jueves, 28 de agosto de 2014

El mundo del simulacro



Hace dos meses enterramos al miembro más viejo de la familia, la tía abuela más joven de aquellas que también me cuidaron cuando era niña. Por varios años pensé que tenía que ser muy triste quedarse sin nadie, pues a ella se le murieron todos sus hermanos, obviamente sus padres, y quedó al cuidado de unas sobrinas que afortunadamente la procuraron y le dieron lo que necesitaba. Pero qué triste debía ser, pensaba yo, sentirse tan sola. Claro que, como soy cobarde, nunca le dije nada, nunca le compartí cosas, nunca hablé de mí ni me mostré tal cual era. El mundo del simulacro es muy poderoso, no se presenta como dañino ni genera conflictos aparentes. En su momento prefería que ella creyera que yo era algo que no era, me parecía más sencillo.

Pero no siempre funciona de esa manera: también pronto cumpliré un año de vivir sola, de haberme salido de otro simulacro. Sé que no es un gran logro, pero me ha costado mucho. Soy feliz con ello, tengo todo lo que alguna vez quise. Es terrible que la felicidad llegue a costa de lastimar a otros, pero así es la vida. He lastimado tanto a algunos miembros de mi familia, mi tía decidió dejar de hablarme, así, porque decidí algo que no iba de acuerdo a sus ideas. Recuerdo perfecto la última frase que me dijo: "nos ha matado en vida" seguida de una serie de lágrimas que, lo peor, eran auténticas. Desde hace unos meses, la muerte de la tía abuela era inminente, amenazaba y crecía con fuerza, nos estuvimos preparando, cada quien a su manera. Y yo pensé que una vez llegado el deceso podría reconciliarme, hablar, decir que lamentaba lo sucedido. Pero no pude. No quise pedir perdón por algo que no lamentaba, no quise pedir perdón por haber tomado una decisión. Así que opto por acostumbrarme. Y no es que me encante ser ignorada y sentirme que si me dirigen la palabra es por puro compromiso, pero tampoco me disculparé por haber decidido algo de lo que no me arrepiento.

El mundo del simulacro es seguro, muchas veces, pero otras no es opción. Cuando me encontré frente al cadáver no pude sino sucumbir a lo que sentía. El sacerdote salió con las lecciones de que ahora está en un lugar mejor. Y mi razón me gritaba a cada rato que eso no podía saberse, que yo carecía de fe y que no podía comulgar con sus credos. A mucha gente le funciona el mundo del simulacro para sentirse bien y esa es justo una prueba, decir o creer cosas que no sabemos si son ciertas, decir o creer cosas que, de hecho, transformamos en verdades. Ah, constructores de engaños, amantes de los simulacros. Salir del simulacro es sucumbir también y es muy difícil enfrentar la vida cuando sólo la mentira es lo que te mantiene a flote. 

Enterrar el cadáver: ese ritual asqueroso del dolor, ese seguir queriendo sangrar y dolerse y arrepentirse de cosas cuando en el fondo se sabe que es demasiado tarde. Creo que es preferible que en esos momentos no se dijera nada. Mi mamá empezó con frases del tipo "¿qué voy a hacer sin mi viejita?" mas en vida no se cansaba de decirle insultos; mi tía no paraba el llanto, pero cuando estaba viva la regañaba por todo. La muerte nos cambia de esa manera, nos obliga a despertar, quizá. En estos momentos mínimos se sale del simulacro sin sentirlo y la realidad es muy cruda. Yo también he caído en el ritual inevitable del que pasa por un duelo, pienso en la persona muerta como si no estuviera muerta, suelo revisar que esté en el lugar donde solía estar y mi cerebro tarda en registrar el hecho de que ya murió. Sé que, a pesar de todo lo dicho, para mi mamá y mis tías fue más difícil, sé que yo soy una cobarde que prefirió escapar de todo eso, huir en el sentido más amplio de la palabra para no tener que pasar por la agonía, no tener que llorar ni sentir la impotencia, no tener que presenciar la muerte paulatina, la angustia, ni esperar, calladamente, el momento del deceso como el de la liberación. Lo peor es que no me avergüenzo de mi cobardía, ni me quito el orgullo del camino. 

