El amor es un accidente que eventualmente sucede... y nos deshace... siempre y cada vez que existe con demasiado ímpetu y nadie hay sino uno mismo para reconocerlo. Algunas veces no tengo palabras para decir las cosas porque son demasiado tristes... pero alguien más las puede decir por mí.
"La literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes" André Breton
sábado, 26 de enero de 2008
Canción de Hamburgo
miércoles, 23 de enero de 2008
Viajando con Louis Ferdinand Céline: "Voyage au bout de la nuit", entre la decadencia y el pesimismo.
Siempre al borde del abismo, en el ejército, la cárcel, las consecuencias de su antisemitismo y la pobreza, con el tiempo Louis Ferdinand Destouches (después llamado Céline, nombre que adoptó en honor a su abuela) viene a convertirse en uno de los grandes novelistas de su tiempo y para generaciones posteriores.
Giselle Dexter y Roberto Bardini en su ensayo “Celine, profeta de la decadencia” escriben que “Lo cierto es que no existe polémica acerca de su talento: casi todos los prólogos a sus obras incluyen. Junto con el repudio a su elección ideológica, las alabanzas al estilo literario: “escritura hablada”, “anárquica expresividad”, “grafía desquiciada”. Entre las etiquetas también hay que incluir “absoluto cinismo”, “pesimismo radical” “nihilismo deslumbrante”. Sus admiradores políticos, incluso, lo llaman “el profeta de la decadencia europea”… Y se podría continuar”[1] Respecto a eso, es posible agregar muchas cosas más, Verdaderamente, Céline es uno de los genios, en parte ignorados y en parte alabados de las letras francesas del siglo XX. Su prosa logra concentrar el lenguaje coloquial lleno de una gran crudeza y artisticidad al mismo tiempo. Las historias son tristes, cruentas pero verdaderas y tienen el espíritu intrínseco de la Europa entre guerras cuyas consecuencias tanto preocupaban a su autor.
El Viaje al fin de la noche (1924) es una de sus obras más importantes; en ella cuenta básicamente, la vida de un hombre que se enfrenta a diversas cosas que le hacen ver la existencia de una manera totalmente pesimista. El personaje principal de Viaje… es en buena parte el reflejo del Ferdinand real con las obligadas mezclas ficcionales necesarias para crear literatura; dentro de las cosas que aparecen como rasgos implícitos de su biografía se encuentran: el viaje a África, la experiencia en la guerra, el grado de doctor, entre otras. Esta técnica de la mezcla de la biografía en la ficción se ha utilizado en varias obras literarias de la época, como por ejemplo en La Náusea donde el Roquentin de Sartre de una forma muy directa logra reflejar las ideas del propio Sartre a través de un relato bastante sencillo cuyos acontecimientos a veces parecen un pretexto para la misma inclusión de las ideas de su autor.
Tópico de Cáncer y Trópico de Capricornio de Henry Miller tienen también este dejo de biográfico en donde no se sabe a ciencia cierta en qué lugar se ha terminado la biografía y comienza la ficción; Miller, al igual que Céline deciden no cambiar tampoco el nombre de su personaje principal, en los Trópicos nos topamos con la imagen bastante realista de un Henry Miller y estamos en contacto con al vida de sus compañeros, que también han existido y que acaso sólo se les ha cambiado el nombre.
Aparte de los detalles autobiográficos y las coincidencias antes mencionadas, estos autores comparten con Céline la idea de presentar un mundo pesimista y condenado en donde no hay manera de buscar redención o de obtener una vida menos miserable.
Cabe resaltar asimismo que Céline es heredero de los poetas malditos y que el Viaje… puede ser considerado como un antecedente literario de la filosofía existencialista de Sartre y no sólo eso sino que su huella se encuentra incluso en los miembros de la Generación Beat.
Céline logra expresar sus ideas de pesimismo a través de las experiencias que va pasando a lo largo de su vida y no sólo muestra sus cambios personales sino que refleja lo que sucede con sus amigos y conocidos quienes de una o de otra forma se ven afectados por los acontecimientos que también lo aquejan a él.
El pensamiento pesimista que maneja Céline no es gratuito, pues responde a una serie de acontecimientos históricos que le afectan a él directamente pero que también están afectando al mundo. Uno de estos acontecimientos es la guerra, evento que cambia el mundo de manera brutal pues cabe resaltar que una buena parte de Europa estaba esperando la guerra con los brazos abiertos, con la idea de que ésta podría ser el factor que hiciera surgir una nueva raza. Esto al menos para la primera; ya en la segunda (que entonces obviamente, no había distinción entre la primera y la segunda, históricamente) la visión es ya distinta; sin embargo, aquí Céline se declara abiertamente partidario del nazismo, cosa que, al terminar la guerra con los aliados como vencedores, la posición de Céline lo afecta de manera directa en su vida pues termina en el exilio y por un tiempo en la cárcel a causa de sus ideas antisemitas.
El Viaje al fin de la noche sitúa la vida del protagonista en diferentes etapas de su existencia, mismas que se trastocan por el descubrimiento paulatino del personaje sobre lo decadente que es el hombre y lo irremediable de su situación. En un principio se habla mucho sobre la guerra, de la manera tan cruel en la que todo se desarrolla y no sólo eso sino de la indiferencia que presenta la gente ante la muerte de los otros. La guerra no es sino un juego, parece, un juego intrascendente (como casi todo lo que hay en la vida, según Céline). En la guerra Céline se da cuenta de la cruda verdad sobre la intrascendencia e inutilidad del ser humano en todos los aspectos pues la guerra le enseña que todos los hombres valen sólo por el valor de cambio de la moneda imperante y que las vidas no se cuentan ya en calidad de personas sino de los gastos que implican a la larga:
Si me necesitaban, ya podían llamarme como Dios manda y entonces les costaría veinte francos. La miseria persigue implacable y minuciosa al altruismo y pues, esperé a que vinieran a llamar, pero nadie vino. Para economizar, seguramente”[2]
Esta forma de pensar, de tratar al hombre como mercancía olvidando su calidad de ser humano es en parte un anticipo de lo que sucedería posteriormente en los campos de concentración nazis donde la conciencia por la vida humana se perdió completamente y el exterminio no era sino una técnica de matar, como el modus operandi que prueba y garantiza el buen funcionamiento de una fábrica, sin tomar en cuenta que el producto de la misma está conformado por vidas humanas y sufrimiento desbordante. Céline cuestiona fuertemente la calidad de vida y el futuro de una existencia bajo esos parámetros.
De regreso al personaje, después de que logra escapar a la guerra, no desiste con la crítica de ésta pues se da cuenta de que la gente no tiene ni la menor idea de lo que una guerra significa y que sólo se contenta con que los soldados les cuenten historias heróicas y maravillosas sobre una realidad falsa:
La guerra, no cabe duda, afecta a los ovarios: exigían héroes, y quienes no lo eran del todo debían presentarse como tales o bien prepararse para sufrir el más ignominioso de los destinos[3]
Otra etapa de su vida la pasa en África, en donde ve la terrible explotación que hay de los negros, observa que toda África es un territorio que sobrevive gracias a la pederastia y cuya base económica es el trabajo de los esclavos y nada más. Ahí existe un gran racismo por parte de los blancos y los africanos no tienen prácticamente derecho a nada pues son considerados basura; así habla de ellos un general europeo que se encuentra dando la bienvenida a Ferdinand:
En cuanto a los negros, en seguida te acostumbrarás a ellos, a su cachaza sonriente, a sus gestos demasiado lentos y a los pletóricos vientres de sus mujeres. La negritud hiede a miseria, a vanidades interminables, a resignaciones inmundas; en una palabra, igual que los pobres de nuestro hemisferio, pero con más hijos aún y menos ropa sucia y vino tinto.[4]
Y luego, en una frase tan coloquial y tan horrible: “¡Pedazos de noche vueltos histéricos! Ya ve usted cómo son los negros, ¡se lo digo yo! En fin, una panda de asquerosos… ¡Degenerados, vamos!...”[5]
En África, aparte de eso, se enfrenta a las enfermedades y a las epidemias, a la falta de sanidad e higiene que lo terminan enfermando terriblemente y que finalmente lo llevan a salir de ahí, hacia América.
Entonces la siguiente etapa que narra en el libro es la vivida en América, en Nueva York, una ciudad de pie en donde todo es grande, suntuoso, extravagante pero que también esconde los vicios más bajos del hombre en burdeles y en barrios pobres escondidos entre la luminosidad de los ricos, un país horrible, igual de horrible que todo lo demás:
Mi hastío se agravaba ante aquellas extensiones de fachadas, aquella monotonía llena de adoquines, ladrillos y bovedillas y comercio y más comercio, chancro del mundo, que prorrumpía en anuncios prometedores y pustulentos. Cien mil mentiras meningíticas.[6]
Entonces el sueño americano se le descubre como una mentira, un engaño más de todas las cosas que había creído como ciertas.
El pesimismo ha crecido paulatinamente en este punto, y continúa al pasar de New York a Detroit y no parece terminar pronto; la vida en Estados Unidos sólo muestra la prostitución y lo vacío de la gente. Posteriormente, Ferdinand ha de regresar a Europa, a París y a otros suburbios de Francia, donde su vileza como persona no disminuye y donde el mundo no lo satisface y el hombre no es sino un absurdo inconciente de su propia existencia.
En esta etapa de su relato Ferdinand de dedica a ejercer como médico y es en esta profesión donde, lejos de encontrar alguna manera de ayudar a las personas, como se pudiera pensar, se enfrenta con más falsedad, menos interés por la vida humana y sabe que él tampoco es capaz de ayudar a nadie, mucho menos a sí mismo.
Las reflexiones de Céline están en gran medida delimitadas por la condición del hombre y de su manera de actuar; a lo largo del Viaje…, el autor nos presenta, por un lado la evolución del pensamiento del personaje, pero también demuestra que en muchas cosas, el pensamiento no es capaz de evolucionar hacia nada sino que al contrario, regresa a lo mismo, como si las ideas de Ferdinand no fuesen capaces de cambiar nada, ni a sí mismo y para esto el final es representativo pues con la muerte de su amigo Robinson, Ferdinand se da cuenta de lo intrascendente que ha sido su vida y de la condena que ésta es pues él no ha sido capaz de encontrar la muerte, cosa que sería lo mejor que pudiera haber encontrado.
El uso de lenguaje soez y vulgar, directo, el retrato de la gente sólo muestra sus cualidades más viles, más prácticas, más naturales; esto, mezclado con el pesimismo, conforma una obra literaria que está bien estructurada como literatura y que también refleja el pensamiento del hombre en conflicto existencial en un mundo que ya no tiene nada que ofrecerle.
Ahora bien, después del Viaje y después del retrato de una sociedad horrible, el lector debería preguntarse si acaso es posible hacer algo al respecto de su existencia misma. Céline no deja abierta ninguna puerta a la esperanza ni a la redención del alma del hombre que está atrapada en un mundo que no se preocupa por nada ni por nadie. Al final, la vida se reanuda de la misma manera mecánica y absurda, sin ningún sentido y todo ese viaje al interior de Ferdinand ha servido únicamente para él pues el resto de la gente no está ahí para entenderlo. Quizá la muerte pueda subsanar el vacío pero la contradicción del hombre entra al darse cuenta de que es más fácil renunciar a cualquier cosa antes que a la vida, lo cual convierte a la vida misma en una condena para la cual no hay salida posible mas que el ciclo absurdo de aquello que aún algunos se atreven a llamar vida.
El paralelismo entre el Ferdinand literario y el real es bastante notorio. Los dos están en el borde de un abismo al que por alguna razón, quizá solamente por humanidad, no pueden acceder, pero los dos saben, gracias a las experiencias en su vida que para la humanidad no hay salvación alguna. A propósito del título; el viaje que se hace a la noche es un viaje a la vida misma “Viajar al fin de la noche es no extraviarse del camino de la soledad y la maldad: no intentar nada para alejarse del abismo, no maquilar la pesadilla.”[7] Céline busca la estación definitiva y llegar al fin a través del encuentro de la verdad y la sinceridad, porque “la verdad de este mundo es la muerte”[8] aunque tampoco esta sirve de mucho, ya que dada la situación sólo queda elegir entre morir o mentir y, como dice Ferdinand: “Yo nunca me he podido matar.”[9]
[1] Giselle Dexter y Roberto Bardini, “Céline, profeta de la decadencia”, (consultado: 02/12/07) en: http://es.geocities.com/paginatransversal/celine/index.html
[2] Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Carlos Manzano (trad.), Edhasa, España, 1983, p. 322.
[3] Ibíd., p. 95.
[4] Ibíd., p. 148.
