martes, 17 de abril de 2007

¿Una realidad sin lenguaje? Interpretación del mundo en La pasión según G. H. de Clarice Lispector

El hombre siempre ha buscado una manera de entender el universo complejo que lo rodea, una manera de, al menos, designarlo. Ya desde Platón inicia la eterna discusión sobre la esencia de las cosas y el nombre que éstas deben tener, si el nombre les pertenece de una manera inherente o si tan sólo se trata de una designación arbitraria y práctica.

Mucho se habrá de discutir desde entonces y a través de las épocas y esa interrogante principal, de una u otra forma, siempre llega a ocupar un lugar en la mente del ser humano. Ya en la antigüedad como en el presente, aparecen filósofos y pensadores que recurren al tema y exponen sus teorías e ideas, mismas que generalmente responden a las inquietudes particulares de la época en que viven.

Clarice Lispector nace en 1925 y desde muy joven comienza su actividad literaria. Sus inquietudes creadoras no se reducen únicamente a conflictos de lenguaje o hermenéutica, sin embargo, sus reflexiones sobre el conflicto de la designación, de la palabra en sí, resultan interesantes pues están ligadas a cuestiones filosóficas, principalmente, relacionadas con el existencialismo.

El siglo XX es un siglo en el que, debido a sucesos tales como el avance tecnológico y las guerras, permite a los filósofos tomarse un tiempo para reflexionar sobre su propia condición en el mundo y el sentido de su propia existencia. El mundo se ha tornado en un lugar confuso, lleno de tecnología y progreso, pero también lleno de soledad y confusión. La vida del hombre se ha convertido en un completo sin sentido y el sólo hecho de vivir genera una terrible angustia.

La perspectiva de Lispector frente a la problemática del lenguaje, la designación y la hermenéutica del mundo en sí tiene una fuerte relación con la condición humana en conflicto y en angustia. En su novela La pasión según G. H., escrita en 1964, Lispector cuestiona la verdad o el acierto del lenguaje utilizado para designar objetiva y concretamente la realidad; asimismo, propone una forma nueva de interpretar al mundo, al manifestar la posición del ser humano frente a su entorno y la interpretación a la que se puede llegar mediante el distanciamiento del antropomorfismo.

La estructura de su novela se puede explicar, en términos básicos, como una serie de reflexiones a las que llega la protagonista una mañana común y corriente en la que por accidente aplasta una cucaracha con la puerta, hecho que provoca en ella el encuentro y la reflexión sobre el lenguaje, la designación, la imposibilidad de prescindir de ésta y la posibilidad de pensar otros mundos en que la designación (producto del antropomorfismo) no fuera la base de su existencia.

Lispector cuestiona fuertemente el poder de la palabra y la tremenda influencia del lenguaje en todo nuestro actuar. Ciertamente no podemos negar el lenguaje, Lispector no lo niega, pero sí busca desacralizarlo.

La importancia del lenguaje como medio para controlar el mundo se remonta a La Biblia; Dios le da a Adán la libertad para nombrar a cada especie animal sobre la tierra, esto con la consigna de que este nombramiento, esta designación, permite el control del hombre sobre las especies, todo a través del nombre, del lenguaje.

La idea de control o posesión a través de la palabra ha sido retomada por numerosos filósofos, por ejemplo, (y este ejemplo es pertinente pero por supuesto no es el único) Ernst Cassirer quien enfatiza la necesidad de objetivar el mundo a través del lenguaje para construirlo y entenderlo, para él, el lenguaje crea al mundo, le da el sentido único porque lo objetiva. Wittgenstein por otro lado, concluye que la realidad no es efectivamente objetivable y que es sólo el uso lo que determina la forma de entender el mundo y no el mundo en sí. Sin embargo, a través de la palabra se hace una apropiación de ésta con respecto a la necesidad humana. Cabe destacar que en ninguno de los planteamientos anteriores se presenta algún tipo de angustia.

Lispector se atreve a ir más allá; la autora, más cercana a una idea nietzscheana en la que el mundo es visto como un compendio de metáforas y representaciones, se da cuenta de que la realidad que tiene enfrente es más grande que ella y que la interpretación que puede hacer de ésta no es sino un intento fallido en donde la vida misma se torna para mirarla, en la novela es la vida a través de la cucaracha aplastada, la que le hace pensar en su condición de ser humano tan pequeño e insignificante frente a un mundo en el que el lenguaje no es suficiente para objetivar nada ni para entender nada. El concepto de verdad es bastante cuestionable, también el de realidad: “la verdad tiene que estar exactamente en lo que jamás podré comprender” es decir que la humanidad no es capaz de entender esa verdad y mucho menos comunicarla.

