Desperté en la mañana de mi cumpleaños número 30 y lo
primero que hice fue poner música de Sigur Rós, no se me ocurrió otra manera de
seguir armando el soundtrack de mi vida, tampoco pensé que al cumplir 30 debía
cerrar un ciclo y vivir hacia adelante, como muchos sugieren. Pensé, eso sí, en
mi presente: en el hombre que me ama, al que he aprendido a amar, porque sé que
a amar se aprende, pensé en la calma que me infunde su presencia pero igual
pensé en que, aunque él sea mi presente, no tengo por qué cancelar el pasado,
ya que el pasado es aprendizaje y, si bien el amor es grande, también existen
muchas cosas que son más importantes o mayores que el amor.
Pero vamos por partes. Primero el hoy: esa mañana pensé en la
extraña sensación de “contentud” inexplicable y me sentí en paz. El dolor sigue
presente, en diversas formas; siempre existe la manera de entrar en la
tristeza, en la nostalgia, en la maldita duda y en la melancolía de no haber
podido resolver misterios anteriores, casos de angustia sin respuesta. El
desamor con sus infinitas vetas, sus casos únicos, su imposibilidad de hacer un
manual para no volver a padecerlo y, al mismo tiempo, su permanencia arraigada
en los bordes del alma.
Ahora estoy en paz. Y entiendo perfecto que la paz está
infundada en la aceptación y la mediocridad; es decir, estamos en paz porque
hemos decidido aceptar, acostumbrarnos. Y a mí me ha causado mucho conflicto
esa parte de la forzada costumbre, aceptar que el mundo es una mierda pero que
no hay otro lugar a donde ir. Esta es la actitud del hombre absurdo, aprender a
contentarse con lo que se tiene, ser feliz con lo que se puede, con lo que hay.
Pero, por ningún motivo, aunque sepamos la absurdidad y finitud de las cosas,
por ningún motivo renunciar a la acción, seguir realizando, construyendo, y al
mismo tiempo, aceptando. Difícil misión, lo sé, la vida no es fácil.
Mi aspiración ha sido, desde hace varios años, llegar a ese
estado de felicidad que se halla al aceptar lo absurdo del mundo. A veces lo
logro. Por ahí alguien me dijo alguna vez que estar enamorado no es
precisamente hermoso, pues tiene cosas muy gachas. Lo creo, todo lo que existe
tiene su cara fea, amarga, oscura. A mí no me ha tocado, esta vez, esa parte. Nada
es totalmente blanco ni totalmente negro, y, como me dijeron también alguna
vez, la vida también se trata de lo feo. Ni modo, sea fuerte, apechugue, acepte
que nada es color de rosa. Sé de cierto que en cualquier momento llegará el
momento del derrumbe. Mientras, continúo.
Continuar, también parece sencillo, y no lo es. Es de nuevo
ese viejo discurso de cerrar el ciclo, de trascender. ¿Cómo lograrlo? Bueno,
pues yo he logrado moverme gracias al cansancio, y ahora mismo explico esta
aparente contradicción. Uno se cansa de aguantar, yo me cansé. Me cansé del
desprecio, me cansé de intentar y, sobre todo, de esperar que otra persona me
diera algo que yo necesitaba, ¿no es acaso esto el amor: creer que el otro me
debe dar aquello de lo que yo tengo necesidad? Me cansé de sobre esforzarme por
cosas que no dependían sólo de mí, me cansé de enfocar mis ilusiones en
quimeras y creer que merecía más de lo que tenía, sí, por razones que nunca
pude definir.
Me he cansado también de las definiciones y las búsquedas.
Estoy en paz, aunque haya quienes me recriminen con el argumento de que he
tenido tan poco en mi vida (emocionalmente hablando) que cuando tengo un
poquitito más, creo que es mucho para mí. No soy una persona que piense que
merece muchas cosas, más bien, no soy una persona que piense que otros me deben
dar muchas cosas, “la completitud” es una ilusión tan vana como la esperanza o
la luz al final del túnel. Por el cansancio se da uno cuenta de este tipo de
cosas.
Mi único deseo es, como siempre lo ha sido, la eternidad. En
este sentido no he logrado evolucionar ni aceptar. Pero he bajado la línea de
las aspiraciones. Sólo quiero que este estado de “no querer más” me dure por
los siglos de los siglos, vaya, quizá la línea no se ha bajado, sólo se ha
concretado. El caso es que hace algunos años pensaba que mi vida tendría que
tener un amor aplastante, incendiario; amar a alguien como una actividad
correspondida que se convirtiera en el motor de mi existencia, eso quería. Ya
desde hace tiempo pienso que esto no sólo es ilusión pura, sino que, de
existir, no vale la pena. Prefiero la mansedumbre y el equilibrio de algo
simple que la fuerza desolladora de un amor en ráfaga, destructivo.
Cuando uno llega al cumpleaños, es el momento en que más se habla
de cerrar ciclos, varias personas mencionaron el tema junto con su felicitación.
A mí no me queda muy claro cómo debe hacerse eso o si en verdad es lo que debe
hacerse; ¿cómo se trasciende?, ¿cómo se dejan de buscar los frutos secos de una
parte de la existencia que lleva pudriéndose años?, ¿cómo se decide uno a tirar
todo eso a la basura? Uno mismo es el resultado de esos ciclos, no pueden cerrarse.
Yo he tratado de hacerlo, pero mi mente romántica no puede evitar el regreso;
ahora las visitas al pasado se quedan sólo en la memoria, al menos, pero no se han
terminado. Trato de hacer eso que la gente llama “cerrar ciclos”, pero se me
ocurre hacer un ritual que incluya una pieza de Sigur Rós, acto que en sí mismo
es contradictorio pues su música es parte de buena parte de mi pasado. Qué
importa.
Music on: My blue supreme - Interpol
Quote: "El deseo ha volado dejando sólo un rastro de perfume tras de sí." Mark Strand
Reading: Tres veces al amanecer - Alessandro Barico
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