Siempre supiste que la encontrarías ahí, y no quisiste buscar, sino hasta el último momento, hasta el límite de todo lo que podías soportar, cuando ya no había otra cosa que hacer, cuando esperar no era suficiente y te entró la extraña sensación de conciencia que te dijo que debías actuar.
Pero actuar, para qué actuar, pensaste, si no hay nada más que salvar, ni a ella ni a ti… pero luego recuerdas sus ojos verdes y crees que tal vez sí habrá algo que salvar ahí, si es que tu alma está condenada, quizá no lo esté la de ella. La duda, siempre la duda, el pensar una y otra vez sobre lo mismo, si debes o quieres actuar. Con cuántos cigarros te habrás consumido en el pensamiento sobre sus caderas y su cabello castaño… con cuántas horas de insomnio recreaste su cintura en tus manos, sus besos dulces, su piel sudorosa en el orgasmo, cuántas veces… ya para qué contarlas.
Y ahora qué es lo que tienes, un cuarto frío y sólo, sin ella a tu lado, cigarros y más cigarros que se consumen en las noches en las que si concilias el sueño no es sino ella la que aparece. A veces piensas que tal vez no es demasiado tarde, a veces te vistes y quieres salir, pero ya en la puerta hay siempre algo que te detiene, no quieres tener esperanza, y salir a buscarla, sólo pensar en encontrarla te congela, no sabes siquiera si lo que quieres es en verdad encontrarla.
Pero de nuevo al regresar a la cama, al terminar o encender otro cigarro, qué importa, es ella la que vuelve a tu mente y casi sientes que te toma de la mano y recarga su cabello húmedo en tu hombro.
Actuar, hacer, no saber si en verdad no hay nada que salvar, esperar, amar, odiar, perdonar, redimirse... Finalmente sales del cuarto decidido a irte, ponerte la chamarra y prender el último en la cajetilla después de una noche intensa de insomnio y desesperación. Lo sabías, no había otro lugar dónde buscar y esa noche decidiste que el tiempo no podía durarte para siempre y que el insomnio se estaba tornando demasiado difícil; y ahí, aún debatiendo entre la desilusión y la expectativa, llegas al café del centro con la seguridad de encontrarla, un paso, dos, la puerta se cierra, y sí, ahí está ella pero no está sola; aún detrás del aparador y de las meses llegas a presenciar el momento en que la esperanza se torna en algo odioso y donde el pecho se te contrae en una angustia inexplicable y ajena, no importa quién es el que la está besando, ya no hay nada qué preguntar.
En realidad no era una sorpresa tan grande, lo sabías, ahí estaría ella, pero no esperándote, quizá finalmente su alma ha sido salvada, quizá sólo tú eres el condenado o probablemente es que los dos han estado condenados desde el principio pero ella aún no se ha dado cuenta, sí, tal vez es solo que tú has entendido el significado de la condena eterna, mejor que ella no lo sepa, así uno de los dos podrá ser feliz todavía.
El insomnio regresa y la esperanza parece haberse ido, de camino a casa compras una cajetilla más y fumas el resto de la noche, dormir es definitivamente imposible, actuar ha sido en vano también. Tu cama vacía te reclama, te acuestas y aún entonces, en la soledad y la oscuridad absoluta, dibujas su nombre una y otra vez con el humo del cigarro...
"La literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes" André Breton
domingo, 29 de julio de 2007
sábado, 21 de julio de 2007
lo que crea el inconsciente
y pensar sólo pensar lo que yo le dijera es que no puedo desprender mi ilusión del balance maravilloso con el que te mueves el brillo de tu cabello me derrite tus ojos bellísimos tan sinceros tus labios llenos de ese néctar de dios que me enloquece te amo tanto te deseo infatigablemente en mitad de la noche al alba en el tiempo inexistente en el espacio intangible siempre te miro y con sólo mirarte vivo tus manos cálidas toman forma en mis sueños y hacen maravillas inimaginables te amo y tus palabras dulces pétalos que caen sobre mi piel desnuda me erizas me hielas me satisfaces te amo y quisiera arrojarme a tu cuerpo y jugar con los rizos débiles en tu pelo tocar tus piernas con mis manos perdidas encontrarme en tus besos idealizados enredarme en el aroma de tu piel toda y saber que el silencio es triste y necesario y luego seguir pensando que lo tengo enfrente y que puedo decir las cosas te amo te deseo te necesito te idolatro y te vivo te sueño y te idealizo y me resultas tan bello que no creo que seas real que a veces no pienso que existas pero te miro de nuevo con el azabache de mis pupilas que se pierde en el miel de las tuyas y de nuevo tu misma luz me recorre cada centímetro y sé que eres real que vives no sólo en los sueños que te hacen más bello sino que te acercas a mí y rozas débilmente mi ropa me sonríes y de tu rostro de ángel se elevan más esperanzas de mi pobre alma que siempre te anhela y luego si no fuera suficiente me pasas tus dedos por la espalda y siento más que nunca tus huellas y creo oler el aroma de tu piel en la mía como en las rosas más bellas jamás existentes y callarme porque no puedo hablar cuando lo tengo a un lado porque me pierdo en su sonrisa y solo pensar otra vez en la posibilidad y decirme a mi misma y te amo sé que te amo y que eres el sueño más real y más hermoso que mi mente podría crear y mi existencia vivir que eres perfecto y maravilloso y que te amo y te amo y te amo
viernes, 13 de julio de 2007
Homero y Marge al teléfono.