Después de un gran proceso de auto descubrimiento, la voz de Lispector a través de la protagonista, termina también en el descubrimiento del mundo, una conciencia que puede vincularse a la revelación de Roquentin en La Náusea o en menor medida, en el Mersault de El Extranjero; un descubrimiento tanto hacia el interior y en la calidad de ser humano como hacia el lugar que éste representa en una sociedad.

El lenguaje para Lispector termina convirtiéndose en una molestia; en sus reflexiones puntualiza, por un lado, la necesidad de un mundo con un lenguaje que lo designe pero, por otro, la certeza de que ese lenguaje puede ser errado; así, la paradoja consiste en tener un lenguaje incompleto, incorrecto, carente, pero al mismo tiempo saber que éste es todo lo que se tiene:
“poseo a medida que designo; y éste es el esplendor de tener un lenguaje. Pero poseo mucho más en la medida que no consigo designar. La realidad es la materia prima, el lenguaje es el modo como voy a buscarla, y como no la encuentro.”

El lenguaje, en lugar de ser una herramienta útil, se convierte en una traba para entender lo que es la realidad y lo que es ella; el lenguaje es falso pero necesario, es angustiante, es impreciso, pero aún lo es todo.

Roquentin siente una náusea que equivale al descubrimiento de su existencia como tal, como un ser más en esta tierra, así, Lispector tiene un descubrimiento similar, una especie de náusea que la hace verse sola en un mundo que le ofrece más posibilidades que las que ella es capaz de de tomar. Es un descubrimiento que requiere valor y genera la misma conciencia de existencia que presenta Roquentin.

La interpretación de la realidad a través de los ojos de Lispector, realidad que muchas veces se ve reducida a la cucaracha en un intento por fragmentar y reinventar el mundo, es un proceso de entendimiento con la naturaleza de uno mismo y de las cosas, esta idea, para que triunfe, debe salirse del antropomorfismo y del deseo de controlar la realidad en su totalidad.

La novela se presenta de manera circular, inicia y termina planteando la problemática de la humanización. Lispector habla de la vida humanizada en el sentido de haber querido entender la realidad a partir de su condición particular: “yo había humanizado demasiado la vida” y luego, la gran conclusión: “mi vida no tiene un sentido solamente humano, es mucho mayor, es tan grande, que, en relación con lo humano, no tiene sentido.”

La autora dice que la vida le es, ella descubre que en este mundo, en esta realidad, la misma racionalización de las cosas resulta muy humana y por lo tanto, innecesaria e inútil, que la reflexión elaborada sobre la propia existencia se reduce a una ignorancia total, a un vacío que solo puede ser llenado, como en Sartre, con la conciencia de esa existencia y de la carencia de finalidad (o de racionalidad) en ella.

Con lo anterior, la autora propone también una vuelta a las cuestiones primitivas, retoma un poco la idea nietzschena sobre el mito y con ello pide un regreso a aquella vida inicial en la que la racionalidad no lo controlaba todo ni el hombre quería entenderlo todo. Lispector dice, en el último párrafo de la novela:

"El mundo no dependía de mí; esta era la confianza a que había llegado: el mundo no dependía de mí, y no comprendo lo que digo, ¡nunca! Nunca más comprenderé lo que diga. Pues ¿cómo podré hablar sin que la palabra mienta por mí? ¿Cómo podré decir, sino tímidamente: la vida me es?"

Con esto concluye el gran proceso de descubrimiento y se concreta una nueva visión, una hermenéutica más sencilla, más real, más apegada a la condición realmente humana y precisamente por ello, no tan comprensible ni tan controladora; esta falta de comprensión es crucial ya que busca romper la barrera antropomórfica para designar al mundo.

La vida no tiene sentido definido, el lenguaje tampoco. Es inútil buscar sentido en algo que está condenado a no entenderse simplemente por estar más allá de la concepción humana y de las capacidades lingüísticas inherentes al ser humano.

¿Una realidad sin lenguaje? Ésta existe porque la realidad es independiente del hombre, pero que el hombre sea capaz de pensarla así, es imposible. Aquí la idea se torna paradójica una vez más. ¿Qué es el lenguaje entonces? ¿Sirve para designar puramente las cosas? Ya vimos que no pero, ¿podemos prescindir de él? Evidentemente, tampoco.

Es inútil dejar a las palabras la tarea de designar verdades y ésta es la humilde aportación de Lispector a la hermenéutica, la imposibilidad, sí, pero también la sencillez de la no ambición y la aceptación de las faltas. Aquí no importa pensar qué tan simbólico o qué tan representativo es el lenguaje; aquí importa más el hecho de dejar de pensar que el mundo está regido por la percepción humana y así desacralizar el poder de la palabra, la hegemonía del hombre sobre el universo.

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