Del otro lado de la casa el perro ladraba, un mastín cachorro atado a un poste del patio.
El niño se llamaba Ernesto; desde la puerta de su cuarto, en el segundo piso, miró cómo su madre se desvanecía y un río rojo escapaba con fuerza de sus muñecas. Ernesto tenía nueve años. En ese momento recordó el calor nostálgico de ese cuerpo dador de vida ahora tendido inerte entre la sombras, apenas alumbrado por un halo de luz lejana en la lámpara de la cocina. Quiso correr. Llegar abajo en una ráfaga imperceptible. Tomar las manos de su madre. Componerle la sonrisa. No pudo.
El perro ladraba taladrando las paredes de la alcoba. Ernesto debería estar dormido para esas horas. Su padre llegaría pronto. En el séptimo escalón se quedó inmóvil ante el rostro lloroso y triste de su madre. Sólo pasados unos minutos le fue posible bajar. Aún sintió que el último escalón era más alto. Pisó la humedad con sus pies descalzos. Llevó sus manos pequeñas y asustadas a tapar las heridas por las que manaba la sangre, ahora extendida por toda la sala.
Ernesto esperó perplejo ante un abrazo imposible. En la distancia se abrió un hueco. La puerta arrojaba al padre quien lo retiró entre gritos e incómodos silencios.. Ernesto nunca lloró.
El cachorro soltó la cadena, se escapó; nadie salió tras él. Cuando un vecino regresara el perro, el padre de Ernesto apenas dijo gracias.
Music on: Cold desert - Kings of Leon
Quote: "No hay otros paraísos que los paraísos perdidos" J.L. Borges
Reading: Los días azules - Fernando Vallejo
2 comentarios:
En serio es caotico,la imagen del niño parado,esperando,suplicando para que lo que ve no sea real,aunque en si no sepa que esta pasando...este me hizo recordar,capitulos nefastos de mi niñez,creo que mi maquina esta mojada...bien hecho madame un abrazo
Qué suicida tan rejija! Un relato triste, Clarice, muy triste.
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