jueves, 2 de mayo de 2013

El sueño y la muerte en Nostalgia de la muerte de Xavier Villaurrutia o de cómo definirse por la indefinición


Hermanos gemelos, como los llamara Homero, sueño y muerte han estado en relación íntima en la literatura, incluso forman parte del tópico Vita somnium utilizado por Calderón de la Barca en La vida es sueño, para ilustrar el carácter onírico de toda la existencia. También lo escribió Quevedo: “El sueño, que es imagen de la muerte” (Quevedo, 1986: 55), morir como despertar al sueño que es la vida. El tópico de la muerte fue muy apreciado por los Contemporáneos; muy cerca de la publicación de la obra cumbre de Villaurrutia, en 1938, vieron la luz Muerte sin fin (1939) de José Gorostiza y Muerte de cielo azul (1937), de Bernardo Ortiz de Montellano. En el caso de Villaurrutia, la influencia del surrealismo será fundamental para su poesía pues, de hecho “la reflexión y la crítica en torno al surrealismo las empezó a desarrollar Villaurrutia a partir de 1930 en numerosos artículos de prensa, reseñas, comentarios, ensayos o conferencias” (Monge, 2001: 283).
            Los escenarios en que Villaurrutia inscribe su obra no se separan del sueño; es posible rastrear el origen de esta predilección en sus propias filiaciones. El poeta se declara hijo de la vanguardia europea, de los simbolistas y románticos, más que de la generación hispana que literariamente lo precede. El gusto de Villaurrutia está fuertemente marcado por lo onírico, el sueño de vida que encuentra en la poesía romántica, por ejemplo, en la Aurelia del romántico francés donde él encuentra que “vigilia y sueño se comunican en el texto poético de Gérard de Nerval al punto que las fronteras entre ambos mundos no sólo se han borrado ya sino que son innecesarias” (Villaurrutia, 1974: 896). Villaurrutia halla, de hecho, una manera de unir armónicamente la vida y el sueño, constante muy marcada en su obra.
El primer verso de “Nocturno miedo” se inscribe en la noche, lugar de oscuridad física y también del interior del poeta: “Todo en la noche vive una duda secreta”[1] (Villaurrutia, 1974: 45). El poeta se instala en un no-decir, en un intersticio, con el escenario nocturno como espacio de su secreto, mismo que ofrece la posibilidad de realizar acciones:
Entonces, con el paso de un dormido despierto,
sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.
La noche vierte sobre nosotros su misterio,
y algo nos dice que morir es despertar. (vv. 9-12)

La lucha entre estar despierto y estar dormido sucede en tensión; un verso antes se lee: “en la gruta del sueño la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar” (v. 7-8). En los versos se advierten dos posibles significados de “desvelar”: “estar sin dormir” y “descubrir”; la luz, que es nocturna, contribuye a la tensión, pues se trata de la pugna por dejar ver a la luz, y por esconder con la noche, al mismo tiempo.
Mucho se repite la tensión en la obra de Villaurrutia, reforzada con el uso de antítesis; Octavio Paz resume el tema verdadero de Nostalgia de la muerte como un conflicto, pues se trata de una poesía “habitada por una doble oposición: el sueño, la vigilia, la conciencia y el delirio” (Paz, 1978: 58). El choque de conceptos, las estatuas despiertas, los ojos cerrados que ven, los abiertos que no ven, son algunas representaciones de ese conflicto.
Si bien la noche es, como vimos en la doble tensión de “ver y “esconder”, un escenario de la  duda y lo inconcreto, es, más allá de elemento paisajístico, un cómplice, ya que bajo su oscuridad permite el encuentro con el otro, espacio donde la sombra puede transformarse en luz. Otro cómplice posibilitador de los encuentros es el sueño. Villaurrutia lo hace evidente en el último verso de “Nocturno miedo”, que tiene un antecedente en la rima lxix de Gustavo Adolfo Bécquer que dice: “¡despertar es morir!” (Bécquer, 1976: 60). El sueño, igualmente posibilita el encuentro con el otro y en la otredad existe un cambio de perspectiva. El sueño, según Argullol es “una necesidad y un poder” (Argullol, 2006: 65). Es sólo con el paso del “dormido despierto” que el poeta se mueve también, es decir, hay un paso del estatismo al movimiento. Si el mundo onírico ofrece mayores satisfacciones vitales que el mundo real, se puede seguir que el poeta intuya, igual que Bécquer, que despertar es morir. Además, el sueño permite una nueva descripción del mundo, es una verdadera relación con la poesía, pues para Villaurrutia “el tema del poeta es el sueño…, pero es muy difícil abordarlo” (Paz, 1978: 56).
En el mismo poema, Villaurrutia, sumergido en la duda secreta, es consecuente con el carácter indefinido de la otredad. La antítesis remite a la indefinición, la cual se trata muchas veces de un punto “entre” dos conceptos definidos y que resulta bastante abstracto, como lo es también el otro. El sonámbulo no es ninguna de las dos cosas, ni despierto, ni dormido. Para continuar con la idea de lo “entre”, el siguiente verso plantea una pregunta fundamental:
 ¿Y quién entre las sombras de una calle desierta,
en el muro, lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal? (vv. 13-16)

