jueves, 28 de agosto de 2014

El mundo del simulacro



Hace dos meses enterramos al miembro más viejo de la familia, la tía abuela más joven de aquellas que también me cuidaron cuando era niña. Por varios años pensé que tenía que ser muy triste quedarse sin nadie, pues a ella se le murieron todos sus hermanos, obviamente sus padres, y quedó al cuidado de unas sobrinas que afortunadamente la procuraron y le dieron lo que necesitaba. Pero qué triste debía ser, pensaba yo, sentirse tan sola. Claro que, como soy cobarde, nunca le dije nada, nunca le compartí cosas, nunca hablé de mí ni me mostré tal cual era. El mundo del simulacro es muy poderoso, no se presenta como dañino ni genera conflictos aparentes. En su momento prefería que ella creyera que yo era algo que no era, me parecía más sencillo.

Pero no siempre funciona de esa manera: también pronto cumpliré un año de vivir sola, de haberme salido de otro simulacro. Sé que no es un gran logro, pero me ha costado mucho. Soy feliz con ello, tengo todo lo que alguna vez quise. Es terrible que la felicidad llegue a costa de lastimar a otros, pero así es la vida. He lastimado tanto a algunos miembros de mi familia, mi tía decidió dejar de hablarme, así, porque decidí algo que no iba de acuerdo a sus ideas. Recuerdo perfecto la última frase que me dijo: "nos ha matado en vida" seguida de una serie de lágrimas que, lo peor, eran auténticas. Desde hace unos meses, la muerte de la tía abuela era inminente, amenazaba y crecía con fuerza, nos estuvimos preparando, cada quien a su manera. Y yo pensé que una vez llegado el deceso podría reconciliarme, hablar, decir que lamentaba lo sucedido. Pero no pude. No quise pedir perdón por algo que no lamentaba, no quise pedir perdón por haber tomado una decisión. Así que opto por acostumbrarme. Y no es que me encante ser ignorada y sentirme que si me dirigen la palabra es por puro compromiso, pero tampoco me disculparé por haber decidido algo de lo que no me arrepiento.

El mundo del simulacro es seguro, muchas veces, pero otras no es opción. Cuando me encontré frente al cadáver no pude sino sucumbir a lo que sentía. El sacerdote salió con las lecciones de que ahora está en un lugar mejor. Y mi razón me gritaba a cada rato que eso no podía saberse, que yo carecía de fe y que no podía comulgar con sus credos. A mucha gente le funciona el mundo del simulacro para sentirse bien y esa es justo una prueba, decir o creer cosas que no sabemos si son ciertas, decir o creer cosas que, de hecho, transformamos en verdades. Ah, constructores de engaños, amantes de los simulacros. Salir del simulacro es sucumbir también y es muy difícil enfrentar la vida cuando sólo la mentira es lo que te mantiene a flote. 

Enterrar el cadáver: ese ritual asqueroso del dolor, ese seguir queriendo sangrar y dolerse y arrepentirse de cosas cuando en el fondo se sabe que es demasiado tarde. Creo que es preferible que en esos momentos no se dijera nada. Mi mamá empezó con frases del tipo "¿qué voy a hacer sin mi viejita?" mas en vida no se cansaba de decirle insultos; mi tía no paraba el llanto, pero cuando estaba viva la regañaba por todo. La muerte nos cambia de esa manera, nos obliga a despertar, quizá. En estos momentos mínimos se sale del simulacro sin sentirlo y la realidad es muy cruda. Yo también he caído en el ritual inevitable del que pasa por un duelo, pienso en la persona muerta como si no estuviera muerta, suelo revisar que esté en el lugar donde solía estar y mi cerebro tarda en registrar el hecho de que ya murió. Sé que, a pesar de todo lo dicho, para mi mamá y mis tías fue más difícil, sé que yo soy una cobarde que prefirió escapar de todo eso, huir en el sentido más amplio de la palabra para no tener que pasar por la agonía, no tener que llorar ni sentir la impotencia, no tener que presenciar la muerte paulatina, la angustia, ni esperar, calladamente, el momento del deceso como el de la liberación. Lo peor es que no me avergüenzo de mi cobardía, ni me quito el orgullo del camino. 

Siempre he tenido el problema de "acostumbrarme" a cosas, pero debo hacerlo, acostumbrarme a que, por ejemplo, la mitad de las cosas que quiero no se den, sin importar cuánto me esfuerce. Pero vuelvo al instante del entierro, donde todo se desmorona y a mi corazón se le cae una capa de hielo. Mas trato de ser objetiva, entendiendo lo padecido, sé que ese tipo de dolor por la pérdida, el llorar inconsolable como nunca, el decir tantas y tantas cosas al muerto que no se dijeron en vida, son cosas no me interesan. La muerte es inevitable, duelen más otras cosas, poder evitar y no lograr, poder alcanzar y ser rechazados, no sé, tantas cosas más. Morir es una partida que ya tenemos perdida. Las otras cosas, las inciertas, son peores. Así que acostumbrarse, nada de nostalgias ni de posibilidades, no las hay. 

No me arrepiento de lo que escribo. Ya no. Hubo un momento en mi vida en que me guardé todo. Pero aprendí que guardar y conservar no es sembrar frutos en silencio sino irse consumiendo. Ya no me importa el daño que mi presencia o mi sinceridad cause, es imposible vivir dándole gusto a todos y a eso, ni modo, también hay que acostumbrarse. 


Music on: La muerte y la doncella - Franz Schubert
Quote: "Y si uno de esos ángeles me estrechara de pronto sobre su corazón yo sucumbiría ahogado por su existencia más poderosa." R. M. Rilke
Reading: La fiesta del Chivo - Mario Vargas Llosa

No hay comentarios.: