martes, 15 de diciembre de 2015

Elegía


1. Luces

Ciudad de México,
anuncios, estructuras neón a la distancia.
Destellos que abren el silencio y la penumbra,
ciudad cómplice y enemiga, avistada desde el cuarto piso de un hotel miserable.

(Vodka tonic.
Agua.
Cigarrillos.
Almohadas viejas.
Sábanas roídas.)

No hay lugar para los sueños.
La ilusión de lo eterno ha sido confinada a algunos metros cuadrados.
Silencio.
Tu mano apenas me roza pero insistes en que nos quedemos,
que guardemos otro poco ese momento antes de que exista otra persona que no pueda hacernos seguir en el secreto.
Tu mano no puede tocarme al caminar por la calle
pero sí a través de escaleras viejas,
o dentro de un elevador ruidoso,
cómplice de tantas pequeñas confesiones en silencio.
Tu mano puede solamente deslizarse suave a través de las ropas y entre los lugares más oscuros y distantes.

(Cerrar cortinas.
Terminar el acto.
Servir otro trago.
Abrir la ventana.
Fumar.)

Sé que hubo una vez un pacto, tuvo que haberlo.
Quizá lo juramos bajo estrellas demasiado pálidas,
en una cercanía muy liviana;
por algo no pareció en serio,
todo estaba turbio
y, sin embargo, sucedió;
no nos dijimos nada y cada uno entendió lo que quiso,
eso que se entiende con un beso y también lo que se calla,
que puede ser todo o nada,
un pacto que nunca salió de cuatro paredes que gestaban el secreto
y otros espacios escondidos, clausurados,
estancias y nichos perdidos en el anonimato,
en una cantina o en otros tantos cuartos de la misma anatomía.

2. El cisma

Nunca supe en qué noche de todas esas apareció el amor.
Las distancias y los saludos forzados venían anunciando su llegada,
pero no su gracia conmigo,
su permanencia en los dos.
Ese amor que nunca vino a visitarnos a ambos
para consagrar aquello que dicen que se consagra,
ese halo de luz que jamás apareció en ninguno de nuestros besos

(¿se podrán contar los besos como se quieren contar las tristezas, se podrá compensar la idea de felicidad con el llanto escurriéndose hacia adentro?),

no, en ninguno de nuestros besos, ni en las frases ni en las esperas.
El amor apareció para que decidieras partir,
allá lejos, a un lugar tan familiar como asqueroso,
a existir a través de nuestros (¿nuestros?) sueños.
Desaparecer
en medio de la niebla de una melodía
que nunca escuchamos juntos,
en un deseo: “I won’t share you”.

3. En el jardín del dolor

Llevo varios meses durmiendo en este cuarto,
en este departamento alquilado para dos,
en este cuarto nuevo, sin más secretos ni sombras,
que compartimos un par de noches que prometieron la eternidad,
noches en las que ya habías roto el lazo, aunque yo seguía sin saberlo
(saber nos llaga el alma, nos puebla las noches de invierno).

Pienso en sembrar un jardín con los recuerdos,
para que crezca un árbol monstruoso que asfixie el cuarto,
la estancia,
todo lo que pueda, conmigo adentro.
Pienso en los que mueren, en saber renunciar.
La no renuncia implica la convivencia constante con un cierto tipo de dolor que se va sembrando y cuidando,
como un fruto que alimenta y que es lo único que otorga esa pizca de eternidad.
Así sería mi árbol,
mi jardín del dolor.

Duelen las cosas que ya no están:

(Canciones: Leonard Cohen a la madrugada, Philip Glass y “Please let me get what I want this time”.
Lugares: Tepoztlán al amanecer, sentarse afuera de las aulas, las calles del centro, Morelia nunca visitada, Guanajuato y tu sitio en la cama.
Palabras, muchas palabras: Hegel, Heidegger, Wittgenstein, Barthes, Pessoa, Vargas Llosa y Camus)

Las otras cosas:
los soliloquios antes de dormir,
la forma de preparar los tragos,
tu olor, tus ojos, tus manos,
todo lo que era ya una extensión de ti.

Sigo firme realizando el ritual de pensarte, sembrando las semillas que tienen el nombre de algún recuerdo.
Sigo ejecutando la fuga de la realidad para no pensar, para no ser.
Siembro mi jardín.

4. Recuerdos nuevos

No pedía mucho. Solo quería la eternidad.

Supe que no sería protagonista de ningún romance,
que el secreto era el único destino.

Acepté.
Entendí, desde aquel día,
con los ojos clavados en las vigas viejas de aquella construcción,
que no habría nunca amor.
Pero permanecí.
Y día con día se me fueron llenando los bríos de moho,
pero pude quedarme a intentar.
Acepté que no habría más.
No acepté que eso también acabaría.
La eternidad: sólo eso.
El mundo se vino abajo.
Me quedé.
Fue muy tarde para saber que algunas palabras hermosas no serían capaces de sostener un universo.

Ahora voy a crear recuerdos nuevos,
aunque no olvide que el desamor refleja la insuficiencia,
aunque el dolor impida la fabricación de otras realidades,
aunque el fracaso se recuerde a cada respiro —respiración seca, de sal, de polvo—
como un esfuerzo muy grande para mantenerme a flote.

La renuncia es la verdadera corona,
pero no todos somos capaces de liderar ese reino.
Mi biografía es la del intento que fracasa, y la del dolor, no la de la muerte.

Debo olvidar que existe ese mundo,
hablar sobre ese dolor que tiene que mantenerse a flote
porque si se hunde se transforma en una penumbra con dientes.
Mi fracaso es la realidad: ser todo lo dispensable,
Lo que sigue permaneciendo.
quemándose, desperdiciado,
ardiendo incansable sobre sus propios restos.


Music on: Mumford & sons - Hopeless wanderer
Quote: "Sólo la oscuridad escruta la demencia." María Baranda
Reading: Un hervidero de pájaros marinos - María Baranda 

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