Somos dados a pensar en la eternidad, o al menos en que, a pesar de que las cosas cambien, siempre habrá algo en nuestras vidas que será constante y que estará ahí sin importar lo que suceda. Más o menos así se piensa cuando uno se matrimonia y cuando tiene amigos muy queridos y cuando encuentra el trabajo soñado. Existe ahí ese deseo de que haya cosas que se queden y que aguanten a pesar de que todo lo demás se caiga.
Tristemente no es así. Y cuesta trabajo entenderlo porque el discurso de lo eterno inunda las películas con sus historias de finales felices. Por lo general la realidad es más tremenda que la ficción, y cuando en la ficción las historias son terribles como en la realidad no hay el mismo auditorio entusiasta que las quiera ver.
Quizá nos gusta creer en lo eterno (al fin y al cabo, la religión que domina en el país incita a que esa es la verdadera recompensa), entonces trabajamos para que las cosas sigan iguales sin pensar que esto es imposible. Una vez más me suelto a escribir a partir de lo que pasó en Facebook, porque todos los días reviso mis recuerdos y hay ocasiones en que termino sorprendida de estos cambios en mi vida. Me tocó ver un álbum de fotografías que subí en julio de 2011 sobre una “fiesta de despedida” que hicimos mi amigo Fernando y yo puesto que al mes siguiente nos embarcaríamos a la aventura de estudiar la maestría fuera de la ciudad. No me sorprende verme distinta a mí, porque yo no he cambiado físicamente casi nada. Más bien es la gente, pues de la mayoría de los invitados reconozco que en nuestra relación hubo un quiebre, un cisma, un distanciamiento declarado y explícito.
No crean que no me pongo a pensar seriamente si la del problema soy yo, si la que ha roto los lazos soy yo y que nada más le estoy echando la culpa a la circunstancia, a la evolución, a los cambios en la existencia, a la madurez o a cualquier otra cosa que se me pudiera ocurrir. Muchas veces he pensado que he sido yo. Y a ratos me lamento y pienso que estoy mal, pero también me pasa que entiendo; es decir, ya he procesado la verdad de que mucha gente no tiene sentido de seguir ahí, y que sí, hay casos en que yo misma la he hecho a un lado, pero no dejo de estar convencida de que ya no tenían nada que hacer cerca.
Tampoco es tan así en todos los casos. En las fotos aparece mi novio de entonces, que con todo lo que pasó y ya viéndolo en perspectiva, ni siquiera sé si deba ponerle la etiqueta de novio. Voy a detenerme en este caso. Sí, algo teníamos ahí los dos, en esa fiesta estaba él y un par de amigos suyos (que eran novios). Él terminó conmigo en 2013. La pareja que entonces conformaban sus amigos se deshizo más o menos en ese año o uno después, quizá. Ahora ella está casada con otra persona y tiene un bebé y un perro. A él hace un par de años lo topé en una feria de libro y lo incorporé de nuevo a mis amistades de Facebook, pero eso no significó la gran cosa porque ni hablamos. Mi exnovio me tiene bloqueada de Facebook y Twitter, del Whatsapp no, sólo porque no tiene mi nuevo número; de Instagram no, pero da lo mismo porque su cuenta es privada. En fin, en esas fotos la historia era muy diferente.
Me detengo en otro caso. Mis amigos de entonces. A uno lo eliminé porque se convirtió en gordofóbico, esto ya tiene algunos años que sucedió. A otro lo quité hace unos meses porque me cayó mal su delirio de superioridad y juicio. A otra amiga la perdí porque no la invité a mi boda (el caso es mucho más complejo para este breve espacio) y ese evento generó un cisma irreparable. Otra más no es que me haya dejado de hablar, simplemente nos distanciamos y como hace poco fue su cumpleaños me nació escribirle algo, ella me respondió diciendo que tenía las puertas abiertas de su casa y que no había ni enojo ni rencor o algo así, ¿rencor? Yo no había contemplado siquiera que pudiera haberlo, entonces no entendí nada. Bueno, supongo que algo se podrá hacer ahí.
Viendo las cosas en perspectiva entiendo que la vida, como decía mi mamá, da muchas vueltas. Aquella amiga a la que no invité a mi boda basaba sus argumentos de amistad en la eternidad. Ni modo, hay cosas que no se pueden sostener (el asunto es de verdad mucho más complejo), ya que todos tomamos las decisiones que en ese momento consideramos mejores para nosotros y nadie tendría que reclamarnos por ellas.
Es muy curioso cómo se dan en ocasiones las cosas. La vida es verdaderamente impredecible y no deja de sorprenderme lo diferente que es al día de hoy en algunos aspectos. Muchas cosas no dependen nada más de uno y creo que es importante darse cuenta de que la nostalgia por la amistad no es suficiente para sostener una que se está desmoronando por nuevos factores y porque cada vida cambia hacia direcciones insospechadas.
Hace tiempo me dolía, quizá ahora soy demasiado radical porque he decidido cortar de tajo en muchas ocasiones. Vaya, a mí también me lo hicieron y sigo viva. Lo entiendo como parte de existir. Afortunadamente, siempre hay nuevos encuentros, nuevas amistades y relaciones afectivas que se dan a partir de las personas en que nos hemos convertido. Después de esa fiesta he conocido a tantísima gente (a mi esposo no lo conocía entonces y de no haberme ido seguramente no lo hubiera conocido). Si por alguna razón ya no me identifico con ciertas compañías entiendo que es por múltiples razones y sobre todo porque la eternidad no existe, mientras que el cambio sí, la perspectiva distinta, la evolución. Parecen pretextos, pero a mí me resultan verdades fundamentales.
No deja de dejarme pensando todo lo que se va, lo que se pierde. Aunque por ahí hay cosas que siguen y me dan esperanza, también las veo como pasajeras, porque nada tiene la garantía de permanecer para siempre.
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Music on: Alewife - Clairo
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