"La literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes" André Breton
jueves, 28 de agosto de 2014
El mundo del simulacro
Hace dos meses enterramos al miembro más viejo de la familia, la tía abuela más joven de aquellas que también me cuidaron cuando era niña. Por varios años pensé que tenía que ser muy triste quedarse sin nadie, pues a ella se le murieron todos sus hermanos, obviamente sus padres, y quedó al cuidado de unas sobrinas que afortunadamente la procuraron y le dieron lo que necesitaba. Pero qué triste debía ser, pensaba yo, sentirse tan sola. Claro que, como soy cobarde, nunca le dije nada, nunca le compartí cosas, nunca hablé de mí ni me mostré tal cual era. El mundo del simulacro es muy poderoso, no se presenta como dañino ni genera conflictos aparentes. En su momento prefería que ella creyera que yo era algo que no era, me parecía más sencillo.
Pero no siempre funciona de esa manera: también pronto cumpliré un año de vivir sola, de haberme salido de otro simulacro. Sé que no es un gran logro, pero me ha costado mucho. Soy feliz con ello, tengo todo lo que alguna vez quise. Es terrible que la felicidad llegue a costa de lastimar a otros, pero así es la vida. He lastimado tanto a algunos miembros de mi familia, mi tía decidió dejar de hablarme, así, porque decidí algo que no iba de acuerdo a sus ideas. Recuerdo perfecto la última frase que me dijo: "nos ha matado en vida" seguida de una serie de lágrimas que, lo peor, eran auténticas. Desde hace unos meses, la muerte de la tía abuela era inminente, amenazaba y crecía con fuerza, nos estuvimos preparando, cada quien a su manera. Y yo pensé que una vez llegado el deceso podría reconciliarme, hablar, decir que lamentaba lo sucedido. Pero no pude. No quise pedir perdón por algo que no lamentaba, no quise pedir perdón por haber tomado una decisión. Así que opto por acostumbrarme. Y no es que me encante ser ignorada y sentirme que si me dirigen la palabra es por puro compromiso, pero tampoco me disculparé por haber decidido algo de lo que no me arrepiento.
El mundo del simulacro es seguro, muchas veces, pero otras no es opción. Cuando me encontré frente al cadáver no pude sino sucumbir a lo que sentía. El sacerdote salió con las lecciones de que ahora está en un lugar mejor. Y mi razón me gritaba a cada rato que eso no podía saberse, que yo carecía de fe y que no podía comulgar con sus credos. A mucha gente le funciona el mundo del simulacro para sentirse bien y esa es justo una prueba, decir o creer cosas que no sabemos si son ciertas, decir o creer cosas que, de hecho, transformamos en verdades. Ah, constructores de engaños, amantes de los simulacros. Salir del simulacro es sucumbir también y es muy difícil enfrentar la vida cuando sólo la mentira es lo que te mantiene a flote.
Enterrar el cadáver: ese ritual asqueroso del dolor, ese seguir queriendo sangrar y dolerse y arrepentirse de cosas cuando en el fondo se sabe que es demasiado tarde. Creo que es preferible que en esos momentos no se dijera nada. Mi mamá empezó con frases del tipo "¿qué voy a hacer sin mi viejita?" mas en vida no se cansaba de decirle insultos; mi tía no paraba el llanto, pero cuando estaba viva la regañaba por todo. La muerte nos cambia de esa manera, nos obliga a despertar, quizá. En estos momentos mínimos se sale del simulacro sin sentirlo y la realidad es muy cruda. Yo también he caído en el ritual inevitable del que pasa por un duelo, pienso en la persona muerta como si no estuviera muerta, suelo revisar que esté en el lugar donde solía estar y mi cerebro tarda en registrar el hecho de que ya murió. Sé que, a pesar de todo lo dicho, para mi mamá y mis tías fue más difícil, sé que yo soy una cobarde que prefirió escapar de todo eso, huir en el sentido más amplio de la palabra para no tener que pasar por la agonía, no tener que llorar ni sentir la impotencia, no tener que presenciar la muerte paulatina, la angustia, ni esperar, calladamente, el momento del deceso como el de la liberación. Lo peor es que no me avergüenzo de mi cobardía, ni me quito el orgullo del camino.