Siempre he tenido el problema de "acostumbrarme" a cosas, pero debo hacerlo, acostumbrarme a que, por ejemplo, la mitad de las cosas que quiero no se den, sin importar cuánto me esfuerce. Pero vuelvo al instante del entierro, donde todo se desmorona y a mi corazón se le cae una capa de hielo. Mas trato de ser objetiva, entendiendo lo padecido, sé que ese tipo de dolor por la pérdida, el llorar inconsolable como nunca, el decir tantas y tantas cosas al muerto que no se dijeron en vida, son cosas no me interesan. La muerte es inevitable, duelen más otras cosas, poder evitar y no lograr, poder alcanzar y ser rechazados, no sé, tantas cosas más. Morir es una partida que ya tenemos perdida. Las otras cosas, las inciertas, son peores. Así que acostumbrarse, nada de nostalgias ni de posibilidades, no las hay. 

No me arrepiento de lo que escribo. Ya no. Hubo un momento en mi vida en que me guardé todo. Pero aprendí que guardar y conservar no es sembrar frutos en silencio sino irse consumiendo. Ya no me importa el daño que mi presencia o mi sinceridad cause, es imposible vivir dándole gusto a todos y a eso, ni modo, también hay que acostumbrarse. 


Music on: La muerte y la doncella - Franz Schubert
Quote: "Y si uno de esos ángeles me estrechara de pronto sobre su corazón yo sucumbiría ahogado por su existencia más poderosa." R. M. Rilke
Reading: La fiesta del Chivo - Mario Vargas Llosa

domingo, 17 de agosto de 2014

Sobre la escritura



Cuando llega el momento de la decepción, ese “point of no return” de la carencia abierta y sangrando, de la herida incurable, siempre regreso a la escritura. Porque cuando todo desaparece sólo me quedo yo y todo lo que soy, mientras hago lo único que me desnuda sin lastimarme más, que me sincera y me reconcilia con los demonios. No escribo para ahuyentar ni para expiar, sino para afirmarme y sobre todo, para no olvidar. Ya no es una salvación sino un hábito, es como un dolor que tiene que moverse, aunque su movimiento sea dentro de mí y por eso lastime, suave, profundamente.

La escritura empezó un día como un intento de apagar un fuego interno, un deseo de ahuyentarlo o disminuirlo mediante las letras, encerrarlo; pero al paso de los años caí en la cuenta de que ese fuego era imposible de matar, que, al contrario, el fuego se estaría extendiendo sin control, dañando de a poco, quemando, habitando. Antes me había comprado la idea de que la escritura era salvación, leí a Lispector y le creí cuando dijo que había que hablar porque hablar salvaba, pero después leí más y encontré esta frase que reza: “Lo que escribo no es para leer, es para ser.” Y así soy, soy un fuego que no cesa, me sigo quemando por dentro y la realidad es que ya no espero que la escritura me saque de algún suplicio, la escritura es ya parte del suplicio, un suplicio que se goza, una ausencia que se desea y un dolor que se anhela. Hace tiempo que el fuego me sobrepasó, sin darme cuenta. Nada me salva, el fuego vive, el fuego está, escribo de él y ya no quiero ser salvada. Esto es lo que soy, soy mi palabra.

A veces no importa el sentido, o si acaso se busca un sentido. Este tipo de escritura es una parte de mí, una parte que quizá es irracional y pasional, pero que existe desde hace tiempo y me hace lo que soy. Si escribo ahora, igual que si he escrito por tantos años, es porque quizá quiero encontrar en la escritura un cierto valor personal y al mismo tiempo algo que pueda trascender más allá de la desgracia individual en la que me hundo, esa misma desgracia que me revela como una persona siempre insuficiente. Pero cuando escribo no soy insuficiente, no tengo nada que demostrar, no busco aprobación, cuando escribo no pierdo sino que recupero, sí, recupero, a pesar de que afuera todo puede haberse ya consumido y muerto.

