Escuchar a Interpol es escucharte a ti, a ti, corazón, sólo a ti, y leer tus mensajes a las doce de la noche, claro, mientras escuchaba a Interpol y te recordaba con tus ojos que me miraban y tus labios sobre los míos. Pero es que eres un sueño, todo tú eres un sueño, no puedes ser otra cosa, y no puedo creer que no conozcas a Interpol, irónico que te recuerde con algo que tú no conoces ¿no? pero bueno, eso lo perdono, la indulgencia llega cuando me besas, así, nada más, cuando me abrazas… y eso es todo…
Como cerrar los ojos y morir en el silencio de la espera al próximo encuentro, eres tú, como imaginar tanto que ya no sé si lo que hay en mi cabeza es cierto o falso, estar siempre confundida entre lo consciente y la somnolencia que tu aroma dulce le trae al recuerdo, ¿o a la imaginación?
¿Cuál es el verdadero recuerdo? ¿Cómo saber? El recuerdo… ¿Es el parque del Franz Mayer, tus brazos alrededor de mí y tus labios mordiendo mi cuello? ¿O el recuerdo es el salón de clases con la luz apagada y nuestros labios encontrados en el beso perfecto? ¿Cuál es el verdadero recuerdo? y ¿cuál es el sueño? ¿Eres tú en realidad el que llega en el metro y me encuentra ahí leyendo el libro de Henry Miller? ¿O eres tú el que me sonríe cada que acaricio su cara? ¿O eres los dos? ¿El que calla después de los besos? ¿O el que me dice que me quiere?
Ya no sé. Sólo sé que no puedes ser otra cosa sino un sueño… el sueño de Interpol y el tuyo y la forma en que extrañamente ya no puedo pensar en uno sin el otro. Porque esa noche después del último mensaje dormí escuchando a Interpol y tal vez haya soñado contigo mientras dormía y luego desperté y seguías tú, en el sueño constante que existe también en la vigilia y después el mensaje que me despertó y la rareza de saber que me dormí leyendo tus palabras y desperté igual y escuchar de nuevo “Rest my Chemistry” y saber que ahí estabas tú también…
"La literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes" André Breton
viernes, 24 de agosto de 2007
sábado, 18 de agosto de 2007
La verdad de la Historia
La frase que dicta "la Historia la hacen los ganadores de las guerras" es ya bastante conocida y al parecer no necesita gran explicación; sin embargo, a pesar de saber que la historia se puede manipular a conveniencia, aún la gente cree que lo que se llama "historia oficial" es la que se debe creer, como si fuera ésta una especie de dogma incuestionable y certero.
Creo que a estas alturas es justo analizar más a fondo el curso de la historia y cuestionar objetivamente las posibles causas y los fines para los cuales una mentira se dice con la consigna de que se convierta en verdad.
Nadie tiene la verdad absoluta, eso ni ingenuamente puede ser tomado en serio, creo yo, pero aún así la educación impartida a los niños (hablo de México en especial, aunque en muchos países sucede la misma cosa) se sigue basando en deificar a los personajes históricos y a gestar montones de mentiras sobre ellos.
Para ejemplos, hay demasiados, ahí tenemos a Don Miguel Hidalgo o a Don Benito Juárez, personas que en realidad han dejado de ser personas y que se han convertido en personajes, en héroes ya etéreos e inexistentes, no seres humanos. La historia oficial nos enseña a respetar los valores morales de estos dos hombres, su valentía, inteligencia (y demás virtudes bonitas que se le puedan ocurrir a uno), todo sin abrir la posibilidad a pensar que quizá estas personas no eran nada de lo que nos dijeron (quizá sí, pero aún es bueno tener las posibilidad de pensar lo contrario ¿o no?).
Y no sólo se trata de personajes concretos, sino también de hechos, guerras, eventos cruciales en la historia y construcción de las naciones, y todo es fácilmente manipulado a conveniencia de quien lo quiera contar. Una mentira dicha con frecuencia y regularidad poco a poco se torna en verdad, pues no hay nadie que sepa ya lo contrario y uno se predispone a creer en lo que le dicen pues todos lo creen de esa manera así que, así debió ser ¿no?