Es de notar el adverbio de lugar: “entre”, y la elección de las sombras de una calle desierta que conforman una indefinición. Aquí se refiere a un ser, marcado por el “quién”, pero es imposible saber la identidad y tampoco su constitución física. Además, lo desierto no está realmente desierto, pues tiene sombras, y conectando con los versos anteriores, lo secreto no es realmente secreto pues siempre se logra develar algo.
Pareciera que en la mitad de un concepto y otro, el poeta buscara siempre mostrar algo más. No es que el poeta busque sólo contraponer o bien trasmutar esto con aquello, sino que busca el lugar que se inserta entre dichos conceptos y justo dicho lugar indefinido es uno de sus preferidos. Apunta Paz la importancia del momento de tránsito, el instante en que algo deja de ser una cosa y se convierte en otra, por ejemplo, cuando “la nieve comienza a obscurecerse pero sin ser sombra todavía” (Paz, 1978: 84). Mucho de eso se observa en Villaurrutia, un “entre” que no puede asirse ni expresarse pero que paradójicamente, es el lugar más seguro. Siguiendo a Paz, el entre “no tiene cuerpo ni sustancia. Su reino es el pueblo fantasmal de las antinomias y las paradojas. El entre dura lo que dura el relámpago” (Paz, 1978: 85).
La indefinición de Villaurrutia sucede también al enfrentarse al otro. El “Nocturno de la estatua” muestra una carrera sin hallazgo, una búsqueda sin logro. Este camino errático es lo que Xirau llama “desrealización radical”, pues “el poeta pasa a la ingravidez de los sonidos; y el sonido mismo se le convierte en eco, fantasma desdibujado de sí mismo” (Xirau, 2004: 163). En efecto, el poeta busca a la estatua y desea tocarla, pero esta actividad está condenada a no consumarse desde el principio:
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo (vv. 5-6)

El poeta recorre distancias pero se enfrenta a puertas sin salida. Mas él lo sabe desde el principio, no sufre realmente la imposibilidad y en este poema se sitúa de nueva cuenta en el espacio intermedio al reafirmar que el contacto no es viable. Para Villaurrutia el “entre” no es un destino trágico sino la decisión que toma como su verdad. Después, aunque ya materiales, no lo llevan a ningún lugar: el muro y el espejo. Esta persecución es discontinua y fragmentada, propia del espacio onírico: “Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera” (v. 1) y contiene las peculiaridades inmateriales y contrapuestas de los sueños. Hacia el final, entra en un sueño dentro del sueño, pues la estatua, en la que él mismo puede reconocerse, rompe de lleno el movimiento en el último verso: “hasta oírla decir: ‘estoy muerta de sueño’” (v. 13). De este modo se evidencia la indefinición del otro. El poeta desea la otredad pero lo único que obtiene es un reflejo de sí mismo, igualmente indefinido, difuso, producto de un sueño; se ha reconocido muerto frente a su propio reflejo “hallar en el espejo la estatua asesinada” (v. 7) y de esta manera no se puede decir que esté vivo ni realmente muerto pues aún puede enunciar palabras. De nueva cuenta se ha posicionado en lo indefinido, en el lugar intermedio donde no se puede terminar de ser, de ser o de nombrar.
Otra respuesta frente a la indefinición aparece en el miedo que es la conclusión en sí de “Nocturno miedo.” El poeta establece un sentimiento paradójico: teme estar vacío y también teme hallarse ocupado por otro que le cancele su identidad. El último verso es fundamental pues glosa el conflicto de la definición del ser, al tiempo que cierra la idea de la vida como sueño y el despertar como muerte para crear una veta de lectura sobre la existencia y el reconocimiento de uno mismo: “y la duda de ser o no ser en realidad” (v. 20).  ¿Dormir o despertar? Se pregunta Villaurrutia constantemente, mas el caso es que no elige ninguna opción, sino que regresa al punto intermedio. El sonambulismo definido por el “dormido despierto” es ese espacio onírico-consciente que permite el reconocimiento de uno mismo y también ahí existe la posibilidad de contacto con el otro.
No es gratuito el título que Villaurrutia eligió para la obra; la figura de la muerte es sin duda fundamental, ya sea como arquetipo, como forma, o como persona, y el poeta la retrata con diferentes características. Una que me parece fundamental es la factura de la paradoja del miedo. Recordemos “la duda de ser y no ser realidad” (.v.20). Ahora bien, sabemos que ante un sueño es necesario despertar y al hacerlo llegaría una angustia que se correspondería con el verso de Bécquer citado anteriormente. Pero hay aquí otra paradoja cuando el poeta afirma: “Dos temas son particularmente interesantes para mí: la muerte y la angustia. La angustia del hombre ante la nada, una angustia que da una peculiar serenidad” (Villaurrutia, 1966: 18-19). Villaurrutia escribe también sobre el dolor de: “no ser sino la estatua que despierta / en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto” (v. 38) donde podemos rastrear un despertar angustioso que al mismo tiempo puede ser sereno. De hecho este último verso tiende un puente perfecto hacia la conclusión sobre el manejo del sueño y la muerte. Cabe resaltar que el dolor del que habla es “inesperado” pero el énfasis del poema está en unos versos antes:
Abre mis ojos donde la sombra es más dura
y más clara y más luz que la luz misma
y resucita en mí lo que no ha sido. (vv. 33-35)

