Empecé
escribiendo cuentos cuando estaba en la preparatoria y me gustaba Edgar Allan
Poe. Mis primeros intentos eran, de hecho, un pastiche de lo que hacía Poe, con
ambiente gótico, en mansiones lúgubres y con personajes escalofriantes y
trastornados de distintas maneras. Poco a poco me fui dando cuenta de que los
trastornos, las depresiones y los escalofríos no necesitaban,
necesariamente, desarrollarse en mansiones, parajes suizos, cuevas y castillos,
sino que podían situarse a nuestro lado, en la más bella cotidianidad mundana.
Así son estos cuentos.
Existen
tres ejes que, a mi parecer, sostienen a todos los relatos o buena parte de
ellos, uno es la familia, otro la locura, y finalmente, la muerte. Los tres
están íntimamente relacionados. Hay por ahí tres relatos que son mucho más
metafóricos y al mismo tiempo, un tanto fantásticos, no con la fantasía de los
dragones y las hadas, pero sí contienen esa extrañeza que irrumpe en lo
cotidiano, muy al estilo de La
metamorfosis donde lo extraño y terrible se vuelve normal. De este corte es
“Los dedos”, por ejemplo. Está también la historia de la araña que sale de las
lágrimas de una persona y que es metáfora de la tristeza. Cuando escribí ese
relato me preguntaba cómo sería si de una manera más física pudiéramos externar
nuestras tristezas, si del llanto podríamos no sólo limpiarnos con el agua sino
a través de otra cosa; entonces se me ocurrió la idea del insecto portador de
todas nuestras decepciones, que sale y entra a voluntad sin nuestro control,
tal como nos sucede con la tristeza y la alegría, sentimientos que nos llegan de pronto y los tenemos que dejar ser, dejar fluir, dejar existir. Asimismo, está el relato de la sombra que ejemplifica la alienación de la persona y la fatalidad de no poder escapar a un destino. En este relato está presente
el tema del doble y la idea de que la sombra de uno mismo es como el recuerdo
de una muerte que, de tan certera que es, descansa personificada, todos los
días a nuestro costado sin que podamos hacer nada.
En
cuanto a los ejes fundamentales, buena parte tienen que ver con experiencias
personales. Yo nací, crecí y viví en una familia de mujeres, con mi mamá, mis
tías y mis tías abuelas, había sólo un hombre: mi abuelo, la única figura
paterna imponente e importante; con ellas crecí, a ellas
me amoldé, a partir de ellas conocí la vida. Mis relatos incluyen historias de
mujeres enclaustradas, dos de ellos, al menos, son reflejo directo de sucesos
familiares, el de “Funeral” narra la muerte de mi tía y el de “Los dedos”, ya
mencionado con anterioridad, recrea el encierro y hermetismo de una familia de
mujeres que se han hecho distantes a cualquier petición de amor. En el cuento,
las consecuencias son de corte fantástico, de imaginación e irrupción del
extrañamiento dentro de lo cotidiano. En cuanto a la locura, tomo como punto de
partida una frase de Clarice Lispector que dice: “la locura es vecina de la más
cruel sensatez”; en uno de mis relatos aparece esta frase como epígrafe, sin
embargo está relacionado con más de un relato. A veces la realidad
nos resulta tan abrumadora que nos vemos en la necesidad de sucumbir a la
locura antes que entregarnos a la muerte, a crear otras realidades que nos
resulten menos terribles. Estamos negando la realidad pero al mismo tiempo
estamos viviendo en otra. En Viaje al fin
de la noche Céline escribe: “¿a dónde ir cuando no llevas contigo la suma
suficiente de delirio? La verdad es una agonía que nunca acaba. La
verdad de este mundo es la muerte”. Así les pasa a algunos de mis personajes, como
Rosa de “Rosa a media noche” o como Leonardo de “Atardecer” o bien la niña sin
nombre que pinta compulsivamente en “Rojo”. Todos ellos son incapaces de
aceptar la verdad del mundo, pero siguen convencidos de que deben seguir
viviendo y lo hacen a través de engaños fabricados que se convierten en una
alternativa. La otra opción, claro, sería renunciar en definitiva a la vida,
pero ellos no lo hacen. Hay quienes, también en mis relatos, sucumben porque,
ni cómo negarlo, la renuncia es también otra idea tentadora e igualmente
exploro esa segunda posibilidad, la cual evidentemente lleva directo a la
muerte, otro tema sostén de este libro.
El asunto de la muerte se
liga a la familia, al amor —porque el amor también es una de mis obsesiones
fundamentales, amor tortuoso, imposible, que te va carcomiendo poco a poco pero
que no te mata—, a la imposibilidad de crear una vida satisfactoria. Los
relatos de desamor culminan en la muerte, como “¿Te acuerdas?” o bien “El
espíritu de los muertos observa”. La muerte está en todo, de distintas maneras,
morir en vida no es una posibilidad que yo descarte. El relato final está inspirado
en el poema de Cesare Pavese, que le da título al volumen: “Vendrá la muerte y
tendrá tus ojos”. En el poema, Pavese habla de una muerte que acompaña al ser
humano siempre y, al mismo tiempo, de una persona a través de cuyos ojos existe
un reflejo de la muerte:
Vendrá la muerte y
tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.
En mi relato dejé de lado
la metáfora y lo trasladé a lo literal. Se trata, entonces, de la figura de la
muerte que pasea con los ojos de alguien y ese alguien sólo puede mirarlos así,
pendiendo de su mano, en el instante previo a que se le esfume la vida para
siempre. Además, como escribe Pavese: “para todos tiene la muerte una mirada” y
creo que esa es una veta que sigue abierta para escribir sobre este tema que
desde hace siglos es importante para el arte.
No pienso que este libro
vaya a ser trascendental para la literatura mundial, de verdad no lo pienso,
pero es mi primer libro de cuentos y lleva mucho trabajo detrás pues un par de
ellos los escribí hace 4 o 5 años, y han tenido varios procesos de revisión y
corrección y así como de necesarios cambios. Estos relatos son una mezcla de
experiencias personales, obsesiones bien marcadas que he cultivado a lo largo
de mi vida y, al mismo tiempo, son una apuesta por una literatura de calidad,
por algo que traté que estuviera, por lo menos, bien escrito. Verlos así me causa una sensación extraña, por un lado me da terror saber que una parte tan
escondida de mí está ahí afuera ventilándose sin pudor, pero por otro lado sí
es una satisfacción muy grande poderlos dar a conocer. El terror estriba en
haberme desnudado tanto ante mi familia, para quienes guardo muchísimas
reservas sobre mi manera de ser; a quienes jamás les he confesado abiertamente
cuáles son las vetas de mi dolor y de quienes a últimas fechas me he alejado
mucho por haber tomado decisiones que no aprueban. Pero al terror lo salva la
creación, y esta es finalmente el motor más grande de este libro, crear,
escribir, esperar que, con suerte, alguien pueda tener una impresión grata o
llevarse algún recuerdo.
Quote: "La felicidad también existe fuera de la luz." Marco Fonz
Reading: La infancia de Jesús - J. M. Coetzee
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