No sé de qué otra manera ser. Parte de lo que valgo está en la capacidad que todavía tengo de comunicarlo, porque sé que a todos les puede ir muy mal, y todos pueden encontrar los negros más profundos en las cosas, pero no todos serán capaces de escribirlos, que no todos podrán estar conscientes de los demonios internos, tanto como para quererlos sacar a dar una vuelta y que todos miren lo que son con toda la desnudez. Ya no busco cómo componerme, porque sé que, de inicio, estoy rota, ya no intento el olvido ni la rehabilitación, ni trato siquiera de resarcir los daños. Yo soy mis daños. Pero escribo, aunque quizá no tenga un sentido específico o un propósito definido, es parte de mí, es un intento de algo, pero ya no de deshacerse del dolor. Llega un momento en que ya no me interesa ser salvada de nada, me consume un fuego tal que ya ni siquiera existe la posibilidad de imaginar cómo era yo antes del incendio. Lo que existe es la transformación hacia algo irreconciliable, hacia un mundo en el que se caen poco a poco todos los puentes.

Pero esto también deja de importar porque uno sólo es uno, uno es la palabra que siempre se construye, interminable. Escribir, la única salida momentánea pero al mismo tiempo eterna, el único regreso auténtico a uno mismo en la constante paradoja de querer escapar de uno mismo. 


Music on: The final cut  - Pink Floyd
Quote: "Me hicieron en la cuenta de que el mundo continuaba y continuaría girando lenta, estúpidamente sin mí." Mauricio Montiel Figueiras
Reading: La penumbra inconveniente - Mauricio Montiel Figueiras

lunes, 11 de agosto de 2014

Otra cara de la muerte. Notas sobre "Un hogar sólido" de Elena Garro



Es el año de 1958 cuando Elena Garro (1916-1998) publica Un hogar sólido y otras piezas en un acto, un volumen en donde la autora retoma algunos rasgos que ya caracterizaban su creación: lo mágico, la irrealidad y la transmutación del tiempo y el espacio, son elementos que se habían vislumbrado desde su gran novela Los recuerdos del porvenir (1953), y que se seguirían trabajando en los relatos contenidos en La semana de colores (1964). Estos temas, trasladados a la dramaturgia, además vendrían a romper con la concepción del teatro realista tradicional. La autora criticaba el teatro que se hacía con intención de predicar un dogma, de transformar a la sociedad o de divulgar una perspectiva política. Su teatro, “exigía una catarsis volviendo a los orígenes del teatro griego.” (1)

Dentro de una carta dirigida a Guilermo Schmidhuber en 1982, Garro escribe: “Yo creo en el teatro griego, renunciar a él es renunciar a lo sagrado. Yo creo en el escenario y en el foso que separa al espectador del actor, esa distancia le da la dimensión de espacio necesario a su sentido sagrado.” (2) De ahí probablemente su interés por temas fuera del realismo y por la búsqueda de circunstancias humanas que, en escenarios casi míticos, recuperan los conflictos existenciales de las personas frente a situaciones que los trascienden, tales como la vida misma, en el caso de Un hogar sólido.

Breve pero objetiva, con pocas acotaciones pero precisa en detalles, Un hogar sólido es una obra que explora la condición humana retomando el núcleo familiar. Antonio Magaña Esquivel en su libro Imagen y realidad del teatro en México apunta que los temas de Garro son sencillos, cotidianos y demasiados familiares “por su inmediata cercanía, porque eran juegos infantiles, recuerdos, pequeños sucedidos o minucias.”(3) Así pues, en Un hogar sólido se muestra la sencillez de una familia que convive sin ningún drama en particular, que lleva conversaciones comunes donde hay recuerdos y chistes desenvueltos con sinceridad en el habla de todos sus integrantes. Cosa sencilla de visualizar en cualquier familia, con la excepción de que aquí todos ya están muertos y además, tienen plena conciencia de estarlo.

Tres cosas resultan particularmente importantes para plantear la dinámica que Elena Garro maneja en Un hogar sólido, estas son la relación espacio-tiempo, la simbiosis entre memoria e imaginación y la concepción de la muerte, concretamente del más allá. La triada propuesta no trabaja de manera aislada, un rasgo de una cosa repercute en la otra, lo cual nos habla no sólo de una coherencia entre los temas sino de una perfecta construcción de un mundo ficticio.

