miércoles, 24 de noviembre de 2021

La costumbre del vacío

La costumbre del vacío

Dejé el alcohol hace tiempo y no me han dado ganas de volver a él realmente. Se supone que con eso debería haber bajado de peso; conozco gente que deja el alcohol y con eso, sólo con eso, transforma su cuerpo. Para mí no. Hace años aprendí a andar en bici y rápido se me hizo hábito salir todos los domingos a pedalear unas cuatro horas. Mi novio me dijo, entonces, que así seguramente iba a perder peso. También pasa que gente comienza a moverse más de lo usual y pierde peso. Pero bueno, a mí tampoco me pasó.

A los veintitrés hice mi primera dieta y en los siguientes años, intenté no sólo dietas, sino varias cosas que mi falta de constancia y mi llanto continuo (o mi cuerpo, mi genética, no sé) me impidieron concretar: ejercicios crónicos: clases de todo lo que se pueda: spinning, step, zumba, body pump, kick boxing, natación, ejercicios de fuerza. Incluso me compré el famoso lema de que “si no duele no sirve”, y entré en una dinámica de sufrimiento, hambre y privaciones que tampoco me llevaron al éxito. Siempre que bajaba algunos kilos los recuperaba eventualmente. Y sé que esto puede tener muchos nombres: falta de voluntad, de disciplina, de constancia, de aguante, la verdad me da lo mismo. También sé cuánto hice para lograrlo (no es que ame ser una gorda), pero fracasé en absolutamente todo. En algún momento alguien me dijo que si tomaba té de diente de león seguro perdía peso. Comencé a tomar un litro diario. Sólo conseguí enfermar mis riñones. Luego, como el sentido común lo dicta, comencé a hacer ejercicio en exceso, casi todos los días, todo lo que podía y hasta lo que no podía. En dos meses de esos esfuerzos tampoco bajé de peso, en cambio me lastimé las rodillas. Un doctor me dijo que yo no debía hacer nada de esos ejercicios, que tenía un defecto en los huesos y que si seguía insistiendo en la elíptica y el zumba sólo iba a lograr lastimarme más. Y vaya, yo no quería eso, y ni modo, me quedé sentadita admirando la manera en que Murakami, que empezó a correr a sus treintaitrés, hacía maratones, y al hacerlos me recordaba mi fracaso, yo, que a esa edad ya tenía dolor de rodillas.

No tengo madera para lo que se necesita para lograrlo, pensé. Y eventualmente lo asumí, no siempre es ley que si uno se esfuerza logrará lo que quiere, a veces el esfuerzo no alcanza, a veces hay muchos factores que están ahí para impedir el éxito. En esta vida, mientras sea posible, uno puede decidir qué batallas quiere seguir peleando. Yo dejé de pelear; me resigné a que no todos podemos medirnos con la misma vara y que me tocaba asumir el fracaso.

Empecé a pensar muchas cosas, más bien, me di cuenta de que muchas de esas cosas ya las tenía en la cabeza, por ejemplo, mientras contaba mis calorías y me comía mi medio bolillo para el desayuno y mi única tortilla para la comida y me preparaba mentalmente para la lata de atún de la noche; o bien cuando hacía repeticiones en el gimnasio o cuando me bañaba en sudor y también en lágrimas y no se notaba la diferencia. Entonces, un día, todas esas cosas que había estado pensando las escribí.

También hice un recuento de hechos duros y estadísticas, así como de testimonios encontrados por aquí y por allá, tanto de gente conocida como desconocida, y me pareció que era importante complementar mis ideas con estos hallazgos. Comencé a darme cuenta de que mucho de lo que se decía en el mundo sobre el hambre, el ejercicio y el cuerpo ideal estaba equivocado. No tomo refresco y sin embargo soy gorda. Como frutas y verduras y dos litros diarios de agua y eso tampoco parece ser algo que repercuta en el tamaño del cuerpo. Me puse a pensar en por qué si estaba haciendo las cosas bien no tenía éxito. Y sentí que, si no podía arreglarlo ni entenderlo, al menos debía escribirlo.

Poco a poco todo lo que escribí se convirtió en un libro. Un libro que no pretende glorificar el fracaso ni abrazar la mediocridad, sino simplemente contar su historia y sus vericuetos, los errores y trabas, las dificultades; un libro que tampoco quiere justificar, sino sólo decir las cosas como son; un libro que cuenta, que mide y que pesa. Pensé que era importante asentar cómo fueron los procesos y cómo me fui topando con los hechos, también quería reproducir la desesperación y la necesidad de querer entrar en una talla o en un modelo de cuerpo. Yo quería hablar del hambre y de la locura que implica privarse de comer porque la saciedad deja de ser un estímulo normal biológico para convertirse en un mecanismo de culpa; hablar del hambre y de la privación voluntaria por la comida.