Siempre he tenido el problema de "acostumbrarme" a cosas, pero debo hacerlo, acostumbrarme a que, por ejemplo, la mitad de las cosas que quiero no se den, sin importar cuánto me esfuerce. Pero vuelvo al instante del entierro, donde todo se desmorona y a mi corazón se le cae una capa de hielo. Mas trato de ser objetiva, entendiendo lo padecido, sé que ese tipo de dolor por la pérdida, el llorar inconsolable como nunca, el decir tantas y tantas cosas al muerto que no se dijeron en vida, son cosas no me interesan. La muerte es inevitable, duelen más otras cosas, poder evitar y no lograr, poder alcanzar y ser rechazados, no sé, tantas cosas más. Morir es una partida que ya tenemos perdida. Las otras cosas, las inciertas, son peores. Así que acostumbrarse, nada de nostalgias ni de posibilidades, no las hay.
No me arrepiento de lo que escribo. Ya no. Hubo un momento en mi vida en que me guardé todo. Pero aprendí que guardar y conservar no es sembrar frutos en silencio sino irse consumiendo. Ya no me importa el daño que mi presencia o mi sinceridad cause, es imposible vivir dándole gusto a todos y a eso, ni modo, también hay que acostumbrarse.
Music on: La muerte y la doncella - Franz Schubert
Quote: "Y si uno de esos ángeles me estrechara de pronto sobre su corazón yo sucumbiría ahogado por su existencia más poderosa." R. M. Rilke
Reading: La fiesta del Chivo - Mario Vargas Llosa
domingo, 17 de agosto de 2014
Sobre la escritura
Cuando llega el momento de la decepción, ese “point
of no return” de la carencia abierta y sangrando, de la herida incurable, siempre regreso
a la escritura. Porque cuando todo desaparece sólo me quedo yo y todo lo que
soy, mientras hago lo único que me desnuda sin lastimarme más, que me sincera y
me reconcilia con los demonios. No escribo para ahuyentar ni para expiar, sino
para afirmarme y sobre todo, para no olvidar. Ya no es una salvación sino un
hábito, es como un dolor que tiene que moverse, aunque su movimiento sea dentro
de mí y por eso lastime, suave, profundamente.
La escritura empezó un día como un intento de
apagar un fuego interno, un deseo de ahuyentarlo o disminuirlo mediante las letras, encerrarlo; pero al paso de los años caí en la cuenta de que ese
fuego era imposible de matar, que, al contrario, el fuego se estaría
extendiendo sin control, dañando de a poco, quemando, habitando. Antes me había comprado la idea de que la escritura era salvación, leí a Lispector y le creí
cuando dijo que había que hablar porque hablar salvaba, pero después leí más y
encontré esta frase que reza: “Lo que escribo no es para leer,
es para ser.” Y así soy, soy un fuego que no cesa, me sigo quemando
por dentro y la realidad es que ya no espero que la escritura me saque de algún
suplicio, la escritura es ya parte del suplicio, un suplicio que se goza, una
ausencia que se desea y un dolor que se anhela. Hace tiempo que el fuego me
sobrepasó, sin darme cuenta. Nada me salva, el fuego vive, el fuego está,
escribo de él y ya no quiero ser salvada. Esto es lo que soy, soy mi palabra.
A veces no importa el sentido, o si acaso se
busca un sentido. Este tipo de escritura es una parte de mí, una parte que
quizá es irracional y pasional, pero que existe desde hace tiempo y me hace lo
que soy. Si escribo ahora, igual que si he escrito por tantos años, es porque quizá
quiero encontrar en la escritura un cierto valor personal y al mismo tiempo algo
que pueda trascender más allá de la desgracia individual en la que me hundo,
esa misma desgracia que me revela como una persona siempre insuficiente. Pero cuando
escribo no soy insuficiente, no tengo nada que demostrar, no busco aprobación, cuando
escribo no pierdo sino que recupero, sí, recupero, a pesar de que afuera todo puede haberse
ya consumido y muerto.