La obsesión con el tiempo transmutado, modificado o desafiando la concepción lineal aparece en varias de sus piezas y es, de hecho, uno de los elementos más importantes de Los recuerdos del porvenir. Cierto que si partimos de que los personajes de Un hogar sólido están ya en otro plano, sería incluso lógico pensar que el tiempo no transcurriría de la misma manera que con los vivos. Sin embargo, la originalidad de la autora la lleva a presentar a sus personajes de una manera todavía más peculiar sin dejar de lado la verosimilitud.

Un ejemplo de cómo el tiempo ha transcurrido de una manera extraña reside en Catita, cuya aparición después de unas breves voces de Clemente y Gertrudis nos revela que por una parte, es una niña de 5 años,  —tal y como se explica en la lista de personajes que abre toda obra de teatro—, y por otra, es la tía de Gertrudis: “Los niños no se equivocan. ¿Verdad, tía Catalina, que alguien viene?”(4), le dice su sobrina, quien en el momento de la escena cuenta con 40 años. Catita es un personaje crucial dentro de la obra, en ella se conjunta la contradicción del tiempo lineal y la importancia de la memoria; además, será su boca quien abra la gran pregunta sobre el futuro del mundo, ese que ya ninguno de los personajes podrá ver.

A la autora le interesa develar pronto que la condición de sus personajes es la muerte, diferente a lo que sucede en Pedro Páramo (1955), donde la gran catarsis consiste en ir descubriendo poco a poco y sutilmente la no vida de todos ellos. Garro introduce esta muerte y propone que en la muerte no pasa el tiempo en los cuerpos, y que éstos se pueden mover sin respeto a las normas establecidas, pues todos permanecen tal y como murieron. Así, Catita sigue teniendo 5 años, aunque sea en realidad la más vieja de todos.

Es de notar las relaciones que los personajes establecen, mismas que son reflejo de su vida anterior y su “vida” actual. Al llegarles la muerte los personajes se estancan en el espacio en el que estaban en ese instante, se rompe el orden cronológico, la jerarquía y la relación entre ellos. La autora juega con sus propias premisas y ofrece situaciones que incluso rayan en lo humorístico, Catita se divierte jugando con los huesos de los demás, Muni está siempre azul porque se suicidó con cianuro y Vicente, muerto a los 23 años, coquetea con su prima Jesusita como en el pasado, aunque ésta sea ahora octogenaria.

En cuanto al espacio, se nos dice que se trata del “interior de un cuarto pequeño, con los muros y el techo de piedras. No hay ventanas ni puertas”(5) y es un lugar muy oscuro donde apenas se puede ver a Mamá Jesusita en una de las literas. La escena inicia con voces y la aparición paulatina de los personajes. La cripta es como una pequeña parte de mundo que pareciera independiente. Los muertos enterrados aquí no tienen acceso a la comunicación con otros muertos; en vano Jesusita se lamenta de que su esposo esté sepultado lejos de ella y quizá por eso Gertrudis no puede ocultar su alegría cuando llega su hija: “¡Clemente, Clemente! Son los pies de Lidia: ¡Qué gusto, hijita, qué gusto que hayas muerto tan pronto!”(6) dice al ver que ella está siendo enterrada con ellos y que de esa forma podrán convivir.

La cripta es un pedazo de mundo, Garro retoma elementos de la cultura popular mexicana como canciones, tradiciones y maneras de comportamiento para ubicar al lector en un contexto determinado y a la vez jugar con la contraposición de la inexistencia del tiempo. También, a través de estos elementos se va conformando una visión particular y personal del mundo y —terriblemente—, es por medio de juegos, canciones e intervenciones cómicas que se descubre la condenación cíclica de estos muertos que no viven en un tiempo determinado y que en realidad no han logrado morir.

De la mano del tiempo, como pareja inseparable, viene la memoria, otra de las obsesiones de la autora. Los personajes recuerdan su vida anterior y llenan el ambiente de nostalgia. El recuerdo les confiere un asidero a su realidad ahora tan etérea y al mismo tiempo les conserva la vida y la esencia de lo que todavía son.

