Publico hoy un cuento inédito, el último que escribí. El título me resulta un tanto cursi, lo sé, sin embargo creo que existe una justificación y que al final puede tornarse en una situación bastante cruel y enferma, no lo sé. Ya me dirán... Espero les guste.
Estoy pintando mi cuarto, mi hermana Regina me trajo muchas pinturas para que lo pinte, ella sabe que me gusta pintar, lo que sea. Mientras pinto me acuerdo de cosas, de algunas nada más, unos recuerdos son más fuertes y me llegan más seguido y no, no me acuerdo de todo. Pero estoy pintando y no me aburro. Pinto y de pronto, de repente, ahí llega otro recuerdo como si apareciera en mi mente mientras pinto.
Recuerdos aislados tengo muchos, ya lo he dicho, pero también hay muchas cosas que ya se me olvidaron. Me acuerdo más de cosas que son tristes y feas. En especial, y por sólo dar un ejemplo, veo un féretro sumido en la tierra, la lluvia que nos mojaba a todos, yo abrazada a mi hermana mayor viendo cómo las flores se bañaban de lluvia y en mis zapatos rebotaban las gotas que la sombrilla no alcanzaba a cubrir. Era el féretro de mi padre y curiosamente, de él sólo tengo esa vaga imagen, de la tarde de su muerte, la lluvia, el negro uniforme en las ropas. Si, apenas eso y nada más.
De mi madre me acuerdo más pero sigue siendo en episodios, recuerdo la embolia y las enfermeras en la casa, los pasillos largos y fríos y las luces que se encendían a altas horas de la noche sólo para ella y sus cuidados. Recuerdo que yo quería desaparecer y aún lo quiero hacer, a veces. Recuerdo concretamente el minuto exacto de su muerte, porque yo estaba ahí junto a ella mirándole la cara.
Si vamos a imágenes más simples, en su forma, me acuerdo también de los pobres que viven bajo los puentes, que se esconden en las esquinas y escarban en basureros. Había ahí una mujer y la recuerdo más que a los demás porque haberla mirado a los ojos me dio la razón para entender muchas cosas y justificar mis acciones. No cabe duda de que hay unos recuerdos que sirven más que otros, aunque sean terribles.
A través de un túnel se me acercó arrastrando una mujer en harapos, sucia y hambrienta que cargaba a un niño en la espalda, me pidió una limosna, una caridad. Yo acostumbraba no mirar a esa gente a los ojos, sino a ignorarlos, pero entonces ella me tomó de la falda y al voltear la cara para soltar su mano me crucé con su mirada. Me dijo que tenía frío, que quería que le regalara mi suéter, un suéter rojo que me gustaba mucho. Con trabajos hice que me soltara, me dio miedo, bueno, más que miedo creo que se llama compasión, y ya después vino el miedo.
Pero antes de todo eso yo hablaba de mi madre. No es que se me olvide, es que de pronto me llegan muchas cosas. Sí, mi madre enferma, que no me quería. Pero, ahora que lo pienso, la mujer del túnel y mi madre, las dos se parecen, ya decía yo que algo tenían que parecerse y eso, eso en lo que se parecían fue lo que ocasionó todo.
Yo tenía quince años, cuando mi madre murió porque eso es lo que yo estaba contando, y mi hermana Regina tenía dieciocho. Mi madre estaba muy enferma; yo logré disuadir la realidad por un rato, yo no quería saber nada, no me importaba si moría, pero Regina, pobrecita Regina que lloraba y lloraba. Yo no la quería, a mi madre, digo, no recuerdo haberla querido nunca mucho, trabajaba siempre hasta tarde, Regina me cuidaba, hacía las tareas conmigo, me compraba libros, me llevaba al cine, me hacía de comer. A Regina yo la quería mucho, tal vez por eso, sí, por eso ha de haber sido que hice lo que hice.
En ese tiempo, mientras la enfermedad era todo lo que había que oler en la casa, yo misma decidía perderme por las calles hasta tarde, entraba a las iglesias a admirar los retablos, iba a cafés a leer o salía con mis amigos, lo que fuera con tal de demorar el momento del inevitable regreso, pues a dónde más podía ir sino a la casa.
Me gustaba leer pero había veces en que no leía sino que me acostaba en el pasto y perdía la mirada en el cielo imaginando muchas cosas hasta que la luz del sol se acababa. Otras veces prefería dibujar y me iba a las mesas de la biblioteca que eran grandes y bonitas; una tarde me quedé ahí mucho tiempo y no me percaté de la hora. Afuera llovía mucho y para no mojarme tanto tomé un camino distinto para llegar a casa, uno que tenía puentes y túneles, uno que era sólo, pero más seco. Y ahí fue donde la vi, en ese puente… a la mujer, la que cargaba al niño y quería que le diera mi suéter rojo, la que con su asquerosa mirada me descubrió lo que mi madre había estado haciendo a Regina, controlándola, haciéndola llorar en las noches a costa de su salud. La mirada de los pobres, la mirada de los desnudos, de los desprotegidos, de los enfermos, eso es lo que nos quiebra, nos remueve la compasión, porque yo había sentido compasión pero después fue miedo, mucho miedo.
