jueves, 10 de diciembre de 2009

Despierto

Despierto, miro el reloj, son las 8:22 de la mañana; sobre el buró, reclinada cuidadosamente sobre el despertador se asoma una carta escrita hace unas horas proveniente de su mano; la dejó ahí para que yo la viera, esa carta lo contiene todo, mi razón y su razón, algo que explicara su partida, su ausencia tan eterna. Eso creo, al menos, no quiero pensar siquiera en leerla.

Pienso que quizá deba buscarla, como antes, como si nada hubiera pasado, como si anoche no me hubiera desvanecido en el juego y la pelea me dejara en soledad, tal vez deba buscarla en el café de chinos donde la conocí esa tarde, de hace años, cuando ella trabajaba en un cuadernito indescifrable y no dejaba de escribir. Siento que la conozco lo suficiente como para saber que he de encontrarla ahí, aún sin tener que leer el contenido de la carta.

Así que me visto, decido rápidamente que iré a buscarla, no puedo esperar, tampoco quiero saber, prendo un cigarro con los cerillos que guardo en el cajón del buró, al acercarme la imagino desnuda en mi cama, con la sábana que apenas le cubre los muslos, observo nítidamente, como si ahí estuviera, su cabello enredado en la extensión de la almohada. Cuántas veces habría de mirarla así, dormida, bajo la pálida luz de la luna, o a través de las franjas solares que se filtraban por las persianas mal cerradas.

Voy al café, es lunes, lo encuentro atascado de extraños, ella no está. He dejado la carta en el cuarto, no sé qué dice, me intriga, pero le temo más a la verdad. Recorro en mi memoria nuestros lugares, los parques, los puentes los museos, esos escenarios de mi tiempo y mi ser con ella. No sé a dónde ir primero a buscarla. Me siento, respiro cansado, echo la cabeza hacia atrás para que las lágrimas caigan hacia el interior de mi cuerpo, no hacia fuera. Es inútil, pienso que de nada sirve negarlo todo y aún así lo deseo. Regreso a casa, miro la carta, no puedo abrirla.

El cuarto que contiene su aroma floral me sofoca, sé que es apenas perceptible, que todo huele más bien a mí, al cigarro que da la impresión de durar el día entero; aún imagino sus ropas colgadas en la puerta que tiene clavado un espejo. Creo que enloquezco y en mi desesperación salgo de nuevo; recorro la ciudad hasta que la oscuridad se cierne detrás de mis pasos, hasta que todas las esquinas se ensombrecen y las luces apenas refieren una señal de resguardo. Llego a un café grande y viejo, soy ya uno de los pocos que acaban de llegar a pedir una mesa; el café que bebo ahí no me la quita de la cabeza. Regreso, tengo que regresar, es de noche. En mi cama cierro los ojos unos instantes, todo es oscuridad menos cuando inhalo y la punta del cigarro se enciende como fuego, aún me perece verla que se acerca a mí, todo es ella, está en todas partes.

Concilio el sueño con dificultad, despierto en intervalos de una hora: las dos, las tres, las cuatro, hasta que el sueño me vence y me deja en el amanecer plagado otra vez de su nombre y su olor de rosas silvestres.

Despierto, miro el reloj, son las 8:21 de la mañana. Tengo la sensación de haber vivido el mismo momento al despertar ayer: observo una carta en el buró, se recarga con gracia sobre el despertador. Veo cansadamente las inscripciones que la revisten en su exterior y sé, sin duda alguna, que fue su mano la que escribiera esos caracteres. El aire huele a perfume dulce y la luz de sol a través de la persiana dibuja una franja apenas perceptible en el suelo. Sé que ella se ha ido, lo veo en su carta que me repele, de la que me alejo porque quiero ignorar su contenido. Me levanto de la cama, es martes, fumo un cigarro y en él dibujo de nuevo su figura y su voz.

El hastío me lleva a buscarla, a repetir su cuerpo fuera de mi memoria, huyo hacia la ciudad, a los museos y los autobuses; los pies me pesan como si no fueran ya parte de mí, como si fueran restos de un cadáver que cargo sin remedio. Deambulo sin rumbo hasta el amanecer pensando en esa carta que no quise leer, que moví del buró y tiré al cesto de basura de la cocina.

Regreso a casa. Entrando de lleno en la habitación, me resguardo de la bestia que existe dentro de mí, que me atrae y me repele hacia el destino de la carta, la carta resplandeciente que aunque no está, aún cambia la realidad en el cuarto. Decido dormir un poco, el reloj no avanza, parece ser sólo un tictac engañoso, sospecho que el tiempo no existe. No he comido ni bebido nada desde la mañana, cuando vi la carta posada en el buró; en sueños la veo posada en donde amaneció. En mis sueños ella se me aparece, me llama, la encuentro en el café de chinos, en el restaurante que visité hace dos días. Pienso en bañarme, olvidar, lo logro apenas por escasos segundos. La noche acontece en una agonía incesante; el silencio de la madrugada me envuelve; no puedo dormir ya. Prendo un cigarro y con el humo en la oscuridad busco su nombre, su cuerpo, sus manos, no puedo asirla, el recuerdo la transporta, sé que se ha ido y aún soy demasiado cobarde como para corroborarlo.

Me levanto con el cigarro entre los dedos y la ceniza que está a punto de caer. Voy a la cocina; busco la huella de la carta y veo la impavidez con que me impela, el cigarro muere apagado en ella, prendo otro, y el cerillo se posa en la grafía que la decora, la flama se expande. Regreso a la cama sabiendo que sólo así podría liberarme de ella, de lo perverso que contenía. Sólo así conseguí dormir un poco más.

Despierto, miro el reloj, son las 8:20 de la mañana. Hay una carta posada en el buró, recargada contra el reloj despertador; adivino su procedencia, el perfume de sus manos aún resulta vivo en el aire, demasiado vivo, creo escuchar cómo va cerrando la puerta. Recuerdo haber vivido lo mismo el día anterior, la luz del sol entra por las persianas pero aún no llega a pintar el suelo. La carta, no la leeré, intuyo lo que ha estado sucediendo y pienso que quizá mañana, con un minuto más de gracia, podré tomar el momento justo en que me deja, en que posa con gracia la carta en el buró y me da la despedida. Podré acaso detenerla. Creo que mañana… mañana…



Music on: Starsailor - Some of us
Quote: "En cada noche hay un hombre destruido, un homnbre desfalcado, despilfarrado por la citidianidad" M. Maples Arce
Reading: Malacara - Guillermo Fadanelli

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