Cuando llega el momento de la decepción, ese “point
of no return” de la carencia abierta y sangrando, de la herida incurable, siempre regreso
a la escritura. Porque cuando todo desaparece sólo me quedo yo y todo lo que
soy, mientras hago lo único que me desnuda sin lastimarme más, que me sincera y
me reconcilia con los demonios. No escribo para ahuyentar ni para expiar, sino
para afirmarme y sobre todo, para no olvidar. Ya no es una salvación sino un
hábito, es como un dolor que tiene que moverse, aunque su movimiento sea dentro
de mí y por eso lastime, suave, profundamente.
La escritura empezó un día como un intento de
apagar un fuego interno, un deseo de ahuyentarlo o disminuirlo mediante las letras, encerrarlo; pero al paso de los años caí en la cuenta de que ese
fuego era imposible de matar, que, al contrario, el fuego se estaría
extendiendo sin control, dañando de a poco, quemando, habitando. Antes me había comprado la idea de que la escritura era salvación, leí a Lispector y le creí
cuando dijo que había que hablar porque hablar salvaba, pero después leí más y
encontré esta frase que reza: “Lo que escribo no es para leer,
es para ser.” Y así soy, soy un fuego que no cesa, me sigo quemando
por dentro y la realidad es que ya no espero que la escritura me saque de algún
suplicio, la escritura es ya parte del suplicio, un suplicio que se goza, una
ausencia que se desea y un dolor que se anhela. Hace tiempo que el fuego me
sobrepasó, sin darme cuenta. Nada me salva, el fuego vive, el fuego está,
escribo de él y ya no quiero ser salvada. Esto es lo que soy, soy mi palabra.
A veces no importa el sentido, o si acaso se
busca un sentido. Este tipo de escritura es una parte de mí, una parte que
quizá es irracional y pasional, pero que existe desde hace tiempo y me hace lo
que soy. Si escribo ahora, igual que si he escrito por tantos años, es porque quizá
quiero encontrar en la escritura un cierto valor personal y al mismo tiempo algo
que pueda trascender más allá de la desgracia individual en la que me hundo,
esa misma desgracia que me revela como una persona siempre insuficiente. Pero cuando
escribo no soy insuficiente, no tengo nada que demostrar, no busco aprobación, cuando
escribo no pierdo sino que recupero, sí, recupero, a pesar de que afuera todo puede haberse
ya consumido y muerto.
No sé de qué otra manera ser. Parte de lo que
valgo está en la capacidad que todavía tengo de comunicarlo, porque sé que a
todos les puede ir muy mal, y todos pueden encontrar los negros más profundos
en las cosas, pero no todos serán capaces de escribirlos, que no todos podrán
estar conscientes de los demonios internos, tanto como para quererlos sacar a
dar una vuelta y que todos miren lo que son con toda la desnudez. Ya no busco
cómo componerme, porque sé que, de inicio, estoy rota, ya no intento el olvido
ni la rehabilitación, ni trato siquiera de resarcir los daños. Yo soy mis
daños. Pero escribo, aunque quizá no tenga un sentido específico o un propósito
definido, es parte de mí, es un intento de algo, pero ya no de deshacerse del
dolor. Llega un momento en que ya no me interesa ser salvada de nada, me
consume un fuego tal que ya ni siquiera existe la posibilidad de imaginar cómo
era yo antes del incendio. Lo que existe es la transformación hacia algo
irreconciliable, hacia un mundo en el que se caen poco a poco todos los
puentes.
Pero esto también deja de importar porque uno
sólo es uno, uno es la palabra que siempre se construye, interminable.
Escribir, la única salida momentánea pero al mismo tiempo eterna, el único
regreso auténtico a uno mismo en la constante paradoja de querer escapar de uno mismo.
Music on: The final cut - Pink Floyd
Quote: "Me hicieron en la cuenta de que el mundo continuaba y continuaría girando lenta, estúpidamente sin mí." Mauricio Montiel Figueiras
Reading: La penumbra inconveniente - Mauricio Montiel Figueiras
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