lunes, 3 de marzo de 2014

Una metáfora de los amantes imposibles




En momentos como este, en que siento que nada sirve de nada, en que no supero el absurdo, en que la incompletitud me abruma, no sé si acaso escribir ayude de algo. Siento que siempre escribo la misma cosa, la misma cantaleta, el mismo dolor. Pero no consigo salir de él. Las personas cambian, pero el hecho es más o menos el mismo, siempre regresa a mí el tema de la imposibilidad. Y para ello nada mejor que la historia de Orfeo y Eurídice, porque pienso en ella como una metáfora perfecta del amor, al menos en mi caso. Orfeo baja a los abismos infernales en busca de su amada con la consigna de que no puede voltear a verla, pues si lo hace, en ese instante la perderá para siempre. Me refiero a que es una metáfora en el sentido de que no podemos tener nada completamente, que al tener al amor, lo perdemos, —lo pierdo— que siempre estaremos tentados a voltear y lo perderemos, como le pasó al héroe. Por una u otra razón yo siempre pierdo el amor, si acaso con buenísima suerte lo tengo bien agarrado de la mano, es por rebeldía, impaciencia, ineptitud, aburrimiento, hybris, o qué sé yo, que siempre lo echo todo a perder, igual que Orfeo. Su caso es claro, le dijeron que no volteara y volteó, yo estoy peor pues desconozco la prohibición y haga lo que haga, siempre pierdo.

Como sea, la metáfora no es muy esperanzadora. Nos dice que, en efecto, la eternidad no es posible y que, como Orfeo, no podemos aspirar a tenerlo todo por completo, mucho menos eternamente. Estoy convencida de que así es la vida: andar por los abismos aferrados a algo que amamos, pensando que lo podremos poseer por completo. Tener, no tener, desear algo tanto y perderlo sin remedio. No sufro siempre, no necesariamente, pero el hecho de haber perdido años de mi vida amando fantasmas sí me afecta; años, meses, días, el tiempo que sea en el cual he invertido esfuerzos para lograr cosas, tiempo de viajes abismales sosteniendo algo con una errada seguridad, sólo para perderlo. Yo creo que todas las veces ha sido mi culpa y he tratado de hacer las cosas de manera diferente, uno vive y aprende, dicen por ahí. Yo aprendo y desaprendo porque no he hallado el camino correcto, no he encontrado la manera de no entrar en ese infierno bajo las mismas condiciones y consecuencias. Me sucede que a veces creo que “algo” es lo correcto y luego caigo en el desencanto, en el error, inevitablemente. Y me carcome, sobre todo, la evidencia viva y latente que me recuerda todos mis errores. Uno cree que ciertas cosas son posibles, uno cree en el amor, de una o de otra forma. Uno cree, estúpidamente, uno cree. Y cree que por una vez en la vida Eurídice no se va a desvanecer, que uno no va a cometer el error.

A veces pienso que es mejor adentrarse al abismo con lámpara y cuerdas, poco a poquito, en lugar de dejarse caer. En muchas ocasiones deseo que la agonía termine antes, pero, absurdamente, jamás se me ocurre desear que no hubiese iniciado. Estos abismos se tienen que recorrer, así como la vida se tiene que vivir. Muchas veces me he preguntado si acaso hay algo roto en mí, me lo pregunto casi todos los días, de hecho, si hay algo que hace que la gente simplemente no se enamore de lo que soy cuando yo estoy dando todo lo mejor de mí. Y pienso tonterías como “ojalá le hubiera dicho a tiempo que no me parecía lo que hacía, que yo quería más, que no aguantaba sus ausencias” pero sé que eso tampoco cambia nada, decir o no decir, por desgracia, no salva. Actuar o no actuar; sufrir o no sufrir. La verdad, el resultado es el mismo. Entiendo que no hay que encontrarle tres pies al gato. Uno se enamora, o no. La gente se gusta, o no. La gente desea encontrar la manera de estar junta o no. La gente elige una cosa por otra, o no. Y sin embargo, no hay respuesta que me contente.

Ya no se trata de aprendizaje; hay millones de maneras de volver a hacerlo todo mal. No hay una regla general para el amor, para fortuna o no nuestra, no la hay. Quizá lo mejor es estar a la deriva como Orfeo y Eurídice mientras caminan, tal vez esa vida no está tan mal. Al menos ellos están seguros de su actuar, seguros y a salvo, hasta que Orfeo decide salir de ahí y voltear. No tengo una solución, no sé cómo conservar, cómo no desear más, cómo escapar a la maldición y perderlo todo. Es más complicado amar que no amar, eso me queda claro. Es mentira eso de que el amor es suficiente. Nada es suficiente. No importa todo lo que uno haga, lo que se desviva o lo que invierta, siempre se va a terminar. Así se quede uno acatando las reglas, la tentación existe y el voltear hacia Eurídice se manifiesta en miles maneras. Caminando los dos, es inevitable, uno o el otro se va a volver a enamorar, tarde o temprano, el hecho de que siempre volvemos a amar no es una sentencia que nos dé, necesariamente, esperanza.

Un hecho importante es que, para muchos, conseguir “todo lo que quieres” nunca es en realidad “todo lo que quieres”, siempre se desea más y de tanto, aquello que se supone que se anhela, por lo que se supone que se está dejando la vida, desaparece. Entonces regreso a la incompletitud, al amor imposible y a la sentencia: nada es suficiente y por eso se pierde todo, sin remedio.          

Music on: Stubborn love - The Lumineers
Quote: "Nunca como a tu lado fui de piedra". Rosario Castellanos
Reading: Diario invento - Francisco Hernández

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