jueves, 28 de noviembre de 2013

El dolor es una araña dentro de mí



Edgar Allan Poe se drogaba con todo lo que podía, tenía sueños de opio en los que visualizaba sus más grandes creaciones, mas su arte no era sólo producto de la alucinación. Poe, en sobriedad, cuando apenas durante el viaje había esbozado lo que sería un cuento, se reponía para redactar de manera perfecta y tranquila, gracias a la razón, todo aquello que había visto en el sueño.

Puedo decir que ya estoy sobria, en un estado de sobriedad asqueroso después de haberme enfrentado, una vez más, al desencanto y a la tristeza. Ya puedo escribir, aunque el dolor no se haya ido. Pienso que eso, el dolor, es como una araña pequeñita que vive dentro de mí, que ha estado ahí desde siempre y sólo de vez en cuando se alborota y comienza a recorrerme, yo y mi araña viva, de ojos puros y totalmente ignorante de lo que causa. Ahora puedo escribir y hablar un poco. El amor ha sido muy difícil para mí, no tengo otra manera de ponerlo, he tratado de cambiar mis formas, de buscar otras cosas, a otras personas, pero siempre regreso a la misma situación en la que yo doy y no recibo nada. Hace tiempo había llegado a la conclusión de que estaba mejor no recibir nada de nadie y que tener una relación de libertades y cero complicaciones era saludable y yo estaba bien. Pero me engañé, sí esperaba algo de él, esperaba que no cambiara, esperaba, de una forma estúpida, un poco de eternidad. Sabía que él no podía amarme como yo lo hubiera querido, pero aún así me amaba y me era suficiente, de alguna manera me compré la idea de que esa era “su manera de amar” y no se me ocurrió pensar que fuera solo “su manera de amarme a mí” ni que pudiera, en verdad, amar a otra persona de una forma en que nunca me amó a mí. Me compré una idea tonta, sin fundamentos, llegué a ella sin argumentos válidos y pasó lo que tenía que pasar: se enamoró de otra como nunca lo hizo de mí, decidió hacer con otra lo que nunca quiso hacer conmigo.

No se lo reprocho, estas cosas pasan (que me pasan muy seguido, sí, sin duda), no lo odio pero deseo, si acaso es momento de ponerse a desear, deseo que todo esto hubiera pasado antes, que aquella otra hubiera aparecido antes, para poner fin, desde entonces, a algo que estaba condenado a fracasar, ojalá hubiésemos sido más sabios con nuestro tiempo, yo me malgasté con mis esperanzas. Ojalá él hubiera sido menos comodino, menos egoísta; ojalá yo hubiera sido menos paciente, menos cordial. Pero lo hecho ahí está. Ya es demasiado tarde. Una vez más me regreso al punto de partida, en el que establezco que no quiero tener tratos con la eternidad y ruego por ser lo suficientemente fuerte para no querer buscarla en nadie más, con ninguna de sus formas. Lo leo como un mantra y espero lograrlo; está probado que soy capaz de resistir las decepciones y que, como Villaurrutia afirmó tener la muerte dentro de sí, yo tengo el dolor en mí, pero eso no significa que guste de removerlo y de que me aceche.

He aceptado, después de otro fracaso, que el amor correspondido no es para mí. Repito, entonces me dejé llevar por la idea de que él me quería, a su manera, y que era suficiente. Antes yo había dejado a alguien porque su manera de querer no me era suficiente y no quería abandonar otra vez, por la misma razón. Igual todo salió mal. Quizá es mi condena, que nadie jamás pueda darme lo que quiero y entonces yo sólo tendré que decidir si quedarme con las sobras y seguirme comprando ideas involuntariamente, o quedarme sola. No puedo dejar de nombrar el poema de Borges, “El amenazado” y sobre todo los primeros versos: “Es el amor, tendré que ocultarme o que huir. / Crecen los muros de su cárcel como en un sueño atroz”. Así veo el amor y lamento mucho haberlo querido ver de otra manera, en algún otro momento.

