viernes, 21 de marzo de 2008

En el arte de amar desplegado en cada centímetro de tu boca
y el dolor de no poderte asir más
y sólo pensar ahogada en silencio
en tu nombre grabado en mis dulces pesadillas
en tus ojos tristes que traspasan las goteras de mi alma

Sólo escucho el silencio de tus voces falsas en mi cuerpo cansado,

en mi piel seca de llorarte y de saberte lejos
en la tristeza crónica donde no hay sino un recuerdo
y mi voz que anhela un secreto pesado que debe salir
para decirte esa verdad que conoces y que desaparece en tu frente ciega.


Aquí en los muros grises de mi cuarto, en el hogar de los lamentos
pregunto sin voz al sueño y a la muerte
cómo decirte otra vez que te amo y no pecar de lo ridículo,

cómo hacer que me sientas y no huyas,
que me ames de regreso,
cómo dejar de mirar tus pupilas en cada uno de mis suspiros.

Pero sé que esto es la ilusión y la esperanza,
el dolor tuyo y mío de un todo infinito
que se alimenta del sonido de tus pasos perdidos en la distancia

y lo imposible de tu perfección a mi placer vedada.

No me queda tiempo de elegir otro mundo posible,
o de creer que hay redención mediante el olvido;
tampoco de negar la cabeza del destino insondable
o para dormir entregada al sueño del descanso eterno.

El peso de la vida sofoca las palabras
y en los párpados más duros que el silencio
deseo el final de mis horas ancladas en la condena
y pienso en la muerte fría y trémula
y aún le temo a sus manos desconocidas
o a sus murmullos de hielo.

Pero más temo que venga a mi alcoba perdida
y le mire el rostro desalmado y encuentre que hasta la muerte misma
tiene en la faz la mirada de brisas y atardeceres lejanos,
de los ojos tristes que no son sino los tuyos.

1 comentario:

Santiago dijo...

Me parece que las palabras aquí adquieren el sentido auténtico del arte escrito: es decir, adquieren la tonalidad musical y profunda que debe corresponder a la poesía. El tono suave se transfigura, equidistantemente, en un argumento colmado de pasión: el “clavel” es una metáfora súbita de la reflexión intelectualmente sensible; la muerte es la conciencia y el sosiego, la inmóvil claridad y la deslumbrante correspondencia de nuestros sentidos. No obstante que no exista en su océano la palabra “clavel”, pero se adivina tácita y subversivamente, tal como este halago nimio. Qué sutil sensatez y grandilocuencia la de sus líneas, pues Quevedo y su poesía merecen una mención mayúscula.

Escríbame, acaso podría "destejer un arco iris"