Esa tarde llegué a casa y me encerré en mi cuarto llena de furia, Regina apenas podía mantener los gastos, seguir trabajando sin que la despidieran por sus ausencias; cuando llegué estaba revisando las máquinas de mi madre que la mantenían respirando, con vida; en el escritorio estaban sus papeles de diseño y las cuentas por pagar. De la compasión por Regina llegué al miedo, igual que con la vieja del túnel y del miedo llegué a la verdad.
Yo ya no entraba al cuarto de mi madre, llevaba meses sin verla siquiera, sólo la escuchaba quejarse de noche. Entonces sucedió, no es tan difícil entrar a un cuarto, desenchufar unas cosas y ver la muerte en los ojos del otro, es mejor ver la muerte a ser interpelado por la vida. Y mi madre murió mirándome a los ojos, los mismos ojos que creo que son los míos, porque todos dicen que los teníamos iguales, pero los míos aún están vivos y mirando, aunque han perdido un poco de su razón, porque están tristes y aún así no generan en la gente la compasión que ella, entonces, generó en Regina y en todos los demás. Tal vez por su odio de matarla no me ha cedido el poder. Es eso, poder es lo que todos queremos, poder sobre los otros. Ella no tuvo poder en mí y creo que el precio que debo pagar es no tener yo poder sobre nadie más.
Pero Regina me lo agradeció. Nunca lo dijo, pero me agradeció. Yo entendía sus ojos aún sin que hablara, y en silencio me miró y me quiso decir que agradecía, que ella nunca se hubiera dado cuenta. Regina se siente avergonzada, si, porque su hermanita fue más lista, es por eso que no me habla casi, que me ha dejado aquí mucho tiempo, donde no sé bien qué hacer sino pintar, donde llegan los recuerdos y los revivo en pintura.
Luego me quiero acordar cuántos años tengo, eso se me olvidó también, es que me acuerdo de algunas cosas nada más. Hace tiempo que no voy a la escuela ni a la biblioteca. Creo, y sólo creo que después de que enterraron a mamá me dormí en mi cuarto quién sabe por cuántas horas o días; yo dormida de tranquilidad, de vida, de falta de compasión, no sé. Luego desperté y Regina no quería hablarme, es que se siente avergonzada, agradecida, pero avergonzada. Y es que es muy orgullosa mi hermana, no me ha de decir nada en un buen tiempo. Y yo tampoco he podido decirle la verdad, que lo que hice fue por ella, porque sus ojos fueron mi debilidad, igual que los de mi madre habían sido la suya. Ella lo sabe, pero aún necesito decírselo.
Tampoco me ha llevado al cine, ni me ha comprado libros, pero lo hará pronto, la conozco; después será, cuando yo termine de pintar las paredes con las pinturas que me trajo. Ella sabe que me gusta pintar, seguro por eso me las trajo, me ha dejado hacer todo lo que quiera aquí y no me aburro. Regina regresará pronto y me llevará al cine y me comprará helados y cuando ella esté aquí cerca, también podré dormir tranquila y dejar de soñar con la vieja que me tomó de la falda ese día y quería quedarse con mi suéter rojo.
Music: Radiohead - Fake plastic trees
Quote: "Escribes para injuriar lo que de ti es sagrado." Mario Bojórquez
2 comentarios:
Mmm algo de este cuento me recuerda bastante otro que me obsequiaste ya hace cinco años (aparte del de Memo Tumbas xD). Creo que tenemos una insteresante constante aqui!
Me agradan tus personajes; sólo en uno de tus cuentos (el que no me gustó, por cierto... la cada de... xD) no encontré a un protagonista que no tuviera al menos cierto trastorno mental; en todo caso, entre más los desquicias más me agradan. Este cuento en particular maneja bastante la idea de desechar a los lastres humanos que impiden el desarrollo de la persona, enfrentado a los prejuicios obsoletos acerca del "respeto a la vida", la "compasión", "humanitarismo" y demás desperdicios ideológicos, y la sutil consecuencia de realizar un acto tan acertado pero poco aceptado en la sociedad. Aunque aun tengo un par de dudas que luego me aclararás, el resultado es batante efectivo, aunque me parece que podrías darle más fuerza al final... la línea narrativa no vibra lo suficiente a mi parecer.
Como sea... igual ya sabes lo que te dije desde hace años: lo tuyo es el cuento.
El cuento me intriga (quiero decir que me mantuvo el interés), pero para ser franco, el "flujo de conciencia" (la forma en que la narradora brinca hacia atrás y adelante en lo que narra) no me convence del todo...
Pero es el único defecto que le encuentro, por lo demás creo que tiene una cierta atmósfera entre melancólica (no sé si por el motivo de la lluvia o el de la muerte) y distanciada (la narradora es muy fría con todo lo que narra).
En cuanto al título no lo encuento cursi, aunque como el único color que se repite es el rojo, tal vez debería ser "Recuerdo en rojo" o algo así.
"But that's just my opinion, what do I know".
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