Claro que sé que hay cosas más importantes que el amor (ahora más bien, veo al dolor como el eterno compañero) y no estaría tan clavada en este hecho de no ser por la evidencia trascendental: “él puede y quiere amar, sólo decidió no amarme a mí” y peor “le tomó sólo semanas hacerlo”  y yo, después de intentarlo por años, no logré nada, eso es un fracaso personal que con nada se salva, un dolor que, a través de mi araña, estará rondándome todo el cuerpo hasta siempre. Es verdad que hace unos 4 o 5 años pasé por algo igual y es verdad también que uno cambia y pone las expectativas en otras cosas y emprende nuevos proyectos y conoce más personas y todo eso ayuda, pero no puede negarse el dolor, ese dolorcito manso e inocente. Y ¿qué hacer? Yo ya no quiero hacer nada con esto, sólo dejarlo ir, poco a poco. Sólo escribiré, en medida de lo posible, luchando hasta el cansancio para quedarme vacía por completo, sin esperanza alguna, asumiendo que el mundo no tiene sentido y buscando el coraje para seguir viviendo, no hay más. Pienso también en eso de “no cometer los mismos errores”, pero también sé que se haga lo que se haga, bien, mal, echándole ganas o no, nunca va a ser suficiente, el esfuerzo no es suficiente, nada es suficiente y como leí por ahí, en los artículos de Alejandro Páez: “Detrás de la amistad, el amor, el esfuerzo, el trabajo, el alcohol, la dedicación y todo lo que nos da felicidad por un instante, descansa el dolor.” Y sí, mi dolor es como una araña invisible y pequeñita, condenada a jamás abandonarme.


Con todo lo dicho, apenas he podido esbozar lo que siento. Aún en sobriedad existen cosas que no pueden salir con facilidad, palabras que no se pueden decir.  Samuel Taylor Coleridge igualmente tuvo un sueño visionario antes de escribir “Kubla Kahn”; con la distancia necesaria en comparaciones, puedo decir que él supo, como yo sé ahora, que luego de la visión, el viaje y el sueño alucinante, el traslado de esa experiencia a palabras que todos conozcan es un mero intento condenado al fracaso, la palabra nunca podría ser capaz de expresar todo lo que vio ni cómo lo vio ni mucho menos cómo lo sintió, pero valía la pena hacer el intento. Yo he hecho el intento para salvación personal, no soy visionaria, ni vate, ni siquiera poeta, no cambiaré las masas a partir de mi aprendizaje, pero creo firmemente, como Clarice Lispector que “hay que hablar porque hablar salva” y además porque no soy partidaria del olvido, porque si escribo ahora será más fácil recordar mañana y podré seguir adelante a pesar de los fracasos inminentes; así lo canta Leonard Cohen “there is a crack in everything, that’s how the light gets in”.

Music on: Leonard Cohen - The partisan
Quote: "Festejemos porque el lodo sabe a rosas para los que aman" Alejandro Páez Varela
Reading: Kitchen - Banana Yoshimoto

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Saludos desde la Ciudad de México, Tu publicación me pareció bastante interesante, algo así me pasó a mí con un chico que tiene una particular forma de "ser" o tal vez es su "trato", ahora la pregunta es: ¿Qué tan adictiva puede ser la indiferencia de alguien que no desea tener contacto con uno? ¿por qué algunos hombres les gusta "jugar" a "me gustas" "te necesito un rato pero no me molestes después"?

Adriana Dorantes Moreno dijo...

Creo que, en general, las personas somos bastante egoístas y aunque nos traguemos el cuento de que no lo somos, siempre estaremos viendo por nuestros propios intereses, sin importar que en el camino vayamos lastimando a la gente. Es muy triste que así tenga que ser, he visto esta misma historia repetirse en varias ocasiones, no sólo en mí, sino en otras personas, la misma historia, en serio. No sé si haya una manera de cambiarla. Gracias por tu comentario. Saludos.