[5] Ibíd., p. 172
[6] Ibíd., p. 210.
[7] Andreu Navarra Ordoño, “Céline: el hombre enfadado”, (consultado: 02/12/07) en: http://www.babab.com/no11/celine.htm
[8] Céline, op. Cit, p. 207.
[9] Ibíd.
Giselle Dexter y Roberto Bardini en su ensayo “Celine, profeta de la decadencia” escriben que “Lo cierto es que no existe polémica acerca de su talento: casi todos los prólogos a sus obras incluyen. Junto con el repudio a su elección ideológica, las alabanzas al estilo literario: “escritura hablada”, “anárquica expresividad”, “grafía desquiciada”. Entre las etiquetas también hay que incluir “absoluto cinismo”, “pesimismo radical” “nihilismo deslumbrante”. Sus admiradores políticos, incluso, lo llaman “el profeta de la decadencia europea”… Y se podría continuar”[1] Respecto a eso, es posible agregar muchas cosas más, Verdaderamente, Céline es uno de los genios, en parte ignorados y en parte alabados de las letras francesas del siglo XX. Su prosa logra concentrar el lenguaje coloquial lleno de una gran crudeza y artisticidad al mismo tiempo. Las historias son tristes, cruentas pero verdaderas y tienen el espíritu intrínseco de la Europa entre guerras cuyas consecuencias tanto preocupaban a su autor.
El Viaje al fin de la noche (1924) es una de sus obras más importantes; en ella cuenta básicamente, la vida de un hombre que se enfrenta a diversas cosas que le hacen ver la existencia de una manera totalmente pesimista. El personaje principal de Viaje… es en buena parte el reflejo del Ferdinand real con las obligadas mezclas ficcionales necesarias para crear literatura; dentro de las cosas que aparecen como rasgos implícitos de su biografía se encuentran: el viaje a África, la experiencia en la guerra, el grado de doctor, entre otras. Esta técnica de la mezcla de la biografía en la ficción se ha utilizado en varias obras literarias de la época, como por ejemplo en La Náusea donde el Roquentin de Sartre de una forma muy directa logra reflejar las ideas del propio Sartre a través de un relato bastante sencillo cuyos acontecimientos a veces parecen un pretexto para la misma inclusión de las ideas de su autor.
Tópico de Cáncer y Trópico de Capricornio de Henry Miller tienen también este dejo de biográfico en donde no se sabe a ciencia cierta en qué lugar se ha terminado la biografía y comienza la ficción; Miller, al igual que Céline deciden no cambiar tampoco el nombre de su personaje principal, en los Trópicos nos topamos con la imagen bastante realista de un Henry Miller y estamos en contacto con al vida de sus compañeros, que también han existido y que acaso sólo se les ha cambiado el nombre.
Aparte de los detalles autobiográficos y las coincidencias antes mencionadas, estos autores comparten con Céline la idea de presentar un mundo pesimista y condenado en donde no hay manera de buscar redención o de obtener una vida menos miserable.
Cabe resaltar asimismo que Céline es heredero de los poetas malditos y que el Viaje… puede ser considerado como un antecedente literario de la filosofía existencialista de Sartre y no sólo eso sino que su huella se encuentra incluso en los miembros de la Generación Beat.
Céline logra expresar sus ideas de pesimismo a través de las experiencias que va pasando a lo largo de su vida y no sólo muestra sus cambios personales sino que refleja lo que sucede con sus amigos y conocidos quienes de una o de otra forma se ven afectados por los acontecimientos que también lo aquejan a él.
El pensamiento pesimista que maneja Céline no es gratuito, pues responde a una serie de acontecimientos históricos que le afectan a él directamente pero que también están afectando al mundo. Uno de estos acontecimientos es la guerra, evento que cambia el mundo de manera brutal pues cabe resaltar que una buena parte de Europa estaba esperando la guerra con los brazos abiertos, con la idea de que ésta podría ser el factor que hiciera surgir una nueva raza. Esto al menos para la primera; ya en la segunda (que entonces obviamente, no había distinción entre la primera y la segunda, históricamente) la visión es ya distinta; sin embargo, aquí Céline se declara abiertamente partidario del nazismo, cosa que, al terminar la guerra con los aliados como vencedores, la posición de Céline lo afecta de manera directa en su vida pues termina en el exilio y por un tiempo en la cárcel a causa de sus ideas antisemitas.
El Viaje al fin de la noche sitúa la vida del protagonista en diferentes etapas de su existencia, mismas que se trastocan por el descubrimiento paulatino del personaje sobre lo decadente que es el hombre y lo irremediable de su situación. En un principio se habla mucho sobre la guerra, de la manera tan cruel en la que todo se desarrolla y no sólo eso sino de la indiferencia que presenta la gente ante la muerte de los otros. La guerra no es sino un juego, parece, un juego intrascendente (como casi todo lo que hay en la vida, según Céline). En la guerra Céline se da cuenta de la cruda verdad sobre la intrascendencia e inutilidad del ser humano en todos los aspectos pues la guerra le enseña que todos los hombres valen sólo por el valor de cambio de la moneda imperante y que las vidas no se cuentan ya en calidad de personas sino de los gastos que implican a la larga:
Si me necesitaban, ya podían llamarme como Dios manda y entonces les costaría veinte francos. La miseria persigue implacable y minuciosa al altruismo y pues, esperé a que vinieran a llamar, pero nadie vino. Para economizar, seguramente”[2]
Esta forma de pensar, de tratar al hombre como mercancía olvidando su calidad de ser humano es en parte un anticipo de lo que sucedería posteriormente en los campos de concentración nazis donde la conciencia por la vida humana se perdió completamente y el exterminio no era sino una técnica de matar, como el modus operandi que prueba y garantiza el buen funcionamiento de una fábrica, sin tomar en cuenta que el producto de la misma está conformado por vidas humanas y sufrimiento desbordante. Céline cuestiona fuertemente la calidad de vida y el futuro de una existencia bajo esos parámetros.
