martes, 2 de febrero de 2016

Sobre "Un hervidero de pájaros marinos" de María Baranda

Después de los terrores acaecidos durante la Segunda Guerra Mundial, Theodor W. Adorno se cuestionaba si después de todo eso aún sería posible escribir poesía. Y, categóricamente, precisó que no, que esto sería incluso un acto barbárico. La pregunta no especificaba el tipo de poesía que se podría o debería escribirse. Quizá habría que optar por una vertiente a la par de la desolación, que no redimiera ni ensalzara al género humano sino que hablara del desastre.
Siguiendo lo que podría haber sido la alternativa ante la cesación definitiva de la escritura poética, y pensando en una veta específica, resulta curioso pensar que un tipo de poesía que apela al vacío y a la desolación, unos versos identificados con el determinismo y la desesperanza conduzcan a pensar, aún en toda su oscuridad, que sigue valiendo la pena escribir poesía. Este es el caso de la más reciente obra de María Baranda: Un hervidero de pájaros marinos, libro que conjunta elementos disímiles y que canta —sí, que canta— con ahínco sobre un mundo podrido y las casi nulas posibilidades de salvación.
El libro toma como epígrafe unos versos del poeta martiniqués Aimé Césaire, a partir de los cuales se desarrollan los cinco apartados que lo conforman. Si hubiera una manera de resumir esta obra de Baranda, optaría por una oda al desencanto y a la búsqueda sin creces; un clamor que funde lo mítico con lo cotidiano para declarar que el mundo ha sido un constante sumidero en la desesperanza. Y, sin embargo, una afirmación de la poesía como camino para construir otro mundo posible.
En esta obra, la autora busca abarcar una totalidad utópica; crea un escenario en el que confluyen los dioses griegos, los íconos sagrados del cristianismo, quienes ejecutan acciones propias de su grandeza a la par de actividades cotidianas y meramente humanas. Zeus, el más grande de los dioses aparece para detener su pick up y sudar; Homero, el gran poeta de la antigüedad también existe para dejarnos claro que nada hay de loable en toda la fama que se le ha echado a cuestas; se encuentra barriendo las esquinas y ha cambiado, acaso también perdido, su capacidad de contar, narrar y sobre todo hacer que su voz declaradora persista en la historia.
Todas las mitologías son parte de la misma podredumbre; Baranda derrumba mitos. Nos dice que el viaje de Virgilio no es un pasaje mítico y ficticio, sino que es un andar actual que pertenece a todos. Da a entender que, por muy remotos que parezcan aquellos países y reinos de los que habla, son en realidad parte de nuestro tiempo, esto no lo sabemos porque desde siempre han estado en un continuo proceso de destrucción que nos ha hecho inmunes a ver sus cambios. También afirma que la humanidad ha estado a la espera sin saber que aquello tan ansiado es nada, que el Paraíso es una quimera, que el infierno no es un castigo postrero sino un presente inevitable.
Ecos de grandes poetas aparecen en la sutil intertextualidad que la autora maneja, ahí está Gorostiza y Muerte sin fin, ahí está Eliot y personajes iguales a sus hombres huecos. Junto a ellos, Baranda introduce una paradoja en apariencia irreconciliable: da importancia a la tradición poética pero también desdeña la figura de los poetas. En sus versos recoge la más fuerte declaración: el poeta ha perdido la fuerza y la voz. Sin embargo, existe la pregunta: ¿en verdad la ha perdido o sólo se ha desnudado en toda su autenticidad? ¿Por qué habría de recoger las tradiciones milenarias y al mismo tiempo ridiculizar al bardo? Baranda afirma en sus versos que aquel bardo sabedor y transmisor no existe, el poeta verdadero está en los desechos de los cuartos de hotel:

El poeta mintió
como un rumor antiguo entre los cañaverales
y los huertos de ablución en primavera.
Mintió a borbotones
y su mentira se quedó en las toallitas blancas del hotel
y el hábil monedero de una vieja tiritando de frío con su
pena
con una cuerda arropó el camino y sus mitologías
como si ése fuera su único fin,
su lugar de asedio en la invención del tiempo.

En Baranda existe la constante sentencia de lo decadente del mundo, éste no es sino un conglomerado inamovible de cadáveres, donde lo divino y humano no se encuentran divididos porque responden al mismo origen y al mismo destino: la podredumbre, la basura, lo insalvable.
Y sin embargo, hay que escribir poesía. Baranda propone una actitud crítica hacia el mundo, pero en el fondo no desdeña la labor poética ni habla explícitamente de su inutilidad. Al contrario, sabe que es necesario seguir escribiendo. Como el castigado Sísifo, asume que el mundo, así como está, es, en palabras de Leibniz, el mejor de los mundos posibles. Con todas sus insuficiencias la creación es posible. Baranda retoma la figura del poeta y afirma que ese Paraíso que nos han enseñado a buscar y a esperar puede encontrarse en la redención que ofrece la poesía:

Corrí sobre el vuelo cifrado del invierno
inventando otro sitio,
un lugar para la fiebre de la playa,
un nuevo Paraíso que trajera
a cada vuelta renovada
el primer fuego y el segundo
por la sangre de la sangre,
la roja tristeza del poema
que hizo de nosotros
unos simples niños
bajo las cúpulas del tiempo.

Dentro de las fauces de la nada, existe la veta abierta a la creación, porque Homero no ha muerto, sólo se ha convertido en un cantor de nuevas odiseas, Homero detiene el tráfico citadino que es también el mar y el desierto. El hecho de que el mundo antiguo y moderno se fusionen es una declaración de, a pesar de todo, vida. Aquí Baranda desafiaría la teoría de Adorno en la que sería una barbarie escribir poesía después de las calamidades, porque la poesía transforma esas calamidades, a través de la palabra, en universos totales, en otras visiones y otros oficios. Homero transforma el polvo, el polvo es un nuevo reino, una nueva luz.

El último apartado del libro tiene a bien titularse “Al final del amanecer”. Curiosamente, son los primeros versos del epígrafe elegido los que sirven para cerrar el libro, lo que sugiere una suerte de devenir cíclico que une principio y final. En esta parte confluyen una vez más la desolación y las palabras reunidas por el leve impulso de la fatiga con la esperanza imprescindible de una frase salvadora: “Vaya usted al Paraíso”. 

Music on: Iris - Goo goo dolls
Quote: "Fijos en la verja siguieron mis ojos, fijos. Te esperaba". Alfonsina Storni
Reading: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe - Daniel Sada

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