1. Luces
Ciudad de México,
anuncios, estructuras neón a la distancia.
Destellos que abren el silencio y la penumbra,
ciudad cómplice y enemiga, avistada desde el cuarto
piso de un hotel miserable.
(Vodka tonic.
Agua.
Cigarrillos.
Almohadas
viejas.
Sábanas
roídas.)
No hay lugar para los sueños.
La ilusión de lo eterno ha sido confinada a algunos
metros cuadrados.
Silencio.
Tu mano apenas me roza pero insistes en que nos
quedemos,
que guardemos otro poco ese momento antes de que
exista otra persona que no pueda hacernos seguir en el secreto.
Tu mano no puede tocarme al caminar por la calle
pero sí a través de escaleras viejas,
o dentro de un elevador ruidoso,
cómplice de tantas pequeñas confesiones en
silencio.
Tu mano puede solamente deslizarse suave a través
de las ropas y entre los lugares más oscuros y distantes.
(Cerrar
cortinas.
Terminar
el acto.
Servir
otro trago.
Abrir la
ventana.
Fumar.)
Sé que hubo una vez un pacto, tuvo que haberlo.
Quizá lo juramos bajo estrellas demasiado pálidas,
en una cercanía muy liviana;
por algo no pareció en serio,
todo estaba turbio
y, sin embargo, sucedió;
no nos dijimos nada y cada uno entendió lo que
quiso,
eso que se entiende con un beso y también lo que se
calla,
que puede ser todo o nada,
un pacto que nunca salió de cuatro paredes que
gestaban el secreto
y otros espacios escondidos, clausurados,
estancias y nichos perdidos en el anonimato,
en una cantina o en otros tantos cuartos de la
misma anatomía.
2. El cisma
Nunca supe en qué noche de todas esas apareció el
amor.
Las distancias y los saludos forzados venían
anunciando su llegada,
pero no su gracia conmigo,
su permanencia en los dos.
Ese amor que nunca vino a visitarnos a ambos
para consagrar aquello que dicen que se consagra,
ese halo de luz que jamás apareció en ninguno de
nuestros besos
(¿se
podrán contar los besos como se quieren contar las tristezas, se podrá
compensar la idea de felicidad con el llanto escurriéndose hacia adentro?),
no, en ninguno de nuestros besos, ni en las frases
ni en las esperas.
El amor apareció para que decidieras partir,
allá lejos, a un lugar tan familiar como asqueroso,
a existir a través de nuestros (¿nuestros?) sueños.
Desaparecer
en medio de la niebla de una melodía
que nunca escuchamos juntos,
en un deseo: “I won’t share you”.
3.
En el jardín del dolor
Llevo varios meses durmiendo
en este cuarto,
en este departamento alquilado
para dos,
en este cuarto nuevo, sin más
secretos ni sombras,
que compartimos un par de
noches que prometieron la eternidad,
noches en las que ya habías
roto el lazo, aunque yo seguía sin saberlo
(saber nos llaga el alma, nos
puebla las noches de invierno).
Pienso en sembrar un jardín
con los recuerdos,
para que crezca un árbol monstruoso
que asfixie el cuarto,
la estancia,
todo lo que pueda, conmigo
adentro.
Pienso en los que mueren, en
saber renunciar.
La no renuncia implica la
convivencia constante con un cierto tipo de dolor que se va sembrando y
cuidando,
como un fruto que alimenta y
que es lo único que otorga esa pizca de eternidad.
Así sería mi árbol,
mi jardín del dolor.
Duelen las cosas que ya no
están:
(Canciones: Leonard Cohen a la madrugada, Philip Glass y “Please let me
get what I want this time”.
Lugares: Tepoztlán al amanecer, sentarse afuera de las aulas, las calles
del centro, Morelia nunca visitada, Guanajuato y tu sitio en la cama.
Palabras, muchas palabras: Hegel, Heidegger, Wittgenstein, Barthes,
Pessoa, Vargas Llosa y Camus)
Las otras cosas:
los soliloquios antes de
dormir,
la forma de preparar los
tragos,
tu olor, tus ojos, tus manos,
todo lo que era ya una
extensión de ti.
Sigo firme realizando el
ritual de pensarte, sembrando las semillas que tienen el nombre de algún
recuerdo.
Sigo ejecutando la fuga de la
realidad para no pensar, para no ser.
Siembro mi jardín.
4.
Recuerdos nuevos
No pedía mucho. Solo quería la
eternidad.
Supe que no sería protagonista
de ningún romance,
que el secreto era el único
destino.
Acepté.
Entendí, desde aquel día,
con los ojos clavados en las
vigas viejas de aquella construcción,
que no habría nunca amor.
Pero permanecí.
Y día con día se me fueron
llenando los bríos de moho,
pero pude quedarme a intentar.
Acepté que no habría más.
No acepté que eso también
acabaría.
La eternidad: sólo eso.
El mundo se vino abajo.
Me quedé.
Fue muy tarde para saber que
algunas palabras hermosas no serían capaces de sostener un universo.
Ahora voy a crear recuerdos
nuevos,
aunque no olvide que el
desamor refleja la insuficiencia,
aunque el dolor impida la
fabricación de otras realidades,
aunque el fracaso se recuerde a
cada respiro —respiración seca, de sal, de polvo—
como un esfuerzo muy grande
para mantenerme a flote.
La renuncia es la verdadera
corona,
pero no todos somos capaces de
liderar ese reino.
Mi biografía es la del intento
que fracasa, y la del dolor, no la de la muerte.
Debo olvidar que existe ese
mundo,
hablar sobre ese dolor que
tiene que mantenerse a flote
porque si se hunde se transforma
en una penumbra con dientes.
Mi fracaso es la realidad: ser
todo lo dispensable,
Lo que sigue permaneciendo.
quemándose, desperdiciado,
ardiendo incansable sobre sus
propios restos.
Music on: Mumford & sons - Hopeless wanderer
Quote: "Sólo la oscuridad escruta la demencia." María Baranda
Reading: Un hervidero de pájaros marinos - María Baranda