¿Quién, si yo clamara, me escucharía
entre los ángeles…?
RILKE, Elegías
Supremos ángeles,
sombrías y refulgentes deidades
de la tierra y el cielo,
altos enigmas,
rojos y crueles hados del silencio
y de las brumas perpetuas,
gigantescos fantasmas lunares
que envenenan el mundo con su tóxica luz,
descomunales bestias que devoran
bestias ya de por sí descomunales
y de ellas se alimentan como de mosquitos,
dioses carnívoros,
dioses que comen dioses
y sólo crean la carne
para satisfacer su ilimitada, enferma gula,
¿qué hago yo aquí entre flores y reptiles?
¿en qué jardín maldito me han plantado?
¿por qué humillar a una criatura
creándola tan mísera?
¿qué ganancia o placer hay en tan poco
para seres tan grandes, oh benignos
pero sangrientamente hermosos ángeles cimeros?
No, dioses. No, espectros. No, señores.
Devuélmanme la muerte
que yo tenía al nacer,
cuando era sólo una escudilla
limpia incluso de forma y de materia.
ay ángeles y nieblas perfectísimas
que sólo en la degradación se nos revelan:
no haberme creado, era tan fácil…
Así pues, resulta que Adán es el primero de todos los hombres y el momento en el que nos habla en este poema es anterior a la expulsión del paraíso, a haber creído en Eva y haber mordido el tentador fruto prohibido: ¿tan pronto está inconforme?
Trasgresor, Adán como el primer hombre no quiere el resultado de lo que es, “no haberme creado era tan fácil”, reta a los dioses “dioses carnívoros”, seres repugnantes no exentos de pecado y eso sí, llenos de un ocio que desemboca en la creación de la vida. Trasgresor, Lizalde como la voz poética insulta a los dioses dirigiéndose a ellos en un lenguaje que más se asemeja a una oración que a un insulto; la apelación inicial de “supremos ángeles” identifica al lector con un ruego, pero en esta ocasión se ruega por la muerte, no por aquella que se debe acontecer al final de una vida sino a aquella que siempre estuvo ahí, palpitante, antes del nacimiento, como la posibilidad de no nacer; “devuélvanme la muerte que yo tenía al nacer” dice Adán, derrotado, con la única fuerza de su palabra, impotente ante los dioses que “sólo crean la carne para satisfacer su ilimitada, enferma gula”.
Pero Adán no es escuchado nunca. El primer hombre se transforma, dentro del contexto del poema, en la voz de todos los hombres que olvidados de la mano de dios están viviendo una existencia que no quieren, que no pidieron, que no necesitan, una existencia engorrosa, absurda, repugnante; los hombres están concientes de que la inteligencia los ha proveído de la capacidad de darse cuenta de que su paso por el mundo, —un mundo igualmente terrible a pesar de estar disfrazado de paraíso—, es un castigo cruel y despiadado.
Adán está en el paraíso, sí, pero ¿qué es el paraíso en realidad? ¿en dónde se esconden los ángeles que “sólo en la degradación se nos revelan”? ¿qué clase de paraíso ha sido creado por “sombrías y refulgentes deidades”? Lizalde suelta al papel un paisaje desolador y cruelmente cierto, terminado con la voz trunca de Adán que se va desvaneciendo irremediablemente.
El hombre lanza gritos en busca de atención recibiendo la terrible desolación de la verdad, de que ha sido arrojado a un lugar en el que se encuentra solo, desprotegido, siempre a punto de ahogarse en la inmundicia de la vida y sin nadie, ni su creador siquiera, que pueda escuchar su ruego. Finalmente, como bien lo anticipa Rilke en las Elegías, "¿Quién si yo clamara, me escucharía entre los ángeles?"
Music on: The poet acts - Philip Glass
Quote: "jamas decir 'te amo' en serio, al contrincante" Eduardo Lizalde
Reading: La inmortalidad - Milan Kundera