No sé de qué otra manera ser. Parte de lo que
valgo está en la capacidad que todavía tengo de comunicarlo, porque sé que a
todos les puede ir muy mal, y todos pueden encontrar los negros más profundos
en las cosas, pero no todos serán capaces de escribirlos, que no todos podrán
estar conscientes de los demonios internos, tanto como para quererlos sacar a
dar una vuelta y que todos miren lo que son con toda la desnudez. Ya no busco
cómo componerme, porque sé que, de inicio, estoy rota, ya no intento el olvido
ni la rehabilitación, ni trato siquiera de resarcir los daños. Yo soy mis
daños. Pero escribo, aunque quizá no tenga un sentido específico o un propósito
definido, es parte de mí, es un intento de algo, pero ya no de deshacerse del
dolor. Llega un momento en que ya no me interesa ser salvada de nada, me
consume un fuego tal que ya ni siquiera existe la posibilidad de imaginar cómo
era yo antes del incendio. Lo que existe es la transformación hacia algo
irreconciliable, hacia un mundo en el que se caen poco a poco todos los
puentes.
Pero esto también deja de importar porque uno
sólo es uno, uno es la palabra que siempre se construye, interminable.
Escribir, la única salida momentánea pero al mismo tiempo eterna, el único
regreso auténtico a uno mismo en la constante paradoja de querer escapar de uno mismo.
Music on: The final cut - Pink Floyd
Quote: "Me hicieron en la cuenta de que el mundo continuaba y continuaría girando lenta, estúpidamente sin mí." Mauricio Montiel Figueiras
Reading: La penumbra inconveniente - Mauricio Montiel Figueiras
lunes, 11 de agosto de 2014
Otra cara de la muerte. Notas sobre "Un hogar sólido" de Elena Garro
Es el año de 1958 cuando Elena Garro (1916-1998)
publica Un hogar sólido y otras piezas en
un acto, un volumen en donde la autora retoma algunos rasgos que ya caracterizaban
su creación: lo mágico, la irrealidad y la transmutación del tiempo y el
espacio, son elementos que se habían vislumbrado desde su gran novela Los recuerdos del porvenir (1953), y que
se seguirían trabajando en los relatos contenidos en La semana de colores (1964). Estos temas, trasladados a la
dramaturgia, además vendrían a romper con la concepción del teatro realista
tradicional. La autora criticaba el teatro que se hacía con intención de
predicar un dogma, de transformar a la sociedad o de divulgar una perspectiva
política. Su teatro, “exigía una catarsis volviendo a los orígenes del teatro
griego.” (1)
Dentro de una carta
dirigida a Guilermo Schmidhuber en 1982, Garro escribe: “Yo creo en el teatro
griego, renunciar a él es renunciar a lo sagrado. Yo creo en el escenario y en
el foso que separa al espectador del actor, esa distancia le da la dimensión de
espacio necesario a su sentido sagrado.” (2) De ahí probablemente su interés por temas fuera del realismo y por la búsqueda
de circunstancias humanas que, en escenarios casi míticos, recuperan los
conflictos existenciales de las personas frente a situaciones que los trascienden,
tales como la vida misma, en el caso de Un
hogar sólido.
Breve pero
objetiva, con pocas acotaciones pero precisa en detalles, Un hogar sólido es una obra que explora la condición humana
retomando el núcleo familiar. Antonio Magaña Esquivel en su libro Imagen y realidad del teatro en México
apunta que los temas de Garro son sencillos, cotidianos y demasiados familiares
“por su inmediata cercanía, porque eran juegos infantiles, recuerdos, pequeños
sucedidos o minucias.”(3) Así pues, en Un hogar sólido se
muestra la sencillez de una familia que convive sin ningún drama en particular,
que lleva conversaciones comunes donde hay recuerdos y chistes desenvueltos con
sinceridad en el habla de todos sus integrantes. Cosa sencilla de visualizar en
cualquier familia, con la excepción de que aquí todos ya están muertos y además,
tienen plena conciencia de estarlo.
Tres cosas resultan
particularmente importantes para plantear la dinámica que Elena Garro maneja en
Un hogar sólido, estas son la
relación espacio-tiempo, la simbiosis entre memoria e imaginación y la
concepción de la muerte, concretamente del más allá. La triada propuesta no
trabaja de manera aislada, un rasgo de una cosa repercute en la otra, lo cual
nos habla no sólo de una coherencia entre los temas sino de una perfecta
construcción de un mundo ficticio.
