uno nada más, uno se resigna a que se tiene que acoplar a lo que es el otro y quererlo como es. Pero el mundo no dice nada de esto, al contrario, el mundo enseña a ser maniqueos: o tienes todo o no tienes nada, o estás plenamente feliz o renuncias. El mundo enseña a aspirar a la eternidad, al sueño en conjunto, a mirar siempre hacia la misma dirección, a los finales felices sin problemas. Y como digo, entremedio hay muchos bemoles y tonalidades que el mundo generalmente no menciona.

He tratado de poner en práctica mi aprendizaje sobre el placer de la nulidad, a ver que nada es más grande que yo y mi libertad. Mas es difícil, por la espera, por saber que hay cosas que no llegarán y encaminarse a una existencia como la de los pobres que aguardan cada día a Godot. Eso es tortura. El mundo dice “si no te gusta vete, corta lazos, olvida, ya habrá alguien que te merezca”. Hace varios años dejé de entablar relaciones emocionales con un hombre porque aunque me quería a su manera, no me era suficiente, su forma de querer no era lo que yo creía merecer. Ahora me pregunto ¿qué es lo que se merece uno? De nuevo, el mundo enseña que te lo mereces todo, que debe haber alguien que te lo dé todo y por lo general no pensamos en lo errada que puede estar esa sentencia. Yo decidí no volver a alejarme de la gente que me quiere sólo porque no me quiere como yo quiero que me quiera (y esto aplica no sólo a las tan conflictivas relaciones de pareja). Decidí no ver más allá, sino quedarme a examinar los intersticios, no entregarme al maniqueísmo y pensar un poco. Al irme de todos modos existió la tortura, de la cual según yo estaba huyendo. Si me quedo cerca o hago como que me alejo, la espera y el dolor son iguales. Tendría que encontrar la forma no de huir sino de trascender el dolor, de no enajenarme con promesas que no tienen fundamento, de amar, sí, pero entender que eso no es más grande que la vida, que no hay nada de malo en buscar una cierta indiferencia.

El héroe existencialista por excelencia: Sísifo es feliz en la indiferencia, y no sólo en la indiferencia sino en la tortura, en la peste, en lo que algunos llamarían “mediocridad”. Mas la mediocridad afirma que uno no necesita de alguien para elevar el vuelo ni que otro otorgue la esperanza de seguir arriba, la mediocridad confirma la indiferencia pero nos lleva a concentrarnos en uno mismo. Hay una escena memorable en la película Closer, en donde uno de los protagonistas confiesa su infidelidad y decide dejar a su novia por su amante. La novia pregunta desesperadamente, después de la terrible confesión: “¿por qué me dejas? ¿qué tiene ella que no tenga yo? ¿sabes que nadie te amará como yo? ¿es acaso porque ella es más madura, más profesional?” Y el hombre responde cadavérico: “nada de eso, es porque ella no me necesita”. Entonces pienso ¿por qué habríamos de necesitar al otro de una manera que nos causa pesar y tristezas? ¿por qué el mundo nos enseña a perseguir una vida en la que busquemos sin parar a otro y hasta no encontrarlo no ser felices y luego sentirnos miserables y necesitados si lo perdemos? Una vez más, considero, el mundo se equivoca.

Sé que no quiero necesitar de alguien para ser feliz. Mas el mundo es poderoso y parece que siempre gana, entonces me bombardea con sus formas para que yo piense que estoy mal. Pero recuerdo una vez más a Camus y su sentencia de que el hombre absurdo es el que se contenta con lo que tiene y con lo que sabe, y me queda claro que contentarse no es conformarse. Mas odio, odio profundamente cuando me ataca el deseo de que las cosas sean otra cosa y peor, que esas cosas no dependen de mí y de todos modos me hacen sentir miserable. El mundo se equivoca, pero frecuentemente gana.


