Quizá por mi simple condición humana… pero siempre regreso a los mismos lugares que me atormentan y que forman parte de un peculiar bagaje de obsesiones. Al menos en la vertiente literaria, se evidencia mis intentos por recurrir a la memoria, al tiempo y al instante.
Hoy recordé, por alguna extraña razón, ese cuadro de Dalí que se titula La persistencia de la memoria, también conocido como Los relojes blandos. Hice un poco de investigación al respecto y encontré que Dalí estaba también bastante obsesionado con el tiempo (cosa que no me resulta para nada extraña). Pero más que el tiempo como un todo abstracto, el pintor estaba más preocupado por la inmortalidad y por conseguir la permanencia y conquistar la eternidad, esto sin el control ni la presencia del tiempo, lo cual torna la tesis mucho más interesante.
En literatura hay millones de referencias a este sentir de “permanencia;” por citar algunos, me viene a la mente John Keats, William Shakespeare y más para acá, Marcel Proust. Yo misma me confieso obsesionada con el instante y con lo que el instante puede hacer en la memoria. Creo que la vida se puede abstraer como una serie de imágenes, ya sean vivificados con la metáfora del cortometraje o de una tarjeta postal. Mi mente está llena de esos pequeños episodios que legitiman mi existencia y por los cuales sigo viviendo y con un afán insano de recuperarlos, guardarlos, recordarlos con perfección.
Lo que más me atrae de dicha actividad es precisamente la inmortalidad, un lugar bizarro e inasible en donde el tiempo no tiene ninguna influencia. Así, mis tarjetas postales se mantienen intactas en el momento preciso. Vuelvo a Shakespeare con una frase que creo engloba muy bien todo esto a lo que me estoy refiriendo, dice: “you will not fade, nor age, nor die for me” y remite al hecho de que en la memoria todo aquello que se recuerda sigue teniendo el mismo matiz y que a través de ella, las cosas se pueden conservar inmortales.
Quizá la memoria, de vez en cuando, nos juegue un par de malas pasadas, precisamente porque la inmortalidad que guarda no es para nada equiparable a la realidad. No lo sé, es sólo que no dejo de encontrar algo de poético en el hecho de recordar y de conservar el instante; me permito citar a Octavio Paz en Piedra de Sol, quien no es uno de mis favoritos pero creo que acierta bastante en la búsqueda del instante cuando escribe: “busco sin encontrar, escribo a solas, no hay nadie, cae el día, cae el año, caigo en el instante, caigo al fondo, invisible camino sobre espejos que repiten mi imagen destrozada, piso días, instantes caminados, piso los pensamientos de mi sombra, piso mi sombra en busca de un instante.”
Mi obsesión por la memoria, lejos de difuminarse, se está acentuando. Persigo instantes y los atesoro, aunque a veces, me duelan. Entiendo que algo de tortuoso en una obsesión por las cosas idas, por la nostalgia tan profunda que suele clavarse en toda la piel al regresar en la mente ante aquello que ya no es, y sin embargo no dejo de encontrar un placer en hacerlo, y así renazco, a veces con detalles nimios, algo tan pueril como la magdalena de Proust que es todo lo que necesita para regocijarse con ese pasado, tan extrañamente presente.
Hoy recordé, por alguna extraña razón, ese cuadro de Dalí que se titula La persistencia de la memoria, también conocido como Los relojes blandos. Hice un poco de investigación al respecto y encontré que Dalí estaba también bastante obsesionado con el tiempo (cosa que no me resulta para nada extraña). Pero más que el tiempo como un todo abstracto, el pintor estaba más preocupado por la inmortalidad y por conseguir la permanencia y conquistar la eternidad, esto sin el control ni la presencia del tiempo, lo cual torna la tesis mucho más interesante.
En literatura hay millones de referencias a este sentir de “permanencia;” por citar algunos, me viene a la mente John Keats, William Shakespeare y más para acá, Marcel Proust. Yo misma me confieso obsesionada con el instante y con lo que el instante puede hacer en la memoria. Creo que la vida se puede abstraer como una serie de imágenes, ya sean vivificados con la metáfora del cortometraje o de una tarjeta postal. Mi mente está llena de esos pequeños episodios que legitiman mi existencia y por los cuales sigo viviendo y con un afán insano de recuperarlos, guardarlos, recordarlos con perfección.
Lo que más me atrae de dicha actividad es precisamente la inmortalidad, un lugar bizarro e inasible en donde el tiempo no tiene ninguna influencia. Así, mis tarjetas postales se mantienen intactas en el momento preciso. Vuelvo a Shakespeare con una frase que creo engloba muy bien todo esto a lo que me estoy refiriendo, dice: “you will not fade, nor age, nor die for me” y remite al hecho de que en la memoria todo aquello que se recuerda sigue teniendo el mismo matiz y que a través de ella, las cosas se pueden conservar inmortales.
Quizá la memoria, de vez en cuando, nos juegue un par de malas pasadas, precisamente porque la inmortalidad que guarda no es para nada equiparable a la realidad. No lo sé, es sólo que no dejo de encontrar algo de poético en el hecho de recordar y de conservar el instante; me permito citar a Octavio Paz en Piedra de Sol, quien no es uno de mis favoritos pero creo que acierta bastante en la búsqueda del instante cuando escribe: “busco sin encontrar, escribo a solas, no hay nadie, cae el día, cae el año, caigo en el instante, caigo al fondo, invisible camino sobre espejos que repiten mi imagen destrozada, piso días, instantes caminados, piso los pensamientos de mi sombra, piso mi sombra en busca de un instante.”
Mi obsesión por la memoria, lejos de difuminarse, se está acentuando. Persigo instantes y los atesoro, aunque a veces, me duelan. Entiendo que algo de tortuoso en una obsesión por las cosas idas, por la nostalgia tan profunda que suele clavarse en toda la piel al regresar en la mente ante aquello que ya no es, y sin embargo no dejo de encontrar un placer en hacerlo, y así renazco, a veces con detalles nimios, algo tan pueril como la magdalena de Proust que es todo lo que necesita para regocijarse con ese pasado, tan extrañamente presente.
Music on: Katherine kiss me - Franz Ferdinand
Quote: Para enloquecer, debes tener una tremenda cantidad de cordura." H. Miller
Reading: Casi un objeto - José Saramago
Quote: Para enloquecer, debes tener una tremenda cantidad de cordura." H. Miller
Reading: Casi un objeto - José Saramago
3 comentarios:
Los instantes son la estructura verdadera de la vida, el tiempo es solo el espacio que llena los momentos vacios.
La memoria, como bien dices, es la forma de autolegitimar nuestra existencia, y el transceder a tráves de una obra es legitimarla hacia los demás, pero sigue siendo, analizado fríamente, una causa perdida, puesto que en algún momento hasta el universo terminara.
Cito aquí a Woody Allen, quien decía "Yo quiero alcanzar la inmortalidad no muriendo", pero teniendo la certeza del fin, uno entiende logicamente la recopilación de la memoria como brevario de una vida, pero la cuestión de vivir solo de la memoria nos puede conducir a perder la percepción de lo que pasa ahora. Solo ese solaz nos queda. Saludos.
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