Un caso concreto: la conquista de México; dado que el señor Hernán Cortés (buen estratega, sí, pero un ser sanguinario y enfermo) fue testigo de una de las matanzas más terribles en la historia humana, claro que, actualmente, no se ve a Hernán Cortés como una figura terrible y odiada, razón simple: él ganó la guerra. En cambio Hitler, (nótese que no justifico a Hitler como persona, sino como la víctima de los hechos posteriores a él), el señor estuvo al frente de una de las matanzas más crueles de la historia, sí, pero objetivamente, no se pueden comparar los millones de judíos asesinados frente a los millones más que perecieron durante la conquista de América y no sólo eso, sino la explotación y muerte que existió durante los 300 años de la colonia. La razón se infiere, a Hitler le tocó perder la guerra.
No digo que mis datos sean los más acertados posibles, eso, como aclaré en el inicio, no es posible, sin embargo lo que trato de demostrar es la falta de decisión que se tiene para atreverse a pensar en otras cosas diferentes a las que se nos han enseñado en las escuelas.
Otro caso: la Revolución Mexicana; después de acabada, el gobierno se encargó de callar a todos aquellos que se atrevieran a hablar mal de la revolución, puesto que la figura del gobierno no estaba en una posición conveniente para aceptar que después de tantísimos muertos y heridos, el país seguía en la misma miseria, entre otras cosas.
Entonces la historia en sí puede muy bien ser vista como una serie de engaños, casi como la literatura, pues en realidad la diferencia entre una y otra es sólo que la literatura acepta desde el inicio que lo que cuenta es de una o de otra forma, en mayor o menor medida, una ficción.
No importa saber que la historia se hace por los ganadores de guerras si no entendemos el verdadero significado de esta frase y tampoco basta con quedarnos con la idea de lo que nos cuenta la historia oficial, pues, aunque la verdad sea imposible de encontrar totalmente, sí vale la pena querer la oportunidad de pensar diferente.
Creo que a estas alturas es justo analizar más a fondo el curso de la historia y cuestionar objetivamente las posibles causas y los fines para los cuales una mentira se dice con la consigna de que se convierta en verdad.
Nadie tiene la verdad absoluta, eso ni ingenuamente puede ser tomado en serio, creo yo, pero aún así la educación impartida a los niños (hablo de México en especial, aunque en muchos países sucede la misma cosa) se sigue basando en deificar a los personajes históricos y a gestar montones de mentiras sobre ellos.
Para ejemplos, hay demasiados, ahí tenemos a Don Miguel Hidalgo o a Don Benito Juárez, personas que en realidad han dejado de ser personas y que se han convertido en personajes, en héroes ya etéreos e inexistentes, no seres humanos. La historia oficial nos enseña a respetar los valores morales de estos dos hombres, su valentía, inteligencia (y demás virtudes bonitas que se le puedan ocurrir a uno), todo sin abrir la posibilidad a pensar que quizá estas personas no eran nada de lo que nos dijeron (quizá sí, pero aún es bueno tener las posibilidad de pensar lo contrario ¿o no?).
Y no sólo se trata de personajes concretos, sino también de hechos, guerras, eventos cruciales en la historia y construcción de las naciones, y todo es fácilmente manipulado a conveniencia de quien lo quiera contar. Una mentira dicha con frecuencia y regularidad poco a poco se torna en verdad, pues no hay nadie que sepa ya lo contrario y uno se predispone a creer en lo que le dicen pues todos lo creen de esa manera así que, así debió ser ¿no?
Un caso concreto: la conquista de México; dado que el señor Hernán Cortés (buen estratega, sí, pero un ser sanguinario y enfermo) fue testigo de una de las matanzas más terribles en la historia humana, claro que, actualmente, no se ve a Hernán Cortés como una figura terrible y odiada, razón simple: él ganó la guerra. En cambio Hitler, (nótese que no justifico a Hitler como persona, sino como la víctima de los hechos posteriores a él), el señor estuvo al frente de una de las matanzas más crueles de la historia, sí, pero objetivamente, no se pueden comparar los millones de judíos asesinados frente a los millones más que perecieron durante la conquista de América y no sólo eso, sino la explotación y muerte que existió durante los 300 años de la colonia. La razón se infiere, a Hitler le tocó perder la guerra.