Sé que construyo utopías, pero hay que hacerlo, no tengo por qué esperar nada de nadie, no tengo por qué seguir los patrones que sigue toda la gente. Y debo escribirlo de vez en cuando para no olvidarme de lo que soy y lo que quiero porque ante todo lo que no quiero es sufrir y sentirme miserable por cosas que yo misma propicio a causa de mis ilusiones e ingenuidades. Tengo que ser fuerte y  ganarle un poco al mundo, tengo que recordar que no soy ordinaria y que no tengo por qué conformarme con lo ordinario que permite la ceguera, sino contentarme con la verdad y su desnudez, por más terrible que sea. La rebelión de Sísifo era ser feliz en su castigo, y con ello podía hacer que los dioses se quebraran la cabeza por su respuesta; la mía es aspirar a lo que no aspira el resto de la gente y declarar que el mundo se equivoca.

Music on: Sigur Ros - Brenninstein
Quote: "soy vertical pero preferiría ser horizontal" Sylvia Plath
Reading: 1Q84 - Haruki Murakami

jueves, 2 de mayo de 2013

Un poco sobre Quién vive




He tenido gratas experiencias con la presentación de Quién vive, he aprendido mucho, me he dado cuenta de que es esto lo que quiero hacer por el resto de mi vida, seguir leyendo poesía, seguir escribiendo poesía, no hay más. Y quiero compartir el tránsito, el descubrimiento y la pasión. 

La experiencia global ha sido maravillosa. Si bien empezó cuando el libro salió de la imprenta, el impacto personal sucedió cuando tuve la oportunidad de hablar del libro con la gente. A finales de febrero del 2013 visité un CCH para dar una charla sobre poesía muy en general y sobre la creación del libro. Los chavos, bien aleccionados por su profe, de que se tenían que portar bien y hacer preguntas inteligentes, hicieron bien la chamba y unos de ellos se sacaron interrogantes interesantes, interesantes porque eran bien básicas. Uno de ellos me preguntó que por qué escribía, que qué había en la literatura y concretamente en la creación que me era tan fascinante. Es difícil dar una sola respuesta, pero como sea uno piensa, trata de dar la respuesta perfecta y llega la paradoja, que el poeta se queda sin la palabra y sólo resuelve con el silencio. Así que me traté de ir a lo más básico, porque a veces nos olvidamos de lo básico. Y es que de la poesía me gusta lo más evidente y lo más complicado: el lenguaje, la palabra, la magia que trae el decir, no por nada antes del caos lo primero que hubo fue palabra, verbo y no deja de sorprenderme la necesidad primigenia de nombrar para ser. No por nada se han hecho estudios filosóficos e intentos poéticos para descifrar y encontrar la manera de nombrar, desde El Cratilo hasta la deconstrucción del habla en los proyectos de vanguardia y tantísimas cosas más.

Además sé que la palabra escrita es creación, no sólo comunicación, que el lenguaje tiene muchas posibilidades más allá del famoso circuito del habla que nos enseñan en la secundaria, que la poesía no es sólo comunicar sino que es un arte fascinante por sus técnicas, sus historias, sus figuras, así como sus grandes escritores. Recuerdo que en una clase de poesía que tuve hace poco la maestra citó a José Emilio Pacheco, con una frase que me parece fundamental, totalmente simple y que sirve perfecto para entender la poesía, Pacheco decía: “No dejo de pensar en lo que México sería si la gente supiera de poesía el uno por ciento de lo que sabe de futbol, su historia, sus técnicas, sus grandes figuras, su pasión, su misterio”. Personalmente no creo en definiciones categóricas, pero estoy convencida de lo importante que es leer y entender las funciones del lenguaje. A todos los poetas les preguntan al menos una vez en su vida qué es la poesía, me lo han preguntado a mí y no tengo tanta vida. No me voy a sacar ni la conocidísima respuesta Becqueriana ni intentaré sacudirme con un dilema filosófico al estilo borgeano. Sin embargo, me convence la idea de Nietzsche sobre que el hombre tiene al arte para no morir de la verdad. Yo quiero a la poesía para eso, para poder desnudar un mundo, para denunciarlo, y también para poder crear una ficción a la medida. Recuerdo que en la última presentación que realicé en la feria del libro de Irapuato, regresó la pregunta sobre "qué es poesía". Me gusta pensar que la poesía es una paradoja irrenunciable, y creo que sólo así podría explicarlo, más allá de las pretensiones ficcionales o la mirada peculiar del mundo; es como tener a Eurídice tomada de la mano, saberla propia pero al mismo tiempo saber que no es posible voltear a verla porque la perderemos; la poesía es así, ¿qué sería del poeta si por fin consigue la palabra exacta? claro: moriría, mas como no la tiene la sigue buscando y es una búsqueda que no termina. Igual que Orfeo, el poeta está en un inacabable proceso, con la palabra en el brazo pero consciente de que nunca la va a tener por completo, y sin embargo no renuncia, si llega a poseerla por completo, pierde. 