Eva recuerda con tremenda nostalgia la casa en la que vivía y lo cuenta al resto de los personajes, como si a través del recuerdo pudieran seguir perpetuándose antes de convertirse —a ratos— en cosas no humanas:

Así golpea el mar contra las olas de mi casa… ninguno de ustedes la conoció… estaba sobre una roca, alta, como una ola. Batida por los vientos que nos arrullaban de noche, remolinos de sal cubrían sus vidrios de estrellas marinas, la cal de la cocina, se doraba con las manos solares de mi padre…(7)

Pero también existe el olvido que se busca evitar. “¿Quién es Lidia?” Pregunta Catita y Muni tiene que decírselo mientras la acaricia. Y “¿qué son las trompetas que suenan en la parte final de la obra?” Jesusita no lo recuerda y Lidia tiene que decirle que es el sonido proveniente del cuartel de junto. La memoria es crucial en los personajes así como es crucial para la autora pues con ella “reconstruye el tiempo, fabrica mitos que se perpetuan”(8). ¿Qué sería de nuestros personajes si olvidaran su vida anterior? ¿Qué sería de nosotros si al morir estuviésemos condenados a una cripta sin luz esperando el fin de los tiempos, sin recordar lo que éramos, con riesgo de perder la razón?

Ligado a lo anterior la autora expone su peculiar visión de la muerte. En las voces de sus personajes, que son el elemento más fuerte de la teatralidad, cuestiona fuertemente la concepción del más allá. En ese lugar al que después de morir, supuestamente vamos, debería existir un paraíso con vida eterna placentera y pacífica al lado de Dios. Aquí no sucede eso. La muerte es eterna hasta que el famoso día del juicio final aparezca para robar definitivamente el aliento. Mientras, las almas muertas están condenadas a un vagar errático por el mundo, formando parte de la naturaleza y las cosas aún vivas:

                  Eva. —¡Y yo una ola salpicada de sal, convertida en nube!
                  Lidia. —Y yo los dedos costureros de la Virgen bordando… bordando…
                  Gertrudis. —Y yo la música del arpa de Santa Cecilia
                  Vicente. —¡Y yo el furor de la espada de San Gabriel!
                  Clemente. —Y yo una partícula de piedra de San Pedro.(9)

Cuestionar el más allá, el errar constante y sin sentido, la espera ante lo que tal vez no llegará son características de un pensamiento pesimista que quizá podríamos vincular con el existencialismo sartreano, el Mito de Sísifo desglosado por Albert Camus y repetido en la novela El extranjero, o bien, podríamos trasladarlo a la sin razón de los personajes de Esperando a Godot de Samuel Beckett. Con esto vemos otra cara dentro de la propuesta teatral de Un hogar sólido; si bien es cierto que un drama requiere de un conflicto entre personajes y que la llegada de Lidia que podría considerarse la puerta del conflicto no aporta tal cosa a la obra, su aparición es crucial ya que ella es la última a la que esperan. Después de estar ya todos completos, lo que vendría sería un tipo de salvación, cosa que no sucede, la espera se sigue alargando por eternidades inasibles, hasta que las trompetas del juicio final los “terminen de matar.”

El verdadero drama de la obra está íntimamente relacionado con el cuestionamiento de una realidad, con la pregunta eterna que se hace sobre el sentido de la vida y la certeza de que al final nadie gozará de la redención ni de la tan prometida compañía de Dios.

También podríamos rastrear elementos de filosofía existencialista en la forma en que aparecen y desaparecen los personajes en escena pues evidencian lo cíclico que en este sentido resulta la obra, Sísifo y su piedra elevándose sin recompensa alguna hacia el final de la montaña con la única certeza de que una vez ahí, ésta habrá de caer y Sísifo, en un nuevo intento retomará el camino a la cima; los muertos convirtiéndose incesantemente en todas las formas del mundo para que al final regresen de nueva cuenta a la cripta a esperar  y a convertirse en otra cosa y a esperar de nuevo.