De regreso al personaje, después de que logra escapar a la guerra, no desiste con la crítica de ésta pues se da cuenta de que la gente no tiene ni la menor idea de lo que una guerra significa y que sólo se contenta con que los soldados les cuenten historias heróicas y maravillosas sobre una realidad falsa:
La guerra, no cabe duda, afecta a los ovarios: exigían héroes, y quienes no lo eran del todo debían presentarse como tales o bien prepararse para sufrir el más ignominioso de los destinos[3]
Otra etapa de su vida la pasa en África, en donde ve la terrible explotación que hay de los negros, observa que toda África es un territorio que sobrevive gracias a la pederastia y cuya base económica es el trabajo de los esclavos y nada más. Ahí existe un gran racismo por parte de los blancos y los africanos no tienen prácticamente derecho a nada pues son considerados basura; así habla de ellos un general europeo que se encuentra dando la bienvenida a Ferdinand:
En cuanto a los negros, en seguida te acostumbrarás a ellos, a su cachaza sonriente, a sus gestos demasiado lentos y a los pletóricos vientres de sus mujeres. La negritud hiede a miseria, a vanidades interminables, a resignaciones inmundas; en una palabra, igual que los pobres de nuestro hemisferio, pero con más hijos aún y menos ropa sucia y vino tinto.[4]
Y luego, en una frase tan coloquial y tan horrible: “¡Pedazos de noche vueltos histéricos! Ya ve usted cómo son los negros, ¡se lo digo yo! En fin, una panda de asquerosos… ¡Degenerados, vamos!...”[5]
En África, aparte de eso, se enfrenta a las enfermedades y a las epidemias, a la falta de sanidad e higiene que lo terminan enfermando terriblemente y que finalmente lo llevan a salir de ahí, hacia América.
Entonces la siguiente etapa que narra en el libro es la vivida en América, en Nueva York, una ciudad de pie en donde todo es grande, suntuoso, extravagante pero que también esconde los vicios más bajos del hombre en burdeles y en barrios pobres escondidos entre la luminosidad de los ricos, un país horrible, igual de horrible que todo lo demás:
Mi hastío se agravaba ante aquellas extensiones de fachadas, aquella monotonía llena de adoquines, ladrillos y bovedillas y comercio y más comercio, chancro del mundo, que prorrumpía en anuncios prometedores y pustulentos. Cien mil mentiras meningíticas.[6]
Entonces el sueño americano se le descubre como una mentira, un engaño más de todas las cosas que había creído como ciertas.
El pesimismo ha crecido paulatinamente en este punto, y continúa al pasar de New York a Detroit y no parece terminar pronto; la vida en Estados Unidos sólo muestra la prostitución y lo vacío de la gente. Posteriormente, Ferdinand ha de regresar a Europa, a París y a otros suburbios de Francia, donde su vileza como persona no disminuye y donde el mundo no lo satisface y el hombre no es sino un absurdo inconciente de su propia existencia.
En esta etapa de su relato Ferdinand de dedica a ejercer como médico y es en esta profesión donde, lejos de encontrar alguna manera de ayudar a las personas, como se pudiera pensar, se enfrenta con más falsedad, menos interés por la vida humana y sabe que él tampoco es capaz de ayudar a nadie, mucho menos a sí mismo.
Las reflexiones de Céline están en gran medida delimitadas por la condición del hombre y de su manera de actuar; a lo largo del Viaje…, el autor nos presenta, por un lado la evolución del pensamiento del personaje, pero también demuestra que en muchas cosas, el pensamiento no es capaz de evolucionar hacia nada sino que al contrario, regresa a lo mismo, como si las ideas de Ferdinand no fuesen capaces de cambiar nada, ni a sí mismo y para esto el final es representativo pues con la muerte de su amigo Robinson, Ferdinand se da cuenta de lo intrascendente que ha sido su vida y de la condena que ésta es pues él no ha sido capaz de encontrar la muerte, cosa que sería lo mejor que pudiera haber encontrado.
El uso de lenguaje soez y vulgar, directo, el retrato de la gente sólo muestra sus cualidades más viles, más prácticas, más naturales; esto, mezclado con el pesimismo, conforma una obra literaria que está bien estructurada como literatura y que también refleja el pensamiento del hombre en conflicto existencial en un mundo que ya no tiene nada que ofrecerle.
Ahora bien, después del Viaje y después del retrato de una sociedad horrible, el lector debería preguntarse si acaso es posible hacer algo al respecto de su existencia misma. Céline no deja abierta ninguna puerta a la esperanza ni a la redención del alma del hombre que está atrapada en un mundo que no se preocupa por nada ni por nadie. Al final, la vida se reanuda de la misma manera mecánica y absurda, sin ningún sentido y todo ese viaje al interior de Ferdinand ha servido únicamente para él pues el resto de la gente no está ahí para entenderlo. Quizá la muerte pueda subsanar el vacío pero la contradicción del hombre entra al darse cuenta de que es más fácil renunciar a cualquier cosa antes que a la vida, lo cual convierte a la vida misma en una condena para la cual no hay salida posible mas que el ciclo absurdo de aquello que aún algunos se atreven a llamar vida.
El paralelismo entre el Ferdinand literario y el real es bastante notorio. Los dos están en el borde de un abismo al que por alguna razón, quizá solamente por humanidad, no pueden acceder, pero los dos saben, gracias a las experiencias en su vida que para la humanidad no hay salvación alguna. A propósito del título; el viaje que se hace a la noche es un viaje a la vida misma “Viajar al fin de la noche es no extraviarse del camino de la soledad y la maldad: no intentar nada para alejarse del abismo, no maquilar la pesadilla.”[7] Céline busca la estación definitiva y llegar al fin a través del encuentro de la verdad y la sinceridad, porque “la verdad de este mundo es la muerte”[8] aunque tampoco esta sirve de mucho, ya que dada la situación sólo queda elegir entre morir o mentir y, como dice Ferdinand: “Yo nunca me he podido matar.”[9]
[1] Giselle Dexter y Roberto Bardini, “Céline, profeta de la decadencia”, (consultado: 02/12/07) en: http://es.geocities.com/paginatransversal/celine/index.html
[2] Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Carlos Manzano (trad.), Edhasa, España, 1983, p. 322.
[3] Ibíd., p. 95.
[4] Ibíd., p. 148.
[5] Ibíd., p. 172
[6] Ibíd., p. 210.
[7] Andreu Navarra Ordoño, “Céline: el hombre enfadado”, (consultado: 02/12/07) en: http://www.babab.com/no11/celine.htm
[8] Céline, op. Cit, p. 207.
[9] Ibíd.
miércoles, 16 de enero de 2008
Si... y sólo si...
El arte de amar desplegado en cada centímetro de tu boca,
el dolor de no poderte asir y sólo pensar
sólo pensar en esta alberca de sombra en donde nada se oye.
