lunes, 3 de septiembre de 2007

La lucha imparable y eterna en la Revolución Mexicana: estampas literarias de una realidad terrible.

“Mira esa piedra cómo ya no se pára….”[1] Dice Demetrio Macías, personaje de Los de abajo para referirse a la revolución, “¿Por qué pelean ya, Demetrio?”[2] le había dicho su mujer segundos antes, pues pensaba que su marido había conseguido lo que quería, que la lucha en ese momento ya era inútil. Pero a pesar de los hechos, el ímpetu por la lucha seguía activo.

La lucha por la revolución, poco a poco, se convirtió en la inercia de una piedra que alguien aventó y que, por diversas causas, ya no se puede detener. La Literatura de la Revolución, en especial la testimonial, plantea este lado del movimiento armado en algunas de sus muestras. Para ejemplificar, tomo algunos casos específicos y pertinentes que son Los de abajo de Mariano Azuela, ¡Vámonos con Pancho Villa! de Rafael F. Muñoz y Tropa Vieja de Francisco L. Urquizo. Estas novelas, a través de algunos de sus personajes, muestran cómo la revolución se convierte en una lucha constante e ignorada de los ideales que iniciaran el movimiento.

En Los de abajo se presenta claramente cómo la gente se ha unido a la revolución por causas completamente ajenas al movimiento, por ideales que son individuales y que se adaptan a sus necesidades particulares. El grupo de Macías empieza a moverse porque los federales los persiguen y saben que si se quedan los van a agarrar, después de este hecho se convierten en revolucionarios y evidentemente su decisión no está ligada a la causa de la revolución, sino a defender sus propias vidas. Eventualmente, la lucha se convierte en su único e incuestionable modo de existir: "Porque si uno trae un fusil en las manos y las cartucheras llenas de tiros, seguramente que es para pelear. ¿Contra quién? ¿A favor de quienes? ¡Eso nunca le ha importado a nadie!"
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¡Vámonos con Pancho Villa! ejemplifica la forma en que los revolucionarios a veces sólo pelean porque no tienen nada más en su vida, por lo menos nada a lo cual retornar después de acabada la lucha, esto es lo que le pasa a Tiburcio, quien después de perder a su esposa e hijos, no tiene otra cosa que hacer más que pelear en la revolución al lado de Villa, quien le ofrece, al menos, la compañía de la gente y el disfraz de un ideal pues le dice que específicamente lo ha buscado a él. Dice Villa: "-Ahora sí te quiero, porque vamos a una lucha sagrada: vamos a vengar a todos nuestros hermanos que han caído en esta pelea contra Carranza, porque son los güeros del otro lado los que lo están ayudando para que nos acabe."
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Y Tiburcio no está convencido del todo, aquí lo que en realidad lo hace irse con Villa es ver que ya no tiene ninguna otra opción, cosa que Villa le ayuda a tener muy en claro: "Pero haces falta, necesito todos los hombres que puedan juntarse, y habrás de seguirme hoy mismo. Y para que sepas que ellas no van a pasar hambres, ni vana sufrir por tu ausencia, ¡mira!
Rápidamente, como un azote, desenfundó la pistola y de dos disparos dejó tendidas, inmóviles y sangrientas, a la mujer y a la hija."
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La revolución en esta novela es también vista como una forma de escapar a la pobreza y a su situación habitual; al estar peleando, en campaña, los hombres tienen la libertad de comer donde sea y cuando sea y de tener las mujeres que se les antoje. Los revolucionarios de Villa llegan a los pueblos saqueando y matando, sólo para satisfacer sus necesidades y mantenerse vivos.

