Hermanos gemelos, como los llamara Homero, sueño
y muerte han estado en relación íntima en la literatura, incluso forman parte del
tópico Vita somnium utilizado por
Calderón de la Barca en La vida es sueño,
para ilustrar el carácter onírico de toda la existencia. También lo escribió Quevedo:
“El sueño, que es imagen de la muerte” (Quevedo, 1986: 55), morir como
despertar al sueño que es la vida. El tópico de la muerte fue muy apreciado por
los Contemporáneos; muy cerca de la
publicación de la obra cumbre de Villaurrutia, en 1938, vieron la luz Muerte sin fin (1939) de José Gorostiza
y Muerte de cielo azul (1937), de
Bernardo Ortiz de Montellano. En el caso de Villaurrutia, la influencia del
surrealismo será fundamental para su poesía pues, de hecho “la reflexión y la
crítica en torno al surrealismo las empezó a desarrollar Villaurrutia a partir
de 1930 en numerosos artículos de prensa, reseñas, comentarios, ensayos o
conferencias” (Monge,
2001: 283).
Los
escenarios en que Villaurrutia inscribe su obra no se separan del sueño; es
posible rastrear el origen de esta predilección en sus propias filiaciones. El
poeta se declara hijo de la vanguardia europea, de los simbolistas y
románticos, más que de la generación hispana que literariamente lo precede. El gusto
de Villaurrutia está fuertemente marcado por lo onírico, el sueño de vida que
encuentra en la poesía romántica, por ejemplo, en la Aurelia del romántico francés donde él encuentra que “vigilia y
sueño se comunican en el texto poético de Gérard de Nerval al punto que las
fronteras entre ambos mundos no sólo se han borrado ya sino que son
innecesarias” (Villaurrutia, 1974: 896). Villaurrutia halla, de hecho, una
manera de unir armónicamente la vida y el sueño, constante muy marcada en su
obra.
El primer verso de “Nocturno miedo” se
inscribe en la noche, lugar de oscuridad física y también del interior del
poeta: “Todo en la noche vive una duda secreta”[1]
(Villaurrutia, 1974: 45). El poeta se instala en un no-decir, en un intersticio,
con el escenario nocturno como espacio de su secreto, mismo que ofrece la
posibilidad de realizar acciones:
Entonces, con el paso de un dormido
despierto,
sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.
La noche vierte sobre nosotros su misterio,
y algo nos dice que morir es despertar. (vv. 9-12)
La lucha entre estar despierto y estar
dormido sucede en tensión; un verso antes se lee: “en la gruta del sueño la
misma luz nocturna nos vuelve a desvelar” (v. 7-8). En los versos se advierten
dos posibles significados de “desvelar”: “estar sin dormir” y “descubrir”; la
luz, que es nocturna, contribuye a la tensión, pues se trata de la pugna por
dejar ver a la luz, y por esconder con la noche, al mismo tiempo.
Mucho se repite la tensión en la obra de
Villaurrutia, reforzada con el uso de antítesis; Octavio Paz resume el tema
verdadero de Nostalgia de la muerte como
un conflicto, pues se trata de una poesía “habitada por una doble oposición: el
sueño, la vigilia, la conciencia y el delirio” (Paz, 1978: 58). El choque de
conceptos, las estatuas despiertas, los ojos cerrados que ven, los abiertos que
no ven, son algunas representaciones de ese conflicto.
Si bien la noche es, como vimos en la doble
tensión de “ver y “esconder”, un escenario de la duda y lo inconcreto, es, más allá de
elemento paisajístico, un cómplice, ya que bajo su oscuridad permite el
encuentro con el otro, espacio donde la sombra puede transformarse en luz. Otro
cómplice posibilitador de los encuentros es el sueño. Villaurrutia lo hace
evidente en el último verso de “Nocturno miedo”, que tiene un antecedente en la
rima lxix de Gustavo Adolfo Bécquer
que dice: “¡despertar es morir!” (Bécquer, 1976: 60). El sueño, igualmente posibilita
el encuentro con el otro y en la otredad existe un cambio de perspectiva. El
sueño, según Argullol es “una necesidad y un poder” (Argullol, 2006: 65). Es
sólo con el paso del “dormido despierto” que el poeta se mueve también, es
decir, hay un paso del estatismo al movimiento. Si el mundo onírico ofrece
mayores satisfacciones vitales que el mundo real, se puede seguir que el poeta
intuya, igual que Bécquer, que despertar es morir. Además, el sueño permite una
nueva descripción del mundo, es una verdadera relación con la poesía, pues para
Villaurrutia “el tema del poeta es el sueño…, pero es muy difícil abordarlo”
(Paz, 1978: 56).