El despertar es oscuro pero también es luminoso y le sucede una resurrección. Extraño resultaría, que dentro de una obra en que habita la oscuridad y la muerte existan múltiples menciones a lo abierto, a la luz y a la vida. Alí Chumacero escribió que en Nostalgia de la muerte: “la emoción, vínculo inmediato con el mundo, se convierte ahí en ideas que, acariciadas por el verso y volcadas en palabras, llegan a construir el poema” (Chumacero, 1974: 15). Siguiendo esta afirmación habría que detenernos a reflexionar sobre la visión de la existencia que Villaurrutia refleja en este poemario, lo que lo transporta directamente a la emoción central de la que habla Chumacero. Dicha emoción es en realidad la vida y la luminosidad de la misma.
En el poema “Paradoja del miedo” el poeta se afirma como un ser para la muerte y explica que el miedo mayor no es a la muerte en sí, sino a la falta de reconocimiento y pérdida de la identidad propia:
El miedo de dejar de ser uno mismo
ya para siempre,
ahogándose en un mundo
en que ya las palabras y los actos
no tengan el sentido que acostumbramos darles;
en un mundo en que nadie,
ni nosotros mismos,
podamos reconocernos. (vv. 16-23)

Este sentimiento de confusión, inseguridad y falta de definición, supera al miedo a la muerte y explica la nostalgia. En ese caso sería más fácil temer a la muerte, que es algo fuera de uno mismo, que temerle a un yo incomprensible, a verse como un ser que no se define y al que nadie puede reconocer. Pero recordemos que la muerte en Villaurrutia no es una extraña. En el “Nocturno en que habla la muerte”, vemos que cuando la muerte habla, le anuncia la imposibilidad de su propia comprensión como sujeto y ese es el verdadero temor:
Nada es la tierra que los hombres miden
y por la que matan y mueren;
ni el sueño en que quisieras creer que vives
sin mí cuando yo misma lo dibujo y lo borro. (vv. 23-26)