Es terriblemente difícil escoger sólo un episodio o sólo un momento simpsoniano, siento que elegir uno u otro es menospreciar a los demás. Todos son geniales. Y esta es una muy pequeña muestra de cuán buenos son... "Homero, ya marcaste."
Larga vida a Los Simpsons
Sin duda alguna, la caricatura de Los Simpsons se ha convertido en el emblema de, no sólo una generación, sino varias. Las aventuras incoherentes de la familia amarilla, junto con los ciudadanos de la bella Springfield, han entretenido a tantísima gente alrededor del mundo como, creo yo, ninguna caricatura lo ha hecho y probablemente no lo hará jamás.
Sus capítulos se han repetido muchísimas veces, aunque no demasiadas, y el público que los admira actualmente, bien puede ser un niño de primaria o un profesionista treintañero. El efecto es el mismo, una dosis bien administrada de humor dentro de una historia que de entrada parece normal pero siempre tiene cosas fuera de lo común.
Los Simpsons son atemporales; cuando yo cursaba el tercer año de primaria, me topé en la televisión con el que sería mi primer capítulo visto de Los Simpsons, sin necesidad de poner el nombre del episodio, sé que con decir que es aquel en el que Flanders y Homero finalmente se hacen amigos, ya tendrán una idea de cuál se trata; aquí Ned lo lleva a ver el partido de fútbol americano (y le compra un sombrero nacho), las dos familias conviven en un día de campo desastroso (donde los niños Flanders se hacen adictos al azúcar y Homero destruye el auto de Ned), y finalmente Homero termina con la paciencia de Flanders quien en el sermón dominical le grita públicamente; con estos detalles cualquier lector, medianamente conocedor de Los Simpsons, sabrá ubicar con facilidad el episodio en cuestión.
Ese mismo capítulo aún se sigue transmitiendo en la televisión abierta, (y también por el canal Fox) y creo que no hay más que decir para reforzar la idea de la vigencia de esta maravillosa serie.
Su creador, Matt Groening, es, sencillamente, un genio, un hombre con una imaginación prodigiosa, un humor limpio, directo, irónico como el de pocos, y que aparte, es un experto de la cultura internacional (basta prestar atención a las miles de referencias a películas, canciones, obras de teatro, momentos históricos, actores, cantantes, políticos, etc., que en sus episodios aparecen por una u otra razón).
Después de más de veinte años al aire, Groening cumple con la promesa de cerrar el ciclo de las aventuras simpsonianas con una película. Cierto es que quizá muchos de sus últimos episodios no tienen la calidad de los primeros, o mejor dicho, de los favoritos (generalmente concentrados en las temporadas 5 a la 10); sin embargo, el genio de Groening no se ve cansado, los personajes se han renovado constantemente y sus ocurrencias hilarantes siguen estando a la orden del día.
La expectativa frente a la película es muy grande y aunque sabemos que ésta significa la cuminación de las temporadas diseñadas para la televisión, creo que tendremos aún muchos Simpsons que disfrutar, a pesar de que hayamos visto sus capítulos cientos de veces.
Sus capítulos se han repetido muchísimas veces, aunque no demasiadas, y el público que los admira actualmente, bien puede ser un niño de primaria o un profesionista treintañero. El efecto es el mismo, una dosis bien administrada de humor dentro de una historia que de entrada parece normal pero siempre tiene cosas fuera de lo común.