En el mismo poema, Villaurrutia, sumergido en
la duda secreta, es consecuente con el carácter indefinido de la otredad. La
antítesis remite a la indefinición, la cual se trata muchas veces de un punto
“entre” dos conceptos definidos y que resulta bastante abstracto, como lo es también
el otro. El sonámbulo no es ninguna de las dos cosas, ni despierto, ni dormido.
Para continuar con la idea de lo “entre”, el siguiente verso plantea una
pregunta fundamental:
¿Y
quién entre las sombras de una calle desierta,
en el muro, lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?
(vv. 13-16)
Es de notar el adverbio de lugar: “entre”, y
la elección de las sombras de una calle desierta que conforman una
indefinición. Aquí se refiere a un ser, marcado por el “quién”, pero es
imposible saber la identidad y tampoco su constitución física. Además, lo
desierto no está realmente desierto, pues tiene sombras, y conectando con los
versos anteriores, lo secreto no es realmente secreto pues siempre se logra develar
algo.
Pareciera que en la mitad de un concepto y
otro, el poeta buscara siempre mostrar algo más. No es que el poeta busque sólo
contraponer o bien trasmutar esto con aquello, sino que busca el lugar que se
inserta entre dichos conceptos y justo dicho lugar indefinido es uno de sus
preferidos. Apunta Paz la importancia del momento de tránsito, el instante en
que algo deja de ser una cosa y se convierte en otra, por ejemplo, cuando “la
nieve comienza a obscurecerse pero sin ser sombra todavía” (Paz, 1978: 84).
Mucho de eso se observa en Villaurrutia, un “entre” que no puede asirse ni
expresarse pero que paradójicamente, es el lugar más seguro. Siguiendo a Paz,
el entre “no tiene cuerpo ni sustancia. Su reino es el pueblo fantasmal de las
antinomias y las paradojas. El entre dura
lo que dura el relámpago” (Paz, 1978: 85).
La indefinición de Villaurrutia sucede
también al enfrentarse al otro. El “Nocturno de la estatua” muestra una carrera
sin hallazgo, una búsqueda sin logro. Este camino errático es lo que Xirau
llama “desrealización radical”, pues “el poeta pasa a la ingravidez de los
sonidos; y el sonido mismo se le convierte en eco, fantasma desdibujado de sí
mismo” (Xirau, 2004: 163). En efecto, el poeta busca a la estatua y desea
tocarla, pero esta actividad está condenada a no consumarse desde el principio:
Correr
hacia la estatua y encontrar sólo el grito
querer
tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer
asir el eco y encontrar sólo el muro
y
correr hacia el muro y tocar un espejo (vv. 5-6)
El poeta recorre distancias pero se enfrenta
a puertas sin salida. Mas él lo sabe desde el principio, no sufre realmente la
imposibilidad y en este poema se sitúa de nueva cuenta en el espacio intermedio
al reafirmar que el contacto no es viable. Para Villaurrutia el “entre” no es
un destino trágico sino la decisión que toma como su verdad. Después, aunque ya
materiales, no lo llevan a ningún lugar: el muro y el espejo. Esta persecución
es discontinua y fragmentada, propia del espacio onírico: “Soñar, soñar la
noche, la calle, la escalera” (v. 1) y contiene las peculiaridades inmateriales
y contrapuestas de los sueños. Hacia el final, entra en un sueño dentro del
sueño, pues la estatua, en la que él mismo puede reconocerse, rompe de lleno el
movimiento en el último verso: “hasta oírla decir: ‘estoy muerta de sueño’” (v.
13). De este modo se evidencia la indefinición del otro. El poeta desea la
otredad pero lo único que obtiene es un reflejo de sí mismo, igualmente
indefinido, difuso, producto de un sueño; se ha reconocido muerto frente a su
propio reflejo “hallar en el espejo la estatua asesinada” (v. 7) y de esta
manera no se puede decir que esté vivo ni realmente muerto pues aún puede
enunciar palabras. De nueva cuenta se ha posicionado en lo indefinido, en el
lugar intermedio donde no se puede terminar de ser, de ser o de nombrar.
Otra respuesta frente a la indefinición
aparece en el miedo que es la conclusión en sí de “Nocturno miedo.” El poeta
establece un sentimiento paradójico: teme estar vacío y también teme hallarse
ocupado por otro que le cancele su identidad. El último verso es fundamental
pues glosa el conflicto de la definición del ser, al tiempo que cierra la idea
de la vida como sueño y el despertar como muerte para crear una veta de lectura
sobre la existencia y el reconocimiento de uno mismo: “y la duda de ser o no
ser en realidad” (v. 20). ¿Dormir o
despertar? Se pregunta Villaurrutia constantemente, mas el caso es que no elige
ninguna opción, sino que regresa al punto intermedio. El sonambulismo definido
por el “dormido despierto” es ese espacio onírico-consciente que permite el
reconocimiento de uno mismo y también ahí existe la posibilidad de contacto con
el otro.
