El poeta Marco Fonz
escribió un último poema antes de suicidarse con toda la intención de que, en
efecto, fuese el último. El título es: “Estudio
no.1 de cráneo con luna llena”. He estado pensando mucho en los poetas que deciden irse antes de tiempo o que, más bien, deciden funcionar
bajo su propio tiempo y sus propias reglas, dejando atrás al mundo,
definitivamente. Fonz escribe en ese poema unos versos que me resultan
fascinantes:
"Todo existe porque se aleja / alguna ola humana
algún vocablo lunático con su melena romántica
alguna mujer con su luz propia sobre el papel de sus símbolos".
Es decir, que uno existe en tanto se va alejando, alejando de este mundo,
quizá. Kafka ya había establecido que el mundo en sí era una suerte de tratado
inverosímil y absurdo frente al cual no se puede luchar y ganar, habría que
asumirnos como un insecto asqueroso y ver que este hecho no inmuta a nadie, y
seguir viviendo. Y me dirán que no es verdad que la muerte no inmute a nadie, y
tendrán razón, pero la mano de aquel que renuncia tiene otras miradas para su
propio destino, pues ha decidido no acostumbrarse a ser ese insecto que habita
un mundo inmutable; aquel que renuncia desea ser algo que la realidad no le
permite y entonces, opta por una existencia que es tal sólo en tanto se aleja.
Fonz lanza en ese mismo poema la sentencia ¿y si todo fuera renuncia? Y aunque
no contesta abiertamente en el poema sí lo hizo con su vida. Renunció.
Han habido otros grandes poetas, verdaderamente grandes, sabios y geniales
que se han visto seducidos por la muerte, y no sólo seducidos sino totalmente
encantados. Xavier Villaurrutia fue partícipe, toda su vida, por ese encanto,
hasta que sucumbió a él. El poeta afirmaba tener a la muerte dentro de sí, como
una semilla que le crecía y con la cual había aprendido a existir. Es ya sabido
que Villaurrutia trató a la muerte en casi toda su obra —no es casualidad que
su obra cumbre se llame Nostalgia de la muerte—, en ella se aprecia cómo el
autor vivió escondido entre la sigilosa sombra nocturna y el intersticio, el
poeta que siempre coqueteando con la muerte, renunció a la vida, con su propia
mano.
Reza un proverbio persa que “la renuncia es la verdadera corona”.
Renunciar a la vida es la más grande renuncia de todas. Parece que existen
ciertas almas suprasensibles o extremadamente alertas que aunque al igual que
todos entienden que la gravidez del mundo será algo que nunca podrán superar, no
logran satisfacerse con eso. Alejandra Pizarnik también optó por la renuncia,
ingirió barbitúricos en la primera oportunidad que tuvo de salir del hospital
psiquiátrico. Virginia Woolf es otro caso, y ella, para asegurarse de tener
éxito en esta misión se metió piedras en los bolsillos para que le fuese
imposible salir a flote. Ejemplos hay más pero de momento no hace falta ahondar
en ellos.
Regresando al poema de Fonz, creo que no pudo haber encontrado mejores
palabras para terminar ese poema, pues es una declaración por lo fascinante y
poderosa que es la muerte: “aquel fosforescente cráneo / que competía con su
leve rumor de encanto / con la más fugaz y alta luna llena”. El cráneo, tomado
como metonimia, fue finalmente más grande que la luna y si puede serlo, también
puede ser más grande que la vida. Una vez más ¿y si todo fuera renuncia? No es
que trate de dar razones concretas para sus suicidios, seguro me equivoco. Pero
la manera que tengo de explicarlos es esa: la necesidad de renunciar completa y
totalmente a una existencia que les resulta demasiado pesada y abrumadora. Llego
a esa conclusión un poco a partir de una conversación que tuve recientemente con
un amigo, él me dijo algo tan seco y directo como: “El mundo va a ser feo. Acostúmbrate.” Y luego: “No
es falta de decisión, es apechugar.” Quizá simplemente ellos decidieron no “apechugar”
y optaron por la última renuncia.
Siempre he sostenido que se requiere
más valor para renunciar que para continuar, puesto que esta renuncia lo
engloba todo. Uno puede renunciar a un montón de cosas pequeñitas sin mayores
consecuencias, se renuncia a pintarse el pelo, a algún trabajo, a ciertas formas
de vida; se renuncia a terminar una carrera o a estar en una relación. Y para
todas esas pequeñas renuncias, la gente tendrá una buena cara que ofrecer y
entenderá que debemos renunciar un poco, a ciertas cosas. Si uno renuncia a comer carbohidratos porque quiere adelgazar, la gente lo verá bien, o si
renuncia a ir al gimnasio porque prefiere aceptarse como es, también lo verá
bien, en general. Incluso cuando uno renuncia a tener una relación tortuosa con
alguien, con mayor seguridad y aprobación la gente dirá que qué bueno que lo
hizo, que era lo mejor para estar bien. Pero renunciar de manera global es
incomprensible y no es exaltable. Qué tal si la vida misma provoca mayor
desazón y mayor tortura que ese último ejemplo, el de una relación amorosa
fracasada, qué tal si uno encuentra que toda la existencia, en todas sus formas
y particularidades no ofrece nada que valga la pena de nada. Ahí viene la
renuncia.
A pesar de todo creo, como
Camus, que la renuncia implica perder el juego, mas no por eso me parece menos
loable querer perderlo. Perder está muy desvalorado, perder podría significar,
en algunos casos, ganar. Sin embargo, todavía creo, todavía lucho en contra de
todo lo que existe para seguir existiendo. Es verdad que me duele demasiado el
mundo, pero carezco de valor para renunciar a él porque me invade una tremenda y
estúpida esperanza que me hace pensar que yo sola podré vencerlo, que debería
triunfar ante la porquería, en lugar de luchar absurdamente contra ella. Pero qué
pasará conmigo si un día me canso, si no puedo, finalmente y como hace la
mayoría, conformarme, como me dice mi amigo: “apechugar”. Temo un poco el día
en que me canse y tampoco quiera apechugar. Temo el día en que de pronto me convierta
en una mujer valiente cuya única valentía se concentre en no querer soportar el
mundo, porque ese día no me va a ser suficiente la fuga hacia lugares o
personas o situaciones, como suelo hacer todos los días, y quizá en ese momento,
cuando el mundo me aplaste por completo voy a optar por la renuncia y pensaré
conscientemente: ¿y si todo fuera renuncia? Existiré sólo en medida en que me
alejo. La renuncia, hay que pensarlo así, será la verdadera corona.
Quote: "La resignación es un suicidio cotidiano" Honoré de Balzac
Reading: La infancia de Jesús - J. M. Coetzee