Los Simpsons son atemporales; cuando yo cursaba el tercer año de primaria, me topé en la televisión con el que sería mi primer capítulo visto de Los Simpsons, sin necesidad de poner el nombre del episodio, sé que con decir que es aquel en el que Flanders y Homero finalmente se hacen amigos, ya tendrán una idea de cuál se trata; aquí Ned lo lleva a ver el partido de fútbol americano (y le compra un sombrero nacho), las dos familias conviven en un día de campo desastroso (donde los niños Flanders se hacen adictos al azúcar y Homero destruye el auto de Ned), y finalmente Homero termina con la paciencia de Flanders quien en el sermón dominical le grita públicamente; con estos detalles cualquier lector, medianamente conocedor de Los Simpsons, sabrá ubicar con facilidad el episodio en cuestión.
Ese mismo capítulo aún se sigue transmitiendo en la televisión abierta, (y también por el canal Fox) y creo que no hay más que decir para reforzar la idea de la vigencia de esta maravillosa serie.
Su creador, Matt Groening, es, sencillamente, un genio, un hombre con una imaginación prodigiosa, un humor limpio, directo, irónico como el de pocos, y que aparte, es un experto de la cultura internacional (basta prestar atención a las miles de referencias a películas, canciones, obras de teatro, momentos históricos, actores, cantantes, políticos, etc., que en sus episodios aparecen por una u otra razón).
Después de más de veinte años al aire, Groening cumple con la promesa de cerrar el ciclo de las aventuras simpsonianas con una película. Cierto es que quizá muchos de sus últimos episodios no tienen la calidad de los primeros, o mejor dicho, de los favoritos (generalmente concentrados en las temporadas 5 a la 10); sin embargo, el genio de Groening no se ve cansado, los personajes se han renovado constantemente y sus ocurrencias hilarantes siguen estando a la orden del día.
La expectativa frente a la película es muy grande y aunque sabemos que ésta significa la cuminación de las temporadas diseñadas para la televisión, creo que tendremos aún muchos Simpsons que disfrutar, a pesar de que hayamos visto sus capítulos cientos de veces.
domingo, 8 de julio de 2007
Lo que extraño de ti...
De las cosas que extraño de ti, no cuento los besos o las palabras, ni siquiera las estancias secretas en tu recámara o tus mensajes con los que amanecía mi celular.
No, de ti extraño otras cosas... la ilusión, por ejemplo, los sueños que plantaste en mi cabeza y que luego, cuando yo dormía, se realizaban bajo cielos claros y arcoiris. De ti extraño la promesa, el futuro, las verdades que guardabas en tus manos húmedas, el anhelo que dejabas en el sudor de mis muslos.
Y ahora, tendida en mi cama con la oscuridad presente, no es que quiera que regreses, yo sé que lo ido no retorna y que es inútil invocar viejos pasos. Ahora sólo me queda seguir, pensarte y saber que no existes, tener la nostalgia de aquello que veo con estos ojos marchitos y que no puedo olvidar.
De ti, extraño el sueño, lo que nunca fue y ahora me miro al espejo y pienso, bajo esta luz pálida que alarga mi sombra en la recámara, que todo es fácil de creer como real, y me sorprendo también, mientras se me cierra la garganta y quiero gritar, de cuán ingenua he sido por creer los sueños como realidades.
Porque de lo que extraño de ti, nada existe, no hay ilusión tangible, ni futuro nostálgico. Y tú, como eres y como eras no existes sino en mi mente.
Y quizá quisiera recorrer el pasado otra vez y regresar... tal vez para no olvidarme de lo real y empezar a conocerte, tal vez para hacer real el sueño, quizá sólo para intentarlo.
Pero no es posible tornar la mente y el cuerpo a lo inexistente, así como también es inútil no amar algo tan bello.
De ti... yo no extraño nada, si acaso, dudosamente, la verdad que no conocí. Porque en ti no hay caricias, besos, amor... sólo hay sombras, deseos, imágenes, y nada de esto es tuyo sino mío.
No, de ti extraño otras cosas... la ilusión, por ejemplo, los sueños que plantaste en mi cabeza y que luego, cuando yo dormía, se realizaban bajo cielos claros y arcoiris. De ti extraño la promesa, el futuro, las verdades que guardabas en tus manos húmedas, el anhelo que dejabas en el sudor de mis muslos.
Y ahora, tendida en mi cama con la oscuridad presente, no es que quiera que regreses, yo sé que lo ido no retorna y que es inútil invocar viejos pasos. Ahora sólo me queda seguir, pensarte y saber que no existes, tener la nostalgia de aquello que veo con estos ojos marchitos y que no puedo olvidar.
De ti, extraño el sueño, lo que nunca fue y ahora me miro al espejo y pienso, bajo esta luz pálida que alarga mi sombra en la recámara, que todo es fácil de creer como real, y me sorprendo también, mientras se me cierra la garganta y quiero gritar, de cuán ingenua he sido por creer los sueños como realidades.