El resultado fue La costumbre del vacío, que se publicará con la hermosa editorial LibrObjeto, con quien estoy muy agradecida por haberse arriesgado a tener en su catálogo un libro incómodo y extraño que sin embargo contiene cosas necesarias y dolorosas. Por mi parte, como me cansé de seguir intentando perder peso, enfoqué mis esfuerzos en la escritura, y en que con ella pudiera cerrar un capítulo y así dejar de refugiarme en el vacío como religión, como una costumbre que por ser gorda tenía que obligatoriamente conservar.

Ya para terminar, hay un hecho consignado en el libro que no deja de darme vueltas en la cabeza. Hay gente que muere de hambre en el mundo, porque no tiene nada qué comer; mientras en otros lugares hay gente que tiene todo a su alcance y decide voluntariamente dejar de alimentarse porque hacerlo implica una culpa enorme, una vergüenza, un fracaso. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué está tan mal en nuestra sociedad para que la gente se someta a eso? Es una pregunta que no he podido responder completamente, pero al menos he dejado de consagrarme a ese dios del cuerpo esbelto al que se le adora y se le ofrenda con hambre. Escribo estas últimas líneas mientras me como un plato de cereal con plátano y leche, cosa que antes estaba prohibidísimo y me generaba una culpa inmensa. Ya me cansé de estar hundida en tales aguas. Quizá soy una mediocre, si me lo dicen puedo vivir con eso, siempre que me dejen comer.

***

Este texto fue publicado originalmente en Los Ojos del Tecolote.

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Music on: Strange - Celeste
Quote: "Ser estúpido es una elección personal y no necesariamente hay que llevar uniforme para ejercer ese maligno talento." Nona Fernández
Reading: Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio - Andrea Chapela

lunes, 8 de noviembre de 2021

El comienzo

Un día, por ahí de 2017 mandé un poema a un concurso. Y ganó. Es curioso porque este poema lo estuve trabajando en un taller y me dijeron que era muy largo, que no se entendía bien, y medio me desanimé, pero decidí no hacer caso y hacerlo más largo y más críptico. Siempre hay ojos que opinan distinto, afortunadamente. Lo pongo aquí porque se publicó en un librito que no sé si se consiga, la verdad, y pues es un poema que me gusta.




El comienzo


Cayó el invierno sobre tus párpados y el cielo se pasmó de rojo.
Tardé el llanto en limpiar la sangre que no era tu sangre,
el cansancio marchitó los ímpetus
y volcó su savia en los dedos de la plaga.
 
    Querido:
    Voy a contarte ahora la historia del comienzo.
 
Desde la espuma de lo perdido,
una última oración quiso quebrar la sincronía del tiempo.
Los días pasaron en silencio,
cuidaban palabras que, como las piedras, resistían los embates del
vacío.
 
Dormí gritando sentencias que nunca habrían de conocer el aire
y desperté en un lecho desconocido
que se iluminaba penosamente con la calma del amanecer.
Tenía los ojos dirigidos al norte.
—Al norte, hubieras aprendido a decir, al norte.
Porque aunque todavía no lo sabías,
hacia allá alumbraba la estrella de tu nombre.
Decidí llamarte Arturo, no por el rey glorioso, sino por el astro,
porque la memoria de mis padres apuntaban a noches largas de mirar
estrellas,
a jornadas limpias de avistar centelleos y aprender constelaciones.
 
Al norte, habrías dicho, ya en tus primeros años
y en tu palabra comenzaría el aprendizaje
y el observar los astros como legado.
 
Cuántas veces quise mostrar el cielo a tus brazos tiernos,
enseñar las letras a tus labios y las nubes a tu frente.
Y quise también ser el regazo que sofocara la tristeza;
pero fui sólo la mano que juntó la tierra para tu apresurado descanso.
 
    Querido:
    Mienten los que dicen saber lo que se siente.
 
No es sólo el deseo por revertir lo hecho,
es el silencio helado entre la carne y el escalofrío que surca
incluso las lágrimas;
no es el tiempo que ha faltado ni el error desconocido,
es esa suerte de hueco que me dice que de algo sirve el lamento,
esa urgencia de decirte todo, aunque no lo haya comprendido,
el deseo de enunciar con cuidado cada letra
para construir una verdad que me haga menos insatisfecha,
es esa gotera roja que no acaba de arder en mi vientre
y que busca echar raíces
pero no puede.
 