El silencio de esas voces que oigo dentro de mi cuerpo cansado,
en mis ojos secos de llorarte y de saberte lejos,
más lejos que la lejanía y que el goce.
El maldito recuerdo.
La voz que anhela un secreto pesado que debe salir y decirte la verdad
y nada más que la verdad, esa verdad que conoces pero no quires saber.
Cómo decirte que te amo y no pecar de la ridiculez de lo que soy,
para que me sientas y no me huyas, para que me ames también.
Ilusión, sueño, un todo eterno lleno del sonido de tus pasos perdidos en la distancia.
La perfección, lo inalcanzable.
Si pudiera seguir mintiendo...
Si tan sólo fuese más sencillo morir...
el dolor de no poderte asir y sólo pensar
sólo pensar en esta alberca de sombra en donde nada se oye.
El silencio de esas voces que oigo dentro de mi cuerpo cansado,
en mis ojos secos de llorarte y de saberte lejos,
más lejos que la lejanía y que el goce.
El maldito recuerdo.
La voz que anhela un secreto pesado que debe salir y decirte la verdad
y nada más que la verdad, esa verdad que conoces pero no quires saber.
Cómo decirte que te amo y no pecar de la ridiculez de lo que soy,
para que me sientas y no me huyas, para que me ames también.
Ilusión, sueño, un todo eterno lleno del sonido de tus pasos perdidos en la distancia.
La perfección, lo inalcanzable.
Si pudiera seguir mintiendo...
Si tan sólo fuese más sencillo morir...
jueves, 10 de enero de 2008
Rosa a media noche
Tienes tantas ganas de no dormirte, que te aferras a mirar la ventana vacía, Rosa, ¿me escuchas? Le decía el marido que se retorcía de dolor en el lecho cercano, que sudaba frío y no podía conciliar el sueño. Tienes tantas ganas de no regresar conmigo, pensó, en uno de esos pensamientos en que dudaba si había sólo pensado eso o lo había alcanzado a decir.
Así era desde hacía unos meses, por una razón que Joaquín no entendía, su esposa se levantaba siempre puntual a la medianoche a ver hacia la calle desierta; a veces parecía que lloraba con esos ojos grandes y oscuros que con ya no le funcionaban bien. Pero ella veía (o creía ver) y soñaba; en ocasiones hablaba al marido como si se dirigiera a otra persona o, más extraño aún, como si le hablara al hombre de hace treinta años, no al que yacía en el lecho con un dolor constante en la espalda y las piernas, no a ese, aunque fuera el mismo pero con más años.
Se habían casado treinta y cinco años atrás y el peso del tiempo caía irremediablemente sobre los dos. Toda su familia se había muerto, o mudado lejos y ellos se habían quedado con la compañía del otro, por mucho tiempo ya, un tiempo pesado y eterno, cada vez más triste, más doloroso.
Por qué no me contestas, Rosa, vente a dormir, ¿qué tanto miras afuera? Decía Joaquín cada que al despertar a causa de la fiebre o el dolor, la veía allá en la ventana, inmutable, muy despierta. Y Rosa callaba siempre. Joaquín le daba la espalda y cerraba los ojos, a veces tardaba en quedarse dormido, pero su esposa tardaba aún más en regresar a la cama y muy pocas veces sentía el momento de su regreso y su cuerpo helado que movía las cobijas.
Esa manía de mirar la ventana a la medianoche le había surgido a Rosa una mañana de junio cuando despertó agitada y llorando por haber soñado algo muy triste. Qué te pasa, le había preguntado Joaquín. Tuve un sueño terrible, nada más, ojalá pudiera dejar de soñar, porque mis sueños son una broma muy cruel, dijo con los ojos húmedos y la voz quebrada que esperaba una respuesta solidaria de su compañero en la cama. Pero Joaquín no prestó atención; sufres porque les pones mucho interés, le dijo, yo sueño cosas horribles todas las noches y no me levanto llorando, le replicó enojado y le dio la espalda. Los años de compañía, en lugar de acercarlos los había alejado abismalmente, tanto que más parecían un par de extraños de los que cada uno cuidaba sólo de sí mismo. Lo cierto era que no podían dejarse y que sólo secretamente sabían que sus vidas no tenían sentido sin el otro cerca, pero hacía años que estas cosas no se decían y el silencio había sido el cómplice de una convivencia pacífica y aparentemente desinteresada.
Ese mismo día, Rosa y Joaquín no hablaron más al respecto de los sueños ni de nada más. Rosa decidió que ya no quería dormir, así que esa noche se acostó a la hora habituada: las diez en punto, pero no quiso conciliar el sueño y después de dar vueltas en la cama, al dar las doce, se levantó, jaló en silencio la silla de madera en la que años atrás el marido se sentaba a leer el periódico y la llevó a la ventana. Miró la eternidad a través del cristal sucio, el vacío de la calle, el campo y el horizonte apenas iluminado por la ciudad cercana. Se perdió en sus adentros y extrañamente, antes de que se diera cuenta, empezó a soñar despierta, a pensar en cosas que no existían, a modificar su propia realidad y el mundo entero.
Joaquín dormía profundamente, esa noche los dolores que frecuentemente tenía se acentuaron y Rosa le había dado una dosis de calmantes mismos que lo hicieron dormir sin interrupción. Las noches siguientes, Joaquín se daba cuenta de que Rosa se levantaba y se negaba el sueño, aunque fuera por un rato. Rosa, detrás de la ventana, en el cuarto de los silencios, pensaba mucho hasta que decidió que quería programar sus sueños para que éstos no fueran una crueldad al despertar y así se imaginaba cosas lindas, no que el marido estuviera tullido para la eternidad en esa cama, no que sus hermanos hubieran muerto ni que ella, tan vieja como se sentía, no había tenido ningún hijo. Pensaba en la Rosa joven, la que era la más hermosa de sus hermanas, y en Joaquín, el emprendedor, el gallardo, el tierno, el de la cara perfecta. Y a veces pensando en eso sonreía. Soñaba despierta y siempre un rato a medianoche, sabía que con suerte lograría conciliar el sueño y soñar dormida lo que había ideado despierta. Así pasó Rosa algunas noches viendo en el vacío a través de la ventana las imágenes que le gustaba recrear y a veces también, pensaba en un futuro más agradable.
