Tengo una serie de recuerdos reservados para momentos muy específicos. Hay gente que espera una ocasión especial para abrir un vino, igualmente especial; hay gente que cocina algo fuera de lo normal para celebrar un día. A mí me es suficiente con vagar hacia atrás en los recuerdos para rescatar ese instante ido, para deliberadamente entrar en el reino de la nostalgia. Quizá debería decir, más concretamente, que también, igual que él, lo estoy haciendo mi nostalgia deliberada.
Es muy extraño el proceso del alejamiento. Es
incomprensible. Uno cree que ha llegado al límite, que por fin ha dicho basta.
Pero tal parece que el regreso es inamovible, por paradójico que eso suene. Y
me he dado cuenta de que no estoy loca, pues no sólo me sucede a mí. Hace unos días,
por ejemplo, supe que a él también le sucede. Y no es que se trate de amor.
Parece que él le sigue dando vueltas al asunto del amor, de lo que pudo ser, de
lo que no fue, de lo que nos perdimos. Y yo sigo sin entender por qué hace eso,
cuando yo me ofrecí entera y sólo recibí su desprecio.
El caso es, en verdad, absurdo. No he hablado con él, pero
de alguna manera, seguimos hablando. Ya no quiero hacerlo. Ya no quiero, en
verdad, escribir más sobre estas nostalgias deliberadas, ya no quiero aumentar
la tentación de autodestruirme. Porque estar con él es eso, la destrucción
inminente, el dolor, las lágrimas y los insultos. No quiero andar otra vez ese
camino; sin embargo, hay un lazo que no consigo romper. Y él tampoco.
Ya no pretendo hacer de estas palabras una suerte de
declaración o un escrito con la intencionalidad de que llegue a sus oídos
(aunque sé que llegará). Pero quería, de cualquier modo, decir, pues no existe
entre los dos otra manera de acercarnos, de saber lo poco que el uno del otro
podemos saber.
He dejado de creer en segundas oportunidades, no puedo darme
esos deslices, en especial no con él. Podría pensar que sería muy complicado
apartarme de la ilusión de que, de alguna manera milagrosa, todo puede
funcionar y reconstruirse, sobre todo considerando mi tendencia a la tragedia
(¿no es eso acaso la tragedia, retar un destino ya conocido, esperando que sea
diferente?), mas he logrado sentirme bien en el equilibrio. No pienso acercarme
al desequilibrio. He entendido las despedidas, he entendido que muchas veces lo
mejor es ponerle punto final a las cosas y huir, aunque después uno quede como
un cobarde (aunque eso de la cobardía esté muy malentendido). Sólo elegí ser
feliz.
Él acaba de escribir que la vida es una serie de recuerdos
musicales (palabras más, palabras menos). Y tiene toda la razón. Este “que
tenga razón es punto de conflicto”. Cuando coincide mi pensamiento con el suyo
tiendo a pensar en la posibilidad de algo nuevo, pero sé que también existe lo
otro, lo que no vale la pena rescatar, eso que si merece unos minutos en el
pensamiento, es para reforzar la certeza de que no hay ninguna razón suficiente
para regresar ahí.
Es un engaño hermoso, pensar que podemos funcionar. El
regreso debe ser, para mi propio bien, algo menos frecuente. La escritura debe
ser, menos para esa visita nostálgica y más para el futuro, para las cosas que
apenas van a ser. Con mi escritura él sabe que lo pienso, pero también sabe que
no pretendo hacer nada por saber de él. Quiero que este ritual de escribirnos
porque sabemos que es lo único que nos mantiene, desaparezca también, poco a
poco. Él vive en mi memoria —y esto es bien triste— como algo a lo que no hay
que volver, algo que es una nostalgia deliberada, pero que ya no quiero que lo
sea; tampoco quiero que el retorno sea un gusto, quiero dejar de hacerlo.
Music on: Brenninsteinn - Sugur Rós
Quote: "Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better". Samuel Beckett
Reading: Una pesadilla con aire acondicionado - Henry Miller
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