Le debo muchas cosas a Quién vive, hay muchas cosas de mí en él, pues pertenece a una época de descubrimientos personales, de decepciones y de encuentros, de esperas y renuncias forzadas, de llantos que regeneran una parte del alma que nunca vuelve a ser la misma. El título, ya que soy muy mala para hallar títulos aplastantes, proviene de un verso de Xavier Villaurrutia, de Nostalgia de la muerte, un libro muy querido para mí y muy estudiado desde muchos modos en las clases, es una obra ante cuyo encanto terminé rendida, por los silencios, las ausencias, los lugares intermedios que no se pueden habitar y que son imposibles pero que se buscan de todos modos. Este ambiente tiene Quién vive, es un libro también de alguien que desea y sueña, alguien que no se contenta con lo perdido pero que no puede sino vivir de su nostalgia para hallar una manera de reconstrucción. Trata sobre la espera, sobre el dolor y sobre la carencia, temas que me movían, me inquietaban y de cierta forma me siguen rondando sin poderme dejar.

El libro está dividido en cuatro partes. La primera contiene un guiño poético a uno de los grandes escritores mexicanos, injustamente olvidado, Severino Salazar, a quien le hago un homenaje por uno de los pasajes más impactantes de su libro Donde deben estar las catedrales; en esta parte también hablo de algunos demonios cotidianos como la tristeza y la soledad, sobre la vieja dupla del amor y la muerte y sobre algunos seres míticos cuyas historias me fascinan: Ícaro y Sísifo, quizá porque pienso igual que Camus, que de alguna manera la sabiduría antigua trágica coincide con el heroísmo contemporáneo, en especial en este par de necios y rebeldes que a causa de su hybris sufrieron el peso del destino inamovible y el castigo de los dioses. La segunda parte abre con un epígrafe de Francisco Hernández que alude a lo fantasmal y al recuerdo que duele. Abre con la retahíla del cuervo que repite una sola frase, para afirmar lo que se ha perdido o ya no podrá volver a ser. También visito a los ángeles y su condición no humana pero tampoco divina y recorro los paisajes de la nostalgia, de lo ido. Hago un canto a la imposibilidad y al deseo de que las cosas sean otra cosa, a través de las oraciones, la manera más común de pedir por lo imposible, por aquello que sabemos fuera de nuestro control, y que muchas veces intuimos como azaroso y perdido.

La tercera parte puedo decir que es mi preferida, porque se trata de los sueños, me fascina el intersticio en el que el hombre se encuentra cuando duerme, Homero designó al sueño y a la muerte como hermanos gemelos y esa idea que los lleva siempre tan de la mano me incitó a pensar entonces en el despertar como un levantamiento trémulo que desemboca en un deseo más profundo por dormir, o mejor morir. La última parte viene a confirmar la angustia del grito que con miedo hacemos entre la desolación: “Quién vive”, en este momento hago una última revelación a través de unos poemas más íntimos, más desnudos, el primero inspirado en el poema “Autorretrato” de Rosario Castellanos, y los siguientes dando pie a la plenitud de mis carencias y mis dolos, la pérdida del amor, los silencios forzados y la conclusión que llegó a través de la Beatriz de Dante, personaje que para mí es el epítome de lo que se busca hasta la eternidad, hasta los infiernos, pero que en mi caso, en este poemario, no se encuentra ni se concreta.