Sin embargo, luego de unas noches ilusoriamente perfectas en donde lo imaginado se continuaba en el sueño, la realidad también se convirtió en una broma cruel. Casi como le había pasado esa mañana de junio, Rosa despertó agitada pues estaba metida en un sueño maravilloso que había sido interrumpido por el sonido del teléfono que timbraba a lo lejos. Se sintió triste. Se dio cuenta de que en el sueño el marido era perfecto y en la realidad lo veía flaco, enfermizo, con esa gran cicatriz en la mejilla que le quedó después del accidente. Rosa empezó a llorar, Joaquín le preguntó qué le pasaba y al decirle ella que ahora le asustaba más la realidad que el sueño, el marido la regañó por ser tan tonta. Lo que necesitas es tener algo que te entretenga y te saque de la cabeza esas manías y obsesiones, le dijo mientras, desinteresado, le daba la espalda y se ponía a dormir otra vez. Rosa lloraba en silencio todos los días y tuvo terror a quedarse dormida de nuevo, regresaron las visitas a la ventana vacía a la media noche, hasta que de pronto, en un momento en que el marido roncaba ruidosamente y Rosa pensaba en cómo remediar su situación, encontró otra forma de salvarse. Pensó que la única forma de continuar con el sueño aún estando despierta era dejar que éste tomara el control de su vida, de modo que Rosa dejó que el sueño se trasladara a la realidad al punto en que ya no había diferencia consciente entre lo que era onírico y lo que no. Rosa se dejó llevar por la locura y el delirio y oscuramente decidía lo que quería que formara parte de la realidad. Entonces imaginó otro mundo, al marido aún guapo y fuerte, a su familia y a sus amigos.
Joaquín determinó que ese delirio pasaría con algo de tiempo, pero en el fondo sabía que Rosa estaba perdiendo la razón y lo que le más angustiaba no era eso sino el hecho de que al estar loca y delirante, se encontraba más feliz. Ya no había llantos nocturnos ni insomnios, ni visitas angustiosas a la ventana, ni agitaciones por las pesadillas. Rosa dormía tranquilamente y se levantaba de muy buen humor, fue entonces, en una de las últimas veces que la escuchó hablar mientras veía hacia fuera y la escuchó dirigiéndose al hombre que él ya no era, que Joaquín empezó a comprenderlo todo y empezó a escuchar atentamente a su esposa. Es que tú andas muy mal, Joaquín, vístete y levántate que mis hermanos vana venir a comer. Y Joaquín la miraba aún con incredulidad ante el delirio pero con ganas de dejarse llevar por él. Es que estás loca, le decía, y ella contestaba sonriendo que sí, que era la locura la que la tenía atrapado y que así estaba bien. Mira qué bonito el jardín afuera, Joaquín. Y Joaquín sabía que afuera todo era desierto y gris, pero miró la cara de su mujer y sin dudar le dijo: Sí, muy bonito, mira cuántas flores se ven por allá.
Así era desde hacía unos meses, por una razón que Joaquín no entendía, su esposa se levantaba siempre puntual a la medianoche a ver hacia la calle desierta; a veces parecía que lloraba con esos ojos grandes y oscuros que con ya no le funcionaban bien. Pero ella veía (o creía ver) y soñaba; en ocasiones hablaba al marido como si se dirigiera a otra persona o, más extraño aún, como si le hablara al hombre de hace treinta años, no al que yacía en el lecho con un dolor constante en la espalda y las piernas, no a ese, aunque fuera el mismo pero con más años.
Se habían casado treinta y cinco años atrás y el peso del tiempo caía irremediablemente sobre los dos. Toda su familia se había muerto, o mudado lejos y ellos se habían quedado con la compañía del otro, por mucho tiempo ya, un tiempo pesado y eterno, cada vez más triste, más doloroso.
Por qué no me contestas, Rosa, vente a dormir, ¿qué tanto miras afuera? Decía Joaquín cada que al despertar a causa de la fiebre o el dolor, la veía allá en la ventana, inmutable, muy despierta. Y Rosa callaba siempre. Joaquín le daba la espalda y cerraba los ojos, a veces tardaba en quedarse dormido, pero su esposa tardaba aún más en regresar a la cama y muy pocas veces sentía el momento de su regreso y su cuerpo helado que movía las cobijas.
Esa manía de mirar la ventana a la medianoche le había surgido a Rosa una mañana de junio cuando despertó agitada y llorando por haber soñado algo muy triste. Qué te pasa, le había preguntado Joaquín. Tuve un sueño terrible, nada más, ojalá pudiera dejar de soñar, porque mis sueños son una broma muy cruel, dijo con los ojos húmedos y la voz quebrada que esperaba una respuesta solidaria de su compañero en la cama. Pero Joaquín no prestó atención; sufres porque les pones mucho interés, le dijo, yo sueño cosas horribles todas las noches y no me levanto llorando, le replicó enojado y le dio la espalda. Los años de compañía, en lugar de acercarlos los había alejado abismalmente, tanto que más parecían un par de extraños de los que cada uno cuidaba sólo de sí mismo. Lo cierto era que no podían dejarse y que sólo secretamente sabían que sus vidas no tenían sentido sin el otro cerca, pero hacía años que estas cosas no se decían y el silencio había sido el cómplice de una convivencia pacífica y aparentemente desinteresada.
Ese mismo día, Rosa y Joaquín no hablaron más al respecto de los sueños ni de nada más. Rosa decidió que ya no quería dormir, así que esa noche se acostó a la hora habituada: las diez en punto, pero no quiso conciliar el sueño y después de dar vueltas en la cama, al dar las doce, se levantó, jaló en silencio la silla de madera en la que años atrás el marido se sentaba a leer el periódico y la llevó a la ventana. Miró la eternidad a través del cristal sucio, el vacío de la calle, el campo y el horizonte apenas iluminado por la ciudad cercana. Se perdió en sus adentros y extrañamente, antes de que se diera cuenta, empezó a soñar despierta, a pensar en cosas que no existían, a modificar su propia realidad y el mundo entero.
