viernes, 15 de enero de 2016

La rana que salta



¿Sirve de algo decir? ¿Sirve de algo extrañar las cosas irremediables? Escribió Pizarnik, en unos de sus versos más acertados: “¿Para qué extenuarme en alumbrar recuerdos que son pura ceniza?”

Hay una historia de una rana adentro de una olla con agua, la rana tiene la capacidad de usar su energía para ajustar su temperatura corporal, de manera que no se queme. La rana puede hacer esto por un tiempo, pero si el agua sigue calentándose, la rana ya no podrá ajustar su temperatura más y tendrá dos opciones: saltar o morir. La rana tiene que saber cuál es el momento exacto para saltar. Si se queda mucho ahí seguirá gastando su energía para ajustar su temperatura y, cuando ya no pueda ajustar más y quiera saltar, ya no tendrá energía suficiente para efectuar el salto. Entonces, tiene que ser lista y saltar  cuando aún le queden fuerzas y energía para hacerlo.

Pizarnik tenía razón con aquellos versos de los recuerdos. No sirve de nada regresar a alumbrar cosas inservibles, cenizas. La historia de la rana aplica a variadas situaciones y circunstancias: De momento, y porque soy clásica y me gustan la fechas, estoy ahogada en un recuerdo ceniciento y muerto sobre una persona a la que me ha costado mucho trabajo abandonar del todo y cuyo cumpleaños es el día de hoy. Con todo lo que me duele, sé que tuve la potencial inteligencia de la rana, salté antes de que el agua hirviendo me dejara morir. Un buen día decidí que ya no habría más. Tomé como punto de partida su último berrinche, sus últimas palabras de “me voy” para que de verdad se fuera y, al mismo tiempo, me fui yo. No he hablado con él desde entonces, si acaso se había mantenido esta suerte de comunicación a través de nuestros blogs, pero ya ni eso. Conforme pasan los días me convenzo más y más de que nunca habremos de encontrarnos… sí, aunque también piense en esa frase hermosa de Verónica Gerber que reza: “Sé que volveré a verte, el amor siempre nos demuestra la circularidad del mundo”; pero dudo si aquello tan tortuoso era amor, porque el amor no debería ser ese desgarre, ese morirse en vida sin poder escapar, ese llanto incontrolable por sentirse nada.

Y sin embargo, aquí estoy. ¿Por qué regreso como si no tuviera otro remedio? Sí tengo otro remedio: mirar hacia adelante, aceptar que hay cosas que se pierden y no se pueden recuperar. Este proceso ha sido muy doloroso, sobre todo por la falta de comprensión, lo peor del desamor es la duda, como escribió el gran Alejandro Páez Varela: “uno quisiera saber si todo lo que pasó fue realidad, o si lo inventamos para sentirnos queridos, o si los dos cerramos los ojos y soñamos que teníamos todo. La duda”. Y yo me acuerdo cómo hace años compartíamos también su lectura, las lecturas, y estábamos tan extraña y sencillamente en el mismo canal. Y no es que haya pasado tantísimo tiempo, pero parece que sí y que cada segundo ha sido dolorosísimo. No puedo evitar rememorar las cosas hermosas que hicimos, por breves que fueron, las canciones dedicadas al amanecer, las pláticas enteras y, sobre todo, esa declaración que hizo sobre mí, que yo era lo que siempre había querido… Pero junto con eso recuerdo también todo lo opuesto, concretamente, la destrucción: saber que yo, de alguna forma que aún no logro comprender, me transformé en eso que él no quería, me convertí en alguien fácil de insultar y humillar, alguien egoísta y dispensable hasta el hartazgo.

Siempre me quedaré pensando en qué fue lo que hice mal, qué hizo que todo se derrumbara. Pero conforme pasa el tiempo, igual, más me convenzo de que no “hice” nada mal, sino que simplemente fui yo, dejé ser mi verdadero ser, dije lo que pensaba, lo que quería, pedí rogué, grité, lloré. Así soy yo, una persona que demanda y necesita. Quería amor y creí encontrarlo en él, pero nosotros no entendimos las mismas cosas, no queríamos las mismas cosas, parecía que sí, a veces, con métodos distintos, y esa leve esperanza me mantenía erguida y anhelante, sin desfallecer.

Al final, fui la rana que saltó, que vive, aunque no pueda olvidar y preguntarse cosas. Y aquí viene al caso ese verso de Rosario Castellanos que reza: “Nunca como a tu lado fui de piedra”. Porque sí, tanto llanto y humillación, tanto ruego…, sí, le rogué. Pero poco a poco es más sencillo: hace unas semanas tiré a la basura la única cosa en mi poder que tenía relación con él: el libro de Urantia, que estaba en mi librero, esperándolo con toda la intención de que llegara a sus manos. ¿Para qué? Me pregunté, y me deshice de él. Fui la rana que saltó, me falta ser la rana que ya no se acuerde de él, que ya no escriba de él.



Music on: When the music's over - The Doors
Quote: "No más fila para morir / he de partir". Alejandra Pizarnik
Reading: Pájaros en la boca - Samanta Schweblin

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