Así el resultado. Para ir terminando, quiero decir también que muchos de estos poemas surgieron gracias a la guía de ciertos profesores que me compartieron no sólo el gusto por la poesía sino la técnica, la pasión y el misterio de la palabra y la creación. Si nos ubicamos en la caverna de Platón y siguiendo a la idea de María Zambrano, los poetas no quieren escapar a la cueva para hallar una verdad en el mundo sino que dentro de la penumbra son felices, cultivando su propio jardín, creando en las sombras. Hice una presentación en Minería, también en febrero; se hizo allá la pregunta sobre los temas que se escogen (o no), sobre los que escribimos invariablemente. Yo regreso a las mismas cosas siempre, en parte por decisión, en parte por obsesión. Creo que todos tenemos nuestras propias tierras de Jauja, las cosas con las que soñamos, nuestras específicas cornucopias y deseos exacerbados. Para mí, una forma de hablar de esas cosas es con la poesía; escribo sobre mis carencias y mis humillaciones, escribo para la memoria, porque creo que a través de la palabra seguimos existiendo en una suerte de realidad ingrávida en la que no es posible olvidar; escribo también sobre el dolor que también es gozo e idealmente espero lograr un resultado conmovedor. No desapruebo escribir sobre las mismas cosas, a veces es inevitable. Y para muestra, cito un membrete de Oliverio Girondo: “Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a medida que se acumulan y forman nuestra escueta o frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema”. Y es en parte cierto, las recurrencias salen en donde creamos; basta ver la obra de Borges y darse cuenta de que a cada rato sale un espejo o un laberinto y esos elementos son parte de su obra, sin que uno crea que se está simplemente repitiendo o que ya se le acabó el ingenio, para nada.

Regresando al libro, puedo decir que también es en buena parte un diálogo poético, quizá muy ingenuo pero auténtico, están mis ideales y sueños surgidos desde la lectura de los escritores que admiro, condimentados con mis propios ángeles negros, obsesiones y admiraciones. No voy a decir que tengo el manual para escribir bien ni para lograr la perfección, pero creo que es muy importante leer, ser auténticos y atreverse. Otro de los chicos del CCH me preguntó que qué era lo que se necesitaba para escribir un libro de poesía. Y la respuesta no es tan compleja. Sólo se necesita escribirlo y ya. Sentarse a leer mucho y luego atreverse, porque si uno no se atreve no hace nada, de verdad, te lo dicen hasta en los libros de superación personal, pero es cierto, hay que hacerlo y hacerlo lo mejor que uno pueda, si, como yo, se lo toma en serio, si uno es lo suficientemente necio como para entrar en un proyecto que nunca terminará por consumarse, que no  implicará una satisfacción completa y amarlo precisamente por eso, porque lo que culmina y acaba muere, y la poesía es una de las pocas cosas que permite el acceso a auténticas permanencias y a eternidades.



Music on: Untitled 4 - Sigur Rós
Quote: "El mundo es finito, nuestras ilusiones lo desbordan" Salman Rushdie
Reading: 1Q84 - Haruki Murakami

El sueño y la muerte en Nostalgia de la muerte de Xavier Villaurrutia o de cómo definirse por la indefinición