Porque de lo que extraño de ti, nada existe, no hay ilusión tangible, ni futuro nostálgico. Y tú, como eres y como eras no existes sino en mi mente.
Y quizá quisiera recorrer el pasado otra vez y regresar... tal vez para no olvidarme de lo real y empezar a conocerte, tal vez para hacer real el sueño, quizá sólo para intentarlo.
Pero no es posible tornar la mente y el cuerpo a lo inexistente, así como también es inútil no amar algo tan bello.
De ti... yo no extraño nada, si acaso, dudosamente, la verdad que no conocí. Porque en ti no hay caricias, besos, amor... sólo hay sombras, deseos, imágenes, y nada de esto es tuyo sino mío.
sábado, 7 de julio de 2007
martes, 3 de julio de 2007
Entre el delirio y el sueño
Vivir es una constante alucinación, algo como un sueño tal vez, pero no un sueño personal, sino uno colectivo, claro, con la rareza correspondiente a esa afirmación. Un aletargamiento sobre algo que no se sabe pero que tampoco se puede negar.
Cada día despierto con el sonido de las voces de la gente que vive conmigo, y maldigo, siempre en ese estado entre la somnolencia y la vigilia, el hecho de vivir aún en esta casa hecha de recuerdos rancios y de olor a rosas sintéticas, porque a mi mamá le gusta echar sus aromatizantes extraños que a veces ni dejan dormir.
La existencia en sí es un delirio, una pieza de algo que no alcanzamos a entender; cada mañana sé que tengo que ir a la escuela y más de una vez me pregunto por qué tengo que hacerlo, claro, porque no me imagino haciendo nada más; a veces incluso me pregunto por qué estudio lo que estudio, si lleva a algún lugar; a veces también me torno existencialista y acepto que nada lleva a ningún lado y entonces es que trato de ser feliz.
Pero siempre encuentro algo que me ata a una realidad oscura y difusa, una que no entiendo pero que es más difícil de asimilar que aquella que quizá podría yo llegar a crear en mi mente, una realidad turbia, nebulosa, que no tiene sentido tampoco pero que extrañamente representa un asidero más fuerte.
Y luego de la escuela, que casi es todo lo que me rodea, igual, en mis trances entre el sueño y la vigilia me vienen a la mente ciertos nombres... nombres de la gente que representa sueños e ilusiones destrozadas, una serie de nombres que objetivamente, no simbolizan sino mis intentos fallidos por encontrar lo que yo entiendo por amor.
Así me pasa casi cada mañana, llegan imágenes entre el olor del desayuno que se prepara en la cocina, entre las voces, la luz que se filtra por la ventana, el ruido de la secadora que alguien utiliza en el cuarto contiguo. Todo sucede así cada mañana, tenga o no que ir a la escuela, y me acuerdo de mí y de mi vida y me repito constantemente mi edad, como si ésta fuera en sí un simple recuerdo, y me pregunto qué voy a hacer con mis años, que me pesan aunque en realidad no son tantos. Y mi vida se reduce a una serie de monotonías diminutas que se han hecho tan extrañamente fuertes que no puedo desprenderme de ellas.
Luego, sólo espero a que llegue la noche, el silencio, el solo sonido de mis dedos en el teclado que se mueven y tratan de sacar aquello que soy y que en el día a veces no puede salir tal cual es, por el ruido, por la distracción y el ajetreo de la costumbre, por la falta de soledad auténtica.
La vida es confusa, nebulosa, es muy fácil perderse y así, yo sola, sólo busco encontrarme cada noche, o cada que tengo tiempo para escribir un poco y hallar más sentido del que cualquier cosa pueda tener realmente. Entonces, cuando escribo, pienso que quizá todo valía la pena, aunque sea para el instante, aunque me enfrente a una mentira otra vez y esa idea, por extraño que parezca, no me parece ni aterradora ni melancólica. Pienso que todos somos sueños, sueños recurrentes de cadáveres (o escritores tal vez) frustrados que sueñan y tratan de vivir, y despiertan muy de vez en cuando y que cuando lo hacen mueren otra vez y una vez más y más siempre, hasta que mueren definitivamente y nosotros morimos con ellos también, así como mueren las palabras al final de un libro, como mueren los personajes, igual como morimos nosotros en la maquinaria de la existencia, en la falsedad, en el sueño que raramente logra tener sentido, un sentido misterioso.
La noche, la noche y el alba que son tan iguales, la noche que me trae a veces los mismos nombres a la cabeza que el día, los instantes de soledad única que tenemos para entrar en lo recóndito del alma, del pensamiento, y pausar el tiempo aunque sea para uno mismo, sí, pausar el tiempo, robar unos cuantos segundo a la existencia, finalmente, ¿qué es el tiempo?