La obsesión con el
tiempo transmutado, modificado o desafiando la concepción lineal aparece en
varias de sus piezas y es, de hecho, uno de los elementos más importantes de Los recuerdos del porvenir. Cierto que
si partimos de que los personajes de Un
hogar sólido están ya en otro plano, sería incluso lógico pensar que el
tiempo no transcurriría de la misma manera que con los vivos. Sin embargo, la
originalidad de la autora la lleva a presentar a sus personajes de una manera todavía
más peculiar sin dejar de lado la verosimilitud.
Un ejemplo de cómo
el tiempo ha transcurrido de una manera extraña reside en Catita, cuya
aparición después de unas breves voces de Clemente y Gertrudis nos revela que
por una parte, es una niña de 5 años,
—tal y como se explica en la lista de personajes que abre toda obra de
teatro—, y por otra, es la tía de Gertrudis: “Los niños no se equivocan.
¿Verdad, tía Catalina, que alguien viene?”(4),
le dice su sobrina, quien en el momento de la escena cuenta con 40 años. Catita
es un personaje crucial dentro de la obra, en ella se conjunta la contradicción
del tiempo lineal y la importancia de la memoria; además, será su boca quien
abra la gran pregunta sobre el futuro del mundo, ese que ya ninguno de los
personajes podrá ver.
A la autora le
interesa develar pronto que la condición de sus personajes es la muerte,
diferente a lo que sucede en Pedro Páramo
(1955), donde la gran catarsis consiste en ir descubriendo poco a poco y sutilmente
la no vida de todos ellos. Garro introduce esta muerte y propone que en la
muerte no pasa el tiempo en los cuerpos, y que éstos se pueden mover sin
respeto a las normas establecidas, pues todos permanecen tal y como murieron.
Así, Catita sigue teniendo 5 años, aunque sea en realidad la más vieja de todos.
Es de notar las
relaciones que los personajes establecen, mismas que son reflejo de su vida
anterior y su “vida” actual. Al llegarles la muerte los personajes se estancan
en el espacio en el que estaban en ese instante, se rompe el orden cronológico,
la jerarquía y la relación entre ellos. La autora juega con sus propias
premisas y ofrece situaciones que incluso rayan en lo humorístico, Catita se
divierte jugando con los huesos de los demás, Muni está siempre azul porque se
suicidó con cianuro y Vicente, muerto a los 23 años, coquetea con su prima
Jesusita como en el pasado, aunque ésta sea ahora octogenaria.
En cuanto al espacio,
se nos dice que se trata del “interior de un cuarto pequeño, con los muros y el
techo de piedras. No hay ventanas ni puertas”(5) y es un lugar muy oscuro donde apenas se puede ver a Mamá Jesusita en una de
las literas. La escena inicia con voces y la aparición paulatina de los
personajes. La cripta es como una pequeña parte de mundo que pareciera
independiente. Los muertos enterrados aquí no tienen acceso a la comunicación
con otros muertos; en vano Jesusita se lamenta de que su esposo esté sepultado
lejos de ella y quizá por eso Gertrudis no puede ocultar su alegría cuando
llega su hija: “¡Clemente, Clemente! Son los pies de Lidia: ¡Qué gusto, hijita,
qué gusto que hayas muerto tan pronto!”(6) dice al ver que ella está siendo enterrada con ellos y que de esa forma podrán
convivir.
La cripta es un
pedazo de mundo, Garro retoma elementos de la cultura popular mexicana como canciones,
tradiciones y maneras de comportamiento para ubicar al lector en un contexto
determinado y a la vez jugar con la contraposición de la inexistencia del
tiempo. También, a través de estos elementos se va conformando una visión
particular y personal del mundo y —terriblemente—, es por medio de juegos,
canciones e intervenciones cómicas que se descubre la condenación cíclica de
estos muertos que no viven en un tiempo determinado y que en realidad no han
logrado morir.
De la mano del
tiempo, como pareja inseparable, viene la memoria, otra de las obsesiones de la
autora. Los personajes recuerdan su vida anterior y llenan el ambiente de
nostalgia. El recuerdo les confiere un asidero a su realidad ahora tan etérea y
al mismo tiempo les conserva la vida y la esencia de lo que todavía son.
