Después de los terrores acaecidos durante
la Segunda Guerra Mundial, Theodor W. Adorno se cuestionaba si después de todo
eso aún sería posible escribir poesía. Y, categóricamente, precisó que no, que
esto sería incluso un acto barbárico. La pregunta no especificaba el tipo de
poesía que se podría o debería escribirse. Quizá habría que optar por una
vertiente a la par de la desolación, que no redimiera ni ensalzara al género
humano sino que hablara del desastre.
Siguiendo lo que
podría haber sido la alternativa ante la cesación definitiva de la escritura
poética, y pensando en una veta específica, resulta curioso pensar que un tipo
de poesía que apela al vacío y a la desolación, unos versos identificados con
el determinismo y la desesperanza conduzcan a pensar, aún en toda su oscuridad,
que sigue valiendo la pena escribir poesía. Este es el caso de la más reciente
obra de María Baranda: Un hervidero de
pájaros marinos, libro que conjunta elementos disímiles y que canta —sí,
que canta— con ahínco sobre un mundo podrido y las casi nulas posibilidades de
salvación.
El libro toma como
epígrafe unos versos del poeta martiniqués Aimé Césaire, a partir de los cuales
se desarrollan los cinco apartados que lo conforman. Si hubiera una manera de
resumir esta obra de Baranda, optaría por una oda al desencanto y a la búsqueda
sin creces; un clamor que funde lo mítico con lo cotidiano para declarar que el
mundo ha sido un constante sumidero en la desesperanza. Y, sin embargo, una
afirmación de la poesía como camino para construir otro mundo posible.
En esta obra, la
autora busca abarcar una totalidad utópica; crea un escenario en el que
confluyen los dioses griegos, los íconos sagrados del cristianismo, quienes
ejecutan acciones propias de su grandeza a la par de actividades cotidianas y
meramente humanas. Zeus, el más grande de los dioses aparece para detener su pick up y sudar; Homero, el gran poeta
de la antigüedad también existe para dejarnos claro que nada hay de loable en
toda la fama que se le ha echado a cuestas; se encuentra barriendo las esquinas
y ha cambiado, acaso también perdido, su capacidad de contar, narrar y sobre
todo hacer que su voz declaradora persista en la historia.
Todas las
mitologías son parte de la misma podredumbre; Baranda derrumba mitos. Nos dice
que el viaje de Virgilio no es un pasaje mítico y ficticio, sino que es un
andar actual que pertenece a todos. Da a entender que, por muy remotos que parezcan
aquellos países y reinos de los que habla, son en realidad parte de nuestro
tiempo, esto no lo sabemos porque desde siempre han estado en un continuo
proceso de destrucción que nos ha hecho inmunes a ver sus cambios. También afirma
que la humanidad ha estado a la espera sin saber que aquello tan ansiado es
nada, que el Paraíso es una quimera, que el infierno no es un castigo postrero
sino un presente inevitable.
Ecos de grandes
poetas aparecen en la sutil intertextualidad que la autora maneja, ahí está
Gorostiza y Muerte sin fin, ahí está
Eliot y personajes iguales a sus hombres huecos. Junto a ellos, Baranda
introduce una paradoja en apariencia irreconciliable: da importancia a la
tradición poética pero también desdeña la figura de los poetas. En sus versos
recoge la más fuerte declaración: el poeta ha perdido la fuerza y la voz. Sin
embargo, existe la pregunta: ¿en verdad la ha perdido o sólo se ha desnudado en
toda su autenticidad? ¿Por qué habría de recoger las tradiciones milenarias y
al mismo tiempo ridiculizar al bardo? Baranda afirma en sus versos que aquel
bardo sabedor y transmisor no existe, el poeta verdadero está en los desechos
de los cuartos de hotel:
El poeta mintió
como un rumor
antiguo entre los cañaverales
y los huertos de
ablución en primavera.
Mintió a
borbotones
y su mentira se
quedó en las toallitas blancas del hotel
y el hábil
monedero de una vieja tiritando de frío con su
pena
con una cuerda
arropó el camino y sus mitologías
como si ése fuera
su único fin,
su lugar de asedio
en la invención del tiempo.
En Baranda existe la constante sentencia
de lo decadente del mundo, éste no es sino un conglomerado inamovible de
cadáveres, donde lo divino y humano no se encuentran divididos porque responden
al mismo origen y al mismo destino: la podredumbre, la basura, lo insalvable.
Y sin embargo, hay
que escribir poesía. Baranda propone una actitud crítica hacia el mundo, pero
en el fondo no desdeña la labor poética ni habla explícitamente de su
inutilidad. Al contrario, sabe que es necesario seguir escribiendo. Como el
castigado Sísifo, asume que el mundo, así como está, es, en palabras de
Leibniz, el mejor de los mundos posibles. Con todas sus insuficiencias la
creación es posible. Baranda retoma la figura del poeta y afirma que ese Paraíso
que nos han enseñado a buscar y a esperar puede encontrarse en la redención que
ofrece la poesía:
Corrí sobre el
vuelo cifrado del invierno
inventando otro
sitio,
un
lugar para la fiebre de la playa,
un nuevo Paraíso
que trajera
a
cada vuelta renovada
el primer fuego y
el segundo
por la sangre de
la sangre,
la roja tristeza
del poema
que hizo de
nosotros
unos simples niños
bajo
las cúpulas del tiempo.
Dentro de las fauces de la nada, existe la
veta abierta a la creación, porque Homero no ha muerto, sólo se ha convertido
en un cantor de nuevas odiseas, Homero detiene el tráfico citadino que es
también el mar y el desierto. El hecho de que el mundo antiguo y moderno se
fusionen es una declaración de, a pesar de todo, vida. Aquí Baranda desafiaría
la teoría de Adorno en la que sería una barbarie escribir poesía después de las
calamidades, porque la poesía transforma esas calamidades, a través de la
palabra, en universos totales, en otras visiones y otros oficios. Homero
transforma el polvo, el polvo es un nuevo reino, una nueva luz.
El último apartado
del libro tiene a bien titularse “Al final del amanecer”. Curiosamente, son los
primeros versos del epígrafe elegido los que sirven para cerrar el libro, lo
que sugiere una suerte de devenir cíclico que une principio y final. En esta
parte confluyen una vez más la desolación y las palabras reunidas por el leve
impulso de la fatiga con la esperanza imprescindible de una frase salvadora:
“Vaya usted al Paraíso”.
Music on: Iris - Goo goo dolls
Quote: "Fijos en la verja siguieron mis ojos, fijos. Te esperaba". Alfonsina Storni
Reading: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe - Daniel Sada
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