No digo que mis datos sean los más acertados posibles, eso, como aclaré en el inicio, no es posible, sin embargo lo que trato de demostrar es la falta de decisión que se tiene para atreverse a pensar en otras cosas diferentes a las que se nos han enseñado en las escuelas.
Otro caso: la Revolución Mexicana; después de acabada, el gobierno se encargó de callar a todos aquellos que se atrevieran a hablar mal de la revolución, puesto que la figura del gobierno no estaba en una posición conveniente para aceptar que después de tantísimos muertos y heridos, el país seguía en la misma miseria, entre otras cosas.
Entonces la historia en sí puede muy bien ser vista como una serie de engaños, casi como la literatura, pues en realidad la diferencia entre una y otra es sólo que la literatura acepta desde el inicio que lo que cuenta es de una o de otra forma, en mayor o menor medida, una ficción.
No importa saber que la historia se hace por los ganadores de guerras si no entendemos el verdadero significado de esta frase y tampoco basta con quedarnos con la idea de lo que nos cuenta la historia oficial, pues, aunque la verdad sea imposible de encontrar totalmente, sí vale la pena querer la oportunidad de pensar diferente.
viernes, 10 de agosto de 2007
(...)
Quizá tenías razón… y cuánto me duele que así sea. Quizá lo mejor haya sido olvidarnos uno de otro, tú ya te has olvidado de mí desde hace mucho tiempo, creo, aunque, ¿cómo saberlo con certeza? Yo me rehúso al olvido, dicen que el olvido es la supervivencia pero ¿de qué me serviría olvidarte? Si lo hiciera, seguramente cometería los mismos errores que cometí entonces contigo, y quiero pensar que tengo la oportunidad de redimirme, aprender, salir adelante sin retornar al ciclo que tuve contigo. Tal vez lo que necesito no es el olvido en sí, sino sólo la idea de la supervivencia.
Pero aún estoy confundida… sola, angustiada, tal vez loca. Hasta hace un mes tenía la idea de conocerte y no sólo eso, de saber dónde buscarte y a dónde llamarte, pero el orgullo, o no sé, el sentido común tal vez...
En estos meses, desde la última vez que hablamos me hice a la idea de que efectivamente lo mejor sería el abandono, o al menos el alejarme del vicio de tu nombre por un tiempo, no llamarte por teléfono, ni mensajitos ni nada de irte a buscar a donde sé (o sabía) que te encontraría. Pero es que todo parece un ciclo inevitable, cansado pero eterno, no fui fuerte, no sé siquiera si esa es la palabra que deba usar, y un día de hace no mucho, que estaba de vacaciones y el cerebro se concentró en otras cosas, decidí que tal vez podría ser capaz de cerrar el ciclo del dolor que sufrí por tu culpa y que entonces podía llamarte por teléfono como una persona civilizada, ya sabes, preguntar cómo estas, qué tal te ha ido, nada de ofensas ni reproches, como algo nuevo que tuviera un tinte saludable y con futuro.
Y entonces, después de pensar qué te diría y de prepararme para escuchar tu voz otra vez, ahí tienes que llamo y nada. El teléfono suspendido con ese terrible sonido, el tururú que indica que ese número ya no existe. Bueno, hablarte a tu casa, es lógico, pero nadie contestaba nunca, ni la contestadora siquiera, y el teléfono sonaba y sonaba siempre y nada más.
Luego ya no supe qué hacer. Sí, quizá era mejor esto, pero entonces, ¿por qué me duele haberte perdido así? Ya no sé donde buscarte, de pronto recordé que ya no trabajabas en la preparatoria y que la última vez que hablamos estabas buscando nuevo empleo, ya no tenía a dónde buscarte o a dónde llamarte, la angustia me cerró la garganta.
Por meses y meses te creí seguro, sabía que estaba enojada contigo, dolida, pero aún sabía que si pasaba cualquier cosa te podría encontrar si marcaba un número, si iba a tu casa… pero ya no tengo eso tampoco, me dijiste que te habías divorciado y que estabas viviendo con tu hermana pero yo jamás supe donde vivía tu hermana y tampoco lo podía averiguar. Así que me quedé sin nada, con sólo el recuerdo y una sensación increíblemente extraña, algo entre la desilusión y el alivio, algo que se gesta desde dentro y va saliendo poco a poco, algo que no sé si debiera hacerme reír o llorar.