Asimismo, la obra es en otro sentido cíclica: del silencio y la oscuridad con que inicia la obra, de pronto llegó un instante de palabras, luego un rayo de luz que trajo a Lidia a la cripta y después oscuridad de nuevo, todos van desapareciendo fugazmente para convertirse en parte de la naturaleza y los objetos. Y volver a empezar:

Clemente. —¡Ah, la lluvia sobre el agua! (Desaparece).
Gertrudis. —¡Leño en llamas! (Desaparece).
Muni. —¿Oyen? Aúlla un perro. ¡Ah, melancolía! (Desaparece).
Catalina. —¡La mesa donde cenan nueve niños! ¡Soy el juego! (Desaparece).
Jesusita. —¡El cogollito fresco de una lechuga! (Desaparece). (10)


La estructura ideológica de la obra es congruente en cuanto a sus temas y la manera en que éstos se enlazan. Además, la autora se vale de la impecable construcción de sus argumentos lograda con las voces de los personajes para abrir preguntas importantes sobre la eternidad y la trascendencia de los seres humanos en el mundo.  Lidia se convierte en un hogar sólido y por unos momentos concreta lo que en vida no pudo ser, pero esa condición también habrá de derrumbarse.

Ahora bien, pensemos qué tan cruel es la exclamación de Catita cuando dice: “Yo quiero que haya mundo”; este alarido lleva al espectador al inicio de su catarsis. ¿Qué más trágico que haber muerto y estar esperando nada sino más muerte?, ¿de qué le servirá a Catita estar pensando en qué se convertirá en el futuro o si acaso logrará ser “el dedo índice de Dios padre” si eso habrá de suceder en el día de juicio final y entonces no podrá ver ya nada. A Catita la vida le duró cinco años, pero la muerte ¿ya cuántos?

Con este ejemplo vemos que más allá de un juego con el tiempo que funciona a nivel de argumento y escenario, Garro introduce verdaderos conflictos existenciales que dejan ver su influencia por el teatro griego. La tragedia de Edipo —como la de muchos héroes—, radica en que él conoció su destino, quiso cambiarlo y al no poder hacerlo, ésta llegó irremediablemente a su vida. De aquí el carácter trágico de estos muertos que se reconocen en una situación que no disfrutan, desearían cambiarla, a través de la memoria, las palabras, los recuerdos y las bromas—,  mas es imposible pues todos están condenados a asumir su destino y no tener salvación alguna.

Elena Garro propuso una nueva manera de hacer teatro al introducir elementos distintos a varios niveles; durante el Coloquio Internacional Homenaje a Elena Garro: 50 aniversario de su dramaturgia efectuado en el año 2007, Víctor Hugo Rascón Banda afirmó que Garro “rompió con el teatro costumbrista y creó un teatro moderno, inauguró un estilo, el del realismo mágico en el teatro, con unas atmósferas que otro dramaturgo ha logrado”(11); por una parte, sí, pero no es posible encasillarla solamente como una autora mágica o fantástica, o tomar alguna otra de las clasificaciones que se la ha dado, dentro del “teatro del absurdo a la mexicana” o bien “surrealista”.

Como apunta Gerardo Bustamante: “más que poner una etiqueta, hay que destacar que Garro no es una dramaturga de anécdotas sino de ambientes, de personajes, de símbolos, y de espacios que crean una unidad”(12). Además habría que considerar el hecho de que sus propuestas teatrales trascienden al conflicto existencial y lanzan preguntas fuertes que cuestionan el orden establecido, todo esto sin entrar en la política ni en la crítica social de manera panfletaria, lo cual resulta doblemente meritorio.

Un hogar sólido, así como otras de sus piezas teatrales, a pesar de haber sido escritas hace más de 50 años siguen demostrando una vigencia apabullante en cuanto a las situaciones que todavía nos persiguen y no hemos logrado resolver. Evadidas de la mirada de muchos estudiosos de la literatura, obras como esta merecen difusión y reconocimiento por la gran cantidad de propuestas que entre sus páginas se esconden.