Y aquí estamos, en la vida tan rara, tan cíclica, terriblemente cíclica y monótona, peligrosamente monótona una vez mas en la noche para luego dormir o creer que eso que hacemos de noche es dormir para después despertar y escuchar la misma clase de ruidos, oler la misma clase de aromas, escuchar la misma clase de sonidos para que en algún momento, con suerte, nos sea posible encontrar unos minutos de silencio…
Cada día despierto con el sonido de las voces de la gente que vive conmigo, y maldigo, siempre en ese estado entre la somnolencia y la vigilia, el hecho de vivir aún en esta casa hecha de recuerdos rancios y de olor a rosas sintéticas, porque a mi mamá le gusta echar sus aromatizantes extraños que a veces ni dejan dormir.
La existencia en sí es un delirio, una pieza de algo que no alcanzamos a entender; cada mañana sé que tengo que ir a la escuela y más de una vez me pregunto por qué tengo que hacerlo, claro, porque no me imagino haciendo nada más; a veces incluso me pregunto por qué estudio lo que estudio, si lleva a algún lugar; a veces también me torno existencialista y acepto que nada lleva a ningún lado y entonces es que trato de ser feliz.
Pero siempre encuentro algo que me ata a una realidad oscura y difusa, una que no entiendo pero que es más difícil de asimilar que aquella que quizá podría yo llegar a crear en mi mente, una realidad turbia, nebulosa, que no tiene sentido tampoco pero que extrañamente representa un asidero más fuerte.
Y luego de la escuela, que casi es todo lo que me rodea, igual, en mis trances entre el sueño y la vigilia me vienen a la mente ciertos nombres... nombres de la gente que representa sueños e ilusiones destrozadas, una serie de nombres que objetivamente, no simbolizan sino mis intentos fallidos por encontrar lo que yo entiendo por amor.
Así me pasa casi cada mañana, llegan imágenes entre el olor del desayuno que se prepara en la cocina, entre las voces, la luz que se filtra por la ventana, el ruido de la secadora que alguien utiliza en el cuarto contiguo. Todo sucede así cada mañana, tenga o no que ir a la escuela, y me acuerdo de mí y de mi vida y me repito constantemente mi edad, como si ésta fuera en sí un simple recuerdo, y me pregunto qué voy a hacer con mis años, que me pesan aunque en realidad no son tantos. Y mi vida se reduce a una serie de monotonías diminutas que se han hecho tan extrañamente fuertes que no puedo desprenderme de ellas.
Luego, sólo espero a que llegue la noche, el silencio, el solo sonido de mis dedos en el teclado que se mueven y tratan de sacar aquello que soy y que en el día a veces no puede salir tal cual es, por el ruido, por la distracción y el ajetreo de la costumbre, por la falta de soledad auténtica.
La vida es confusa, nebulosa, es muy fácil perderse y así, yo sola, sólo busco encontrarme cada noche, o cada que tengo tiempo para escribir un poco y hallar más sentido del que cualquier cosa pueda tener realmente. Entonces, cuando escribo, pienso que quizá todo valía la pena, aunque sea para el instante, aunque me enfrente a una mentira otra vez y esa idea, por extraño que parezca, no me parece ni aterradora ni melancólica. Pienso que todos somos sueños, sueños recurrentes de cadáveres (o escritores tal vez) frustrados que sueñan y tratan de vivir, y despiertan muy de vez en cuando y que cuando lo hacen mueren otra vez y una vez más y más siempre, hasta que mueren definitivamente y nosotros morimos con ellos también, así como mueren las palabras al final de un libro, como mueren los personajes, igual como morimos nosotros en la maquinaria de la existencia, en la falsedad, en el sueño que raramente logra tener sentido, un sentido misterioso.
La noche, la noche y el alba que son tan iguales, la noche que me trae a veces los mismos nombres a la cabeza que el día, los instantes de soledad única que tenemos para entrar en lo recóndito del alma, del pensamiento, y pausar el tiempo aunque sea para uno mismo, sí, pausar el tiempo, robar unos cuantos segundo a la existencia, finalmente, ¿qué es el tiempo?
Y aquí estamos, en la vida tan rara, tan cíclica, terriblemente cíclica y monótona, peligrosamente monótona una vez mas en la noche para luego dormir o creer que eso que hacemos de noche es dormir para después despertar y escuchar la misma clase de ruidos, oler la misma clase de aromas, escuchar la misma clase de sonidos para que en algún momento, con suerte, nos sea posible encontrar unos minutos de silencio…
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