Hermanos gemelos, como los llamara Homero, sueño y muerte han estado en relación íntima en la literatura, incluso forman parte del tópico Vita somnium utilizado por Calderón de la Barca en La vida es sueño, para ilustrar el carácter onírico de toda la existencia. También lo escribió Quevedo: “El sueño, que es imagen de la muerte” (Quevedo, 1986: 55), morir como despertar al sueño que es la vida. El tópico de la muerte fue muy apreciado por los Contemporáneos; muy cerca de la publicación de la obra cumbre de Villaurrutia, en 1938, vieron la luz Muerte sin fin (1939) de José Gorostiza y Muerte de cielo azul (1937), de Bernardo Ortiz de Montellano. En el caso de Villaurrutia, la influencia del surrealismo será fundamental para su poesía pues, de hecho “la reflexión y la crítica en torno al surrealismo las empezó a desarrollar Villaurrutia a partir de 1930 en numerosos artículos de prensa, reseñas, comentarios, ensayos o conferencias” (Monge, 2001: 283).
            Los escenarios en que Villaurrutia inscribe su obra no se separan del sueño; es posible rastrear el origen de esta predilección en sus propias filiaciones. El poeta se declara hijo de la vanguardia europea, de los simbolistas y románticos, más que de la generación hispana que literariamente lo precede. El gusto de Villaurrutia está fuertemente marcado por lo onírico, el sueño de vida que encuentra en la poesía romántica, por ejemplo, en la Aurelia del romántico francés donde él encuentra que “vigilia y sueño se comunican en el texto poético de Gérard de Nerval al punto que las fronteras entre ambos mundos no sólo se han borrado ya sino que son innecesarias” (Villaurrutia, 1974: 896). Villaurrutia halla, de hecho, una manera de unir armónicamente la vida y el sueño, constante muy marcada en su obra.
El primer verso de “Nocturno miedo” se inscribe en la noche, lugar de oscuridad física y también del interior del poeta: “Todo en la noche vive una duda secreta”[1] (Villaurrutia, 1974: 45). El poeta se instala en un no-decir, en un intersticio, con el escenario nocturno como espacio de su secreto, mismo que ofrece la posibilidad de realizar acciones:
Entonces, con el paso de un dormido despierto,
sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.
La noche vierte sobre nosotros su misterio,
y algo nos dice que morir es despertar. (vv. 9-12)

La lucha entre estar despierto y estar dormido sucede en tensión; un verso antes se lee: “en la gruta del sueño la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar” (v. 7-8). En los versos se advierten dos posibles significados de “desvelar”: “estar sin dormir” y “descubrir”; la luz, que es nocturna, contribuye a la tensión, pues se trata de la pugna por dejar ver a la luz, y por esconder con la noche, al mismo tiempo.
Mucho se repite la tensión en la obra de Villaurrutia, reforzada con el uso de antítesis; Octavio Paz resume el tema verdadero de Nostalgia de la muerte como un conflicto, pues se trata de una poesía “habitada por una doble oposición: el sueño, la vigilia, la conciencia y el delirio” (Paz, 1978: 58). El choque de conceptos, las estatuas despiertas, los ojos cerrados que ven, los abiertos que no ven, son algunas representaciones de ese conflicto.
Si bien la noche es, como vimos en la doble tensión de “ver y “esconder”, un escenario de la  duda y lo inconcreto, es, más allá de elemento paisajístico, un cómplice, ya que bajo su oscuridad permite el encuentro con el otro, espacio donde la sombra puede transformarse en luz. Otro cómplice posibilitador de los encuentros es el sueño. Villaurrutia lo hace evidente en el último verso de “Nocturno miedo”, que tiene un antecedente en la rima lxix de Gustavo Adolfo Bécquer que dice: “¡despertar es morir!” (Bécquer, 1976: 60). El sueño, igualmente posibilita el encuentro con el otro y en la otredad existe un cambio de perspectiva. El sueño, según Argullol es “una necesidad y un poder” (Argullol, 2006: 65). Es sólo con el paso del “dormido despierto” que el poeta se mueve también, es decir, hay un paso del estatismo al movimiento. Si el mundo onírico ofrece mayores satisfacciones vitales que el mundo real, se puede seguir que el poeta intuya, igual que Bécquer, que despertar es morir. Además, el sueño permite una nueva descripción del mundo, es una verdadera relación con la poesía, pues para Villaurrutia “el tema del poeta es el sueño…, pero es muy difícil abordarlo” (Paz, 1978: 56).
En el mismo poema, Villaurrutia, sumergido en la duda secreta, es consecuente con el carácter indefinido de la otredad. La antítesis remite a la indefinición, la cual se trata muchas veces de un punto “entre” dos conceptos definidos y que resulta bastante abstracto, como lo es también el otro. El sonámbulo no es ninguna de las dos cosas, ni despierto, ni dormido. Para continuar con la idea de lo “entre”, el siguiente verso plantea una pregunta fundamental:
 ¿Y quién entre las sombras de una calle desierta,
en el muro, lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal? (vv. 13-16)

