martes, 5 de julio de 2016

El despertar de Alejandra Pizarnik: la poética de no ser de este mundo



Alejandra, siendo adolescente, llamó por teléfono al psicoanalista y escritor León Ostrov, para solicitarle una entrevista. A partir de aquí, las visitas fueron frecuentes; Ostrov recuerda así el primer encuentro que tuvo con Alejandra: “Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria. Me impresionaron su grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos”.

El objetivo original de los encuentros era el psicoanálisis; sin embargo, entre ambos se desarrolló una complicidad escritural psicológico-literaria. Durante los años en que Alejandra vivió en París, ambos establecieron una correspondencia constante, en la cual se puede atestiguar este vínculo que trasciende la relación entre un psicoanalista y su paciente. Ostrov afirma: “No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí”.

Es a partir de esta correspondencia que se puede desentrañar una parte de la poética de Alejandra, las cartas son poéticas en sí mismas, pero sueltas, en prosa libre, sin tapujos y con una plena sensación de sinceridad. León se convirtió en un cómplice poético. Tan es así que el libro La última inocencia (1956) lo dedicó a él y, posteriormente, para cuando publicó Las aventuras perdidas (1958) decidió dedicarle un poema ahí: “El despertar”.

Este poema es un canto elevado hacia la noche, hacia ese decir constante que ella no es de este mundo. ¿Qué significa el despertar para Alejandra? No es un despertar alegre ni positivo. Es darse cuenta de que la libertad es un engaño, de que la vida es una tortura. En una carta a León escribe: “Todavía me contemplo, asombrada de estar viva”.

En “El despertar” Alejandra reúne lo que piensa de su existencia, una suerte de transitar estático, una imitación de lo que debería ser la vida. A través de una plegaria invoca a lo desconocido, para obtener un poco de misericordia. Un fragmento del mismo da cuenta de la desesperación y angustia latente:

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás o simplemente fue
¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Como un mantra repite en varios momentos del poema el hecho de que la jaula se ha hecho pájaro, ¿qué significado esconde esta letanía que aparece como una constante aterradora? La jaula tiene una función doble, atrapa, pero al mismo tiempo protege. La jaula se convierte en un elemento de la libertad, se hace pájaro y afuera, donde no hay barrotes que detengan nada, la libertad es aterradora. ¿Qué haré con el miedo?, se pregunta también constantemente, la poeta no sabe qué hacer con los monstruos que se asoman desde el aire, desde la luz, desde todo lo asible e inasible. La jaula era un mecanismo de protección que, perdido, la conduce a la angustia y al dolor. León fue testigo de ese miedo, cuando ella le escribe, desde París: “La verdad es que acá me muero de miedo. No sé si ello responderá a mi inmensa capacidad de temer o si la realidad contiene verdaderas causas que lo desaten”.

El vacío, la soledad, la alienación son constantes en la pluma de Alejandra. Y la poesía era una forma de vida, una manera de escapar de los estándares, de abstraerse fuera de las rutinas establecidas sobre ir a trabajar, “ganarse la vida”, perder el tiempo en el ritual absurdo de trabajar siete u ocho horas diarias, de enrolarse en lo que los otros llamaban vida.

En la correspondencia, sigue apareciendo su miedo, su miedo a la existencia cotidiana e incomprensible: “No tengo miedo de morir, tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva, tengo miedo del viento […], tengo miedo de los árboles salvajes, nacidos porque sí y para nada”. Alejandra despertó, en contra de su voluntad, al miedo inenarrable. Pero esta condición es, aunque terrible, su aliada. Alejandra sabía de la unión entre poesía y vida, tal como lo entendían los grandes poetas de vanguardia. Pero en ella la angustia y el miedo eran demasiado pesados, ella lo sabía.

También sabía que algún día iba a partir, para nunca regresar. El despertar fue una denuncia explícita de la existencia que no deseaba, de un trajinar constante de luchas de contrarios, de antítesis que se le presentaban y frente a las que no respondía sino con paradojas. Un apunte de diario escrito en 1961 lo atestigua. “En medio de mi terror estaba el pequeño miedo a perder la intensidad de mi sufrimiento. Si mi angustia me deja, pensé, estoy perdida”. Escrito en el pizarrón, el día de su muerte, se leía: “ir nada más que hasta el fondo”. El despertar que ella necesitaba era otro, uno desconocido, uno que no tuviera nada que ver con esta tierra ajena. 

Music on: She always takes it black - Gregory Allan Isakov
Quote: "Acudir a la infencia / es regresar vacío / y sin infancia: adulto / que es la peor manera / de despertar por las mañanas". A.E. Quintero
Reading: Leonora - Elena Poniatowska

1 comentario:

Anónimo dijo...

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