Joaquín dormía profundamente, esa noche los dolores que frecuentemente tenía se acentuaron y Rosa le había dado una dosis de calmantes mismos que lo hicieron dormir sin interrupción. Las noches siguientes, Joaquín se daba cuenta de que Rosa se levantaba y se negaba el sueño, aunque fuera por un rato. Rosa, detrás de la ventana, en el cuarto de los silencios, pensaba mucho hasta que decidió que quería programar sus sueños para que éstos no fueran una crueldad al despertar y así se imaginaba cosas lindas, no que el marido estuviera tullido para la eternidad en esa cama, no que sus hermanos hubieran muerto ni que ella, tan vieja como se sentía, no había tenido ningún hijo. Pensaba en la Rosa joven, la que era la más hermosa de sus hermanas, y en Joaquín, el emprendedor, el gallardo, el tierno, el de la cara perfecta. Y a veces pensando en eso sonreía. Soñaba despierta y siempre un rato a medianoche, sabía que con suerte lograría conciliar el sueño y soñar dormida lo que había ideado despierta. Así pasó Rosa algunas noches viendo en el vacío a través de la ventana las imágenes que le gustaba recrear y a veces también, pensaba en un futuro más agradable.
Sin embargo, luego de unas noches ilusoriamente perfectas en donde lo imaginado se continuaba en el sueño, la realidad también se convirtió en una broma cruel. Casi como le había pasado esa mañana de junio, Rosa despertó agitada pues estaba metida en un sueño maravilloso que había sido interrumpido por el sonido del teléfono que timbraba a lo lejos. Se sintió triste. Se dio cuenta de que en el sueño el marido era perfecto y en la realidad lo veía flaco, enfermizo, con esa gran cicatriz en la mejilla que le quedó después del accidente. Rosa empezó a llorar, Joaquín le preguntó qué le pasaba y al decirle ella que ahora le asustaba más la realidad que el sueño, el marido la regañó por ser tan tonta. Lo que necesitas es tener algo que te entretenga y te saque de la cabeza esas manías y obsesiones, le dijo mientras, desinteresado, le daba la espalda y se ponía a dormir otra vez. Rosa lloraba en silencio todos los días y tuvo terror a quedarse dormida de nuevo, regresaron las visitas a la ventana vacía a la media noche, hasta que de pronto, en un momento en que el marido roncaba ruidosamente y Rosa pensaba en cómo remediar su situación, encontró otra forma de salvarse. Pensó que la única forma de continuar con el sueño aún estando despierta era dejar que éste tomara el control de su vida, de modo que Rosa dejó que el sueño se trasladara a la realidad al punto en que ya no había diferencia consciente entre lo que era onírico y lo que no. Rosa se dejó llevar por la locura y el delirio y oscuramente decidía lo que quería que formara parte de la realidad. Entonces imaginó otro mundo, al marido aún guapo y fuerte, a su familia y a sus amigos.
Joaquín determinó que ese delirio pasaría con algo de tiempo, pero en el fondo sabía que Rosa estaba perdiendo la razón y lo que le más angustiaba no era eso sino el hecho de que al estar loca y delirante, se encontraba más feliz. Ya no había llantos nocturnos ni insomnios, ni visitas angustiosas a la ventana, ni agitaciones por las pesadillas. Rosa dormía tranquilamente y se levantaba de muy buen humor, fue entonces, en una de las últimas veces que la escuchó hablar mientras veía hacia fuera y la escuchó dirigiéndose al hombre que él ya no era, que Joaquín empezó a comprenderlo todo y empezó a escuchar atentamente a su esposa. Es que tú andas muy mal, Joaquín, vístete y levántate que mis hermanos vana venir a comer. Y Joaquín la miraba aún con incredulidad ante el delirio pero con ganas de dejarse llevar por él. Es que estás loca, le decía, y ella contestaba sonriendo que sí, que era la locura la que la tenía atrapado y que así estaba bien. Mira qué bonito el jardín afuera, Joaquín. Y Joaquín sabía que afuera todo era desierto y gris, pero miró la cara de su mujer y sin dudar le dijo: Sí, muy bonito, mira cuántas flores se ven por allá.
martes, 8 de enero de 2008
Detrás de unos pasos perdidos...
La sinceridad absoluta no es algo que quepa de ninguna forma dentro de lo que se llama sociedad. Un mínimo desvío de lo que es visto como "políticamente correcto" es motivo de sanción social, de que te vean feo, pues. Normas, reglas, convenciones, siempre lineamientos a seguir mismos que para ser seguidos implican una buena cantidad de mentira de nuestra parte.
Uno se acostumbra a vivir bajo lineamientos, pero a veces es demasiada la presión, al menos interna y las ganas de desaparecer son inminentes. Pero no es sólo la desesperación, pues esta pasa y es buena en tanto uno se de cuenta de la verdad (tan relativa pero aún como un asidero), más allá de la desesperación es el hecho de entender cómo funcionan las cosas y quizá ser capaz de apartarse de la "masa" diplomáticamente.
Y luego pensar qué importa si me salgo de la línea o de lo que todos han acordado y decidirse a actuar bajo el propio criterio sin importar el resto del mundo (diplomática y moderadamente, así tiene que ser). Y decir no, yo no quiero enseñar a mis hijos a creer en dios ni en los reyes magos o decir no, tal vez tampoco quiero dedicar mis años a casarme y tener muchos hijos; quizá decir sí, me gusta todo aquello que el resto del mundo no tiene la más mínima consideración, sí, odio el reggaeton y las telenovelas. Y luego saber que más de la mitad de tus conocidos no entenderán por qué eres así y lo peor, que no se esforzarán por entender y que dado el caso, piensas que tal vez sea mejor mimetizarse con el resto y nunca atreverse a destacar.
Actuar o no actuar es la decisión de cada ser extraño que difiere de la población, de cualquier modo es meritorio saber que no hay lugar para uno en esa masa homogénea y que sólo se vive para pretender, mentir para sobrevivir alegremente.
Uno se acostumbra a vivir bajo lineamientos, pero a veces es demasiada la presión, al menos interna y las ganas de desaparecer son inminentes. Pero no es sólo la desesperación, pues esta pasa y es buena en tanto uno se de cuenta de la verdad (tan relativa pero aún como un asidero), más allá de la desesperación es el hecho de entender cómo funcionan las cosas y quizá ser capaz de apartarse de la "masa" diplomáticamente.
Y luego pensar qué importa si me salgo de la línea o de lo que todos han acordado y decidirse a actuar bajo el propio criterio sin importar el resto del mundo (diplomática y moderadamente, así tiene que ser). Y decir no, yo no quiero enseñar a mis hijos a creer en dios ni en los reyes magos o decir no, tal vez tampoco quiero dedicar mis años a casarme y tener muchos hijos; quizá decir sí, me gusta todo aquello que el resto del mundo no tiene la más mínima consideración, sí, odio el reggaeton y las telenovelas. Y luego saber que más de la mitad de tus conocidos no entenderán por qué eres así y lo peor, que no se esforzarán por entender y que dado el caso, piensas que tal vez sea mejor mimetizarse con el resto y nunca atreverse a destacar.