Es de notar el adverbio de lugar: “entre”, y la elección de las sombras de una calle desierta que conforman una indefinición. Aquí se refiere a un ser, marcado por el “quién”, pero es imposible saber la identidad y tampoco su constitución física. Además, lo desierto no está realmente desierto, pues tiene sombras, y conectando con los versos anteriores, lo secreto no es realmente secreto pues siempre se logra develar algo.
Pareciera que en la mitad de un concepto y otro, el poeta buscara siempre mostrar algo más. No es que el poeta busque sólo contraponer o bien trasmutar esto con aquello, sino que busca el lugar que se inserta entre dichos conceptos y justo dicho lugar indefinido es uno de sus preferidos. Apunta Paz la importancia del momento de tránsito, el instante en que algo deja de ser una cosa y se convierte en otra, por ejemplo, cuando “la nieve comienza a obscurecerse pero sin ser sombra todavía” (Paz, 1978: 84). Mucho de eso se observa en Villaurrutia, un “entre” que no puede asirse ni expresarse pero que paradójicamente, es el lugar más seguro. Siguiendo a Paz, el entre “no tiene cuerpo ni sustancia. Su reino es el pueblo fantasmal de las antinomias y las paradojas. El entre dura lo que dura el relámpago” (Paz, 1978: 85).
La indefinición de Villaurrutia sucede también al enfrentarse al otro. El “Nocturno de la estatua” muestra una carrera sin hallazgo, una búsqueda sin logro. Este camino errático es lo que Xirau llama “desrealización radical”, pues “el poeta pasa a la ingravidez de los sonidos; y el sonido mismo se le convierte en eco, fantasma desdibujado de sí mismo” (Xirau, 2004: 163). En efecto, el poeta busca a la estatua y desea tocarla, pero esta actividad está condenada a no consumarse desde el principio:
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo (vv. 5-6)

El poeta recorre distancias pero se enfrenta a puertas sin salida. Mas él lo sabe desde el principio, no sufre realmente la imposibilidad y en este poema se sitúa de nueva cuenta en el espacio intermedio al reafirmar que el contacto no es viable. Para Villaurrutia el “entre” no es un destino trágico sino la decisión que toma como su verdad. Después, aunque ya materiales, no lo llevan a ningún lugar: el muro y el espejo. Esta persecución es discontinua y fragmentada, propia del espacio onírico: “Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera” (v. 1) y contiene las peculiaridades inmateriales y contrapuestas de los sueños. Hacia el final, entra en un sueño dentro del sueño, pues la estatua, en la que él mismo puede reconocerse, rompe de lleno el movimiento en el último verso: “hasta oírla decir: ‘estoy muerta de sueño’” (v. 13). De este modo se evidencia la indefinición del otro. El poeta desea la otredad pero lo único que obtiene es un reflejo de sí mismo, igualmente indefinido, difuso, producto de un sueño; se ha reconocido muerto frente a su propio reflejo “hallar en el espejo la estatua asesinada” (v. 7) y de esta manera no se puede decir que esté vivo ni realmente muerto pues aún puede enunciar palabras. De nueva cuenta se ha posicionado en lo indefinido, en el lugar intermedio donde no se puede terminar de ser, de ser o de nombrar.
Otra respuesta frente a la indefinición aparece en el miedo que es la conclusión en sí de “Nocturno miedo.” El poeta establece un sentimiento paradójico: teme estar vacío y también teme hallarse ocupado por otro que le cancele su identidad. El último verso es fundamental pues glosa el conflicto de la definición del ser, al tiempo que cierra la idea de la vida como sueño y el despertar como muerte para crear una veta de lectura sobre la existencia y el reconocimiento de uno mismo: “y la duda de ser o no ser en realidad” (v. 20).  ¿Dormir o despertar? Se pregunta Villaurrutia constantemente, mas el caso es que no elige ninguna opción, sino que regresa al punto intermedio. El sonambulismo definido por el “dormido despierto” es ese espacio onírico-consciente que permite el reconocimiento de uno mismo y también ahí existe la posibilidad de contacto con el otro.
No es gratuito el título que Villaurrutia eligió para la obra; la figura de la muerte es sin duda fundamental, ya sea como arquetipo, como forma, o como persona, y el poeta la retrata con diferentes características. Una que me parece fundamental es la factura de la paradoja del miedo. Recordemos “la duda de ser y no ser realidad” (.v.20). Ahora bien, sabemos que ante un sueño es necesario despertar y al hacerlo llegaría una angustia que se correspondería con el verso de Bécquer citado anteriormente. Pero hay aquí otra paradoja cuando el poeta afirma: “Dos temas son particularmente interesantes para mí: la muerte y la angustia. La angustia del hombre ante la nada, una angustia que da una peculiar serenidad” (Villaurrutia, 1966: 18-19). Villaurrutia escribe también sobre el dolor de: “no ser sino la estatua que despierta / en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto” (v. 38) donde podemos rastrear un despertar angustioso que al mismo tiempo puede ser sereno. De hecho este último verso tiende un puente perfecto hacia la conclusión sobre el manejo del sueño y la muerte. Cabe resaltar que el dolor del que habla es “inesperado” pero el énfasis del poema está en unos versos antes:
Abre mis ojos donde la sombra es más dura
y más clara y más luz que la luz misma
y resucita en mí lo que no ha sido. (vv. 33-35)