No es gratuito el título que Villaurrutia
eligió para la obra; la figura de la muerte es sin duda fundamental, ya sea
como arquetipo, como forma, o como persona, y el poeta la retrata con
diferentes características. Una que me parece fundamental es la factura de la
paradoja del miedo. Recordemos “la duda de ser y no ser realidad” (.v.20). Ahora
bien, sabemos que ante un sueño es necesario despertar y al hacerlo llegaría
una angustia que se correspondería con el verso de Bécquer citado anteriormente.
Pero hay aquí otra paradoja cuando el poeta afirma: “Dos temas son
particularmente interesantes para mí: la muerte y la angustia. La angustia del
hombre ante la nada, una angustia que da una peculiar serenidad” (Villaurrutia,
1966: 18-19). Villaurrutia escribe también sobre el dolor de: “no ser sino la
estatua que despierta / en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto” (v.
38) donde podemos rastrear un despertar angustioso que al mismo tiempo puede
ser sereno. De hecho este último verso tiende un puente perfecto hacia la
conclusión sobre el manejo del sueño y la muerte. Cabe resaltar que el dolor
del que habla es “inesperado” pero el énfasis del poema está en unos versos
antes:
Abre
mis ojos donde la sombra es más dura
y
más clara y más luz que la luz misma
y
resucita en mí lo que no ha sido. (vv. 33-35)
El despertar es oscuro pero también es
luminoso y le sucede una resurrección. Extraño resultaría, que dentro de una
obra en que habita la oscuridad y la muerte existan múltiples menciones a lo
abierto, a la luz y a la vida. Alí Chumacero escribió que en Nostalgia de la muerte: “la emoción,
vínculo inmediato con el mundo, se convierte ahí en ideas que, acariciadas por
el verso y volcadas en palabras, llegan a construir el poema” (Chumacero, 1974:
15). Siguiendo esta afirmación habría que detenernos a reflexionar sobre la
visión de la existencia que Villaurrutia refleja en este poemario, lo que lo
transporta directamente a la emoción central de la que habla Chumacero. Dicha
emoción es en realidad la vida y la luminosidad de la misma.
En el poema “Paradoja del miedo” el poeta se
afirma como un ser para la muerte y explica que el miedo mayor no es a la
muerte en sí, sino a la falta de reconocimiento y pérdida de la identidad
propia:
El
miedo de dejar de ser uno mismo
ya
para siempre,
ahogándose
en un mundo
en
que ya las palabras y los actos
no
tengan el sentido que acostumbramos darles;
en
un mundo en que nadie,
ni
nosotros mismos,
podamos
reconocernos. (vv. 16-23)
Este sentimiento de confusión, inseguridad y
falta de definición, supera al miedo a la muerte y explica la nostalgia. En ese
caso sería más fácil temer a la muerte, que es algo fuera de uno mismo, que
temerle a un yo incomprensible, a verse como un ser que no se define y al que
nadie puede reconocer. Pero recordemos que la muerte en Villaurrutia no es una
extraña. En el “Nocturno en que habla la muerte”, vemos que cuando la muerte
habla, le anuncia la imposibilidad de su propia comprensión como sujeto y ese
es el verdadero temor:
Nada
es la tierra que los hombres miden
y
por la que matan y mueren;
ni
el sueño en que quisieras creer que vives
sin
mí cuando yo misma lo dibujo y lo borro. (vv. 23-26)
El final de “Paradoja del miedo”, además, no
es una oda a la muerte, sino a la vida y ahí también nos presenta el poema una
suerte de paradoja: “puesto que ya no puede morir, / sólo un muerto, profunda y valerosamente, /
puede disponerse a vivir” (vv. 58-60). Villaurrutia sentía que la muerte la
llevaba dentro, en sus palabras, era traerla “como el fruto lleva a la semilla”
(Villaurrutia, 1966: 18). El despertar de la estatua está vinculado con la
abstracción que hace Villaurrutia de la muerte. Octavio Paz explica que se
trata de una inversión del viejo “despertar es morir” y no se equivoca: “en la
vigilia, si somos lúcidos, vivimos nuestra propia muerte. El contenido de
nuestra vida es nuestra muerte. Estamos habitados por ella” (Paz, 1978: 81). El
sentimiento de la estatua que “despierta en la alcoba de un mundo en el que
todo ha muerto” (vv. 37-38) es un sentimiento de claridad y luz, de serenidad
puesto que “resucita en mí lo que no ha sido” (v. 35) y así funciona como
demostración de la inversión sugerida por Paz en torno al antiguo tópico. Una
vez más Villaurrutia demuestra sus filiaciones y predilecciones como hijo de la
tradición romántica europea pues esta idea tiene raíces justo ahí, donde la
vida y el sueño tienen todo en común, “sobre todo desde el romanticismo, el
sueño se ha identificado con la vida; el sueño no es la muerte sino la otra
vertiente de la vida” (Paz, 1978: 56).
