Uno cree que hay cosas eternas, sí, de
verdad lo cree. Yo que soy una compradora compulsiva de ilusiones lo sé. Hace tiempo,
una excelente profesora de español dijo que eso del amor eterno era una
mentira. Entonces pensé que ella era una amargada y no presté atención, yo con
mis esperanzas influenciadas por todas las cosas que pinta el mundo en el verde
más puro, para decirlo en términos de Sor Juana, yo tan irremediablemente
ilusionada a mis escasos quince años. Cuánta razón tenía aquella mujer.
Así nos debieron de haber dicho desde
niños, que no existe el príncipe azul, que los cuentos de Disney no son para
creer, incluso debieron habernos dicho, sí, aunque me digan que estoy loca, que
no hay tal cosa como los reyes magos, mucho menos tal aberración como un dios
que cuida de uno a todo momento. Así nos debieron de haber dicho para
ahorrarnos algunas decepciones.
Pero me dirán que ese aprendizaje es parte
de la vida. Y supongo que es cierto. Así como es parte de la vida aprender a no
creerse nada que no esté dentro de uno mismo. Ya no hablemos del amor, que es
una cosa tan intangible y tan problemática que ahora no tiene cabida. Hablemos de
otras cosas que uno se hace a la idea de que serán, de hecho, auténticamente,
para siempre. Digamos, por ejemplo, que una amistad construida a lo largo de
años no se pensaría que podría acabar así como así. Y ya sé que sucede, que no
estoy descubriendo el hilo negro, que a todo mundo le pasa. Pero no porque a
todo mundo le duela me va a doler a mí menos.
Hoy no tengo la más mínima intención de ser
poética. Hoy dejo de lado toda la erudición de la que a veces hago gala, sólo
para regresar a lo primigenio, al dolor de haber perdido gente en el camino de
la existencia, gente con la cual creí que estaría por siempre, porque la
amistad me parecía más elevado que el amor, menos caprichosa, más íntegra, más
real, más sincera y por lo tanto con ese potencial casi casi de lo real, de que
sería eterna. Pero no. Un día te das
cuenta de cómo poco a poco esa persona a la que querías tanto ya está caminando
hacia otro lado, cómo la nostalgia es lo único que te tiene en vínculo con tal
persona, cómo todo lo que pasa de nuevo ya no lo puedes relacionar como solías
hacerlo, porque de pronto hay un vacío que ya no se puede llenar.
No pretendo explicarme al cien por ciento. Estoy
tan ofuscada y estoy siendo tan sincera que no me alcanza el argumento para
decir directamente lo que pasa. A veces es mejor así, desahogar un poco la pena
y llorar hacia los adentros esa pérdida que no se ve y que nadie nota, pero que
se siente. ¿qué hace uno cuando pierde al amigo de toda la vida? ¿qué hace uno
cuando aún vivo ha decidido hacer otra vida en la que uno no está contemplado? Pues
uno se aleja, es como en el amor, me voy de donde no me quieren y hago de
tripas corazón, me guardo todos los recuerdos y me engaño pensando que ya se me
irá olvidando, que si borro las fotos del facebook puedo hacer de cuenta que
también borraré los hechos. ¿qué hace uno? Perder un amigo así duele más, creo,
que perder un amor, porque el amor uno sabe que se acaba, uno cree que en
cambio puede confiar en la amistad. Pero al final no hay gran diferencia.
Así que la eternidad no existe, una vez
más. Y las decepciones por la realidad no terminan. Parece que no es algo que
vaya a terminar. Es triste.
Music on: Nothing song - Sigur Rós
Quote: "imagino que el horizonte termina en mi casa" Graciela Huinao
Reading: S/Z - Roland Barthes
No hay comentarios.:
Publicar un comentario