martes, 25 de octubre de 2011

Lilith

Ella es una bestia, aparece en las tinieblas y se viste con su disfraz de Venus, pero en realidad es Lilith, lo sé y no puedo dejar de mirarla y de desear el lugar de su próxima víctima. Él, aquel incauto perdedor morirá, cuando su limitada mente de mortal menos lo sospeche, cuando ella reclamará a sus hijos, abrirá su matriz para matarlo con todos los tesoros lunares que lleva dentro de sí. Ella es una flor congelada que alberga en silencio a la diosa cruel de la noche.

Cada madrugada me sitúo detrás de la ventana de mi cuarto, y a través de cielos nublados que potencian su esencia mortífera, observo el edificio de enfrente, un espacio mínimo en donde ella habita ahora, muy diferente al que, en el principio del tiempo, llenara infinito con su presencia mítica. A esta hora me preparo a espiar su ventana desde mis ojos de vidrio y luego de imaginarla desnuda y majestuosa, me pregunto si lo ha matado ya, si acaso ha bebido también su sangre. Es de noche cuando discuten y gritan, a esta hora cuando él, su captor, verdugo y víctima, regresa; entonces se ilumina el cubo de su departamento, una luz amarilla entre cien ventanas apagadas, casi ausentes; él la golpea, entre gritos alza su mano en apariencia poderosa y ella, encogida en un rincón, baja la mirada con sumisión y llora unas lágrimas de dolor oscuro e incomprendido mientras se encierra en el cuarto contiguo, en la penumbra.

Todo lo que ella hace tiene un propósito, no es sólo una mujer, ella sabe de cosas y verdades que habitan más allá de lo que una mente ordinaria pudiera llegar a aprehender o a imaginar. Su cálculo minucioso es el conglomerado de placer vedado que explotará un día en la violencia más pura y natural; ella alimenta su fuerza a través del engaño y en silencio florece la venganza acumulada en su especie única desde hace siglos. Poco a poco se fortalece gracias al odio que él le tiene, el mismo que a ella le provoca. Lo matará después, lentamente, vaciará su cuerpo y esconderá el cadáver mutilado en alguna esquina del cuarto o, en su propia anatomía de furia. Su combustible es el grito que él le profiere y la humillación de verse arrodillada ante su ímpetu, pero todo lo hace para gestar su nuevo ser y, en el momento preciso, como una estrella antigua y poderosa, explotar.

Si ella quisiera escapar y guarecerse, yo la aceptaría gustoso, la miraría de frente y le diría que la entiendo. Ella sabe que la cuidaría, aunque no lo necesite. Pero hay un plan, ella espera, no hace otro movimiento más allá del gestado en su mente como el réquiem final de sus ideales, está en espera del momento de matarlo, ella me lo ha dicho con la frialdad y belleza que la caracteriza, mientras mis ojos buscaban clavarse en los suyos doblegando la espesura de sus pestañas negras. Hace algunas lunas me dejó entrar a su lecho, susurró a mi oído: “lo mataré” como si hubiera dicho “tengo frío;” en esa tarde lluviosa en que entré a su palacio, fui dueño efímero de sus secretos y su ser, la besé como aprendíz bajo las sábanas limpias de su recámara, el tipo de beso que se reserva para una diosa, recorrí con nerviosismo diluido en éxtasis, sus muslos finos y su vientre extendido, su boca, la que ya conozco bien, la que esconde la vida igual que la muerte; me lo dijo aún de nuevo, la mañana en que amanecimos en su sofá desnudos, después de confesarnos la vida en una noche, cuando él, su presa primera, estaba lejos.

Quizá no lo haga ahora, mientras sabe que la observo, mientras voltea a buscar vanamente mis ojos porque sabe que puedo mirarla desde mi oscuridad, aunque ella, desde su luz, no pueda encontrarme. Mas no logro dejar de mirarla, de mirarlo a él, de odiarlo un poco, de envidiarlo más, a ratos, sólo por tenerla cerca ahora. He querido intervenir, ser un falso redentor, hacerle saber que ella es más grande que cualquier razón humana o cualquier sentimiento terrenal, decirle sin más, como el oráculo de Delfos, la verdad más inmediata: que morirá. También he querido salvarla, como el héroe que a veces creo existe en lo más profundo de mí, alejarla del hombre que la humilla, pero sé que un mortal no puede salvar a un ser divino y ella me ha dicho que tiene que ser así, que ella misma terminará con él, que todo tiene un tiempo. Entonces el verdugo ignorante que en ese momento la rodea deja de importarme, pienso fríamente que es mejor que muera, pues así la tendré sólo para mí en cualquier forma que esto sea.

No sé cómo ha llegado a enamorarme, conozco sus intenciones, su naturaleza y aún así me rindo ante su majestuosidad inhumana, ante la certeza de saberla una criatura sangrienta exiliada del Edén por su falta de sumisión ante el primer hombre sobre la tierra. También sé que es casi un demonio, a veces sólo dejo de creerlo, es hermosa y seductora como todo lo que es malvado, la admiro, la añoro, secretamente deseo ser parte de su perpetuidad. Está condenada a matar para vivir, a beber sangre y no mirar la luz del día, y aún es capaz de disfrutar su terrible situación: su presa es siempre el hombre que desea verla sumida en el anonimato, su presa es siempre el hombre, por especie, por martirio ancestral, el hombre que en realidad es todos los hombres, su estrategia es hacer creer que con esa mirada baja y dolorosa, ella les pertenece a todos, a sus debidos tiempos.

Durante estas noches inacabables en que observo, espero también. Regreso a mi cama cuando sus luces se mueren, sigo soñando con el momento en que seré de ella, también pienso en el hecho inevitable: seré el nuevo captor que la alimentará después de un tiempo. Sé que ella será mía pero no por siempre y que el capricho de su deidad la obligará a matarme y destazarme también, no por odiarla sino por amarla demasiado, porque el amor también lastima y el dolor, es lo que le provoca el hambre más insaciable.

La verdad tan esperada explotó una noche nublada, cuando la luna formaba una hoz en el cielo, explotó la mujer y nació la bestia, un grito ahogado se escuchó en la distancia, un grito de hombre invadido por el terror, todo sucedió en las tinieblas del cuarto. Debajo del odio, con violencia y sumo placer, lo ha matado. Mis ojos encontraron en tal momento, un halo de alegre belleza. En ese instante recordé nítidamente cada uno de nuestros secretos encuentros, recordé cada centímetro de su piel suave y delicada, sus manos frías y su cabello de fuego posado a lo largo de su espalda, recordé con deseo su sexo tibio y su olor antiguo.

Después de completado el plan se encendió la luz, ella quiere que la mire y eso es lo que hago. Ahora sabe que la observo, está bebiendo, como lo predije, cada gota de la sangre de su captor, ambos yacen en el suelo, ella está encima de él y sus dientes penetran el cuello mientras sus brazos lo envuelven con fuerza, a ratos se quita, arrastrándose muy cerca de él, sin soltarlo, en sus movimientos encuentro un destello de animalidad, unos rasgos sutiles me han recordado a una serpiente.

Ahora la espero, vendrá por mí, sus luces se han apagado. Mi sangre aguarda con ansia su destino.




Music on: Us against the world - Coldplay
Quote: "He llegado demasiado tarde a un  mundo demasiado viejo" Alfred de Musset
Reading: De sobremesa - José Asunción Silva

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