Eva recuerda con
tremenda nostalgia la casa en la que vivía y lo cuenta al resto de los
personajes, como si a través del recuerdo pudieran seguir perpetuándose antes
de convertirse —a ratos— en cosas no humanas:
Así
golpea el mar contra las olas de mi casa… ninguno de ustedes la conoció… estaba
sobre una roca, alta, como una ola. Batida por los vientos que nos arrullaban
de noche, remolinos de sal cubrían sus vidrios de estrellas marinas, la cal de
la cocina, se doraba con las manos solares de mi padre…(7)
Pero también existe
el olvido que se busca evitar. “¿Quién es Lidia?” Pregunta Catita y Muni tiene
que decírselo mientras la acaricia. Y “¿qué son las trompetas que suenan en la
parte final de la obra?” Jesusita no lo recuerda y Lidia tiene que decirle que
es el sonido proveniente del cuartel de junto. La memoria es crucial en los
personajes así como es crucial para la autora pues con ella “reconstruye el
tiempo, fabrica mitos que se perpetuan”(8).
¿Qué sería de nuestros personajes si olvidaran su vida anterior? ¿Qué sería de
nosotros si al morir estuviésemos condenados a una cripta sin luz esperando el
fin de los tiempos, sin recordar lo que éramos, con riesgo de perder la razón?
Ligado a lo
anterior la autora expone su peculiar visión de la muerte. En las voces de sus
personajes, que son el elemento más fuerte de la teatralidad, cuestiona
fuertemente la concepción del más allá. En ese lugar al que después de morir,
supuestamente vamos, debería existir un paraíso con vida eterna placentera y
pacífica al lado de Dios. Aquí no sucede eso. La muerte es eterna hasta que el
famoso día del juicio final aparezca para robar definitivamente el aliento.
Mientras, las almas muertas están condenadas a un vagar errático por el mundo,
formando parte de la naturaleza y las cosas aún vivas:
Eva. —¡Y yo una ola salpicada de sal,
convertida en nube!
Lidia. —Y yo los dedos costureros de la
Virgen bordando… bordando…
Gertrudis. —Y yo la música del arpa de
Santa Cecilia
Vicente. —¡Y yo el furor de la espada de
San Gabriel!
Clemente. —Y yo una partícula de piedra
de San Pedro.(9)
Cuestionar el más
allá, el errar constante y sin sentido, la espera ante lo que tal vez no
llegará son características de un pensamiento pesimista que quizá podríamos
vincular con el existencialismo sartreano, el Mito de Sísifo desglosado por
Albert Camus y repetido en la novela El
extranjero, o bien, podríamos trasladarlo a la sin razón de los personajes
de Esperando a Godot de Samuel
Beckett. Con esto vemos otra cara dentro de la propuesta teatral de Un hogar sólido; si bien es cierto que
un drama requiere de un conflicto entre personajes y que la llegada de Lidia
que podría considerarse la puerta del conflicto no aporta tal cosa a la obra,
su aparición es crucial ya que ella es la última a la que esperan. Después de
estar ya todos completos, lo que vendría sería un tipo de salvación, cosa que
no sucede, la espera se sigue alargando por eternidades inasibles, hasta que
las trompetas del juicio final los “terminen de matar.”
El verdadero drama
de la obra está íntimamente relacionado con el cuestionamiento de una realidad,
con la pregunta eterna que se hace sobre el sentido de la vida y la certeza de
que al final nadie gozará de la redención ni de la tan prometida compañía de
Dios.
También podríamos
rastrear elementos de filosofía existencialista en la forma en que aparecen y
desaparecen los personajes en escena pues evidencian lo cíclico que en este
sentido resulta la obra, Sísifo y su piedra elevándose sin recompensa alguna
hacia el final de la montaña con la única certeza de que una vez ahí, ésta
habrá de caer y Sísifo, en un nuevo intento retomará el camino a la cima; los
muertos convirtiéndose incesantemente en todas las formas del mundo para que al
final regresen de nueva cuenta a la cripta a esperar y a convertirse en otra cosa y a esperar de
nuevo.
Asimismo, la obra
es en otro sentido cíclica: del silencio y la oscuridad con que inicia la obra,
de pronto llegó un instante de palabras, luego un rayo de luz que trajo a Lidia
a la cripta y después oscuridad de nuevo, todos van desapareciendo fugazmente
para convertirse en parte de la naturaleza y los objetos. Y volver a empezar:
Clemente. —¡Ah, la lluvia
sobre el agua! (Desaparece).