Apenas te supe tuve un sueño:
una voz me cantaba que tendrías unos ojos grises que se irían
haciendo oscuros con el tiempo.
Poco después el vaivén de tu pequeño cuerpo empezó a hacerse lento.
Y cuando dejé de saberte entendí que el sueño era un anuncio,
oráculo de verdades temibles:
el negro de tus ojos era la hoz que extendía la oscuridad
hacia adentro.
 
   Querido:
   El refugio se secó y sólo tú supiste que la noche sería
   la única linterna.
 
Yo llenaba el cántaro encerrando un tiempo,
cantaba a la nada esperando un eco de regreso.
Dolía la espera,
de mirarla tanto le hallé el cuerpo:
un anfibio deforme con múltiples lenguas y hedor a incienso rancio:
tenía pestañas poderosas como fauces que rompían las sábanas,
gritos burbujeantes de estertores flotaban de su mandíbula
y siluetas deformes se agazapaban en los pliegues de su propia baba.
 
Como una niebla ingrávida,
mis cobardes palabras flotaban fracturadas.
 
   Querido:
   Comencé a hablarte porque no sabía.
 
Di las lecciones que no podía esperar hasta mirarte,
pensaba en el futuro ignorando que tus respiros de bruma
volvían el aliento al fondo,
a la cueva vedada a los pedazos de mi boca.
 
Entre la ciega angustia de la ignorancia,
el tacto pulverizó los atajos
cual vuelo impostergable de pájaros furiosos.
Mi mano comenzó a temblar deshecha en la profundidad de la madrugada.
Piel adentro la quietud reinaba,
la semilla marchitada se dolía de desesperanza.
 
Entonces las preguntas empezaron a llover de la estancia y,
como hormigas ponzoñosas,
cada una caminaba hasta las raíces de mis huesos:
qué sendero andar para dar fin a lo que nunca tuvo inicio,
qué poner en tu piel recién bañada,
cómo arreglarte el ceño si aún no te conocía,
qué atuendo vestiría la noche,
con qué alhajas de adiós se adornaría.
 
La duda estaba instalada con un zumbido de ponzoña,
con olor a vinagre y sal envejecida.
 
   Querido:
   Tu cabello apenas crecido cascabeleaba despacio al ritmo  
   de la angustia.
 
Que nadie sepa de las sombras, me dije.
Que nadie note que no puedo deletrear esa verdad
amagada entre mis pestañas entumecidas.
Que nadie hable de esta certeza helada que marca el sendero
del desierto.
 
Quise contarte que esto no fue así todo el tiempo.
La realidad no nos derrumbaba y se podía dormir en calma;
pero la presencia constante de la verdad derrotaba mis intentos,
y ahora sólo tenía entre la carne
un anhelo agujerado con la constancia abatida,
y esperaba cuervos que llegarían hambrientos, volando impetuosos
con sus plumas de hierro,
a deshacer la sábana con que tapaba mis intentos.
 
   Querido:
   He cuidado de ti mirando el reino de los insectos.
 
Te hablo y te imagino con la devoción que enciende la ignorancia.
—Mira a la distancia, te digo,
un rayo de sol asoma y pinta las montañas de rosa.
Mira los árboles, las estrellas, el mundo entero, te digo.
Pero las cosas las miro sola
y las imagino a través de tus ojos desconocidos,
tus ojos:
la negrura y el presagio que no supe entender en tus ojos.
 
Estoy atrapada en un tiempo que no comprendo,
y tengo nada más diez uñas que no alcanzan,
diez uñas quebradas que no pueden salvarte del encierro.
 
   Querido:
   No dejé de alimentar lo que creía eran tus latidos.
 
Mis venas irrigaban sangre viva a las cavernas del gélido silencio,
hasta que un escalofrío despertó mi conciencia errada
y el grito de todos los muertos retumbó en la calidez de mis empeños.
 
   Querido:
   Quiero convencerte de que esto es sólo la puerta del comienzo.
 
Esta tierra no es la desembocadura de los esfuerzos arrojados al vacío,
no es ésta una cárcel sino una puerta a amaneceres que yo no
pude regalarte.
 
—Ya no temas, te digo,
hoy es el último intento.
He contado trescientos sesenta y cinco días y aún más
porque ignoro el momento exacto,
la noche me engaña, el hormigueo nunca fue el mismo.
 
