viernes, 22 de octubre de 2010

Recuerdos de imaginación extrema

Yo fui una niña con mucha imaginación, de dónde saqué tanta cosa, no lo sé, simplemente hubo una vez un detonante inexplicable que hizo que mi cabeza generara una historia alterna frente a casi cualquier cosa que veía o escuchaba. A todos los niños los orillan a estimular la imaginación, parece ser una parte saludable en el juego y la convivencia con los otros. Para mí no fue así.

Tenía 9 años. Me decían en la escuela que tenía que creer en Dios y hablar con Jesús en cada ocasión que tuviera. Pero Jesús no era dueño de una armadura ni ostentaba un enorme tatuaje en la espalda, sus mayores milagros, convertir agua en vino o caminar por el agua, se quedaban cortos al hecho de utilizar siete sentidos, cambiar el curso de una cascada o poder recibir millones de golpes sin morir. Así pues, mi devoción estaba concentrada en una caricatura, un dragón de carne que aparecía en la televisión y que por mucho, me resultaba más real y más valeroso que el póster que adornaba el salón de clase o el crucifijo doliente. Se llamaba Shiryu, y yo estaba convencida de amarlo, de que era algo así como mi novio; salíamos de paseo, le guardaba comida en secreto y hablaba con él cada noche (¿cómo no? era la única persona que me entendía).

A los 9 años, también, me di el lujo de afirmar que mi verdadero hogar era el planeta Marte, mi vida estaba eclipsada por el recuerdo del hogar perdido; en mi cabeza existía mi supuesta madre y dos hermanos cuyos nombres los había tomado de las estrellas de la constelación de Orión y el Can Menor. Yo también tenía un nombre proveniente de los registros astrológicos trazados en un libro sobre la bóveda celeste que mi mamá tuvo a bien comprar, así pues, yo era Jenny Alnitak Adhara (nombres comprobados que se han otorgado a estrellas reales). Curiosamente mi existencia, a pesar de ser imaginada, estaba confinada a un halo eternamente triste: era una desterrada, extranjera, ajena al mundo en que vivía, rodeada de un montón de gente que no entendía que el sonido de los fuegos artificiales o incluso de los globos de cumpleaños me remitían al recuerdo del planeta deshecho.

Me quedé sin amigos (reales, pues) jugaba en el patio escolar sola, comiendo lento el sándwich que me hacía mi mamá, esperando el momento en que se me acabara la soledad declarada y pudiera regresar al aula a seguir haciendo sumas y restas. Mis amigas me tildaban de mentirosa, obviamente yo creía mis propias mentiras como verdades y me rehusaba a traicionar mi convicción, era una mentirosa, pero la mentira resultaba tan agradable que no tardé mucho en dejarla. Aprendí entonces una valiosa lección sobre sinceridad e hipocresía, falsedad y apariencia, que se aplica tanto a lugares reales como imaginarios.

Una maestra sugirió que me llevaran al psicólogo. Mi mamá nunca lo hizo, si bien ella tampoco tenía muy en claro el asunto del desborde de imaginación, creo que sabía que lo que sucedía no iba a ser tan grave, quizá confiaba en mi inteligencia, quizá nunca entendió nada de nada. No importa. Al final el resultado no fue tan malo, creo.

Crecí, el tiempo transcurrió rápido sin mayores contratiempos, nada trascendente, además de ese episodio de los 9 años, pervive en mi memoria, sólo pasaron cosas normales, circunstanciales y aburridas. La imaginación se me quedó por mucho tiempo más. Hasta hace unos años el único confidente de mis ratos de desesperación seguía siendo una caricatura, un destinatario inexistente, una especie de otredad frente a la cual desnudarme y organizar los pensamientos. Le escribía directamente, con su nombre, aunque él callara siempre.

Sigo imaginando, volando, escapando a voluntad, sé que escapar eternamente no es posible. Quizá algo hubiera sido distinto si desde niña me hubieran advertido que de nada sirve imaginar un mundo alterno si éste va a ocurrir en soledad. Nunca me dijeron lo que era la soledad. Sigo ideando otros mundos posibles, de vez en cuando, porque es lindo, pero he aprendido a callarlos o bien, guardarlos para los cuentos y las poesías, donde toda ficción es válida y no hay riesgos de que alguien te quiera mandar al psicólogo. De vez en cuando me acuerdo de Shiryu y le escribo unas cuantas líneas, sólo para no olvidarlo por completo. Es la mejor terapia performativa que he encontrado.



Music on: Writingo to reach you
Quote: "En vez de lágrimas, lloro moscas" Francisco Hernández
Reading: Los versos satánicos - Salman Rushdie

1 comentario:

Angel Pastrana dijo...

Al final de cuentas, todos resultamos ser personajes creados por nuestra propia psique, a veces, como en tu caso, voluntariamente, pero en la gran e inmensa mayoría, ese resultado se aleja de las desiciones personales, dando así vida a esa compleja telaraña de patrones preestablecidos que conforman nuestra pátetica sociedad, en donde realemento no somos quienes realmente somos, sino somos lo que nos obligan a ser.

La capcidad de tomar un camino distinto, así como tomar desiciones alejadas del pensar colectivo, deben de ser siempre vistas como una gran virtud, pero la hipocrecía general solo fustiga este comportamiento dependiendo de quien lo tenga, pues la idea de un carpintero mágico que resucita, es tan de psicólogo como tus creaciones, si se miden en el mismo parámetro.

Por mi parte yo prefiero los seres con armaduras, los alephs, los cronopios, Aurelianos con una cruz en la frente, y leerte a ti, antes de toda esa patraña de mentiras que mantiene a la sociedad per sé.

Saludos!