Gertrudis. —¡Leño en llamas! (Desaparece).
Muni. —¿Oyen? Aúlla un
perro. ¡Ah, melancolía! (Desaparece).
Catalina. —¡La mesa donde
cenan nueve niños! ¡Soy el juego! (Desaparece).
Jesusita.
—¡El
cogollito fresco de una lechuga! (Desaparece). (10)
La estructura
ideológica de la obra es congruente en cuanto a sus temas y la manera en que
éstos se enlazan. Además, la autora se vale de la impecable construcción de sus
argumentos lograda con las voces de los personajes para abrir preguntas
importantes sobre la eternidad y la trascendencia de los seres humanos en el
mundo. Lidia se convierte en un hogar
sólido y por unos momentos concreta lo que en vida no pudo ser, pero esa
condición también habrá de derrumbarse.
Ahora bien, pensemos
qué tan cruel es la exclamación de Catita cuando dice: “Yo quiero que haya
mundo”; este alarido lleva al espectador al inicio de su catarsis. ¿Qué más
trágico que haber muerto y estar esperando nada sino más muerte?, ¿de qué le
servirá a Catita estar pensando en qué se convertirá en el futuro o si acaso
logrará ser “el dedo índice de Dios padre” si eso habrá de suceder en el día de
juicio final y entonces no podrá ver ya nada. A Catita la vida le duró cinco
años, pero la muerte ¿ya cuántos?
Con este ejemplo
vemos que más allá de un juego con el tiempo que funciona a nivel de argumento
y escenario, Garro introduce verdaderos conflictos existenciales que dejan ver
su influencia por el teatro griego. La tragedia de Edipo —como la de muchos
héroes—, radica en que él conoció su destino, quiso cambiarlo y al no poder
hacerlo, ésta llegó irremediablemente a su vida. De aquí el carácter trágico de
estos muertos que se reconocen en una situación que no disfrutan, desearían
cambiarla, —a través de la memoria, las palabras, los
recuerdos y las bromas—, mas es
imposible pues todos están condenados a asumir su destino y no tener salvación
alguna.
Elena Garro propuso
una nueva manera de hacer teatro al introducir elementos distintos a varios
niveles; durante el Coloquio
Internacional Homenaje a Elena Garro: 50 aniversario de su dramaturgia efectuado
en el año 2007, Víctor Hugo Rascón Banda afirmó que Garro “rompió con el teatro
costumbrista y creó un teatro moderno, inauguró un estilo, el del realismo
mágico en el teatro, con unas atmósferas que otro dramaturgo ha logrado”(11);
por una parte, sí, pero no es posible encasillarla solamente como una autora
mágica o fantástica, o tomar alguna otra de las clasificaciones que se la ha
dado, dentro del “teatro del absurdo a la mexicana” o bien “surrealista”.
Como apunta Gerardo
Bustamante: “más que poner una etiqueta, hay que destacar que Garro no es una
dramaturga de anécdotas sino de ambientes, de personajes, de símbolos, y de
espacios que crean una unidad”(12).
Además habría que considerar el hecho de que sus propuestas teatrales
trascienden al conflicto existencial y lanzan preguntas fuertes que cuestionan
el orden establecido, todo esto sin entrar en la política ni en la crítica
social de manera panfletaria, lo cual resulta doblemente meritorio.
Un hogar sólido, así como otras de sus piezas teatrales, a
pesar de haber sido escritas hace más de 50 años siguen demostrando una
vigencia apabullante en cuanto a las situaciones que todavía nos persiguen y no
hemos logrado resolver. Evadidas de la mirada de muchos estudiosos de la
literatura, obras como esta merecen difusión y reconocimiento por la gran
cantidad de propuestas que entre sus páginas se esconden.
Bibliografía:
- Garro,
Elena, Un hogar sólido, Ficción,
Universidad Veracruzana, México, 1983.
- González
Gómez-Cásseres, Patricia, “Teatro donde la Palabra teje el tiempo: Elena
Garro” en Patricia Rosas Lopátegui, Yo
quiero que haya mundo. Elena Garro, Pról. Víctor Hugo Rascón Banda,
Porrúa/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008, pp. 225.