He cumplido tu primer año, querido, porque es el tiempo
que dura cualquier ciclo.
 
Escucha una última vez
cómo mis manos escapan de los frescos bordes de la tierra:
hoy la mezcla de barro y agua
llegará a protegerte más de lo que yo he logrado.
 
Pronto vendrá la hora de remover el luto,
espera,
hay rituales que deben continuarse hasta que la memoria
les permita la consagración;
yo te enseñaré,
con la alegría del primer descubrimiento,
qué significado guarda el pasar de los astros
y te seguiré hablando hasta que mi voz se acabe
o lleguen las lágrimas a florecer el campo.
 
Ya no hay nada que te ate a mis inútiles deseos,
pronto habrá tiempo para perdonar los recuerdos,
para cambiar las flores de esta vida por un sueño.
 
Erigiré un palacio, donde el silencio sea palabra
y la oscuridad incendio,
aquí, en las fuentes de plata que salvan el cauce de los naufragios
y encienden los precipicios hasta la llegada del alba.
 
Llegará un último granizo para cortar la oscuridad tiránica
y fracturar las rejas que alimentan la humedad de las tinieblas.
 
Quiero creer que el futuro no te hará desaparecer por completo,
que entre la niebla suave del silencio encontrará tu voz su camino
y que los mismos astros que me enseñaron a hablarte
llevarán entre tu mano la llave de un mejor camino.
 
El monstruo de la espera recuperará la forma primigenia
de las buenas nuevas;
y mis uñas, maceradas de intentos,
habrán de retirarse de su guardia de nostalgia y sufrimiento.
 
   Querido:
   tus cuencas informes ya no serán presagios,
   nacerá una última luz para atravesar la tierra,
   con pasos inaudibles
   marcará la pauta del comienzo.


***

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martes, 2 de noviembre de 2021

28 de octubre y la nueva alegría

El 28 de octubre de 2013 fue un parteaguas importante en mi historia personal. Yo ya no debería hablar de eso, pero hay cosas que me siguen dando vueltas y que vuelven. Y justo en este momento me parece importante sacarlo a flote porque me puso a reflexionar sobre el viejo adagio que insiste en las vueltas que da la vida. 

Ese día, en 2013, una persona (no sé si llamarlo novio) me aplicó ese "tenemos que hablar" que siguió de una muy elegante manera de decir que ya no quería estar conmigo y todas esas cosas que se dicen cuando se busca terminar con alguien. Y bueno, la verdad es que ya con perspectiva y el bonito pasar de los años, me doy cuenta de que el cortón no fue lo feo, sino la mentira, porque no me dijo que me dejaba por alguien más, y yo me enteré dolorosamente semanas después. 

Recuerdo ese día y los que le siguieron porque se caracterizaron por una desconexión muy fuerte de mí misma con el resto de las cosas. Fue extraño, el mundo seguía rodando y por supuesto que mi pequeña tragedia era intrascendente, pero yo no podía dejar de sentir que me quedaba atrás, que no estaba en sintonía con nada de lo que me rodeaba. Entonces hice cosas (el tipo de cosas que se hacen quesque para cerrar ciclos): me pinté el cabello y unos meses después me hice un tatuaje. Y eso me ayudó a redefinirme y ubicarme con menos dolor en una nueva realidad.

Para no seguir ahondando en la tragedia, quiero decir que el 28 de octubre de este año yo iba a escribir algo en mi Facebook para rememorar el día de la desgracia. Pero en cambio logré suplirlo con una buena noticia y, como ya me ha pasado en otras ocasiones, traté de conservar los recuerdos como lo que son, como parte de mí, pero no lo único que me define, y le di paso a la buena noticia con los brazos abiertos, la buena noticia que llegó justo un 28 de octubre, como si el mundo me dijera que ya puedo tener un recuerdo hermoso en este día.

Así fue que salió la noticia de la preventa de mi nuevo libro, y se hizo la mini campaña de promoción en redes y ya gente lo quiso comprar aunque aún no lo entregue la imprenta. Ese día lo guardaré entonces como el día en que la editorial y yo dimos conocer de manera oficial "La costumbre del vacío", y yo decidí enfocar mis esfuerzos en él,

Aprovecho el comercial para informar que todo lo que necesitan saber sobre la preventa está en la página de LibrObjeto. Más adelante escribiré algo más profundo sobre el libro en sí, pero por el momento dejo la invitación a adquirirlo.






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