Bibliografía:

  • Garro, Elena, Un hogar sólido, Ficción, Universidad Veracruzana, México, 1983.
  • González Gómez-Cásseres, Patricia, “Teatro donde la Palabra teje el tiempo: Elena Garro” en Patricia Rosas Lopátegui, Yo quiero que haya mundo. Elena Garro, Pról. Víctor Hugo Rascón Banda, Porrúa/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008, pp. 225.
  • Hernández Juárez, Diana y Toledo Olivar, Araceli, “La muerte como forma de vida en Un hogar sólido” en Yo quiero que haya mundo. Elena Garro, Pról. Víctor Hugo Rascón Banda, Porrúa/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008, pp. 196-201.
  • Magaña Esquivel, Antonio, Imagen y realidad del teatro en México, CONACULTA-INBA, México, 2000.
  • Schmidhuber de la Mora, Guillermo y Olga Martha Peña Doria, “Dos cartas de Elena Garro sobre el Teatro Mexicano”, en Los colores de la memoria, Coords. Alicia V. Ramírez Olivares, Patricia Rosas Lopátegui, Benemérita Universidad Autónoma de Puevla, México, 2007.
  • Elena Garro. Reflexiones en torno a su obra, Investigación y Documentación de las Artes Segunda época, INBA, México, 1992.
  • “Elena Garro inauguró realismo mágico en teatro”, Notimex, El Universal, Ciudad de México, Domingo 17 de junio de 2007, tomado de: http://www.eluniversal.com.mx/notas/431730.html, 29.03.10.
  • Gerardo Bustamente Bermúdez. Elena Garro. 50 años de dramaturgia, Casa del tiempo, marzo, 2008, tomado de: http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/05_iv_mar_2008/casa_del_tiempo_eIV_num05-06_59_61.pdf, 29.03.10.


1. Patricia González Gómez-Cásseres, “Teatro donde la Palabra teje el tiempo: Elena Garro” en Patricia Rosas Lopátegui, Yo quiero que haya mundo. Elena Garro, Pról. Víctor Hugo Rascón Banda, Porrúa/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008, pp. 225.
2. Schmidhuber de la Mora, Guillermo y Olga Martha Peña Doria, “dos cartas de Elena Garro sobre el Teatro Mexicano”, en Los colores de la memoria, Coords. Alicia V. Ramírez Olivares, Patricia Rosas Lopátegui, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2007. p. 111.
3. Antonio Magaña Esquivel, Imagen y realidad del teatro en México, CONACULTA-INBA, México, 2000, p. 440.
4.  Elena Garro, Un hogar sólido, Universidad Veracruzana, México, 1983, p. 14.
5.  Ibíd., p. 13.
6. Ibíd., p. 19.
7. Ibíd., p. 18
8. Patricia González Gómez-Casseres, Ibíd., p. 232.
9. Un hogar sólido, Ibíd., p. 26
10.  Ibídem., p. 27.
11. “Elena Garro inauguró realismo mágico en teatro”, Notimex, El Universal, Ciudad de México, Domingo 17 de junio de 2007, tomado de: http://www.eluniversal.com.mx/notas/431730.html, 29.03.10
12. Gerardo Bustamente Bermúdez. Elena Garro. 50 años de dramaturgia, tomado de: http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/05_iv_mar_2008/casa_del_tiempo_eIV_num05-06_59_61.pdf, 29.03.10.

Music on: Space Oddity - David Bowie
Quote: "cuando suceda lo que ha de suceder / cuando suceda, / me latirá un hongo seco / en lugar de corazón" Wislawa Szymborska
Reading: La penumbra inconveniente - Mauricio Montiel Figueiras

domingo, 3 de agosto de 2014

Poesía



Dentro del mundo
pero en el recuerdo de nadie
mientras las horas pasan y mis manos
ya no buscan tocar las nubes

         escribo.

Yo soy mis letras, mi palabra,
escribo, 
escribo para ser
en la fugaz reafirmación de lo que significa un instante irrecuperable, 
en la desnudez más clara y la verdad más mía 

(pero personal, porque toda verdad es personal)

en la afirmación de todo lo que soy, que necesito ser, que necesito

escribo para no olvidarme de mi nombre, de mi yo, mi palabra
también
un poco
o quizá solamente

para no morir de tristeza en este mundo tan ajeno.



Music on: Society - Eddie Vedder
Quote: "He aquí que la muerte tarda como el olvido." Rosario Castellanos
Reading: Poesía no completa - Wislawa sZymborska