Actuar o no actuar es la decisión de cada ser extraño que difiere de la población, de cualquier modo es meritorio saber que no hay lugar para uno en esa masa homogénea y que sólo se vive para pretender, mentir para sobrevivir alegremente.
miércoles, 2 de enero de 2008
Por despertar del aletargamiento
No es por falta de entusiasmo que no haya escrito en las últimas semanas... es sólo que se han confabulado una serie de eventos... tan sencillos como que no tuve acceso a internet, entre otras cosas.
A lo que voy con esto es a que al cambiar un poco la rutina se me fueron acumulando varias ideas en la cabeza, pero de esas que no son posibles de sacar en un instante y que requieren un trabajo minucioso de reflexión y concientización apropiada para que sean parte de algo moderadamente significativo.
Estoy otra vez como en aquéllo que se suele llamar "point of no return" en donde se piensa que se ha recorrido cierta distancia en la imaginaria línea de la vida y donde ésta se torna más real y más tangible, pero no menos extraña. De pronto parece que despiertas en otro mundo y tú mismo eres otro también y también, de pronto, conun rato de insomnio logras entender ciertas cosas con mayor claridad y, dependiendo de la naturaleza de esas cosas, con más o menos terror.
Siempre me ha resultado prudente que en ciertos momentos de la existencia uno pueda ser capaz de detenerse en la conciencia y pensar más allá de lo ordinario. A veces estas pausas no son sino formas de ordenar un poco el transcurso de la vida, en otras ocasiones sirven para insertar o borrar cosas del círculo que cada uno es; pero hay veces en que las pausas se convierten en una revelación total frente a lo que uno es, ha sido y será. Lo importante de estos momentos raros en el tránsito de existir no es la pausa en sí sino el resultado de la misma, no sirve de nada mandar el momento al limbo y olvidarlo en el siguiente parpadeo pues es posible que resulte algo verdaderamente importante que merece algo de atención.
Hace unos días tuve uno de esos momentos de iluminación de la conciencia en donde todo el mundo se abrió para mí y pude ver el resultado de lo que ha sido mi vida hasta este día y lo que potencialmente será. No pretendo aturdir a mis escasos lectores con los detalles de mi "revelación" porque fuera de los que me conocen más a fondo, no tendría ninguna relevancia hacerlo.
Lo interesante del caso es precisamente enfatizar en esos momentos raros en los que se despierta como de un sueño oscuramente conocido, el instante que puede envolver el mundo entero y cambiar la perspectiva de muchas cosas y lo mejor de todo, creo yo, es haber llegado a despertar la conciencia sin ningún incentivo más que la propia existencia aislada de ruido y distractores, es algo casi como un milagro humano, algo que viene de dentro hacia afuera y no al revés y que ha sido motivado por lo que hay adentro no por hechos externos que bien pueden también hacerte entrar en un estado de shock o alteración.
Ahora sólo espero que este momento haya valido la pena para el futuro así como también espero haberme podido explicar al respecto sobre ese instante raro que me imagino a todos nos sucede. Sé que es raro de ejemplificar, es casi como ver la vida en una serie de cuadros y saber que hay un lugar entre la unión de estos en que aparece una especia de imagen escondida que deja le impresión de que estuvo ahí pero nunca estamos seguros de haberla percibido.
Lo importante es, de nuevo, saber qué hacer con todo eso...
A lo que voy con esto es a que al cambiar un poco la rutina se me fueron acumulando varias ideas en la cabeza, pero de esas que no son posibles de sacar en un instante y que requieren un trabajo minucioso de reflexión y concientización apropiada para que sean parte de algo moderadamente significativo.
Estoy otra vez como en aquéllo que se suele llamar "point of no return" en donde se piensa que se ha recorrido cierta distancia en la imaginaria línea de la vida y donde ésta se torna más real y más tangible, pero no menos extraña. De pronto parece que despiertas en otro mundo y tú mismo eres otro también y también, de pronto, conun rato de insomnio logras entender ciertas cosas con mayor claridad y, dependiendo de la naturaleza de esas cosas, con más o menos terror.
Siempre me ha resultado prudente que en ciertos momentos de la existencia uno pueda ser capaz de detenerse en la conciencia y pensar más allá de lo ordinario. A veces estas pausas no son sino formas de ordenar un poco el transcurso de la vida, en otras ocasiones sirven para insertar o borrar cosas del círculo que cada uno es; pero hay veces en que las pausas se convierten en una revelación total frente a lo que uno es, ha sido y será. Lo importante de estos momentos raros en el tránsito de existir no es la pausa en sí sino el resultado de la misma, no sirve de nada mandar el momento al limbo y olvidarlo en el siguiente parpadeo pues es posible que resulte algo verdaderamente importante que merece algo de atención.
Hace unos días tuve uno de esos momentos de iluminación de la conciencia en donde todo el mundo se abrió para mí y pude ver el resultado de lo que ha sido mi vida hasta este día y lo que potencialmente será. No pretendo aturdir a mis escasos lectores con los detalles de mi "revelación" porque fuera de los que me conocen más a fondo, no tendría ninguna relevancia hacerlo.
Lo interesante del caso es precisamente enfatizar en esos momentos raros en los que se despierta como de un sueño oscuramente conocido, el instante que puede envolver el mundo entero y cambiar la perspectiva de muchas cosas y lo mejor de todo, creo yo, es haber llegado a despertar la conciencia sin ningún incentivo más que la propia existencia aislada de ruido y distractores, es algo casi como un milagro humano, algo que viene de dentro hacia afuera y no al revés y que ha sido motivado por lo que hay adentro no por hechos externos que bien pueden también hacerte entrar en un estado de shock o alteración.
Ahora sólo espero que este momento haya valido la pena para el futuro así como también espero haberme podido explicar al respecto sobre ese instante raro que me imagino a todos nos sucede. Sé que es raro de ejemplificar, es casi como ver la vida en una serie de cuadros y saber que hay un lugar entre la unión de estos en que aparece una especia de imagen escondida que deja le impresión de que estuvo ahí pero nunca estamos seguros de haberla percibido.
Lo importante es, de nuevo, saber qué hacer con todo eso...
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