¡Qué frágil ha sido todo esto!, yo tan segura de ti a pesar del dolor y tú que de pronto decides desaparecer. Es lo mejor, quiero pensar que lo es… pero… qué duro, me siento perdida, quién sabe desde hace cuánto que te perdí y ahora, la certeza de tu ausencia me está deshaciendo, por un lado, pero por otro sé que ahora ya no hay nada qué hacer, absolutamente nada sino seguir adelante con la vida. No poder hacer nada duele, cómo duele tu ausencia, cómo duele saber que hay una ausencia, saber, sólo saber, cómo te extraño, ahora más, si ha sido orgullo, vanidad, sentido común o destino, cómo es que te pude haber perdido así…
Pero aún estoy confundida… sola, angustiada, tal vez loca. Hasta hace un mes tenía la idea de conocerte y no sólo eso, de saber dónde buscarte y a dónde llamarte, pero el orgullo, o no sé, el sentido común tal vez...
En estos meses, desde la última vez que hablamos me hice a la idea de que efectivamente lo mejor sería el abandono, o al menos el alejarme del vicio de tu nombre por un tiempo, no llamarte por teléfono, ni mensajitos ni nada de irte a buscar a donde sé (o sabía) que te encontraría. Pero es que todo parece un ciclo inevitable, cansado pero eterno, no fui fuerte, no sé siquiera si esa es la palabra que deba usar, y un día de hace no mucho, que estaba de vacaciones y el cerebro se concentró en otras cosas, decidí que tal vez podría ser capaz de cerrar el ciclo del dolor que sufrí por tu culpa y que entonces podía llamarte por teléfono como una persona civilizada, ya sabes, preguntar cómo estas, qué tal te ha ido, nada de ofensas ni reproches, como algo nuevo que tuviera un tinte saludable y con futuro.
Y entonces, después de pensar qué te diría y de prepararme para escuchar tu voz otra vez, ahí tienes que llamo y nada. El teléfono suspendido con ese terrible sonido, el tururú que indica que ese número ya no existe. Bueno, hablarte a tu casa, es lógico, pero nadie contestaba nunca, ni la contestadora siquiera, y el teléfono sonaba y sonaba siempre y nada más.
Luego ya no supe qué hacer. Sí, quizá era mejor esto, pero entonces, ¿por qué me duele haberte perdido así? Ya no sé donde buscarte, de pronto recordé que ya no trabajabas en la preparatoria y que la última vez que hablamos estabas buscando nuevo empleo, ya no tenía a dónde buscarte o a dónde llamarte, la angustia me cerró la garganta.
Por meses y meses te creí seguro, sabía que estaba enojada contigo, dolida, pero aún sabía que si pasaba cualquier cosa te podría encontrar si marcaba un número, si iba a tu casa… pero ya no tengo eso tampoco, me dijiste que te habías divorciado y que estabas viviendo con tu hermana pero yo jamás supe donde vivía tu hermana y tampoco lo podía averiguar. Así que me quedé sin nada, con sólo el recuerdo y una sensación increíblemente extraña, algo entre la desilusión y el alivio, algo que se gesta desde dentro y va saliendo poco a poco, algo que no sé si debiera hacerme reír o llorar.
¡Qué frágil ha sido todo esto!, yo tan segura de ti a pesar del dolor y tú que de pronto decides desaparecer. Es lo mejor, quiero pensar que lo es… pero… qué duro, me siento perdida, quién sabe desde hace cuánto que te perdí y ahora, la certeza de tu ausencia me está deshaciendo, por un lado, pero por otro sé que ahora ya no hay nada qué hacer, absolutamente nada sino seguir adelante con la vida. No poder hacer nada duele, cómo duele tu ausencia, cómo duele saber que hay una ausencia, saber, sólo saber, cómo te extraño, ahora más, si ha sido orgullo, vanidad, sentido común o destino, cómo es que te pude haber perdido así…
domingo, 5 de agosto de 2007
Escribir para trascender
Si uno quisiera trascender en el mundo, probable, práctica y muy seguramente, no sería a través de las palabras, pues siendo objetivos, las palabras perecen justo en el momento inmediato al segundo en que son dichas, éstas a veces podrían parecer la verdad absoluta y no sólo eso sino una verdad absoluta guardada en libros a través del tiempo, pero lo cierto es que estas palabras, aunque busquen trascender hacia algo específico, se redefinen para cada lector y para cada momento por lo que la esencia se pierde o se cambia.