El despertar es oscuro pero también es luminoso y le sucede una resurrección. Extraño resultaría, que dentro de una obra en que habita la oscuridad y la muerte existan múltiples menciones a lo abierto, a la luz y a la vida. Alí Chumacero escribió que en Nostalgia de la muerte: “la emoción, vínculo inmediato con el mundo, se convierte ahí en ideas que, acariciadas por el verso y volcadas en palabras, llegan a construir el poema” (Chumacero, 1974: 15). Siguiendo esta afirmación habría que detenernos a reflexionar sobre la visión de la existencia que Villaurrutia refleja en este poemario, lo que lo transporta directamente a la emoción central de la que habla Chumacero. Dicha emoción es en realidad la vida y la luminosidad de la misma.
En el poema “Paradoja del miedo” el poeta se afirma como un ser para la muerte y explica que el miedo mayor no es a la muerte en sí, sino a la falta de reconocimiento y pérdida de la identidad propia:
El miedo de dejar de ser uno mismo
ya para siempre,
ahogándose en un mundo
en que ya las palabras y los actos
no tengan el sentido que acostumbramos darles;
en un mundo en que nadie,
ni nosotros mismos,
podamos reconocernos. (vv. 16-23)

Este sentimiento de confusión, inseguridad y falta de definición, supera al miedo a la muerte y explica la nostalgia. En ese caso sería más fácil temer a la muerte, que es algo fuera de uno mismo, que temerle a un yo incomprensible, a verse como un ser que no se define y al que nadie puede reconocer. Pero recordemos que la muerte en Villaurrutia no es una extraña. En el “Nocturno en que habla la muerte”, vemos que cuando la muerte habla, le anuncia la imposibilidad de su propia comprensión como sujeto y ese es el verdadero temor:
Nada es la tierra que los hombres miden
y por la que matan y mueren;
ni el sueño en que quisieras creer que vives
sin mí cuando yo misma lo dibujo y lo borro. (vv. 23-26)

