Pasé poco más de dos años de mi vida dedicada a una investigación que muy seguramente nadie leerá, 150 páginas que se quedarán en un estante de biblioteca para llenarse de polvo. Así es esto de la vida académica, supongo, un montón de horas de dolores de cabeza y la muy tenue esperanza de poder decir algo que valga la pena. En mi examen profesional, experiencia que ha sido hasta el momento la más difícil de mi vida, un amable profesor, sin mayor saña ni mala leche, preguntó por qué consideraba que mi investigación era importante, por qué esto que yo decía aportaba algo al conocimiento en torno a Oliverio Girondo. Por supuesto que en ese momento mi estrés y mi hartazgo no me dejaron contestar. Acaso dije una tontería que se sumó a las mil tonterías que ya llevaba diciendo, tonterías que evidenciaron mi poca capacidad para sostenerme ante los juicios de tres académicos mucho más inteligentes y preparados que yo. Pero, en realidad, hay una razón muy sencilla, una respuesta que ahora daría, la cual no tiene nada que ver con teorías literarias ni con poéticas, sino con la existencia misma.
Resulta que Girondo es, sencillamente, un poeta de la vida. Esa es la razón por la cual resultó importante para mí y es el punto de partida y, al mismo tiempo, la culminación de esa tremenda investigación de años, algo así de simple. La cosa es que no me interesaba decir lo que ya se había dicho, que Girondo era vanguardista, que rompió con el cánon al ubicarse dentro del selecto grupo que marcó el inicio de la nueva era artística en latinoamérica; claro que lo dije, pues, pero esa no era la función primordial. Para mí, era innegable que las coincidencias entre Girondo y el espíritu existencialista de Albert Camus no eran, en realidad, coincidencias. Y porque nada es casualidad, valía la pena justo indagar en eso, en las conexiones sutiles o no que llevaron a Girondo a escribir una de sus mejores obras: Persuasión de los días, en el mismo año en que Camus escribió, también, una de sus mejores obras: El mito de Sísifo, 1942.
Y aquí es donde parte la justificación: la vida. Mis sinodales me dijeron que yo no había entendido nada de Camus, ni tampoco de Nietzsche y que estaba mezclando arbitrariamente conceptos como "vitalismo", "nihilismo" y "existencialismo"; a la fecha, y en mi defensa, puedo decir que yo jamás utilicé al nihilismo como base de nada en la investigación, y que expliqué precisa y exactamente qué estaba entendiendo por "vitalismo" así como qué parte de la filosofía existencialista estaba sosteniendo mis argumentos. Así es la academia, insisto, hay que explicarlo todo, y lo que parece más obvio hay que explicarlo todavía mejor. Finalmente, a mí me interesaba la actitud de alegría que Girondo retomaba en toda su obra, la misma que retomaba Sísifo, tal como lo explicaba Camus en su famosísimo ensayo.
La cosa es, en realidad, bastante sencilla y mi trabajo de investigación se encargaba de justificar, poco a poco y con mucho detalle, por qué mi propuesta era sostenible. Fracasé rotundamente, sin embargo sigo pensando que la cosa es igual de sencilla e igual de perceptible. Camus escribe que Sísifo, al realizar día a día el castigo de subir la piedra hasta el final de la montaña, sabiendo que no hay escapatoria, que no puede ser otra cosa que su castigo mismo, encuentra una manera de alegrarse dentro de su miseria, de trascenderla incluso hasta llegar a alcanzar una actitud feliz. Así lo dice Camus con todas sus palabras: "hay que imaginar a Sísifo feliz", y de esta actitud se desprende toda una cosmogonía y postura frente al mundo. Así como Sísifo, Girondo encuentra la manera de ser feliz. No es que el mundo deje de ser terrible y por eso encuentren esa manera de ser felices, sino que, a pesar de que el mundo es terrible, son felices.
Me gusta todo tipo de poesía, es verdad que disfruto el dolor y el sufrimiento y me parece sublime que la palabra sea capaz de hundirme hasta que siento que ya no puedo tocar más fondo. Sin embargo, es aún más loable encontrar que en la poesía sigue presente la vida, a pesar de tantas tentativas de muerte. Girondo lo asegura en varios momentos de su obra mediante distintos mecanismos de forma y de fondo, se vale de alegorías, del humor y de recursos que comprenden las metáforas, las prosopopeyas, las escisiones del yo poético, la jitanjáfora y la innovación lingüística. Y en todos sus momentos hay una apuesta por la vida, siempre. Aunque existan momentos de oscuridad y angustia, en su poesía triunfa la vida por encima de todo, Girondo encuentra que dentro del absurdo de la existencia siempre es posible hallar una redención y una manera de superar todo lo que impida ser feliz. Creo que, para no hacer el cuento largo, esta actitud se aprecia con nitidez en el poema que abre Persuasión de los días, titulado "Vuelo sin orillas", el cual trata de una evasión que busca reafirmarse a través del deseo de vivir.
Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.
Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.
Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.
Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Me oprimía lo flúido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Curiosamente, ese libro culmina con una plena gratitud. Cuando Sísifo es capaz de, en palabras de Camus, "ser dueño de su roca", es posible la felicidad. Cuando Girondo agradece a todo lo existente, por mínimo o desagradable que sea, está logrando también ese grado de felicidad trascendente. El poema titulado "Gratitud" dice:
Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.
La cuestión con Girondo, que considero lo hace ser grande entre los grandes, es precisamente esa actitud. No es escapar del mundo nada más, escapar cualquiera podría hacerlo; o bien, renunciar a la vida por ser ésta demasiado difícil o pesada o terrible. Para Girondo, el secreto de la existencia no está en el escape o la evasión sino en la consciencia de la insensatez y horror del mundo, consciencia que, lejos de llevarlo al abandono, le reafirma su interés por seguir existiendo, en y a pesar del mundo. Esa actitud, aunque mis sinodales no lo vieron, es la actitud del Sísifo de Camus y es una actitud que no sólo puede verse en la poesía o en la literatura o en el arte, sino en la vida misma.
Mis traumas y obsesiones con el tema de la renuncia y de lo terrible del mundo se resolverían siendo como estos dos rebeldes que lograron ser felices, por eso Girondo, por eso la vida, porque es más sencillo hundirse en el fango y no luchar, es más sencillo renunciar a todo (yo misma renunciaría a todo) antes que dedicarse no a luchar contra corriente, sino a trascender la realidad y superarla. Pienso, por ejemplo, en Muerte sin fin, de Gorostiza, uno de los grandes poemas escritos en español, del cual no pongo en duda su poeticidad ni trascendencia literaria; sin embargo, como su nombre lo indica, se trata, de fondo, de una agonía interminable, que el poeta quiere ensalzar y donde quiere permanecer; pienso en morir sin fin, en el estado de suspensión dolorosa para toda la existencia y entiendo perfecto el sentido pero también sé que deja de lado por completo la lucha, la vida, en la manera en que lo hace Girondo.
Así que, por eso Girondo, él es un vitalista, o así lo entiendo yo, aunque me digan que no uso el término como debería hacerlo. Por eso él, por eso la locura exquisita de En la masmédula, por eso el absurdo divertidísimo de Espantapájaros, por eso la realidad tergiversada de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Por eso, más allá de la poesía, por la vida, aunque, por cierto, para Girondo, vida y poesía eran sinónimos y por lo tanto una cosa no podía ser separada de la otra. Por eso también Girondo.
Music on: Everybodu knows - Avalanche city
Quote: "las mejores son las cosas que nunca se poseen del todo" Manuel Pérez Petit
Reading: El mono gramático - Octavio Paz
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