martes, 10 de abril de 2007

El laberinto

Ayer vino a buscarme otra vez, tenía los ojos bien abiertos y llorosos. No quise abrir. Ya no quiero abrir más. A nadie.

Vivo encerrado en el centro de un laberinto de posibilidades, si dejo de moverme puedo quedarme a pensar, pensar, sólo pensar en que no quiero las posibilidades de afuera sino las mías nada más. Soy como el minotauro, siempre puede salir pero no quiere, no es una bestia tonta, no es que no pueda, es más importante no querer, saber que afuera no tiene nada qué hacer.

Hace unas horas regresó, me empezó a hablar en un lenguaje que casi no entendí, gritándome cada vez más y más. No quiero salir, no lo entiende, nadie entiende. Las variantes que hay afuera me aterran, no sabría cuál tomar. Aquí me gusta quedarme y pensar, tal vez saber, que no hay tiempo (tal vez no lo haya ni aquí ni en ningún otro lugar), que las mañanas y las tardes son las mismas (el espejo las repite iguales siempre), que no hay nada qué decidir ni qué pensar en realidad, más que lo mismo. Aquí juego conmigo y repito el paisaje las veces que quiera, porque nunca hay posibilidad de error. Conozco el universo, me conozco a mí; los errores y los cambios no tienen lugar conmigo y yo soy yo y también soy el centro del laberinto.

El viento se alcanza a colar a través de uno de los vidrios que se me rompieron la semana pasada (¿la semana pasada o hace un mes o hace una hora? el tiempo aunque existiera, no es contable aquí dentro). El pequeño agujero permite que el aire circule, el aire que extrañamente también es el mismo, extrañamente porque viene afuera y afuera sí hay cambio, hay movimiento, estoy seguro.

Duermo cada que quiero, cuando me da sueño, ya sea aquí o en las habitaciones infinitas que se reproducen en los espejos encontrados; todo se repite, yo me repito incansablemente hasta la eternidad. Me gusta.

Sé que vendrá a buscarme de nuevo, siempre lo hace, el cuándo no importa, afuera las cosas también se repiten pero no en intervalos iguales, pero sé que lo hará, que regresará. Pero yo no quiero salir al laberinto, estoy en el centro equilibrado del universo donde no existe la duda. A veces quiero que alguien me acompañe, cierto, pero también sé que cualquier otro romperá el balance de la estabilidad creada por mí, sólo por mí, por eso ya no abro la puerta, temo el caos.

Anoche pasó algo extraño, (¿anoche?) estaba soñando con la duplicación de mi universo y no sé cómo, pero los espejos estaban caídos cuando desperté, los coloqué de nuevo en su lugar, no estaban rotos. Noté que el centro, mi centro, era más pequeño que antes, pero no pude explicarlo. Ahora sucede otra cosa, las paredes se achican, lo sé, lo estoy viendo. Ya no controlo lo que pasa aquí dentro, el laberinto se ha expandido ¿cómo es posible? Parece que tocan a la puerta, pero ya no encuentro la puerta, ha cambiado. Ahora parece que entiendo; esta mañana, al encontrar los espejos tirados pensé en mi existencia, en la angustia de la falta de la reflexión de mi imagen repetida, en la soledad, sentí confusión; entonces no le di importancia pero ahora entiendo. No sé si los espejos cayeron a consecuencia de lo que había estado pensando incluso en mis sueños o si todo se trastornó al hacerme conciente de la realidad.

Dije que yo era como el minotauro; pero a diferencia de él, yo no tengo un propósito al estar aquí, él estaba cumpliendo un destino, no es que el minotauro no tenga nada qué hacer afuera, es que su razón está adentro; pero conmigo es diferente, yo solamente estaba huyendo a mi destino personal, encerrado en mí, en el centro donde la vida no es posible; al darme cuenta de ello, con el escalofrío que yo creía que era simple confusión, fue que el laberinto se expandió y dejó de haber un centro, y como yo era el centro yo mismo dejé de existir.

Los sonidos, los toquidos en la puerta tal vez me querían avisar que esto llegaría, que la repetición no era suficiente, que la renuncia a las opciones me dejaría con la única opción certera e ineludible, la muerte.

El laberinto se expande más y más, apenas puedo moverme de un lado al otro, no hay más aire que respirar…

1 comentario:

Fernando Brambila O. dijo...

Un cuento muy inquietante y que plantea algunas ideas que vale la pena reflexionar. No sé si haya sido a propósito, pero siento cierta influencia tanto de Jorge Luis Borges como de Clarice Lispector en este cuento, aunque a la vez es un cuento muy tuyo, de tu propio estilo.

Creo que este texto debería ser mandado ya a publicarse, acaso sólo con unas ligerísimas modificaciones de estilo; por ejemplo "El viento se alcanza a colar (...)" siento que el verbo "colar" hace mucho ruido en el texto; tal vez sería mejor "infiltrar", puesto que alude más a invadir un espacio.

Pero claro, eso último es sólo un juicio personal. Otros lectores ya dirán...