Me pregunto cuánto tiempo más estaré equivocada... si hay acaso una respuesta única a todas nuestras acciones. A veces quisiera que hubiera un destino, que no pudiera uno decidir más y estar seguros de que, aunque lo que dijera el oráculo resultara algo terrible, saber también que no existe forma de cambiarlo. Pero quizá seríamos como Edipo (o como Anakin Skywalker, para usar un referente más actual), y forzosamente querríamos cambiarlo.
Y es que toda la existencia está llena de pequeñas decisiones fundamentales en su momento y trascendentes para el futuro y uno vive eternamente en la angustia de no poder decidir acertadamente. La libertad, como diría Sartre, más que una dicha es una condena, ya que implica asumir que uno mismo es dueño de su propio destino, que no hay nadie a quién echarle la culpa, ni siquiera a dios, y esto resulta tremendamente angustiante.
Vivir en tinieblas es, creo, la mejor opción; acoger la Náusea, abandonar la esperanza, vivir mucho y preocuparse poco. Parece que mis palabras vuelven incansablemente a ocupar terrenos existenciales que no tienen solución, terrenos que son demasiado metefísicos pero que, con mi ansia de asirlo todo y entenderlo todo, se convierten en verdaderas obsesiones cíclicas que no me dejan estar en paz con todo lo que soy.
Podría simplemente decir que nada importa, y como tal, que cualquier decisión es futil. Sin embargo peco del mal de todos los mortales, la ilusión. Tal vez, sólo tal vez, cuando deje de ser mortal, cuando alcance el terreno del superhombre nietzscheano o cuando asuma mi calidad de artista generador de caos frente a la vida, pueda desprenderme de la ilusión. Pero no sé si eso ha de suceder.
Soy como Horacio Oliveira, el hombre que busca eternamente algo que le signifique en su vida, es el hombre que ha buscado en libros y más libros la justificación de su existencia y que no encuentra sino en la Maga, el ser etéreo, sencillo, simple e ignorante, la potencial salida al abismo de su angustia, y soy como Horacio Oliveira porque el conocimiento me ha maltaratado demasiado, porque ya no puedo renunicar a lo que soy y pretender vivir en un mundo feliz y, sin embargo, aún conservo el dejo de ilusión propia de los sueños primigenios, de cuando aún era posible creer en algo y aún ahora quiero que ese mundo regrese y pueda yo creer en algo también.
Estoy en el limbo... en no saber si lo que quiero existe siquiera, en no saber, como Oliveira, qué es exactamente lo que quiero. Y me pregunto otra vez, como al principio, como en el resto de esta vida absurda y cíclica, si es que la equivocación se puede medir en el tiempo mortal del que no puedo desprenderme, cuánto tiempo más estaré equivocada...
2 comentarios:
La vida del ser humano no tiene significado, pero su mecanismo de autodefensa, eL mismo que lo lleva a crear dioses y paraísos cuando es conciente de su muerte, lo obliga a buscarse una razón y un fin de porque está aquí. No es permisible para la existencia de un ser conciente el no tener un objetivo, ya que esto sería una clara demostración de la vida como tal es solo un accidente de la materia, nada de planes maestros o creaciones para juicios finales. Solo la cruda realidad, materia solo materia.
Así que solo queda pasar por la vida disfrutando, entendiendo que nada de lo que hacemos o sentimos afecta el orden cósmico. Solo somos transeúntes de la razón.
Te pregunto, querido anónimo... ¿para qué tener un objetivo? o ¿a qué te refieres con objetivo? Es que no somos sino materia y la razón no nos sirve de nada, sino para angustiarnos. En verdad sólo somos un accidente de la materia, un accidente terrible...
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