En la apreciación de Xirau, Villaurrutia es
un hombre que “excesivamente subjetivo para dar con símbolos universales de la
muerte, vive su muerte, la hace pan de todas las noches” (Xirau, 2004: 169). Villaurrutia
no puede, entonces, mostrarse temeroso de morir. Él mismo afirma: “La muerte no
es, para mí, ni un fin, ni un puente tendido hacia otra vida, sino una
constante presencia, un vivirla y palparla segundo a segundo… presencia que sorprendo
en el placer y en el dolor” (Villaurrutia, 1966: 19). La muerte sería para el
poeta esa mezcla de algolagnia también entre la angustia y la serenidad, y en
ese umbral indefinible se encuentra él mismo, de la mano de su propia muerte,
en el lugar “entre.”
Así es que es sólo en ese intersticio de la
indefinición logra paradójicamente definirse. Al igual que sólo en la misma paradoja
del miedo a la muerte se instala en una afirmación de la vida. En el estado
intermedio puede hallar su verdad y dicho estado se encuentra en el sueño.
Siguiendo a Albert Béguin, al igual que la poesía, el sueño y las revelaciones
sucedidas en la indefinición tienen el precio inestimable de que “nos liberan
de nuestra soledad de individuos separados, nos ponen en comunicación con esos
abismos interiores que ironizan la vida de la superficie” (Béguin, 1992; 161).
Por eso el poeta no teme al despertar, pues
se afirma desde el inicio del poema, a manera de Heidegger, como un ser para la
muerte, “todo poeta descubre su filósofo y yo lo he encontrado en Heidegger”
(Villaurrutia, 1966: 19). Si no hay muerte que aceche peligrosamente, no habrá
más remedio que entregarse a la vida. Villaurrutia entiende totalmente que sólo
la muerte puede afirmar la vida, así como sólo el sueño puede afirmar la
realidad predilecta y sólo dormir/morir lleva a despertar/vivir.
Bibliografía:
·
Argullol Rafael (2006), La
atracción del abismo, un itinerario por el paisaje romántico, Acantilado,
Barcelona, 124pp.
·
Bécquer, Gustavo Adolfo (1976), Rimas
y leyendas, Aguilar, México, 367pp.
·
Béguin, Albert, El alma romántica y el sueño, FCE,
México, 1992, 500pp.
·
Monge, Carlos Francisco (2001), “Entornos del surrealismo en Xavier Villaurrutia: la poesía y el
ensayo”, en Las vanguardias literarias en México y la
América central. Bibliografía y antología crítica, Merlin H. Foster (comp), Frankfurt am Main, pp. 277-296.
·
Quevedo y Villegas, Francisco de (1986), “Más solitario pájaro ¿en cuál techo?”,
en Poesía amorosa, Joan Boldó i
Climent Editores, México, 134pp.
·
Paz, Octavio (1978), Xavier
Villaurrutia en persona y obra, FCE, México, 85pp.
·
Villaurrutia, Xavier (1966), “La poesía”, en Revista de Bellas Artes No. 7, México, pp. 17-19.
·
_______________ (1974), Obras,
FCE, México, 1096pp.
·
Xirau, Ramón (2004), “Xavier Villaurrutia: presencia de una ausencia”,
en Entre la poesía y el conocimiento.
Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos, FCE,
México, pp. 161 – 171.
Music on: Brenninsteinn - Sigur Rós
Quote: "tu voz hace un imperio en el espacio" - Vicente Huidobro
Reading: 1Q84 - Haruki Murakami
2 comentarios:
Hola de dónde tomaron la imagen de Xavier Villaurrutia ? Necesito el original para tomar una foto HD
César, la fotografía la tomé de internet, buscando con Google, seguro que la encuentras en cualquier portal.
Ahora bien, si te interesa en especial consultar información o acervo documental de Villaurrutia, te recomiendo que te dirijas al Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del INBA, que está en la calle de Nuevo León, ahí está el acervo más grande de Villaurrutia, con manuscritos, libros, correspondencia y fotografías y se puede consultar sin problemas.
Saludos
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