El final de “Paradoja del miedo”, además, no es una oda a la muerte, sino a la vida y ahí también nos presenta el poema una suerte de paradoja: “puesto que ya no puede morir,  / sólo un muerto, profunda y valerosamente, / puede disponerse a vivir” (vv. 58-60). Villaurrutia sentía que la muerte la llevaba dentro, en sus palabras, era traerla “como el fruto lleva a la semilla” (Villaurrutia, 1966: 18). El despertar de la estatua está vinculado con la abstracción que hace Villaurrutia de la muerte. Octavio Paz explica que se trata de una inversión del viejo “despertar es morir” y no se equivoca: “en la vigilia, si somos lúcidos, vivimos nuestra propia muerte. El contenido de nuestra vida es nuestra muerte. Estamos habitados por ella” (Paz, 1978: 81). El sentimiento de la estatua que “despierta en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto” (vv. 37-38) es un sentimiento de claridad y luz, de serenidad puesto que “resucita en mí lo que no ha sido” (v. 35) y así funciona como demostración de la inversión sugerida por Paz en torno al antiguo tópico. Una vez más Villaurrutia demuestra sus filiaciones y predilecciones como hijo de la tradición romántica europea pues esta idea tiene raíces justo ahí, donde la vida y el sueño tienen todo en común, “sobre todo desde el romanticismo, el sueño se ha identificado con la vida; el sueño no es la muerte sino la otra vertiente de la vida” (Paz, 1978: 56).
En la apreciación de Xirau, Villaurrutia es un hombre que “excesivamente subjetivo para dar con símbolos universales de la muerte, vive su muerte, la hace pan de todas las noches” (Xirau, 2004: 169). Villaurrutia no puede, entonces, mostrarse temeroso de morir. Él mismo afirma: “La muerte no es, para mí, ni un fin, ni un puente tendido hacia otra vida, sino una constante presencia, un vivirla y palparla segundo a segundo… presencia que sorprendo en el placer y en el dolor” (Villaurrutia, 1966: 19). La muerte sería para el poeta esa mezcla de algolagnia también entre la angustia y la serenidad, y en ese umbral indefinible se encuentra él mismo, de la mano de su propia muerte, en el lugar “entre.”
Así es que es sólo en ese intersticio de la indefinición logra paradójicamente definirse. Al igual que sólo en la misma paradoja del miedo a la muerte se instala en una afirmación de la vida. En el estado intermedio puede hallar su verdad y dicho estado se encuentra en el sueño. Siguiendo a Albert Béguin, al igual que la poesía, el sueño y las revelaciones sucedidas en la indefinición tienen el precio inestimable de que “nos liberan de nuestra soledad de individuos separados, nos ponen en comunicación con esos abismos interiores que ironizan la vida de la superficie” (Béguin, 1992; 161).
Por eso el poeta no teme al despertar, pues se afirma desde el inicio del poema, a manera de Heidegger, como un ser para la muerte, “todo poeta descubre su filósofo y yo lo he encontrado en Heidegger” (Villaurrutia, 1966: 19). Si no hay muerte que aceche peligrosamente, no habrá más remedio que entregarse a la vida. Villaurrutia entiende totalmente que sólo la muerte puede afirmar la vida, así como sólo el sueño puede afirmar la realidad predilecta y sólo dormir/morir lleva a despertar/vivir.

Bibliografía:
·         Argullol Rafael (2006), La atracción del abismo, un itinerario por el paisaje romántico, Acantilado, Barcelona, 124pp.
·         Bécquer, Gustavo Adolfo (1976), Rimas y leyendas, Aguilar, México, 367pp.
·         Béguin, Albert, El alma romántica y el sueño, FCE, México, 1992, 500pp.
·         Monge, Carlos Francisco (2001), “Entornos del surrealismo en Xavier Villaurrutia: la poesía y el ensayo”, en Las vanguardias literarias en México y la América central. Bibliografía y antología crítica, Merlin H. Foster (comp), Frankfurt am Main, pp. 277-296.
·         Quevedo y Villegas, Francisco de (1986), “Más solitario pájaro ¿en cuál techo?”, en Poesía amorosa, Joan Boldó i Climent Editores, México, 134pp.
·         Paz, Octavio (1978), Xavier Villaurrutia en persona y obra, FCE, México, 85pp.
·         Villaurrutia, Xavier (1966), “La poesía”, en Revista de Bellas Artes No. 7, México, pp. 17-19.
·         _______________ (1974), Obras, FCE, México, 1096pp.
·         Xirau, Ramón (2004), “Xavier Villaurrutia: presencia de una ausencia”, en Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos, FCE, México, pp. 161 – 171.


[1] Todas las referencias a los poemas de Villaurrutia corresponden a esta edición.

Music on: Brenninsteinn - Sigur Rós
Quote: "tu voz hace un imperio en el espacio" - Vicente Huidobro
Reading: 1Q84 - Haruki Murakami