El final de “Paradoja del miedo”, además, no es una oda a la muerte, sino a la vida y ahí también nos presenta el poema una suerte de paradoja: “puesto que ya no puede morir,  / sólo un muerto, profunda y valerosamente, / puede disponerse a vivir” (vv. 58-60). Villaurrutia sentía que la muerte la llevaba dentro, en sus palabras, era traerla “como el fruto lleva a la semilla” (Villaurrutia, 1966: 18). El despertar de la estatua está vinculado con la abstracción que hace Villaurrutia de la muerte. Octavio Paz explica que se trata de una inversión del viejo “despertar es morir” y no se equivoca: “en la vigilia, si somos lúcidos, vivimos nuestra propia muerte. El contenido de nuestra vida es nuestra muerte. Estamos habitados por ella” (Paz, 1978: 81). El sentimiento de la estatua que “despierta en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto” (vv. 37-38) es un sentimiento de claridad y luz, de serenidad puesto que “resucita en mí lo que no ha sido” (v. 35) y así funciona como demostración de la inversión sugerida por Paz en torno al antiguo tópico. Una vez más Villaurrutia demuestra sus filiaciones y predilecciones como hijo de la tradición romántica europea pues esta idea tiene raíces justo ahí, donde la vida y el sueño tienen todo en común, “sobre todo desde el romanticismo, el sueño se ha identificado con la vida; el sueño no es la muerte sino la otra vertiente de la vida” (Paz, 1978: 56).
En la apreciación de Xirau, Villaurrutia es un hombre que “excesivamente subjetivo para dar con símbolos universales de la muerte, vive su muerte, la hace pan de todas las noches” (Xirau, 2004: 169). Villaurrutia no puede, entonces, mostrarse temeroso de morir. Él mismo afirma: “La muerte no es, para mí, ni un fin, ni un puente tendido hacia otra vida, sino una constante presencia, un vivirla y palparla segundo a segundo… presencia que sorprendo en el placer y en el dolor” (Villaurrutia, 1966: 19). La muerte sería para el poeta esa mezcla de algolagnia también entre la angustia y la serenidad, y en ese umbral indefinible se encuentra él mismo, de la mano de su propia muerte, en el lugar “entre.”
Así es que es sólo en ese intersticio de la indefinición logra paradójicamente definirse. Al igual que sólo en la misma paradoja del miedo a la muerte se instala en una afirmación de la vida. En el estado intermedio puede hallar su verdad y dicho estado se encuentra en el sueño. Siguiendo a Albert Béguin, al igual que la poesía, el sueño y las revelaciones sucedidas en la indefinición tienen el precio inestimable de que “nos liberan de nuestra soledad de individuos separados, nos ponen en comunicación con esos abismos interiores que ironizan la vida de la superficie” (Béguin, 1992; 161).
Por eso el poeta no teme al despertar, pues se afirma desde el inicio del poema, a manera de Heidegger, como un ser para la muerte, “todo poeta descubre su filósofo y yo lo he encontrado en Heidegger” (Villaurrutia, 1966: 19). Si no hay muerte que aceche peligrosamente, no habrá más remedio que entregarse a la vida. Villaurrutia entiende totalmente que sólo la muerte puede afirmar la vida, así como sólo el sueño puede afirmar la realidad predilecta y sólo dormir/morir lleva a despertar/vivir.

Bibliografía:
·         Argullol Rafael (2006), La atracción del abismo, un itinerario por el paisaje romántico, Acantilado, Barcelona, 124pp.
·         Bécquer, Gustavo Adolfo (1976), Rimas y leyendas, Aguilar, México, 367pp.
·         Béguin, Albert, El alma romántica y el sueño, FCE, México, 1992, 500pp.
·         Monge, Carlos Francisco (2001), “Entornos del surrealismo en Xavier Villaurrutia: la poesía y el ensayo”, en Las vanguardias literarias en México y la América central. Bibliografía y antología crítica, Merlin H. Foster (comp), Frankfurt am Main, pp. 277-296.
·         Quevedo y Villegas, Francisco de (1986), “Más solitario pájaro ¿en cuál techo?”, en Poesía amorosa, Joan Boldó i Climent Editores, México, 134pp.
·         Paz, Octavio (1978), Xavier Villaurrutia en persona y obra, FCE, México, 85pp.
·         Villaurrutia, Xavier (1966), “La poesía”, en Revista de Bellas Artes No. 7, México, pp. 17-19.
·         _______________ (1974), Obras, FCE, México, 1096pp.
·         Xirau, Ramón (2004), “Xavier Villaurrutia: presencia de una ausencia”, en Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos, FCE, México, pp. 161 – 171.


[1] Todas las referencias a los poemas de Villaurrutia corresponden a esta edición.

Music on: Brenninsteinn - Sigur Rós
Quote: "tu voz hace un imperio en el espacio" - Vicente Huidobro
Reading: 1Q84 - Haruki Murakami

2 comentarios:

Cesar Peregrina dijo...

Hola de dónde tomaron la imagen de Xavier Villaurrutia ? Necesito el original para tomar una foto HD

Adriana Dorantes Moreno dijo...

César, la fotografía la tomé de internet, buscando con Google, seguro que la encuentras en cualquier portal.

Ahora bien, si te interesa en especial consultar información o acervo documental de Villaurrutia, te recomiendo que te dirijas al Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del INBA, que está en la calle de Nuevo León, ahí está el acervo más grande de Villaurrutia, con manuscritos, libros, correspondencia y fotografías y se puede consultar sin problemas.
Saludos