Tropa Vieja presenta el caso de Espiridión Sifuentes, un hombre que se encuentra peleando en la revolución, igual que muchos otros, porque no le quedó otro remedio, con la diferencia de que él está peleando de lado del ejército gubernamental. Esta característica es importante pero no necesariamente para diferenciar un bando de otro, ya que, al contrario, demuestra que, primero, es el pueblo el que pelea y que sigue defendiendo ideales totalmente ajenos a la lucha revolucionaria encabezada ideológicamente por la burguesía, y también, que al pueblo le ha tocado pelear porque no tuvo forma de escoger no pelear. Espiridión, finalmente, encuentra en el ejército muchas cosas que también encuentran los revolucionarios en sus pelotones, esto es, una forma de vida no tan miserable; ve que puede mandar dinero a su familia y se da cuenta de que puede encontrar la manera de que le vaya bien, mejor quizá que si se hubiera quedado en su pueblo: "Mi vida era otra muy diferente de la anterior; no tenía obligación de ir al cuartel de San Pedro y San Pablo, en donde se alojaba el batallón, más que hacerme presente en las listas de las seis de la tarde o en la mañana a recibir haber."
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Por otro lado, Espiridión espera que se acabe la revolución para que los rebeldes triunfen y eliminen al ejército, sólo así podrá abandonar esa lucha a la cual en ese momento no puede escapar. Cabe destacar que todas las acciones de Espiridión no suceden por causas concernientes al bien del país, o siquiera, a un móvil nacionalista por el cual pelear, sino por su propio beneficio.
En Tropa Vieja se presenta ampliamente el hecho de que es el pueblo el protagonista de las batallas más cruentas dentro de la revolución y que tanto los miembros del ejército como los batallones revolucionarios están conformados por el mismo pueblo, (el hermano de Espiridión está luchando del lado de los revolucionarios) y no hay modo de distinguir unos de otros, a no ser por el uniforme.

El pueblo que pelea es el que menos comprometido está con los ideales de la revolución, ideales que en realidad buscan beneficiar sólo a algunos cuantos. Entonces, la causa de la lucha ha perdido (dudosamente alguna vez lo tuvo) todo el sentido nacionalista y heroico que frecuentemente se le adjudica a la lucha revolucionaria y lo que vemos es que los revolucionarios son muchas veces grupos de campesinos que se han juntado porque la pobreza o la injusticia no les permite vivir y prefieren irse a investigar qué les ofrece la lucha armada, pero no porque estén comprometidos con ideales específicos en cuanto a la conformación de una nueva nación.

Y es que esta lucha revolucionaria, la que se hace porque no hay nada más que hacer, no tiene modo de parar, aunque se quiera. Demetrio ya no quiere detenerse, porque ya no tiene nada, su modo de vida en sí era la revolución; Tiburcio no abandona a Villa porque ya no tiene nada a lo cual regresar, incluso cuando le ofrecen tierras y su libertad a cambio de la ubicación de Villa, él no las acepta, porque ya no tiene nada que forjar y nada le parece satisfactorio a no ser la eterna lucha revolucionaria por un ideal perdido.

Así, la revolución mueve a la gente y no deja que ésta se detenga, es como una plaga, algo que no puede detenerse con facilidad. Así, seguirá el saqueo y el robo y la lucha en busca de la satisfacción específica de necesidades. La revolución es efectivamente esa piedra que alguien avienta y que no se detiene, porque el ideal no importa, sólo importa la inercia natural del impulso inicial, sólo importa la lucha y el hecho de saber que si se deja de luchar ya no hay ningún lugar al cual voltear para establecerse.

Tiburcio y Demetrio mueren antes de poder detenerse y Espiridión, de cierta forma, también muere, pues al perder su brazo, ya no puede hacer nada, él dice: "¡Qué diferencia de mujeres y también qué diferencia de heridas! En aquel entonces fue un rozón nomás en una pierna y ahora despertaba con un brazo menos. Estaba inválido y ya no volvería más a cargar el fusil. ¡Qué gusto, dejar esa vida y qué desgracia no servir ya para nada!"
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Es decir que antes muere la gente que muera la revolución y siempre se encuentran causas para estar luchando porque no hay nada que hacer sino eso. La revolución es algo incontenible ya, algo que no puede parar porque se ha convertido en un modo de vida más que en un movimiento que proponga un cambio nacional.

[1] Mariano Azuela, Los de abajo, Colección Popular, FCE, 1970, p. 137.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd., p. 124.
[4] Rafael F. Muñóz, ¡Vámonos con Pancho Villa!, La serpiente emplumada, Factoría Ediciones, México, 2001, p. 96.
[5] Ibíd., p. 98.
[6] Francisco L. Urquizo, Tropa Vieja, Populibros “La Prensa”, México, 1974, p. 173.
[7] Ibíd., p. 224.

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