Hace tres años llegué a Santiago de Chile, en la misión de
completar la maestría mediante un intercambio académico. Muchas cosas buenas
salieron de ese viaje. Hoy, en perspectiva, la situación se ve distinta; no
menos buena, por supuesto, pero sí distinta.
Estando allá llegué a pensar que debería hacer una suerte de
diario de viaje, pero, por la misma emoción del viaje, me dediqué a descubrir y
disfrutar y poco a escribir. Caminé como nunca antes lo había hecho, recorrí buena parte de Santiago
a pie y conocí sus bellos alrededores en la medida en que me fue posible.
Los viajes siempre te cambian, te hacen ver cosas en las que, en tu
lugar de origen, quizá no reparas. En un viaje hay un constante descubrimiento, tienes
la sensación de estar en tal o cual lugar y la angustia de no poderlo abarcar
en su totalidad; avanzas y crees que has dejado algo importantísimo detrás,
quieres regresar y, al regreso, descubres cosas distintas. Conoces gente,
escuchas su manera de pensar, eres diferente.
Al regresar, me quedé con la sensación de haber vivido en
pocos meses lo que no había vivido en años. Y todo gracias al hermoso pretexto
de la vida académica. Al final, la experiencia más satisfactoria que me dejó el
estudio de la maestría, fue la posibilidad de viajar auspiciada con la beca del
Conacyt. Como siempre he pensado que para lo que sirvo es para estudiar, a
pesar de los baches y la depresión, hice lo que tenía que hacer para terminar
la maestría, mal, sin honores, después de semanas de estar hundida en una
auténtica depresión, finalmente lo hice bien.
Y sé que si en el futuro me embarco a hacer un doctorado,
será por las razones equivocadas, tal y como lo hice cuando me embarqué a
iniciar la maestría. Me refiero a que puedo asegurar que un doctorado es, para
mí, una vía de escape de la rutina que me tiene atrapada en la actualidad, en
mi encierro de 10 a 11 horas en una oficina. Pero quisiera poder repetir la aventura
de otra experiencia de viaje, por todo lo que implicó, pues hasta la literatura
se lee distinta estando en otro lugar, mirando otro cielo, sintiendo otro sol.
No es tan grave, pues. También he aprendido que hacer las
cosas, aunque sea por las razones equivocadas, representa un gran crecimiento
personal, en muchos sentidos. Sé que uno puede cometer un error y luego
enmendarlo para no cometerlo de nuevo, pero la vida nos llena de posibilidades
infinitas para cometer un error distinto a cada paso que damos. Y no por tener
esa certeza debemos dejar de hacer las cosas, mucho menos quedarnos en el
encierro ni tratar nuevas posibilidades.
Santiago me dejó experiencias que valieron mucho la
pena. Los paisajes, la gente, las largas caminatas a través de sus calles con
parques. En Santiago supe que tenía que aprender a andar en una bicicleta, pues
ahí fue donde vi cómo la gente era muy feliz en las calles llegando a todos
lados en su bici. Sobre todo aprendí a estar sola, a salir de las depresiones
de mirar afuera de la ventana y encontrar el cielo gris, sola. Aprendí a leer
de otras maneras, a sentir de otras maneras. Y años después de haber iniciado
esa experiencia, sé que soy distinta gracias a ello. Hace unos días enviaron de
la universidad un cuestionario para los estudiantes que habían tenido alguna
experiencia internacional; pidieron que describiéramos, en una palabra, lo que
había significado la estancia en el extranjero. Yo puse “crecimiento”, y sé que
es totalmente insuficiente y superficial, pero no hallé otra; me
refería al crecimiento del ser, sí, pero también al crecimiento del mundo;
porque parece que el mundo se acrecienta conforme uno lo va descubriendo, el
mundo, decía Ernst Cassirer, existe porque se le nombra; yo creo que también
existe porque se le ve, porque se le conoce, el mundo crece al saberse mirado
por ojos que no lo habían visto nunca. Y a la par, uno crece con cada paso que da en terrenos desconocidos.
Music on: Settler - Balmorhea
Quote: "La dinamita contiene toda la felicidad destruible que no se encuentra en el corazón del hombre". Henry Miller
Reading: Hombres sin mujeres - Haruki Murakami
4 comentarios:
Qué fantástico leer una experiencia similar a la mía, a un año y miles de kilómetros de distancia.
Japón representó para mí (y no me da pena decirlo en público) no una experiencia enriquecedora técnica, si no personal y espiritual. Viajé, sentí, comí, bebí, besé, escuché, reí, me frustré, vomité, me internaron en un hospital... y al final regresé ya no siendo el mismo. Claro, el mismo que baila y cree en los demás hasta que lo dejan sin camisa y se enoja por que a la gente le importa un cacahuate su lengua, pero mejorado, más sabio, más dispuesto a negociar donde vale la pena, menos ignorante de lo que puedo hacer y de la gente que me rodea.
Sobre todo, ahora se que Toño puede funcionar donde sea... y que de todos lados (hasta de un cuarto aislado en un hospital) puede aprender algo, si se mira con los ojos correctos.
Estaría increíble irnos juntos de viaje dos semanitas a donde no conozcamos y, ahora sí, llevar cada quién un diario de viaje para compararlo al final. Si no te pegan, claro ;)
Besos guapa.
Toñitoooooo!!!
Gracias por comentar. Nadie lee mi blog. Mucho menos me comentan. Me encantaría hacer otro viaje, descubrí que viajar es la onda. Y no quiero dejar de hacerlo. Y... nadie me pega :)
Descubrí con el tiempo (y varias depresiones y aún más sorpresas) que la gente sí lo lee a uno, pero no comenta. Pero hacer las cosas para la gente está un poco feo; son el agregado. Si uno lo entiende así escribir un diario/blog no se hace pesado.
Viajar SIEMPRE es la onda. Siempre siempre. Si puedo planear una escapada el próximo año y lxs Adrianxs están disponibles vamos :D
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