sábado, 6 de diciembre de 2014

Sobre las despedidas II




En mi caso, insisto, las despedidas me cuestan mucho trabajo. No logro entender -y esto me ha dado vueltas en la cabeza por años- cómo dos personas que solían compartir su vida y que forjaron tantas cosas juntas, tengan que llegar a despedirse así sin más, para convertirse en completos extraños.

No soy partidaria de estas acciones, sin embargo, sé que, en ocasiones, no hay mejor salida que esa. Me causa pesar que una persona que solía amarte se convierta en alguien que prefiere evitarte. ¿Cómo se llega a eso? O que uno, por más cariño que le tenga a alguien prefiera mantenerse al margen, para no lastimarse más. Claro que existe el Síndrome de Estocolmo (padecimiento del que robo el nombre y que he optado en usar como una conducta recurrente en mi vida); como sea, que pasen estas cosas me parece terrible.

Hay tres personas en las que pienso constantemente, tres personas que formaron parte importante de mi vida y ahora me han despojado de su existencia; lo más curioso es, creo, que cada que, consciente de ser una persona no grata en sus vidas, caigo en la tontera de preguntarme: "¿por qué tenemos que permanecer alejados?" Sé que es sólo parte de las inexplicables leyes de la vida, de las mil cosas de este mundo que no termino de entender; yo y mi estúpida sensación de nostalgia, yo y mi absurdo deseo de reparar lo irreparable, de no dejar fluir, de perpetuar los instantes bellos, vivir de ellos, buscar estirarlos y hacerlos perennes. Sí, yo y mis ridículas obsesiones.

El caso es que estas personas rondan mi cabeza seguido aunque ya no forman parte de mi vida. Y sigo cuestionándome montones de tonterías: cómo hacer para reconstruirnos, qué pasaría si les escribo por el whatsapp -pues sé que siguen vivos debido a sus constantes horas de conexión-, qué podría decirles en caso de animarme a escribir, y, de hacerlo, si acaso podría cambiar algo. Pero también me pregunto ¿Cómo puedo estar nostalgiando a personas que me hicieron daño? Síndrome de Estocolmo, eufemismo de mi propia estupidez.

Sé que debo aceptar que no toda la gente quiere quedarse, y no sólo eso, sino que no tiene por qué quedarse. Pero aceptar, eso no me es sencillo. No puedo simplemente aceptar que alguien me diga "prefiero evitarte" o "no quiero hablar contigo porque esta vez quiero hacer las cosas bien". Con esos argumentos pareciera que yo hice cosas terriblísimas y no debería azotarme ni tratar de reconstruir, o quizá mejor debería pedir perdón o algo por el estilo, pues parece que fui la causante de todo el desmadre que nos alejó. No fue así, en serio que no. Las cosas se rompen, uno es como es, la gente es como es, y a veces es imposible mantener el equilibrio, la tensión es demasiada y lo sano es huir.

Como sea, siempre he tenido problemas con "soltar"; por impulsos estúpidos (pues no creo que deba decir que son razones) regreso y regreso, trato de encontrar otras posibilidades de pasado. Creo que las despedidas serán un fracaso eterno conmigo, otro fracaso más aunado a la gran serie que ya llevo a cuestas. Y aunque sé que como dice Lispector "recordarse con nostalgia es como despedirse otra vez" parece que de alguna manera disfruto regresar a esa nostalgia pintada de rosa tratando de encontrar un atisbo de belleza, tratando de rememorar la alegría de un instante. Y de inmediato caigo en la monserga de creer que si las cosas no funcionaron, debió haber sido mi culpa, mi manera de actuar, mi insuficiencia, mi ser tan irremediablemente prescindible. No sé por qué, exactamente, pero presento esta suerte de patología. He tratado de no ceder al impulso de rebajarme y arrastrarme ante estas personas -que me han humillado e insultado-, he evitado iniciar cualquier conversación insulsa o hacer acto de presencia, de alguna manera, en sus vidas. Mi parte racional me dice que no me conviene hacer eso, aunque mi parte sentimentaloide e imbécil muere de ganas por regresar.

Concluyo lo mismo, se me hace tristísimo y terrible tenerse que separar de manera tan atroz, tener que aceptar que la gente cambia y que de un momento a otro puede decirte que te quiere y luego que ya no quiere hablar contigo ni saber de ti; que igual, en cuestión de minutos, la relación es cordial y bonita y luego se transforma en un discurso en el cual existe odio y y muere el deseo por continuar sabiendo el uno del otro. Y regreso a lo mismo también: hay que acostumbrarse a que la vida no es bonita y las cosas no son como uno las quiere ni puede tener todo lo que desea. Acostumbrarse, eso. Y usar la cabeza para no mendigar el cariño que creemos merecer. En fin.


Music on: Rise to me - The decemberists
Quote: "La manera más segura de no llegar a ser muy infeliz es no queriendo ser muy feliz". Arthur Schopenhauer
Reading: Ariel - Sylvia Plath

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