Alejandra, siendo adolescente, llamó por teléfono al
psicoanalista y escritor León Ostrov, para solicitarle una entrevista. A partir
de aquí, las visitas fueron frecuentes; Ostrov recuerda así el primer encuentro
que tuvo con Alejandra: “Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar
frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria. Me impresionaron su
grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que
temblaban todos los miedos”.
El objetivo original de los encuentros era el
psicoanálisis; sin embargo, entre ambos se desarrolló una complicidad
escritural psicológico-literaria. Durante los años en que Alejandra vivió en
París, ambos establecieron una correspondencia constante, en la cual se puede
atestiguar este vínculo que trasciende la relación entre un psicoanalista y su
paciente. Ostrov afirma: “No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé
que siempre Alejandra me poetizaba a mí”.
Es a partir de esta correspondencia que se puede
desentrañar una parte de la poética de Alejandra, las cartas son poéticas en sí
mismas, pero sueltas, en prosa libre, sin tapujos y con una plena sensación de
sinceridad. León se convirtió en un cómplice poético. Tan es así que el libro La última inocencia (1956) lo dedicó a
él y, posteriormente, para cuando publicó Las
aventuras perdidas (1958) decidió dedicarle un poema ahí: “El despertar”.
Este poema es un canto elevado hacia la noche, hacia
ese decir constante que ella no es de este mundo. ¿Qué significa el despertar
para Alejandra? No es un despertar alegre ni positivo. Es darse cuenta de que
la libertad es un engaño, de que la vida es una tortura. En una carta a León
escribe: “Todavía me contemplo, asombrada de estar viva”.
En “El despertar” Alejandra reúne lo que piensa de su
existencia, una suerte de transitar estático, una imitación de lo que debería
ser la vida. A través de una plegaria invoca a lo desconocido, para obtener un
poco de misericordia. Un fragmento del mismo da cuenta de la desesperación y
angustia latente:
Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás o simplemente fue
¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde
Como un mantra repite en varios momentos del poema el
hecho de que la jaula se ha hecho pájaro, ¿qué significado esconde esta letanía
que aparece como una constante aterradora? La jaula tiene una función doble,
atrapa, pero al mismo tiempo protege. La jaula se convierte en un elemento de
la libertad, se hace pájaro y afuera, donde no hay barrotes que detengan nada,
la libertad es aterradora. ¿Qué haré con el miedo?, se pregunta también
constantemente, la poeta no sabe qué hacer con los monstruos que se asoman
desde el aire, desde la luz, desde todo lo asible e inasible. La jaula era un
mecanismo de protección que, perdido, la conduce a la angustia y al dolor. León
fue testigo de ese miedo, cuando ella le escribe, desde París: “La verdad es
que acá me muero de miedo. No sé si ello responderá a mi inmensa capacidad de
temer o si la realidad contiene verdaderas causas que lo desaten”.
El vacío, la soledad, la alienación son constantes en
la pluma de Alejandra. Y la poesía era una forma de vida, una manera de escapar
de los estándares, de abstraerse fuera de las rutinas establecidas sobre ir a
trabajar, “ganarse la vida”, perder el tiempo en el ritual absurdo de trabajar
siete u ocho horas diarias, de enrolarse en lo que los otros llamaban vida.
En la correspondencia, sigue apareciendo su miedo, su
miedo a la existencia cotidiana e incomprensible: “No tengo miedo de morir,
tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva, tengo miedo del viento […], tengo
miedo de los árboles salvajes, nacidos porque sí y para nada”. Alejandra
despertó, en contra de su voluntad, al miedo inenarrable. Pero esta condición
es, aunque terrible, su aliada. Alejandra sabía de la unión entre poesía y
vida, tal como lo entendían los grandes poetas de vanguardia. Pero en ella la
angustia y el miedo eran demasiado pesados, ella lo sabía.
También sabía que algún día iba a partir, para nunca
regresar. El despertar fue una denuncia explícita de la existencia que no
deseaba, de un trajinar constante de luchas de contrarios, de antítesis que se
le presentaban y frente a las que no respondía sino con paradojas. Un apunte de
diario escrito en 1961 lo atestigua. “En medio de mi terror estaba el pequeño
miedo a perder la intensidad de mi sufrimiento. Si mi angustia me deja, pensé,
estoy perdida”. Escrito en el pizarrón, el día de su muerte, se leía: “ir nada
más que hasta el fondo”. El despertar que ella necesitaba era otro, uno
desconocido, uno que no tuviera nada que ver con esta tierra ajena.
Music on: She always takes it black - Gregory Allan Isakov
Quote: "Acudir a la infencia / es regresar vacío / y sin infancia: adulto / que es la peor manera / de despertar por las mañanas". A.E. Quintero
Reading: Leonora - Elena Poniatowska
1 comentario:
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