Marcel Proust, junto con James Joyce, es uno de los grandes escritores del siglo XX. Su obra cumbre es precisamente Búsqueda del tiempo perdido, una novela dividida en siete tomos en los que el autor propone un viaje hacia la memoria y el recuerdo mediante inmersiones hacia el interior del ser humano a partir de lo cotidiano del mundo externo.
Se requiere un tipo de paciencia especial para leer a Proust, ya que la mayor parte del tiempo, a pesar de que su prosa es ágil, el lector siente que al estar en la búsqueda del tiempo perdido de Proust está perdiendo inútilmente el tiempo propio. ¿Por qué sucede esto? Bueno, se me ocurre pensar que el lector siente que el viaje de Proust sólo funciona para sí mismo ya que está conformado por una serie de divagaciones y reflexiones demasiado íntimas que el lector promedio no puede seguir con atención (y eso del lector promedio es exagerar pues que yo sepa sólo verdaderos estudiosos literarios se han aventurado a completar el viaje desde Por el camino de Swann hasta el Tiempo Recuperado).
Lo que Proust pretendía hacer (y esto es una percepción impresionista nada más) es privilegiar la memoria y vivir a través de ella. Ciertamente uno podría pensar sin más dudas que esto es en su totalidad, una gran pérdida de tiempo; sin embargo para Proust las cosas no eran tan sencillas; la memoria es una doble vida y el recuerdo exacto de las cosas permite no sólo recrearlas en el tiempo sino modificarlas y encontrar que en ellas existe un legado importante para el presente y el futuro.
Una de las ecenas más emblemáticas del primer volumen: Por el camino de Swann es aquella que narra el recuerdo producido en el momento en que el protagonista huele una magdalena (una especie de pan) y el olor de ésta le despierta el recuerdo del pasado y no sólo eso sino que transporta su pasado al presente y gracias a esto lo puede cambiar y vivir de otra forma.
A Proust le interesaba también el detalle y la descripción exhaustiva de las cosas; estaba convencido de que el recuento específico de los hechos y las personas también era una forma de reubicarse en el mundo actual. En un pasaje del tomo A la sombra de las muchachas en flor, Proust nos deleita con una descripción exhaustiva de tres muchachas que pasan por la calle y nos sumerge en el detalle de la anécdota haciendo que las muchachas no sean sólo un hecho o una descripción sino parte de la vida misma. Lo mismo sucede al explorar en el paisaje las catedrales cuyas torres se pierden a la distancia y gracias a la perspectiva muestran cosas diferentes a la vista y a la realidad.
Como dije antes, Proust es cosa de paciencia y más que de paciencia, de sensibilidad, del deseo de leer unas líneas y no sentir que el mundo de Proust es válido sólo para sus ojos sino que en la lectura el autor transmite ideas y sensaciones que recrean no unicamente su realidad sino la de cada persona que lo lea.
De esta manera, la Búsqueda del tiempo perdido es una búsqueda de nuestro pasado también y de un futuro no tan distante que se construye también, en buena parte, de recuerdos.
1 comentario:
Sin la memoria no existe la vida.
Esa sentencia puede parecer una exageración, pero analizando nos damos cuenta que la memoria, que es el registro de la vida, es el eje por el cual percibimos, aprendemos y viajamos a través de la vida misma. No hay tiempo perdido al indagar en la memoria, de hecho el tiempo que no es registrado por ella es el verdadero tiempo perdido. La observancia de los detalles son solamemte marcadores temporales, son referencias de la memoria hacia una época o momento en particular. La memoria no es una doble vida es la misma vida.
Saludos.
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