- Hernández
Juárez, Diana y Toledo Olivar, Araceli, “La muerte como forma de vida en
Un hogar sólido” en Yo quiero que
haya mundo. Elena Garro, Pról. Víctor Hugo Rascón Banda,
Porrúa/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008, pp.
196-201.
- Magaña
Esquivel, Antonio, Imagen y realidad
del teatro en México, CONACULTA-INBA, México, 2000.
- Schmidhuber
de la Mora, Guillermo y Olga Martha Peña Doria, “Dos cartas de Elena Garro
sobre el Teatro Mexicano”, en Los
colores de la memoria, Coords. Alicia V. Ramírez Olivares, Patricia
Rosas Lopátegui, Benemérita Universidad Autónoma de Puevla, México, 2007.
- Elena Garro.
Reflexiones en torno a su obra, Investigación y Documentación de las
Artes Segunda época, INBA, México, 1992.
- “Elena
Garro inauguró realismo mágico en teatro”, Notimex, El Universal, Ciudad
de México, Domingo 17 de junio de 2007, tomado de: http://www.eluniversal.com.mx/notas/431730.html,
29.03.10.
- Gerardo
Bustamente Bermúdez. Elena Garro. 50
años de dramaturgia, Casa del tiempo, marzo, 2008, tomado de: http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/05_iv_mar_2008/casa_del_tiempo_eIV_num05-06_59_61.pdf,
29.03.10.
1. Patricia
González Gómez-Cásseres, “Teatro donde la Palabra teje el tiempo: Elena Garro”
en Patricia Rosas Lopátegui, Yo quiero
que haya mundo. Elena Garro, Pról. Víctor Hugo Rascón Banda, Porrúa/Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008, pp. 225.
2. Schmidhuber de la Mora, Guillermo y Olga Martha Peña Doria, “dos cartas de
Elena Garro sobre el Teatro Mexicano”, en Los
colores de la memoria, Coords. Alicia V. Ramírez Olivares, Patricia Rosas
Lopátegui, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2007. p. 111.
3. Antonio
Magaña Esquivel, Imagen y realidad del
teatro en México, CONACULTA-INBA, México, 2000, p. 440.
4. Elena
Garro, Un hogar sólido, Universidad
Veracruzana, México, 1983, p. 14.
6. Ibíd.,
p. 19.
7. Ibíd., p. 18
8. Patricia
González Gómez-Casseres, Ibíd., p. 232.
9. Un hogar sólido, Ibíd., p. 26
11. “Elena
Garro inauguró realismo mágico en teatro”, Notimex, El Universal, Ciudad de
México, Domingo 17 de junio de 2007, tomado de: http://www.eluniversal.com.mx/notas/431730.html,
29.03.10
12. Gerardo
Bustamente Bermúdez. Elena Garro. 50 años
de dramaturgia, tomado de: http://www.difusioncultural.uam.mx/casadeltiempo/05_iv_mar_2008/casa_del_tiempo_eIV_num05-06_59_61.pdf,
29.03.10.
Music on: Space Oddity - David Bowie
Quote: "cuando suceda lo que ha de suceder / cuando suceda, / me latirá un hongo seco / en lugar de corazón" Wislawa Szymborska
Reading: La penumbra inconveniente - Mauricio Montiel Figueiras
domingo, 3 de agosto de 2014
Poesía
Dentro del mundo
pero en el recuerdo de nadie
mientras
las horas pasan y mis manos
ya
no buscan tocar las nubes
escribo.
Yo soy mis letras, mi palabra,
escribo,
escribo para ser
en la fugaz reafirmación de lo que significa un instante irrecuperable,
en la desnudez más clara y la verdad más mía
(pero personal, porque toda verdad es personal)
en la afirmación de todo lo que soy, que necesito ser, que necesito
escribo para no olvidarme de mi nombre, de mi yo, mi palabra
también
un poco
o quizá solamente
para no morir de tristeza en este mundo tan ajeno.
Music on: Society - Eddie Vedder
Quote: "He aquí que la muerte tarda como el olvido." Rosario Castellanos
Reading: Poesía no completa - Wislawa sZymborska
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