Entonces, si la palabra es tan efímera, por qué uno, como escritor que a veces se dice ser, recurre irremediablemente a las palabras, por qué, por ejemplo, lo hago yo ahora en este instante... A esa pregunta yo respondo cono sencillez porque para mí no hay más verdad que la que se externa a través de líneas sinceras; lo que yo digo ahora, bien no podrá tener valor para el futuro, pero tiene valor para el presente y significa algo para este momento.
Como siempre ha sido, el ser humano busca una forma de expresión que le permita conocer el mundo y conocerse a sí mismo. El pensamiento perece, la palabra no, la literatura no y es a través de ella que uno busca una identificación sublime con cada cosa existente o quizá, a veces, inexistente. Así que la importancia de la palabra sí es trascender, pero no como algo inmóvil; la palabra no es el resultado único y universal de una sóla cosa sino de muchas y esa versatilidad, ese movimiento creacionista, muy semejante a la creación del mundo, es el tipo de trascendencia de una línea, una frase, una idea.
John Keats entendió la verdadera razón de la literatura como arma de trascendencia, él, sufriendo de tuberculosis la mayor parte de su vida, tuvo que hacerse a la idea de renunciar a ésta antes de que cumpliera siquiera los 23 años, y aún así él buscaba trascender y lo hizo a través de su obra, de sus poemas en donde hace que las palabras hablen por él y se tornen en la huella misma de lo que él era y así trascendió y no sólo para él sino para todos los futuros lectores que encuentran en sus palabras el aliento de vida que todos necesitamos en algún momento de neustras vias.
Quizá no todas las palabras busquen tan desesperadamente la trascendencia, pero tampoco podemos negar que cada letra pretende reflejar una parte de lo que somos y así, una parte de lo que queremos dejar al mundo, para que no se nos olvide.
Entonces, si la palabra es tan efímera, por qué uno, como escritor que a veces se dice ser, recurre irremediablemente a las palabras, por qué, por ejemplo, lo hago yo ahora en este instante... A esa pregunta yo respondo cono sencillez porque para mí no hay más verdad que la que se externa a través de líneas sinceras; lo que yo digo ahora, bien no podrá tener valor para el futuro, pero tiene valor para el presente y significa algo para este momento.
Como siempre ha sido, el ser humano busca una forma de expresión que le permita conocer el mundo y conocerse a sí mismo. El pensamiento perece, la palabra no, la literatura no y es a través de ella que uno busca una identificación sublime con cada cosa existente o quizá, a veces, inexistente. Así que la importancia de la palabra sí es trascender, pero no como algo inmóvil; la palabra no es el resultado único y universal de una sóla cosa sino de muchas y esa versatilidad, ese movimiento creacionista, muy semejante a la creación del mundo, es el tipo de trascendencia de una línea, una frase, una idea.
John Keats entendió la verdadera razón de la literatura como arma de trascendencia, él, sufriendo de tuberculosis la mayor parte de su vida, tuvo que hacerse a la idea de renunciar a ésta antes de que cumpliera siquiera los 23 años, y aún así él buscaba trascender y lo hizo a través de su obra, de sus poemas en donde hace que las palabras hablen por él y se tornen en la huella misma de lo que él era y así trascendió y no sólo para él sino para todos los futuros lectores que encuentran en sus palabras el aliento de vida que todos necesitamos en algún momento de neustras vias.
Quizá no todas las palabras busquen tan desesperadamente la trascendencia, pero tampoco podemos negar que cada letra pretende reflejar una parte de lo que somos y así, una parte de lo que queremos dejar al mundo, para que no se nos olvide.
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